Bosch recuperó la pistola pero dejó allí la manta. En cuanto estuvo en el coche, sacó su teléfono. Era idéntico al de su hija, pues los había comprado los dos juntos en un paquete de oferta. Abrió el compartimento trasero, sacó la batería y la tarjeta de memoria y metió en su lugar la del teléfono de su hija. Volvió a colocar la batería, cerró el compartimento y enseguida encendió el teléfono.
Mientras esperaban a que arrancara el software del aparato, Sun puso en marcha el coche y se alejó del edificio donde habían masacrado a la familia.
—¿Adónde vamos? —preguntó Bosch.
—Al río. Hay un parque. Vamos allí hasta que sepamos qué hacer.
En otras palabras, todavía no había plan. La tarjeta de memoria era el plan.
—Esa historia de los piratas de cuando eras chaval era la tríada, ¿no? —Al cabo de un momento, Sun asintió una vez—. ¿Eso es lo que hacías, entrar y sacar gente?
—No, mi trabajo era diferente.
No dijo nada más, y Bosch decidió no insistir. El teléfono estaba listo. Harry fue rápidamente al registro de llamadas, pero no había ninguna. El historial estaba en blanco.
—No hay nada. No hay registro de ninguna llamada.
Fue al archivo de correo electrónico y vio que también estaba vacío.
—No han transferido nada con la tarjeta —dijo con la agitación creciendo en su voz.
—Eso es normal —dijo Sun con calma—. Sólo los archivos permanentes van a la tarjeta de memoria. Mira si hay vídeos o fotos.
Usando el ratón de bola central del teclado del teléfono, Bosch seleccionó el icono de vídeo. La carpeta estaba vacía.
—No hay vídeos —dijo.
Bosch empezó a comprender que tal vez Peng había sacado la tarjeta del teléfono de Madeline porque creía que contenía un registro de todos los usos del teléfono, pero no era así. La última y mejor pista parecía un chasco.
Seleccionó el icono de imágenes y encontró una lista de archivos JPEG almacenados.
—Hay fotos.
Empezó a abrirlas una por una, pero las únicas que parecían recientes eran las de los pulmones de John Li y los tatuajes de sus tobillos que le había enviado Bosch. El resto eran fotos de amigos de Madeline y de excursiones escolares. No eran especialmente antiguas, pero no parecían guardar ninguna relación con su rapto. Encontró imágenes de su visita al mercado de jade de Kowloon. Había fotografiado pequeñas esculturas de jade de parejas en posiciones del Kama Sutra. Bosch las descartó como una curiosidad adolescente; seguro que habrían provocado risitas nerviosas entre las chicas de la escuela.
—Nada —le dijo a Sun.
Siguió intentándolo, moviéndose por la pantalla y seleccionando un icono tras otro con la esperanza de encontrar un mensaje oculto. Finalmente, descubrió que la agenda de direcciones de Madeline estaba también en la tarjeta y se había transferido a su teléfono.
—Tiene los contactos aquí.
Abrió el archivo y vio la lista de contactos. No conocía a todos sus amigos y muchos de ellos estaban simplemente listados por sus apodos. Hizo clic en el que ponía «Papá» y vio su propio número de móvil y de casa, pero nada más, nada que no debiera estar allí.
Volvió a la lista y continuó hasta que por fin encontró lo que pensaba que estaba buscando cuando llegó a la letra T. Había un contacto, «Tuen Mun», que sólo contenía un número de teléfono.
Sun había aparcado en un largo y estrecho parque que discurría junto al río y bajo uno de los puentes. Bosch le pasó el teléfono.
—He encontrado un número. Pone Tuen Mun. Es el único que no está asignado a un nombre de persona.
—¿Por qué tendría este número?
Bosch pensó un momento, tratando de comprenderlo.
—No lo sé —dijo.
Sun cogió el teléfono y estudió la pantalla.
—Es un número de móvil.
—¿Cómo lo sabes?
—Empieza por nueve. Es una designación de móvil en Hong Kong.
—Vale, ¿qué hacemos con esto? Está listado Tuen Mun. Podría pertenecer al tipo que tiene a mi hija.
Sun miró al río a través el parabrisas, tratando de encontrar una respuesta y un plan.
—Podríamos enviarle un mensaje de texto —dijo—. Puede que responda.
Bosch asintió.
—Sí, que sirva de carnada. Quizá conseguimos una ubicación.
—¿Qué es «carnada»?
—Un cebo. Fingimos que lo conocemos, establecemos una cita y él nos da su ubicación.
Sun sopesó la posibilidad mientras continuaba observando el río. Una barcaza avanzaba lentamente en dirección sur hacia el mar. Bosch empezó a pensar en un plan alternativo. David Chu, en Los Ángeles, dispondría de fuentes capaces de encontrar un nombre y dirección relacionado con un número de móvil de Hong Kong.
