El túnel los llevó a Tsim Sha Tsui, la sección central de la orilla de Kowloon. Al cabo de unos minutos el Mercedes de Sun giró por Nathan Road, un bulevar ancho, de cuatro carriles, flanqueado de edificios altos hasta donde a Bosch le alcanzaba la vista. La avenida exhibía una atiborrada mezcla de usos comerciales y residenciales. Las primeras dos plantas de cada edificio estaban dedicadas a venta al por menor y restaurantes, mientras que los pisos superiores se consagraban a espacios residenciales y oficinas. La amalgama de pantallas de vídeo y carteles en chino e inglés era un derroche de color y movimiento. Los edificios iban desde construcciones anodinas de mediados del siglo XX a estructuras de cristal y acero fruto de la prosperidad reciente.
A Bosch le resultaba imposible ver la parte superior de los edificios desde el coche. Bajó la ventanilla y se asomó en un intento de encontrar el cartel de Canon, el primer marcador de la foto obtenida del vídeo del rapto de su hija. No logró encontrarlo y volvió a meterse en el coche. Subió la ventanilla.
—Sun Yee, para el coche.
Sun lo miró por el retrovisor.
—¿Parar aquí?
—Sí, aquí. No veo. He de salir.
Sun miró a Eleanor en busca de aprobación y ella asintió.
—Nosotros salimos. Encuentra un sitio para aparcar.
Sun se detuvo y Bosch bajó del coche. Había sacado la foto de la mochila y la tenía preparada. El hombre arrancó, dejando a Eleanor y Bosch en la acera. Era media mañana y las calles y aceras estaban abarrotadas. El aire estaba cargado de humo y del olor del fuego; los espíritus hambrientos andaban cerca. El paisaje de la calle estaba repleto de neón, cristal de espejo y pantallas de plasma gigantes que proyectaban imágenes mudas de movimiento entrecortado.
Bosch consultó la foto y levantó la mirada para examinar la ciudad.
—¿Dónde está el cartel de Canon? —preguntó.
—Harry, estás confundido —dijo Eleanor. Le puso las manos en los hombros e hizo que girara en redondo—. Recuerda que todo está al revés.
Eleanor señaló casi directamente arriba, trazando con el dedo una línea por el lateral del edificio frente al que estaban. Bosch levantó la mirada. El cartel de Canon se hallaba justo encima y en un ángulo que lo hacía ilegible. Estaba mirando al borde inferior de las letras del cartel, que rotaba lentamente.
—Vale, lo entiendo —dijo—. Empezamos allí.
Volvió a estudiar la foto.
—Creo que hemos de alejarnos del puerto al menos una manzana.
—Esperemos a Sun Yee.
—Llámalo y dile adónde vamos.
Bosch empezó a caminar. A Eleanor no le quedó más remedio que seguirlo.
—Muy bien, de acuerdo. —Sacó el teléfono y empezó a llamar.
Mientras caminaba, Bosch mantenía la mirada en lo alto de los edificios, buscando aparatos de aire acondicionado. Cada manzana tenía varias edificaciones. Levantando la mirada al caminar estuvo a punto de chocar varias veces con otros peatones. No parecía haber uniformidad en cuanto a caminar por la derecha; la gente se movía por todos lados y Bosch tuvo que prestar atención para evitar colisiones. En cualquier momento, la persona de delante podía echarse de repente a la izquierda o a la derecha y Bosch casi tropezó con una mujer mayor tumbada en el suelo con las manos juntas en ademán de oración sobre un cesto de monedas. Logró esquivarla y metió la mano en el bolsillo al mismo tiempo.
Eleanor enseguida le puso la mano en el brazo.
—No. Dicen que todo el dinero que recogen se lo llevan las tríadas al final del día.
Bosch no lo cuestionó. Permaneció concentrado en lo que tenía ante sí. Caminaron otras dos manzanas y entonces Bosch captó que otro elemento del puzzle encajaba: al otro lado de la calle había una entrada al Mass Transit Railway; un recinto de cristal conducía a los ascensores del tren subterráneo.
—Espera —dijo Bosch, deteniéndose—. Estamos cerca.
—¿Qué es? —preguntó Eleanor.
