22

Bosch esperó hasta que oscureció para entrar en el domicilio de Bo-jing Chang. Era una casa adosada con un vestíbulo de entrada compartido con el apartamento adjunto. Esto le ofreció protección para abrir la doble cerradura con sus ganzúas. Al hacerlo no sintió culpa ni vaciló ante la barrera que estaba cruzando. Los registros del coche, maleta y teléfono habían terminado en fracaso y Bosch se encontraba desesperado. No estaba buscando pruebas para construir un caso contra Chang; trataba de dar con cualquier cosa que pudiera ayudarle a localizar a su hija. Llevaba más de doce horas desaparecida y el allanamiento de morada —que ponía en peligro su medio de vida y su carrera— parecía un riesgo mínimo en comparación con lo que tendría que afrontar interiormente si no conseguía rescatarla sana y salva.

En cuanto se acopló la última ganzúa, abrió la puerta y entró con rapidez en el apartamento. Cerró y volvió a pasar la llave. Bosch sabía por el registro de la maleta que Chang no pensaba a volver. Aun así, no creía que el sospechoso lo hubiera metido todo en esa única maleta. Tenía que haber dejado cosas atrás, cosas de naturaleza menos personal para él, pero posiblemente valiosas para Bosch. Chang había imprimido su tarjeta de embarque en alguna parte antes de dirigirse al aeropuerto. Puesto que se encontraba bajo vigilancia, sabía que no había hecho más paradas. Bosch estaba convencido de que tenía que haber un ordenador y una impresora en la casa.

Harry esperó treinta segundos a que sus pupilas se adaptaran a la oscuridad antes de separarse de la puerta. Una vez empezó a ver razonablemente bien entró en el salón, pero tropezó con una silla y casi tiró una lámpara antes de encontrar el interruptor y encender la luz. Enseguida se acercó la ventana y corrió las cortinas.

Se volvió y examinó la sala. Era un pequeño salón-comedor con una ventanilla de servir que comunicaba con una cocina en la parte de atrás. A la derecha había una escalera que subía al dormitorio. En un primer examen, Bosch no vio nada de naturaleza personal. No había ordenador ni impresora, sólo los muebles. Examinó rápidamente el salón y luego pasó a la cocina, también desprovista de efectos personales. Los armarios estaban vacíos; no había ni siquiera una caja de cereales. Debajo del fregadero vio un cubo, pero estaba vacío y con una bolsa de basura recién puesta. Bosch volvió al salón y se dirigió a la escalera. Había un interruptor con regulador al pie de la misma que controlaba la luz del techo del piso de arriba. La puso a baja intensidad y volvió a apagar la lámpara del salón.

El piso de arriba estaba amueblado con una cama queen-size y una cómoda. No había escritorio ni ordenador. Bosch rápidamente pasó a la cómoda y fue abriendo y cerrando todos los cajones; estaban todos vacíos. En el cuarto de baño, la papelera estaba vacía y el botiquín también. Levantó la tapa del inodoro, pero tampoco encontró nada escondido allí.

Habían limpiado la casa, y tenían que haberlo hecho después de que Chang se marchara, llevándose tras él la vigilancia. Bosch pensó en la llamada de Tsing Motors que había encontrado en el teléfono del sospechoso. Quizás había avisado a Vincent Tsing para que se ocuparan del apartamento. Decepcionado y sintiendo que lo habían manipulado con pericia, Bosch decidió localizar la basura del edificio en un intento de encontrar las bolsas que debían de haberse llevado del apartamento. Quizás habían cometido el error de dejar la basura de Chang; una nota tirada o garabateada con un número de teléfono podía resultar muy útil.

Había bajado tres peldaños de la escalera cuando oyó una llave en la cerradura de la puerta de la calle. Dio la vuelta rápidamente, volvió a subir y se escondió detrás de una columna.

Las luces de abajo se encendieron y el apartamento enseguida se llenó de voces chinas. Con la espalda pegada a la columna, Bosch contó las voces de dos hombres y una mujer. Uno de los hombres dominaba la conversación y a Bosch le dio la impresión de que cuando alguno de los otros dos hablaba estaba haciendo preguntas.

Bosch se situó al borde de la columna y se arriesgó a mirar abajo. Vio que el hombre señalaba los muebles y a continuación abría la puerta del armario de debajo de la escalera y hacía un movimiento de barrido con la mano. Bosch se dio cuenta de que estaba mostrando el apartamento a la pareja. Estaba en alquiler.

