Bosch tardó menos de cinco minutos en determinar que el teléfono móvil de Bo-jing Chang sería de escasa utilidad para la investigación. Enseguida encontró el registro de llamadas, pero contenía una lista de sólo dos llamadas recientes, ambas a números gratuitos, y una entrante. Las tres se habían realizado o recibido esa mañana. No había ningún registro más allá de eso. Habían borrado el historial del teléfono.
A Bosch le habían dicho que las memorias digitales duraban para siempre. Sabía que un análisis completo del teléfono podía resultar posiblemente en la recuperación de los datos borrados del dispositivo, pero a efectos inmediatos el móvil era un fracaso. Llamó a los números gratuitos y averiguó que pertenecían a Hertz Car Rental y a Cathay Pacific Airways. Probablemente Chang había estado verificando su itinerario y su plan de conducir desde Seattle hasta Vancouver para coger el avión a Hong Kong. Bosch también comprobó el número de la llamada entrante y averiguó que procedía de Tsing Motors, el patrón de Chang. Aunque no se sabía de qué habían tratado durante la llamada, el número ciertamente no añadía ninguna prueba o información al caso.
Bosch no sólo contaba con que el teléfono contribuyera a la acusación contra Chang, sino que también esperaba que proporcionara alguna pista del lugar al que se dirigía en Hong Kong y, por consiguiente, de la situación de Madeline. Sintió el mazazo de la decepción y sabía que tenía que mantener la mente en marcha para evitar pensar demasiado en ello. Volvió a guardar el móvil en la bolsa de pruebas y a continuación despejó el escritorio para poner la maleta encima.
Al levantar la maleta para colocarla en el escritorio calculó que pesaría al menos treinta kilos. Usó unas tijeras para cortar el precinto que Chu había colocado encima de la cremallera y se encontró con un pequeño candado. Sacó sus ganzúas y abrió el barato candado en menos de treinta segundos. Corrió la cremallera y abrió la maleta sobre el escritorio. Estaba dividida en dos mitades iguales. Empezó por el lado izquierdo, soltando las dos correas en diagonal que mantenían el contenido en su lugar. Sacó y examinó toda la ropa, prenda por prenda. Lo apiló todo en un estante que tenía encima del escritorio y en el que aún no había tenido tiempo de poner nada desde el traslado.
Daba la impresión de que Chang había metido todas sus pertenencias en la maleta. La ropa estaba apretada más que doblada para usarla en un viaje. En el centro de cada fardo había una joya u otra posesión personal. Encontró un reloj en un fardo y un sonajero antiguo en otro. En el centro del último que abrió había un pequeño marco de bambú que contenía una foto descolorida de una mujer. La madre de Chang, supuso.
Después de registrar la mitad de la maleta, Bosch concluyó que Chang no tenía intención de volver.
En el lado derecho había un separador que Bosch abrió y dobló por la mitad. Había más fardos de ropa y zapatos, además de un neceser con cremallera. Bosch revisó primero los fardos sin encontrar nada inusual en la ropa. El primero envolvía una pequeña estatua de jade de un Buda que tenía fijado un pequeño cuenco para quemar incienso u ofrendas. El segundo envolvía un cuchillo con funda. Era un joya con una hoja de sólo trece centímetros y un mango de hueso labrado. La escena grabada describía una batalla desigual en la cual hombres con cuchillos, flechas y hachas exterminaban a otros desarmados que rezaban en lugar de luchar. Bosch supuso que se trataba de la masacre de los monjes Shaolin que según Chu le había contado era el origen de las tríadas. La forma del cuchillo se parecía mucho al tatuaje que Chang llevaba en la cara interior del brazo. Era un hallazgo interesante y posiblemente señalaba que Chang formaba parte de la tríada Cuchillo Valeroso, pero no era prueba de ningún crimen. Bosch lo puso en el estante con las otras pertenencias y siguió registrando.
Enseguida vació la maleta. Palpó el forro con las manos para asegurarse de que no había nada escondido debajo. La levantó para notar si era demasiado pesada para estar vacía, pero no fue así. Estaba seguro de que no se le había pasado nada.
Lo último que miró fueron los dos pares de zapatos que había guardado Chang. Echó un vistazo inicial a cada zapato, pero los apartó. Sabía que la única manera de buscar de verdad en un zapato era desmontarlo y no era algo que le gustara hacer, porque resultaba inútil. Además, no le gustaba destrozar los zapatos de un hombre, sospechoso o no. Esta vez no le importó.
