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La unidad de imagen digital era uno de los subgrupos de la División de Investigaciones Científicas y aún estaba ubicada en el viejo Parker Center. Bosch atravesó las dos manzanas entre la vieja y la nueva sede como un hombre que corre para llegar a un avión. Cuando entró por las puertas de cristal del edificio donde había pasado gran parte de su carrera como detective iba resoplando y había un brillo de sudor en su frente. Se abrió paso con la placa en la mesa de recepción y subió en ascensor a la tercera planta.

La División de Investigaciones Científicas estaba en proceso de traslado al EAP. Los viejos escritorios y mesas de trabajo continuaban en su lugar, pero ya estaban guardando en cajas el equipamiento, los registros y los efectos personales. El proceso estaba cuidadosamente orquestado y ocasionaba un retraso en la ya lenta marcha de la ciencia en la lucha contra el crimen.

La unidad de imagen digital era una suite de dos salas en la parte de atrás. Bosch entró y vio al menos una docena de cajas de cartón apiladas a un lado de la primera sala. No había fotos ni mapas en las paredes y un montón de estantes estaban vacíos. Encontró a una técnica trabajando en el laboratorio de atrás.

Barbara Starkey era una veterana que había saltado entre diversas especialidades del Departamento de Investigaciones Científicas a lo largo de casi cuatro décadas en el departamento. Bosch la conoció cuando era un novato en los restos quemados de una casa donde tuvo lugar una batalla con armas potentes contra el Ejército Simbionés de Liberación. Los militantes radicales habían reivindicado el secuestro de Patty Hearst, la heredera de un magnate de la prensa. Starkey en ese momento formaba parte del equipo forense encargado de determinar si los restos de Patty Hearst se encontraban entre los escombros de la casa quemada. En aquellos tiempos, el departamento desplazaba a las mujeres a posiciones donde las confrontaciones físicas y la necesidad de llevar un arma eran mínimas. Starkey deseaba ser policía. Terminó en el Departamento de Investigaciones Científicas y allí vivió el crecimiento exponencial del uso de la tecnología en la detección del crimen. Como le gustaba decirles a los técnicos novatos, cuando ella entró en Criminalística, ADN eran sólo tres letras del alfabeto. Ahora era experta en casi todas las ciencias forenses y su hijo, Michael, también trabajaba en la división como experto en salpicaduras de sangre.

Starkey levantó la mirada de su puesto de trabajo, donde estaba mirando un vídeo con mucho grano del atraco a un banco en un ordenador con doble pantalla. En las pantallas había dos imágenes de la misma escena, una más enfocada que la otra: un hombre que apuntaba con una pistola a la ventanilla de un cajero.

—¡Harry Bosch! El hombre del plan.

Bosch no tenía tiempo para charlar. Se acercó a ella y fue al grano.

—Barb, necesito tu ayuda.

Starkey torció el gesto al notar la urgencia en su voz.

—¿Qué pasa, cielo?

Bosch le mostró el móvil.

—Tengo un vídeo en mi teléfono. Necesito que lo amplíes y lo pases a cámara lenta para ver si puedo identificar una ubicación. Es un secuestro.

Haciendo un gesto hacia la pantalla, Starkey dijo:

—Estoy en medio de este dos once en West…

—Mi hija está en el vídeo, Barbara. Necesito tu ayuda ahora.

Esta vez Starkey no vaciló.

—Déjamelo ver.

Bosch abrió el teléfono, puso en marcha el vídeo y le pasó el aparato a ella. Starkey lo miró sin decir una palabra y su rostro no expresó ninguna reacción personal. Si acaso, Bosch vio que su postura se enderezaba y emergía un aura de urgencia profesional.

—¿Puedes enviármelo?

—No lo sé. Sé como mandarlo a tu teléfono.

—¿Puedes enviar un e-mail con un adjunto?

—Puedo mandar e-mails, pero no sé lo del adjunto. Nunca lo he intentado.

Con la ayuda de Starkey, Bosch envió un mensaje de correo con el vídeo como adjunto.

—Vale, ahora hemos de esperar a que llegue.

Antes de que Bosch pudiera preguntar cuánto podía tardar, hubo un sonido en su ordenador.

—Ahí está.

Starkey cerró su trabajo sobre el atraco al banco, abrió un mensaje de correo y descargó el vídeo. Enseguida lo reprodujo en la pantalla de la izquierda. En pantalla completa la imagen se veía borrosa por la expansión de píxeles. Starkey lo redujo a media pantalla y quedó más nítido, más claro y más duro que cuando Bosch vio las imágenes en su teléfono. Harry miró a su hija y trató de concentrarse.

—Lo siento mucho, Harry —dijo Starkey.

—Lo sé. No hablemos de ello.

En la pantalla Maddie Bosch, de trece años, estaba sentada atada a una silla. Una mordaza de tela roja brillante le tapaba con fuerza la boca. Llevaba el uniforme: falda azul pálido y blusa blanca con el escudo de la escuela sobre el pecho izquierdo. Miraba a la cámara —la cámara de su propio móvil— con ojos que a Bosch le desgarraron el corazón. «Desesperada» y «asustada» fueron sólo las primeras palabras descriptivas que se le ocurrieron.