Comprendió que antes o después las tres personas de abajo subirían. Miró la cama. Era un simple colchón encima de un somier que se apoyaba en una plataforma, a treinta centímetros del suelo. Era el único escondite posible. Rápidamente se echó al suelo y se metió debajo de la cama, con el pecho rozando la parte inferior del somier. Se colocó en el centro y esperó, controlando la visita al apartamento por las voces.

Finalmente, la comitiva subió por la escalera. Bosch contuvo la respiración cuando la pareja rodeó el dormitorio y ambos lados de la cama. Esperaba que alguien se sentara en ella, pero eso no ocurrió.

Bosch de repente notó una vibración en el bolsillo y se dio cuenta de que no había silenciado el móvil. Por fortuna el tipo que mostraba el apartamento estaba continuando con la charla sobre lo fantástica que era la vivienda. Su voz impidió que nadie reparara en la vibración grave. Bosch enseguida metió la mano en el bolsillo y sacó el teléfono para ver si la llamada era desde el teléfono de su hija. Tendría que responder esa llamada, fueran cuales fuesen las circunstancias.

Levantó el teléfono en el somier para poder verlo. La llamada era de Barbara Starkey, la técnica de vídeo, y Bosch pulsó el botón de rechazo. La localizaría más tarde.

Al abrir el teléfono se había activado la pantalla. La luz tenue iluminó la parte interior del somier y Bosch vio una pistola metida detrás de una de las tablas de madera del armazón.

Se le aceleró el pulso al mirar la pistola, pero decidió no tocarla hasta que el apartamento volviera a estar vacío. Cerró el teléfono y esperó. Enseguida oyó que los visitantes bajaban por la escalera. Al parecer echaron otro vistazo rápido por el piso de abajo y luego se marcharon.

Bosch oyó que cerraban la puerta desde fuera y salió de debajo de la cama.

Después de mirar unos segundos para asegurarse de que se habían ido definitivamente, volvió a encender la luz. Levantó el colchón y lo puso contra la pared de atrás. A continuación levantó el somier y lo apoyó contra el colchón. Miró la pistola, todavía sostenida en el armazón de madera.

Todavía no llegaba a verla con claridad, de manera que abrió el teléfono otra vez y lo usó como linterna sosteniéndolo cerca del arma.

—¡Maldita sea! —dijo en voz alta.

Estaba buscando una Glock, la pistola con un percutor rectangular. El arma escondida bajo la cama de Chang era una Smith & Wesson.

No había nada que le sirviera, y Bosch se dio cuenta de que había vuelto a la casilla de salida. Como para acentuar esa idea, un pequeño bip sonó en su reloj. Apagó la alarma que había programado antes para no arriesgarse a perder el vuelo. Era hora de ir al aeropuerto.

Después de dejar la cama como la había encontrado, Harry apagó la luz del piso de arriba y salió en silencio del apartamento. Su plan era pasar por casa antes para recoger el pasaporte y guardar su arma. No estaba autorizado a llevar la pistola a un país extranjero sin el permiso de ese país y el proceso duraba días o semanas. No pensaba llevarse ropa, porque no creía que fuera a tener tiempo de cambiarse en Hong Kong. Estaba en una misión que empezaría en el momento en que aterrizara el avión.

Se incorporó a la 10 en dirección oeste en Monterey Park con la intención de tomar la 101 por Hollywood hasta su casa. Empezó a concebir un plan para dirigir a la policía a la pistola escondida en el antiguo apartamento de Chang, pero por el momento no había causa probable para registrarlo. Aun así, era preciso que encontraran y examinaran la Smith & Wesson. No era útil para Bosch en la investigación de John Li, pero eso no significaba que Chang la hubiera empleado para obras de filantropía. Seguramente habría sido usada para asuntos de la tríada y bien podría conducir a algo.

Cuando estaba tomando la 101 hacia el norte, cerca del centro cívico, Bosch recordó la llamada de Barbara Starkey. Comprobó si tenía mensajes y oyó que Starkey le pedía que la llamara lo antes posible. Daba la impresión de que había hecho progresos. Bosch pulsó el número de responder la llamada.

—Barbara, soy Harry.

—Harry, esperaba contactar contigo antes de ir a casa.

