20

Bosch llamó a su exmujer mientras iba de camino al EAP. Eleanor respondió la llamada con una pregunta urgente.

—¿Tienes algo, Harry?

—No mucho, pero estamos trabajando. Estoy casi seguro de que el vídeo que me enviaron lo grabaron en Kowloon. ¿Significa algo para ti?

—No. ¿Kowloon? ¿Por qué allí?

—No tengo ni idea, pero podría ayudarnos a encontrar el sitio.

—¿Te refieres a la policía?

—No. Me refiero a ti y a mí, Eleanor. Cuando llegue. De hecho, aún he de reservar mi vuelo. ¿Has llamado a alguien? ¿Qué has conseguido?

—¡No tengo nada! —gritó ella, sorprendiendo a Bosch—. Mi hija está en alguna parte y no tengo nada. ¡La policía ni siquiera me cree!

—¿De qué estás hablando? ¿Los has llamado?

—Sí. No puedo quedarme aquí esperando a que aparezcas mañana. He llamado a la Unidad de Tríadas.

Bosch sintió que se le tensaban las tripas. No podía confiar en extraños, por expertos que fueran, cuando se trataba de la vida de su hija.

—¿Qué han dicho?

—Han puesto mi nombre en el ordenador y les ha salido un resultado. La policía tiene un expediente sobre mí; saben quién soy, para quién trabajo. Y sabían lo de la vez anterior, cuando pensé que la habían secuestrado y resultó que estaba en casa de una amiga. Así que no me han creído. Piensan que se ha largado otra vez y que sus amigas me están mintiendo. Me han dicho que espere un día más y que llame si no aparece.

—¿Les has hablado del vídeo?

—Se lo he dicho, pero no les ha importado. Dicen que si no hay petición de rescate probablemente lo habrán preparado ella y sus amigos para llamar la atención. ¡No me creen!

Eleanor empezó a llorar por la frustración y el temor, pero Bosch consideró la reacción de la policía y pensó que podía actuar a su favor.

—Eleanor, escúchame, creo que eso es bueno.

—¿Qué? ¿Cómo puede ser bueno? La policía ni siquiera la está buscando.

—Ya te lo he dicho antes: no quiero a la policía. La gente que la tiene los vería llegar desde un kilómetro. Pero a mí no me verán.

—Esto no es Los Ángeles, Harry. No conoces el terreno como allí.

—La encontraré y tú me ayudarás.

Hubo un largo silencio antes de que ella respondiera. Bosch casi había llegado al EAP.

—Harry, prométeme que la rescatarás.

—Lo haré, Eleanor —respondió sin dudar—. Te lo prometo. Voy a rescatarla.

Entró en el vestíbulo principal, abriendo la chaqueta para que el recepcionista pudiera verle la placa que llevaba en el cinturón.

—He de coger un ascensor —dijo—. Es probable que se corte la comunicación.

—Vale.

Se detuvo fuera del ascensor.

—Se me acaba de ocurrir algo —añadió—. ¿Has hablado con una amiga suya llamada He?

—¿He?

—Sí, He. Maddie explicó que significa «río». Me dijo que era una de las amigas con las que va al centro comercial.

—¿Cuándo fue eso?

—¿Quieres decir que cuándo me lo dijo? Hace un par de días. Debió de ser el jueves para ti; el jueves por la mañana cuando iba a clase. Estaba hablando con ella y saqué el tema del tabaco que mencionaste. Maddie…

Eleanor lo interrumpió haciendo un ruidito.

—¿Qué? —preguntó Bosch.

—Por eso me ha tratado como a un trapo de un tiempo a esta parte —dijo ella—. Me has delatado.

—No, no ha sido así. Le mandé una foto porque sabía que haría que me llamara y que surgiría lo del tabaco. Funcionó. Y cuando le dije que era mejor que no fumara, me habló de He. Dijo que a veces el hermano mayor de esta va a vigilarlas y que él es quien fuma.