—El MTR. Se oye en el vídeo.
En ese preciso instante se elevó un rumor creciente de aire que escapaba al llegar un tren a la estación subterránea. Sonó como una ola. Bosch miró la foto que tenía en la mano y luego los edificios que lo rodeaban.
—Vamos a cruzar.
—¿Por qué no esperamos un minuto a Sun Yee? No puedo decirle dónde encontrarnos si seguimos moviéndonos.
—Cuando crucemos.
Pasaron rápidamente la calle con el semáforo en intermitente para peatones. Bosch se fijó en varias mujeres harapientas que pedían monedas a la entrada del MTR. Había más gente que subía de la estación de la que bajaba. Kowloon estaba cada vez más abarrotado. El aire era denso, cargado de humedad, y Bosch notaba que la camisa se le pegaba a la espalda.
Se dio la vuelta y levantó la mirada. Estaban en una zona más antigua; era casi como haber pasado de primera clase a turista en un avión. Los edificios de esa manzana y en adelante eran más bajos, de alrededor de veinte plantas, y se hallaban en peor estado que los que ocupaban las manzanas más cercanas al puerto. Harry se fijó en muchas ventanas abiertas y en muchos aparatos individuales de aire acondicionado. Sintió que el dique de adrenalina reventaba.
—Vale, es aquí. Está en uno de estos edificios.
Empezó a avanzar por la manzana para alejarse de la multitud y de las conversaciones en voz alta de alrededor de la entrada del MTR. Mantuvo la mirada en los pisos superiores de los edificios que lo rodeaban. Estaba en un desfiladero de hormigón y su hija se hallaba en una de las grietas.
—¡Harry, para! Acabo de decirle a Sun Yee que nos veamos en la entrada del MTR.
—Espéralo tú. Yo estaré aquí.
—No, voy contigo.
A medio camino de la manzana, Bosch se detuvo y consultó la foto otra vez, pero no había una pista final que lo ayudara. Sabía que estaba cerca, pero había llegado a un punto en el que necesitaba ayuda o todo se reduciría a un juego de ensayo y error. Estaba rodeado por miles de habitaciones y ventanas, y empezó a darse cuenta de que la parte final de su búsqueda era imposible. Había viajado más de once mil kilómetros para encontrar a su hija y se sentía igual de impotente que las mujeres harapientas que mendigaban monedas en el suelo.
—Déjame la foto —pidió Eleanor.
Bosch se la pasó.
—No hay nada más —dijo—. Todos estos edificios parecen iguales.
—Ya se verá.
Eleanor se tomó su tiempo y Bosch observó su regresión de dos décadas al tiempo en que era agente del FBI. Entrecerró los ojos y analizó la foto como agente, no como la madre de una niña desaparecida.
—Muy bien —dijo—. Ha de haber algo.
—Pensaba que serían los aparatos de aire acondicionado, pero están en todos los edificios de por aquí.
Eleanor asintió, pero no apartó la mirada de la foto. Justo entonces llegó Sun, con la cara colorada por el agotamiento de tratar de localizar un blanco móvil. Eleanor no le dijo nada, pero movió ligeramente el brazo para compartir la foto con él. Habían alcanzado un punto en la relación en el cual las palabras no eran necesarias.
Bosch se volvió y miró por el corredor de Nathan Road. Tanto si fue un movimiento consciente como si no, Bosch no quería ver lo que él ya no tenía.
—Espera un momento —dijo Eleanor a su espalda—. Hay un patrón aquí.
Bosch se volvió.
—¿Qué quieres decir?
—Podemos hacerlo, Harry. Hay un patrón que nos llevará hasta esa habitación.
Bosch sintió un cosquilleo en la columna. Se acercó a Eleanor para mirar la imagen.
—Enséñamelo —dijo, con urgencia en la voz.
Eleanor señaló la foto y pasó la uña por una línea de aparatos de aire acondicionado reflejados en la ventana.
—No todas las ventanas tienen aparato de aire acondicionado en el edificio que estamos buscando. Algunas, como esta habitación, tienen las ventanas abiertas. Así que hay un patrón. Sólo tenemos una parte, porque no sabemos dónde está la habitación en relación con el edificio.