—Podría reconocer el número y saber que es un cebo —dijo por fin Sun—. Deberíamos usar mi móvil.
—¿Estás seguro? —preguntó Bosch.
—Sí, creo que el mensaje debería enviarse en chino tradicional. Será más fácil que pique.
Bosch asintió otra vez.
—Sí. Buena idea.
Sun sacó su teléfono y preguntó el número que había encontrado Bosch. Abrió un mensaje de texto pero dudó.
—¿Qué le digo?
—Bueno, hemos de dar sensación de urgencia. Que parezca que ha de responder y hemos de encontrarnos.
Discutieron sobre ello unos minutos y al fin convinieron un texto que era simple y directo. Sun lo tradujo y lo envió. El mensaje escrito en chino decía: «Tenemos un problema con la chica. ¿Dónde nos vemos?».
—Vale, esperemos —dijo Bosch.
Había decidido no recurrir a Chu a menos que fuera necesario.
Bosch miró el reloj. Eran las dos de la tarde. Llevaba nueve horas en Hong Kong y no estaba más cerca de su hija que cuando estaba diez mil metros por encima del Pacífico. En ese tiempo había perdido para siempre a Eleanor y ahora estaba jugando un juego de espera que permitía que las ideas de culpa y pérdida entraran en su imaginación sin que nada pudiera desviarlas. Miró el teléfono que Sun tenía en la mano, esperando una respuesta rápida al mensaje.
No la recibió.
Pasaron minutos de silencio, tan despacio como los barcos en el río. Bosch trató de concentrarse en Peng Qingcai y en cómo había ocurrido el secuestro de su hija. Había cosas que no tenían sentido para él sin contar con toda la información, pero aun así podía compilar una cronología y una cadena de acontecimientos. Y al hacerlo, supo que todo remitía a sus propias acciones.
—Todo vuelve a mí, Sun Yee. Cometí el error que permitió que todo esto ocurriera.
—Harry, no hay razón para…
—No, espera. Escúchame. Has de saber todo esto porque podrías ver algo que yo no veo.
Sun no dijo nada y Bosch continuó.
—Todo empieza conmigo. Estaba trabajando en un caso con un sospechoso de la tríada en Los Ángeles y no conseguía respuestas, así que le pedí a mi hija que me tradujera unos caracteres chinos en un tatuaje. Le envié una foto. Le dije que era un caso de la tríada y que no podía enseñarle el tatuaje ni hablar de eso con nadie. Pero ese fue mi error. Decirle eso a una niña de trece años es como anunciarlo al mundo, a su mundo. Estaba empezando a salir con Peng y su hermana, que eran de los bajos fondos. Probablemente quiso impresionarlos. Les habló del tatuaje y del caso y eso puso todo en marcha.
Miró a Sun, pero no supo interpretar su expresión.
—¿Bajos fondos? —preguntó.
—No importa, es sólo una expresión. No eran de Happy Valley, eso es lo que significa. Y como has dicho, Peng no estaba en ninguna tríada de Tuen Mun, pero quizá conocía gente, quizá quería entrar. Pasaba mucho tiempo en el otro lado del puerto, en Happy Valley. A lo mejor conocía a alguien y pensaba que este podía ser su billete de entrada. Le dijo a quien fuese lo que había oído. Lo relacionaron con Los Ángeles y le dijeron a alguien que cogiera a la chica y me enviara el mensaje; el vídeo. —Bosch se detuvo un momento mientras las ideas de la situación de su hija lo distraían otra vez—. Pero a partir de ahí ocurrió algo. Algo cambió. Peng la llevó a Tuen Mun. Quizá la ofreció a la tríada aquí y ellos se la llevaron. Pero no aceptaron a Peng, sino que lo mataron a él y a su familia.
Sun negó con la cabeza ligeramente y al fin habló. Había algo en el relato de Bosch que no encajaba.
—Pero ¿por qué iban a matar a toda su familia?
—Fíjate en la cronología, Sun Yee. La señora de al lado oyó voces a través de la pared a última hora de la tarde, ¿verdad?
—Sí.
—Para entonces yo estaba en un avión. Estaba viniendo y de alguna manera lo sabían. No podían arriesgarse a que yo encontrara a Peng, ni a su hermana y su madre, así que eliminaron la amenaza y la cortaron de raíz. De no haber sido por la tarjeta de memoria que escondió Peng, ¿dónde estaríamos? En un callejón sin salida.
Sun se concentró incisivamente en algo que Bosch había dejado al margen.
—¿Cómo sabían que venías?
Bosch negó con la cabeza.
—Buena pregunta. Desde el principio ha habido una filtración en la investigación. Yo pensaba que les llevaba al menos un día de ventaja.
—¿En Los Ángeles?
—Sí, en Los Ángeles. Alguien avisó al sospechoso de que íbamos tras él, y eso hizo que tratara de huir. Por eso tuvimos que detenerlo antes de que estuviéramos listos, y por eso cogieron a Maddie.