—No conozco a ninguna amiga que se llame He ni a su hermano. Supongo que eso muestra cuánto he perdido el contacto con mi propia hija.

—Escucha, Eleanor, en un momento como este los dos vamos a repasar todo lo que le hicimos o le dijimos. Pero es una distracción, y ahora hemos de concentrarnos en otra cosa, ¿vale? No te preocupes con lo que hiciste o dejaste de hacer. Concentrémonos en recuperarla.

—Está bien. Volveré a llamar a sus amigos que conozco. Averiguaré cosas sobre He y su hermano.

—Averigua si el chico tiene alguna relación con la tríada.

—Lo intentaré.

—He de irme, pero una cosa más: ¿has sabido algo de lo otro?

Bosch saludó a un par de detectives de Robos y Homicidios que salían del ascensor. Eran de Casos Abiertos, que tenía su propia sala de brigada, y le dio la impresión de que no lo miraban con cara de saber lo que ocurría. Bosch pensó que eso era bueno. Quizá Gandle lo estaba manteniendo oculto.

—¿Te refieres a la pistola? —preguntó Eleanor.

—Sí, eso.

—Harry, ni siquiera ha amanecido aquí. Me ocuparé más tarde, no voy a sacar a la gente de la cama.

—De acuerdo.

—Pero llamaré para averiguar lo de He. Ahora mismo.

—Perfecto. Llamémonos si surge algo.

—Adiós, Harry.

Bosch cerró el teléfono y entró en la zona de ascensores. Los otros detectives se habían ido y él pilló el siguiente. Al subir solo miró el teléfono que tenía en la mano y pensó en que pronto amanecería en Hong Kong. Había luz diurna en el mensaje de vídeo que le habían enviado. Eso significaba que su hija podía haber sido secuestrada doce horas antes.

No había recibido un segundo mensaje. Pulsó el botón de marcación rápida de su hija otra vez y la llamada fue directamente al buzón. Colgó y apartó el teléfono.

—Está viva —se dijo a sí mismo—. Está viva.

Logró llegar a su cubículo en Robos y Homicidios sin llamar la atención de nadie. No había rastro de Ferras ni de Chu. Bosch sacó una agenda de direcciones de un cajón y la abrió por una página que enumeraba las líneas aéreas que volaban entre Los Ángeles y Hong Kong. Sabía que había distintas opciones de aerolíneas pero pocas variaciones horarias. Todos los vuelos salían entre las once de la noche y la una de la mañana y aterrizaban a primera hora del domingo. Entre las más de catorce horas de vuelo y las quince horas de diferencia horaria, todo el sábado se evaporaría con el viaje.

Bosch llamó primero a Cathay Pacific y consiguió reservar un asiento de ventanilla en el primer vuelo que iba a salir. Aterrizaría a las 5.25 del domingo.

—¿Harry?

Bosch giró en la silla y vio a Gandle de pie en la entrada del cubículo. Bosch le hizo una señal para que esperara y terminó la llamada, anotando el código localizador del pasaje. Colgó.

—Teniente, ¿dónde está todo el mundo?

—Ferras sigue en el tribunal y Chu está presentando cargos contra Chang.

—¿Qué cargos?

—Vamos con homicidio, como planeamos, pero ahora mismo no tenemos nada para respaldarlo.

—¿Y el intento de huir de la jurisdicción?

—También ha añadido eso.

Bosch miró el reloj de la pared de encima del tablón de anuncios. Eran las dos y media. Con un cargo de homicidio y el adicional de intento de fuga, la fianza se establecería de manera automática en dos millones de dólares para Chang. Bosch sabía que era demasiado tarde para que un abogado le consiguiera una vista en el tribunal para solicitar una reducción de fianza o para cuestionar la falta de pruebas para esa acusación. Con las oficinas de los tribunales cerradas durante el fin de semana, era asimismo poco probable que pusieran en libertad a Chang sin que alguien depositara los dos millones en efectivo. Las garantías de la fianza no podrían verificarse hasta el lunes. Todo ello se resumía en que tenían hasta el lunes por la mañana para reunir pruebas que respaldaran la acusación de homicidio.