—Deberías haberte ido a casa hace tres horas.

—Bueno, te dije que iba a mirar esto.

—Gracias, Barbara, significa mucho. ¿Qué has encontrado?

—Un par de cosas. Para empezar, tengo aquí otra impresión que es un poco mejor que la que te has llevado.

Bosch se desanimó. Al parecer no había mucho más de lo que ya había visto y Starkey sólo quería hacerle saber que contaba con una imagen más nítida de la vista de la ventana de la habitación en la que retenían a su hija. Se había fijado en que, en ocasiones, cuando alguien te hacía un favor quería asegurarse de que lo supieras. Pero decidió que se arreglaría con lo que tenía. Salir de la autovía para recoger la foto le retrasaría mucho. Tenía que coger un avión.

—¿Algo más? —preguntó—. He de ir al aeropuerto.

—Sí, tengo un par más de identificadores visuales y de audio que podrían ayudarte —dijo Starkey.

Bosch prestó toda su atención.

—¿Qué son?

—Bueno, una cosa creo que podría ser un tren o un metro. Otra es un fragmento de conversación que no es en chino. Y lo último es un helicóptero silenciado.

—¿Qué quiere decir silenciado?

—Quiere decir literalmente silenciado. Tengo un destello de reflejo en la ventana de un helicóptero que pasa, pero no tengo pista de audio que lo acompañe.

Bosch no respondió al principio. Sabía de qué estaba hablando Starkey. Había visto los helicópteros Whisper Jet que los ricos y poderosos usaban para moverse por Hong Kong. Moverse en helicóptero no era raro, pero sólo unos pocos edificios en cada distrito tenían permiso para que se aterrizara en sus tejados. Una razón de que su exesposa hubiera elegido el edificio en el que vivía en Happy Valley era que tenía zona de aterrizaje de helicópteros en el tejado. Podía llegar al casino de Macao en veinte minutos de puerta a puerta en lugar de las dos horas que tardaría en salir del edificio, llegar al muelle del ferry, cruzar la bahía y luego tomar un taxi o caminar desde el puerto hasta el casino.

—Barbara, estaré allí en cinco minutos —dijo.

Salió en Los Angeles Street y se dirigió al Parker Center. Era tan tarde que Bosch pudo escoger sitio en el garaje de detrás del viejo cuartel general de la policía. Aparcó y enseguida cruzó la calle y entró por la puerta de atrás. El ascensor pareció tardar una eternidad y cuando salió al casi abandonado laboratorio del Departamento de Investigaciones Científicas habían pasado siete minutos desde que había cerrado el teléfono.

—Llegas tarde —dijo Starkey.

—Lo siento, gracias por esperar.

—Era broma, ya sé que llevas mucha prisa, así que vamos a mirar esto.

Señaló una de las pantallas donde había una imagen congelada de la ventana sacada del vídeo del teléfono. Era lo que Bosch había impreso. Starkey puso las manos en los diales.

—Vale —dijo—. Fíjate aquí arriba, en el reflejo en la parte superior del cristal. No vimos ni oímos esto antes.

Giró lentamente un dial. En el reflejo en el cristal sucio Bosch vio lo que no había visto antes. Justo cuando el objetivo de la cámara empezaba a girar hacia su hija, un helicóptero cruzaba la parte superior del reflejo como un fantasma. Era un aparato negro de pequeñas dimensiones con alguna clase de insignia ilegible en el lateral.

—Ahora esto es en tiempo real.

Retrocedió el vídeo hasta que la cámara estuvo centrada en la hija de Bosch y ella estaba lanzando la patada. Starkey pulsó un botón y pasó a tiempo real. La cámara giró hacia la ventana durante una fracción de segundo y luego volvió. Los ojos de Bosch registraron la ventana, pero no el reflejo de la ciudad y menos un helicóptero que pasaba.

Era un buen hallazgo y Bosch se entusiasmó.

—La cuestión es, Harry, que para estar en esa ventana el helicóptero tenía que volar muy bajo.

—O sea, que acababa de despegar o estaba aterrizando.

—Creo que estaba ascendiendo. Parece subir ligeramente al cruzar el reflejo. No se aprecia a simple vista, pero lo he medido. Considerando que el reflejo muestra de derecha a izquierda lo que está ocurriendo de izquierda a derecha, tenía que haber despegado desde el otro lado de la calle. —Bosch asintió—. Cuando busco la pista de audio… —pasó a la otra pantalla, donde había un gráfico mostraba diferentes flujos de audio aislados que había extraído del vídeo—… y quito todo el ruido ambiental que puedo, obtengo esto.