El primer par de zapatos en el que se centró eran unas botas de trabajo que vio que Chang llevaba el día anterior. Estaban viejas y gastadas, pero sabía que le gustaban. Los cordones eran nuevos y la piel había sido engrasada en repetidas ocasiones. Bosch sacó los cordones para poder levantar la lengüeta hasta el final y mirar en el interior. Con las tijeras levantó el acolchado del empeine para ver si ocultaba cualquier clase de compartimento secreto en el talón. No había nada en la primera bota, pero en la segunda encontró una tarjeta de visita entre dos capas de acolchado. Bosch sintió una inyección de adrenalina al dejar la bota de trabajo a un lado para mirar la tarjeta. Por fin había encontrado algo.
Era una tarjeta escrita por las dos caras: en chino en un lado y en inglés en el otro. Bosch, por supuesto, estudió el lado en inglés.
JIMMY FONG
GERENTE DE FLOTA
SERVICIO DE TAXIS
En la tarjeta figuraba una dirección en Causeway Bay y dos números de teléfono. Bosch se sentó por primera vez desde que había empezado a registrar la maleta y continuó estudiando la tarjeta. Se preguntó lo que tenía, si es que tenía algo. Causeway Bay no estaba lejos de Happy Valley y el centro comercial donde posiblemente habían secuestrado a su hija. Y el hecho de que hubiera una tarjeta de un gerente de servicio de taxis escondida en la bota de trabajo de Chang era un misterio.
Dio la vuelta a la tarjeta y examinó el lado chino. Había tres líneas de texto, igual que en el lado inglés, además de la dirección y los números en la esquina. Parecía que la tarjeta decía lo mismo en ambos lados.
Bosch hizo una copia y puso el original en un sobre de pruebas para que Chu pudiera echarle un vistazo. Luego pasó al otro par de zapatos. En otros veinte minutos había terminado y no había encontrado nada más. Continuaba intrigado por la tarjeta de visita, pero decepcionado por la falta de resultados en el registro. Volvió a poner todas las pertenencias en la maleta de modo semejante a como las había encontrado. La cerró y corrió la cremallera.
Tras dejar la maleta en el suelo llamó a su compañero. Estaba ansioso por saber si el registro del coche de Chang había ido mejor que de su teléfono y su maleta.
—Sólo estamos a medio camino —dijo Ferras—. Han empezado por el maletero.
—¿Alguna cosa?
—Hasta ahora no.
Bosch sintió que sus esperanzas empezaban a desvanecerse. Chang iba a salir limpio, y eso significaba que quedaría en libertad el lunes.
—¿Has conseguido algo del teléfono? —preguntó Ferras.
—No, nada. Lo habían borrado. Tampoco había gran cosa en la maleta.
—Mierda.
—Sí.
—Bueno, aún no nos hemos metido a fondo en el coche. Sólo en el maletero. Miraremos también los paneles de la puerta y el filtro de aire.
—Bueno. Infórmame.
Bosch cerró el teléfono e inmediatamente llamó a Chu.
—¿Aún está presentando cargos?
—No, Bosch, he salido hace media hora. Estoy en el tribunal, esperando a que la juez Champagne me firme el DCP.
Después de presentar cargos de homicidio contra un sospechoso se requería que un juez firmara un DCP, documento de detención por causa probable. Este contenía el informe del arresto y presentaba las pruebas que justificaban la encarcelación del sospechoso. El umbral de la causa probable para la detención era mucho más bajo que los requisitos para presentar cargos. Conseguir un DCP firmado era normalmente rutina, pero Chu había hecho un buen movimiento al volver a la juez que ya había firmado la orden de registro.
—Bien. Quería comprobar eso.
—Lo tengo controlado. ¿Qué está haciendo ahí, Harry? ¿Qué ocurre con su hija?
—Sigue desaparecida.
—Lo siento. ¿Qué puedo hacer?
—Puedes hablarme de los cargos.
Chu tardó un momento en hacer el salto de la hija de Bosch a la presentación de cargos contra Chang en la cárcel de Los Ángeles.
—En realidad no hay nada que contar. No ha dicho una palabra, sólo ha gruñido varias veces. Lo han metido en una celda de alta seguridad y con suerte allí seguirá hasta el lunes.
—No va a ir a ninguna parte. ¿Ha llamado a un abogado?
—Iban a darle acceso a un teléfono cuando estuviera dentro. Así que no lo sé seguro, pero supongo que sí.
—Vale.
Bosch sólo estaba tratando de encontrar algo que pudiera señalarle una dirección y que la adrenalina continuara fluyendo.
—Tenemos la orden de registro —dijo—, pero no había nada en el teléfono ni en la maleta. Había una tarjeta escondida en uno de sus zapatos. Está en inglés por un lado y en chino por el otro. Quiero que vea si coincide. Ya sé que no lee chino, pero si lo mando por fax a la UBA, ¿podrá conseguir que alguien le eche un vistazo?