—¿Cómo le ha ido a Ferras?

—No lo sé. Sigue allí y no ha llamado. La cuestión es cómo te va a ti. ¿En criminalística han visto el vídeo?

—Barbara Starkey está trabajando con él ahora mismo. Ya he conseguido esto.

Bosch sacó del bolsillo de la chaqueta la hoja con la imagen de la ventana y la desplegó. Explicó a Gandle lo que pensaba que significaba y dijo que hasta el momento se trataba de la única pista.

—He oído que estabas reservando un vuelo. ¿Cuándo te vas?

—Esta noche. Llegaré allí a primera hora del domingo.

—¿Pierdes un día entero?

—Sí, pero lo gano al volver. Tendré todo el domingo para encontrarla. Luego saldré el lunes por la mañana y llegaré aquí el mismo día. Iremos a la fiscalía y acusaremos a Chang. Funcionará, teniente.

—Mira, Harry, no te preocupes por un día. No te preocupes por el caso. Tú céntrate en encontrarla y quédate el tiempo que necesites. Nosotros nos encargaremos del caso.

—Bien.

—¿Y la policía? ¿Tu ex los ha llamado?

—Lo ha intentado, pero no están interesados.

—¿Qué? ¿Les has enviado ese vídeo?

—Todavía no. Pero ella se lo dijo y ni caso.

Gandle puso los brazos en jarras. Lo hacía cuando algo le molestaba o tenía que mostrar su autoridad en una situación.

—Harry, ¿qué está pasando?

—Creen que se ha escapado y que deberíamos esperar a ver si aparece. Y a mí me parece bien, porque no quiero que la policía participe. Todavía no.

—Seguro que tienen unidades enteras dedicadas a las tríadas. Tu ex probablemente llamó a un capullo burócrata. Te hace falta experiencia y ellos la tienen.

Bosch asintió como si ya supiera todo eso.

—Jefe, estoy seguro de que tienen sus expertos. Pero las tríadas han sobrevivido más de trescientos años y han preparado. No es algo que se consiga sin tener contactos directos en el departamento de policía. Si fuera una de sus hijas, ¿llamaría a un montón de gente en la que no puede confiar o lo manejaría usted?

Sabía que Gandle tenía dos hijas, ambas mayores que Maddie. Una había vuelto al Este a estudiar en la Hopkins y el teniente se preocupaba mucho por ella.

—Te entiendo, Harry.

Bosch señaló la copia impresa.

—Sólo quiero el domingo. Tengo una pista sobre el sitio y voy a ir allí a rescatarla. Si no puedo encontrarla, acudiré a la policía el lunes. Hablaré con su gente de la tríada, demonios, incluso llamaré a la oficina local del FBI allí. Haré lo que sea necesario, pero quiero el domingo para encontrarla yo. —Gandle asintió y bajó la mirada al suelo. Parecía que quería decir algo más—. ¿Qué? Deje que lo adivine: Chang me va a denunciar por tratar de estrangularlo. Tiene gracia, porque terminé recibiendo más que él. Ese cabrón es fuerte.

—No, no, no es eso. Aún no ha dicho ni una sola palabra. No es eso.

—Entonces, ¿qué?

Gandle asintió y cogió la hoja impresa.

—Bueno, sólo iba a decir que me llames si las cosas no se solucionan el domingo. Estos cabrones nunca van por buen camino. Ya sabes: otra vez, otro crimen. Siempre podemos pillar a Chang después.

El teniente Gandle le estaba diciendo a Bosch que estaba dispuesto a dejar marchar a Chang si eso permitía que la hija de Harry volviera a casa a salvo. El lunes podían informar a la fiscalía de que no se presentarían pruebas que apoyaran la acusación de homicidio y soltarían a Chang.