—¿No sabes quién?
—No estoy seguro. Pero cuando vuelva lo descubriré. Y me ocuparé de ello.
Sun interpretó en la respuesta de Bosch más de lo que este pretendía decir.
—¿Aunque Maddie esté a salvo? —preguntó.
Antes de que Bosch pudiera responder, el teléfono vibró en la mano de Sun. Había recibido un SMS. Bosch se inclinó para ver por encima de Sun cuando este leía. El mensaje, en chino, era corto.
—¿Qué dice?
—Número equivocado.
—¿Nada más?
—No ha mordido la carnada.
—¡Mierda!
—¿Y ahora qué?
—Mándale otro mensaje. Dile que nos encontramos o vamos a la policía.
—Demasiado peligroso. Podría decidir deshacerse de ella.
—No, si tiene un comprador preparado. Has dicho que era valiosa. Por sexo o por órganos, es valiosa; no se desharán de ella. Podría acelerar el trato y ese es el riesgo que corremos, pero no se deshará de ella.
—Ni siquiera sabemos si es la persona que buscamos. Sólo es un teléfono en la lista de números de tu hija.
Bosch negó con la cabeza. Sabía que Sun tenía razón. Mandar mensajes a ciegas era demasiado arriesgado. Sus ideas volvieron a Chu. El detective de la UBA podría ser la filtración en la investigación que había provocado el secuestro de su hija. ¿Se arriesgaría a llamarlo ahora?
—Sun Yee, ¿conoces a alguien en seguridad del casino que pueda investigar un número y darnos un nombre y una dirección?
Sun consideró la pregunta un buen rato antes de negar con la cabeza.
—No, imposible. Habrá una investigación por Eleanor…
Bosch comprendió. Sun tenía que hacer cuanto pudiera para limitar las consecuencias para su empresa y el casino. Eso inclinaba la balanza hacia el lado de Chu.
—Vale. Creo que yo conozco a alguien.
Bosch cogió el teléfono para abrir su lista de contactos, pero entonces recordó que la tarjeta SIM de su hija todavía estaba en su lugar. Empezó con el proceso de cambiar de nuevo su tarjeta y volver a poner su configuración y contactos.
—¿A quién vas a llamar? —preguntó Sun.
—A un tipo con el que estoy trabajando. Está en la Unidad de Bandas Asiáticas y tiene contactos aquí.
—¿Es el hombre que crees que puede ser el topo?
Bosch asintió. Buena pregunta.
—No puedo descartarlo. Pero podría ser cualquier de su unidad o de otro departamento de policía. En este momento, no veo que tengamos elección.
Cuando reinició el teléfono, fue a su lista de contactos y encontró el número de móvil de Chu. Hizo la llamada y miró el reloj. Era casi medianoche del sábado en Los Ángeles.
Chu respondió al primer tono.
—Detective Chu.
—David, soy Bosch. Perdone que le llame tan tarde.
—No es tarde. Aún estoy trabajando.
Bosch estaba sorprendido.
—¿En el caso Li? ¿Qué ocurre?
—Sí, he pasado buena parte de la tarde con Robert Li. Estoy tratando de convencerle de que coopere en una acusación por extorsión.
—¿Va a hacerlo?
Hubo una pausa antes de que Chu respondiera.
—De momento, no. Pero tengo hasta el lunes por la mañana para trabajar con él. Usted está aún en Hong Kong, ¿no? ¿Ha encontrado a su hija?
La voz de Chu adoptó un tono urgente al preguntar por Madeline.
—Todavía no. Pero tengo una pista sobre ella y necesito ayuda. ¿Puede localizar un número de teléfono de Hong Kong para mí?
Otra pausa.
—Harry, la policía de allí tiene mucha más capacidad que yo.
—Lo sé, pero no estoy trabajando con la policía en esto.
—No. —No era una pregunta.
—No puedo arriesgarme al riesgo potencial de una filtración. Estoy cerca. La he buscado todo el día y sólo he conseguido este número. Creo que pertenece al hombre que la tiene. ¿Puede ayudarme?
Chu no respondió durante un buen rato.
—Si le ayudo, mi fuente en esto estará en la policía de Hong Kong. Lo sabe, ¿no?
—Pero no ha de decirle la razón por la que necesita la información ni a quién se la va a dar.
—Pero si las cosas estallan allí me salpicará a mí.
Bosch empezaba a perder la paciencia, pero trató de evitar que se percibiera en su tono cuando expresó crudamente la pesadilla que sabía que se estaba desarrollando.
—Mire, no hay mucho tiempo. Nuestra información es que van a venderla, casi seguro que hoy mismo; quizás ahora mismo. Necesito esta información, Dave. ¿Puede dármela o no?
Esta vez no hubo duda.
—Deme el número.