—Sí, Harry, pero hágalo ahora. La unidad probablemente se está vaciando.
Bosch miró su reloj. Eran las cuatro y media de una tarde de viernes. Las salas de brigada de todo Los Ángeles se estaban convirtiendo en ciudades fantasma.
—Lo haré ahora. Llame y dígales que está en camino.
Cerró el teléfono y salió del cubículo para ir al fax que había al otro lado de la sala de la brigada.
Las cuatro y media. En seis horas, Bosch tenía que estar en el aeropuerto. Sabía que en cuanto subiera al avión su investigación quedaría paralizada. En las catorce horas y pico que duraba el vuelo continuarían ocurriendo cosas con su hija y con el caso, pero Bosch estaría estancado; como un viajero del espacio en las películas de ciencia ficción al que hibernan durante el largo regreso a casa desde la misión.
Sabía que no podía meterse en ese avión sin nada. De un modo u otro tenía que lograr un avance significativo.
Después de mandar por fax la tarjeta a la Unidad de Bandas Asiáticas volvió a su cubículo. Había dejado el teléfono sobre el escritorio y vio que tenía una llamada perdida de su exmujer. No había mensaje y la telefoneó.
—¿Has encontrado algo? —preguntó.
—He tenido conversaciones muy largas con dos amigas de Maddie. Esta vez me han hablado.
—¿He?
—No, no con He. No tengo ni el nombre completo ni su número. Ninguna de las otras chicas lo tiene.
—¿Qué te han contado?
—Que He y el hermano no son de la escuela. Los conocieron en el centro comercial, pero ni siquiera son de Happy Valley.
—¿Saben de dónde son?
—No, pero saben que no son de allí. Me han dicho que Maddie parecía muy amiga de He y que ella se trajo a su hermano; todo esto en el último mes o así. Desde que volvió de visitarte, de hecho. Las dos niñas me han dicho que se había distanciado de ellas.
—¿Cómo se llama el hermano?
—Lo único que conseguí fue Quick. He dijo que se llamaba Quick, pero como con su hermana, no conocían el apellido.
—Esto no es de mucha ayuda. ¿Algo más?
—Bueno, confirmaron lo que te dijo Maddie, que Quick era el que fumaba. Dijeron que era un tipo duro, que tenía tatuajes, brazaletes y… Supongo, bueno, que les atraía el elemento de peligro.
—¿A ellas o a Madeline?
—Sobre todo a Maddie.
—¿Creen que podría haberse ido con él el viernes después de la escuela?
—No lo han expuesto abiertamente, pero sí, creo que era lo que trataban de decir.
—¿Has preguntado si Quick habló alguna vez de afiliación a una tríada?
—Lo he preguntado y han dicho que nunca surgió. No habría surgido de todo modos.
—¿Por qué no?
—Porque aquí no se habla de esas cosas. Las tríadas son anónimas. Están en todas partes, pero son anónimas.
—Entiendo.
—No me has dicho lo que crees que está pasando. No soy tonta y sé lo que estás haciendo: tratas de no inquietarme con lo que pasa, pero creo que necesito saberlo ya, Harry.
—Vale.
Bosch sabía que ella tenía razón. Si quería que diera lo mejor de sí misma tenía que contarle todo lo que sabía.
—Estoy trabajando en el homicidio de un chino que era propietario de una tienda de licores en la zona sur. Pagaba a la tríada por protección, y lo mataron el mismo día y a la misma hora en que hacía siempre los pagos semanales. Eso nos puso sobre la pista de Bo-jing Chang, el matón de la tríada. El problema es que no tenemos nada más, y no hay pruebas que lo relacionen directamente con el asesinato. Hoy hemos tenido que detener a Chang porque estaba a punto de subir a un avión para huir del país. No teníamos elección. Nos queda el fin de semana para conseguir pruebas suficientes que apoyen la acusación o habremos de soltarlo, se subirá a un avión y no volveremos a verlo.
—¿Y cómo se relaciona esto con nuestra hija?
—Eleanor, estoy tratando con gente que no conozco: la Unidad de Bandas Asiáticas del departamento y la policía de Monterey Park. Alguien informó a Chang directamente o a la tríada de que íbamos tras él y por eso trató de largarse. Pueden haberme investigado y se han centrado en Madeline como forma de llegar hasta mí para mandarme el mensaje de que deje el caso. Recibí una llamada. Alguien me dijo que habría consecuencias si no soltaba a Chang, pero nunca imaginé que estas serían…
—Maddie —dijo Eleanor finalizando la idea.
Siguió un largo silencio y Bosch supuso que su exmujer estaba tratando de controlar sus emociones, odiando a Bosch al mismo tiempo que tenía que confiar en él para salvar a su hija.