—Es usted un buen hombre, teniente.

—Y, por supuesto, no he dicho nada de esto.

—No va a ser así, pero aprecio lo que acaba de hacer. Además, la triste realidad es que puede que tengamos que soltar a este tipo el lunes de todos modos, a menos que encontremos algo en los registros del fin de semana.

Bosch recordó que le había prometido a Teri Sopp que le enviaría una tarjeta de huellas de Chang para que ella pudiera tenerlas a mano si surgía algo en el test de potenciación electrostática del casquillo recuperado del cadáver de John Li. Le dijo a Gandle que se asegurara de que Ferras o Chu le llevaban una tarjeta. El teniente contestó que se ocuparía. Devolvió a Bosch la impresión de la imagen de vídeo y le dijo lo que siempre le decía: que se mantuvieran en contacto. Luego se dirigió de nuevo a su oficina.

Bosch colocó la foto en el escritorio y se puso las gafas de lectura. También cogió una lupa de un cajón y empezó a estudiar cada centímetro cuadrado de la imagen, buscando algo que no hubiera visto antes y pudiera ayudarle. Llevaba diez minutos en ello sin descubrir nada cuando sonó su móvil. Era Ferras, que no sabía nada del secuestro.

—Harry, lo tengo. Tenemos aprobación para registrar el teléfono, la maleta y el coche.

—Ignacio, eres un escritor de primera. Sigues inmaculado.

Era cierto. Hasta el momento, en los tres años que llevaban de compañeros, Ferras todavía no había escrito una petición de orden de registro que un juez hubiera declinado por causa insuficiente. Podía estar intimidado por las calles, pero no por los tribunales. Sabía muy bien lo que tenía que poner en cada solicitud y lo que no debía mencionar.

—Gracias, Har.

—¿Ya has terminado ahí?

—Sí, voy a volver.

—¿Por qué no te desvías por el GOP y te ocupas de eso? Yo tengo el teléfono y la maleta aquí. Me pondré ahora mismo. Chu está presentando los cargos.

Ferras vaciló. Ir al Garaje Oficial de la Policía para ocuparse del registro del coche de Chang tensaba la cuerda psicológica en la sala de la brigada.

—Esto…, Harry, ¿no crees que debería encargarme del teléfono? No sé, acabas de recibir tu primer móvil multifunción hace un mes.

—Creo que puedo apañarme.

—¿Estás seguro?

—Sí, lo estoy. Y lo tengo aquí mismo. Vete al garaje. Asegúrate de que miran en los paneles de las puertas y en el filtro de aire. Tuve un Mustang una vez; se puede meter una cuarenta y cinco en el filtro.

Bosch se refería al personal del GOP. Serían ellos los que desmontarían el coche de Chang mientras Ferras supervisaba.

—De acuerdo —dijo Ferras.

—Bien —señaló Bosch—. Llámame si encuentras oro.

Bosch cerró el teléfono. No veía la necesidad de hablarle a Ferras de la situación de su hija todavía. Ferras tenía tres hijos y un recordatorio de lo vulnerable que eran no sería útil en un momento en que Bosch contaba con que rindiera al máximo.

Harry se apartó del escritorio y giró en la silla para mirar la gran maleta de Chang que estaba en el suelo, apoyada contra la pared trasera del cubículo. Encontrar el arma homicida en la posesión o posesiones del sospechoso sería hallar oro. Bosch sabía que Chang se estaba dirigiendo a un avión, así que no habría suerte en la maleta. Si aún estaba en posesión del arma que había matado a John Li, lo más probable era que estuviera en su coche o en el apartamento. Eso si no había desaparecido hacía mucho.

Pero la maleta podía contener información valiosa y pruebas incriminatorias, una gota de sangre de la víctima en el puño de una camisa, por ejemplo. Aún podía encontrar oro. Bosch se volvió hacia el escritorio y decidió ir primero al teléfono móvil. Buscaría otro tipo de oro: oro digital.