Reprodujo una pista con casi un gráfico plano y lo único que Bosch logró distinguir fue ruido de tráfico distante entrecortado.

—Es limpieza de rotor —dijo—. No oyes el helicóptero en sí, pero interfiere en el sonido ambiente. Es como un helicóptero furtivo o algo así.

Bosch asintió. Había dado un paso más. Ahora sabía que a su hija la retenían en un edificio cercano a uno de los pocos helipuertos de Kowloon.

—¿Te ayuda? —preguntó Starkey.

—Ya lo creo.

—Bueno. También tengo esto.

Reprodujo otra pista que contenía un susurro grave que a Bosch le recordó agua corriente. Empezó, se hizo más fuerte y luego se disipó.

—¿Qué es? ¿Agua?

Starkey negó con la cabeza.

—Esto es con la máxima amplificación —dijo—. He tenido que trabajarlo. Es aire, aire que escapa. Diría que estamos hablando de una entrada a una estación de metro o quizás un respiradero por el que se canaliza el aire desplazado cuando llega un tren a la estación. Los metros modernos no hacen mucho ruido, pero hay mucho desplazamiento de aire cuando un tren pasa por el túnel.

—Entendido.

—Tu ubicación está aquí arriba. Quizás a doce o trece pisos, a juzgar por el reflejo, así que el audio es difícil de precisar. Podría estar a nivel de suelo de este edificio o a una manzana; es difícil de decir.

—Aun así ayuda.

—Y lo último es esto.

Reprodujo la primera parte del vídeo, cuando la cámara estaba fijada en la hija de Bosch y simplemente la mostraba. Aumentó el sonido y filtró otros ruidos en competencia. Bosch oyó unas líneas ahogadas de diálogo.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Creo que podría estar fuera de la habitación. No he podido limpiarlo mejor. Está silenciado por la estructura y no me suena a chino, pero no creo que sea eso lo importante.

—Entonces, ¿qué es?

—Escucha otra vez el final.

Lo reprodujo de nuevo. Bosch miró los ojos asustados de su hija mientras se concentraba en el audio. Era una voz masculina demasiado amortiguada para entenderse o traducirse y que luego terminaba abruptamente a media frase.

—¿Alguien lo ha cortado?

—Quizá la puerta de un ascensor se cerró y lo cortó.

Bosch asintió. La del ascensor parecía una explicación más plausible, porque no había tensión en el tono de voz antes de que se interrumpiera.

Starkey señaló la pantalla.

—Cuando des con el edificio, encontrarás la habitación cerca del ascensor.

Bosch miró los ojos de su hija por un último y largo momento.

—Gracias, Barbara.

Ella se quedó de pie a su lado y le apretó los hombros.

—De nada, Harry.

—He de irme.

—Dijiste que tenías que dirigirte al aeropuerto. ¿Vas a Hong Kong?

—Sí.

—Buena suerte, Harry. Rescata a tu hija.

—Ese es el plan.

Bosch volvió rápidamente a su coche y aceleró hacia la autovía. La hora punta había pasado y no tardó mucho en cruzar Hollywood hasta el paso de Cahuenga y llegar a su casa. Empezó a concentrarse en su viaje. Los Ángeles y lo que había allí pronto quedaría atrás y todo se reduciría a Hong Kong. Iba a encontrar a su hija y llevarla a casa, o moriría en el intento.

Toda su vida Harry Bosch había pensado que tenía una misión, y para cumplirla se había forjado a sí mismo como un hombre a prueba de balas. Tuvo que construir su vida para ser invulnerable, para que nada ni nadie pudiera alcanzarle, pero todo eso cambió el día que le presentaron a la hija que no sabía que tenía. En ese momento supo que estaba salvado, que estaría conectado para siempre con el mundo de una manera que sólo un padre conoce, pero que al mismo tiempo estaba perdido, porque sabía que las fuerzas oscuras a las que se enfrentaba la encontrarían algún día. No importaba si había un océano entero entre ellos. Sabía que un día se reduciría a eso, que la oscuridad encontraría a su hija y la usaría para llegar a él.

Ese día había llegado.