—¿Eleanor? —preguntó al fin.
—¿Qué?
Su voz era entrecortada, pero obviamente cargada de rabia.
—¿Las amigas de Maddie te han dicho la edad de ese chico, Quick?
—Las dos pensaban que tenía al menos diecisiete años, y han dicho que tenía coche. He hablado por separado con ellas y ambas han contado lo mismo. Creo que me estaban explicando lo que sabían. —Bosch no respondió. Estaba pensando—. El centro comercial abre dentro de un par de horas. Pienso ir allí con fotos de Maddie.
—Es una buena idea. Podría haber un vídeo. Si Quick causó problemas en el pasado, la seguridad del centro comercial podría tenerlo fichado.
—Ya he pensado en todo eso.
—Perdón, lo sé.
—¿Qué dijo tu sospechoso de esto?
—Nuestro sospechoso no habla. Acabo de revisar su maleta y su teléfono y aún estamos trabajando en el coche. Por el momento, nada.
—¿Y su casa?
—No tenemos suficiente para una orden de registro.
La idea quedó flotando unos momentos. Ambos sabían que, con su hija desaparecida, las formalidades legales como la aprobación de una orden de registro no iban a importarle a Bosch.
—Probablemente volveré a ello. Tengo seis horas antes de ir al aeropuerto.
—Vale.
—Te llamaré en cuanto…
—¿Harry?
—¿Qué?
—Estoy tan consternada que no sé qué decir.
—Lo entiendo, Eleanor.
—Si la recuperamos, no volverás a verla. Tenía que decírtelo.
Bosch se quedó en silencio. Sabía que Eleanor tenía derecho a la rabia y a lo que fuese. Esta podría hacerle trabajar con más agudeza.
—No hay condicionales —dijo al fin—. Voy a rescatarla. —Esperó a que ella respondiera, pero sólo hubo silencio—. Vale, Eleanor. Te llamaré en cuanto sepa algo.
Después de cerrar el teléfono, Bosch volvió a su ordenador, abrió la foto de ficha policial de Chang y la envió a la impresora en color. Quería tener una copia consigo en Hong Kong.
Chu llamó poco después y dijo que había recibido la DCP firmada y que iba a salir del tribunal. Explicó que había hablado con un agente de la UBA que había recibido el fax de Bosch y que podía confirmarle que las dos caras de la tarjeta decían lo mismo: era del gerente de una flota de taxis con base en Causeway Bay. Pese a ser información completamente inocua a primera vista, Bosch aún se preguntaba por qué estaba escondida en el zapato de Chang y por el hecho de que se tratara de un negocio tan próximo al lugar donde su hija había sido vista por última vez en compañía de sus amigas. Bosch nunca había creído en las coincidencias, y no iba a empezar a hacerlo entonces.
Le dio las gracias a Chu y colgó justo cuando el teniente Gandle se detenía junto a su cubículo antes de irse a casa.
—Harry, me da la sensación de que te dejo en la estacada. ¿Qué puedo hacer por ti?
—No puede hacer nada que no se esté haciendo ya.
Puso al día a Gandle de los registros y de la ausencia de hallazgos sólidos hasta el momento. También informó de que no había ninguna novedad sobre el paradero ni sobre los secuestradores de su hija. El rostro de Gandle se avinagró.
—Necesitamos un golpe de suerte —dijo—. De verdad que lo necesitamos.
—Estamos en ello.
—¿Cuándo te vas?
—Dentro de seis horas.
—Vale. Tienes mis números. Llámame en cualquier momento, día o noche, si necesitas algo. Haré todo lo que pueda.
—Gracias, jefe.
—¿Quieres que me quede aquí contigo?
—No, estoy bien. Iba a ir al GOP y pensaba dejar que Ferras se fuese a casa si quiere.
—Vale, Harry, infórmame si encuentras algo.
—Lo haré.
—La rescatarás. Sé que lo harás.
—Yo también lo sé.
Por fin, Gandle le tendió la mano de un modo torpe y Bosch se la estrechó. Probablemente era la primera vez que se daban la mano desde que se conocieron tres años atrás. Gandle se fue y dejó a Bosch examinando la sala de la brigada. Al parecer era el único que quedaba.
Se volvió y miró la maleta. Sabía que tenía que llevarla al ascensor y bajarla al almacén de pruebas. También el teléfono tenía que archivarse como prueba. Después de eso, él también se iría del edificio, pero no para pasar un fin de semana de ocio con la familia. Bosch tenía una misión, y nada lo detendría hasta verla cumplida. Incluso bajo la última amenaza de Eleanor. Incluso si salvar a su hija significaba no volver a verla.