—Seguramente en el centro. El análisis de audio captó voces ahogadas cortadas por el ascensor. Y es probable que el ascensor puede esté situado en el centro.
—Está bien. Eso ayuda. Mira, digamos que las ventanas son rayas y los aparatos de aire acondicionado, puntos. En este reflejo vemos un patrón para el piso en el que está Maddie. Empezamos con la habitación en la que está ella: es una raya; y luego tenemos punto, punto, raya, punto, raya.
Tocó con la uña cada elemento que iba enumerando.
—Así que este es nuestro patrón —añadió—. Mirando desde el suelo, buscaremos de izquierda a derecha.
—Raya, punto, punto, raya, punto, raya —repitió Bosch—. Las ventanas son rayas.
—Exacto —dijo Eleanor—. ¿Deberíamos dividirnos los edificios? Sabemos por el metro que estamos cerca.
Eleanor se volvió y miró las fachadas que recorrían toda la calle. Bosch primero pensó que no iba a confiar ninguno de los edificios a nadie más. No estaría satisfecho hasta que hubiera examinado él mismo todos los edificios. Pero se contuvo. Eleanor había encontrado el patrón y él le haría caso.
—Empecemos —dijo—. ¿Cuál me toca?
Señalando, ella dijo:
—Coge ese, yo cogeré este, y Sun Yee, tú mira aquel. Si terminas saltas dos y sigues con el tercero, hasta que lo encontremos. Empecemos por arriba. Sabemos por la foto que la habitación está en un piso alto.
Bosch se dio cuenta de que Eleanor tenía razón. Eso haría que la búsqueda fuera más rápida de lo que había previsto. Se apartó y se puso manos a la obra con el edificio que le habían asignado. Empezó por el piso superior y fue bajando, examinando con la mirada planta a planta. Eleanor y Sun se separaron e hicieron lo mismo.
Al cabo de media hora, Bosch estaba a mitad de examinar su tercer edificio cuando Eleanor lo llamó.
—¡Lo tengo!
Bosch fue hacia ella. Tenía la mano levantada y estaba contando los pisos del edificio situado al otro lado de la calle. Sun enseguida se les unió.
—Piso catorce. El patrón empieza un poco a la derecha del centro. Tenías razón en eso, Harry.
Bosch contó los pisos, levantando la mirada junto con sus esperanzas. En cuanto llegó al piso catorce enseguida identificó el patrón: había doce ventanas en total y encajaba en las últimas seis de la derecha.
—Eso es.
—Espera un momento. Es sólo una coincidencia en el patrón. Podría haber otras. Hemos de…
—No voy a esperar. Seguid mirando. Si encuentras otro caso, me llamas.
—No, no vamos a separarnos.
Se fijó en la ventana que debería haber captado el reflejo en el vídeo. Ahora estaba cerrada.
Bajó la mirada a la entrada del edificio. Los primeros dos pisos eran tiendas al por menor y de uso comercial. Una franja de carteles, incluidas dos grandes pantallas digitales, envolvían todo el edificio. Fijado al centro de la fachada se leía el nombre del edificio con letras doradas en inglés y en chino.
CHUNGKING MANSIONS
La entrada principal era tan ancha como la puerta de un garaje de dos plazas. Al otro lado de esta, Bosch vio un corto tramo de escaleras que llevaba a lo que parecía un bazar abarrotado.
—Esto es Chungking Mansions —dijo Eleanor.
—¿Lo conoces? —preguntó Bosch.
—Nunca había estado, pero todo el mundo lo conoce.
—¿Qué es?
—Es el ojo del huracán, el alojamiento más barato de la ciudad y la primera parada para cualquier inmigrante del tercer o cuarto mundo. Cada dos meses lees que han detenido, disparado o acuchillado a alguien, y esta es su dirección. Es como una Casablanca posmoderna, todo en un edificio.
—Vamos.
Bosch empezó a cruzar la calle, metiéndose entre el tráfico lento, obligando a los taxis a pararse y hacer sonar sus cláxones.
—Harry, ¿qué estás haciendo? —gritó Eleanor tras él.
Bosch no respondió. Cruzó y empezó a subir las escaleras hacia Chungking Mansions. Fue como entrar en otro planeta.