No había sonido, o al menos nadie decía nada al principio del vídeo. Durante quince segundos la cámara se mantenía fija en ella y con eso bastaba. Simplemente estaba exhibida para él. Bosch volvió a sentir rabia. E impotencia.

Entonces la persona de detrás de la cámara estiró el brazo para retirar momentáneamente la mordaza de la boca de Maddie.

—¡Papá!

La mordaza quedó recolocada de inmediato, ahogando lo que dijo después de esa única palabra y dejando a Bosch incapaz de interpretarlo.

La mano cayó entonces en un intento de agarrar uno de los pequeños pechos de la chica. Maddie reaccionó con violencia, moviéndose lateralmente pese a estar atada y golpeando con la pierna izquierda el brazo extendido. El encuadre del vídeo quedó un momento descontrolado y luego volvió a Maddie, que se cayó con la silla. Durante los últimos cinco segundos de vídeo la cámara sólo se centró en ella, hasta que la pantalla se puso negra.

—No hay petición —dijo Starkey—. Sólo la muestran.

—Es un mensaje para mí —concluyó Bosch—. Están diciéndome que lo deje.

Starkey al principio no respondió y puso las dos manos en una mesa de edición conectada al teclado del ordenador. Bosch sabía que manipulando los diales ella podía hacer avanzar y retroceder el vídeo con un control preciso.

—Harry, voy a ver esto fotograma a fotograma, pero llevará tiempo —explicó—. Hay treinta segundos de vídeo.

—Puedo verlo contigo.

—Creo que será mejor que me dejes hacer mi trabajo. Te llamaré en cuanto encuentre algo. Confía en mí, Harry. Sé que es tu hija.

Bosch asintió. Sabía que debía dejarla trabajar sin agobiarla. Eso daría los mejores resultados.

—Vale. Podemos echar un vistazo a la patada y luego te dejo. Quiero ver si hay algo ahí. La cámara se mueve cuando ella da la patada y hay un destello de luz, como una ventana.

Starkey volvió al momento en que Maddie le daba un puntapié a su captor. En tiempo real sólo se veía un movimiento desdibujado y luz, seguido por una rápida corrección del enfoque. Sin embargo, en acción detenida o en reproducción fotograma a fotograma, Bosch vio que la cámara barría momentáneamente la habitación hasta una ventana para luego volver.

—Eres bueno, Harry —dijo Starkey—. Podría haber algo ahí.

Bosch se inclinó para mirar más de cerca por encima del hombro de Starkey. Esta retrocedió el vídeo y lo pasó lentamente hacia delante de nuevo. El esfuerzo de Maddie por dar una patada al brazo extendido de su captor movía el encuadre hacia la izquierda y luego hacia el suelo. Después subía a la ventana y corregía a la derecha otra vez.

El lugar parecía una habitación de hotel barato con una sola cama, una mesa y una lámpara detrás de la silla a la que estaba atada Maddie. Bosch se fijó en una alfombra gris sucia, con diversas manchas. La pared de encima de la cama estaba marcada con agujeros dejados por clavos usados para colgar objetos. Las fotos o pinturas probablemente habían sido retiradas para dificultar más la localización.

Starkey retrocedió hasta la imagen de la ventana y la congeló. Era una ventana vertical de un único cristal que se abría hacia fuera como una puerta. Al parecer no había cortina. Estaba abierta casi del todo y en el cristal aparecía el reflejo de un paisaje urbano.

—¿Dónde crees que es, Harry?

—Hong Kong.

—¿Hong Kong?

—Vive allí con su madre.

—Bueno…

—Bueno, ¿qué?

—Eso hará que nos cueste más determinar la ubicación. ¿Conoces bien Hong Kong?

—He ido dos veces al año desde hace seis años. Limpia esto si puedes. ¿Puedes ampliar esta parte?

Usando el ratón, Starkey seleccionó la zona de la ventana y pasó una copia de esa imagen a la segunda pantalla. Aumentó el tamaño y realizó varias maniobras de enfoque.

—No tenemos los píxeles, Harry, pero si ejecuto un programa que rellena lo que no tenemos, podemos mejorarlo. Quizá reconozcas algo en el reflejo.

Bosch asintió con la cabeza, aunque estaba detrás de ella.

En la segunda pantalla, el reflejo en la ventana se convirtió en una imagen más nítida con tres niveles distintos de profundidad. La primera cosa en la que se fijó Bosch fue en que la ubicación de la habitación era alta: el reflejo mostraba una calle desde al menos diez pisos de altura, según sus cálculos. Veía los laterales de edificios que se alineaban en la acera y el borde de un valla publicitaria o el letrero de un edificio con las letras N y O. Había también un collage de carteles a ras de calle con caracteres chinos. Estos eran más pequeños y no tan claros.

Más allá de este reflejo, Bosch distinguió edificios altos en la distancia. Reconoció uno de ellos por dos antenas en el tejado. Las antenas de radio gemelas estaban unidas por una barra horizontal y la configuración siempre le recordaba a Bosch una portería de fútbol americano.

El tercer nivel de reflejo enmarcaba el contorno de los edificios: la silueta de una montaña quebrada tan sólo por una estructura con forma de cuenco apoyado en dos gruesas columnas.

—¿Te ayuda, Harry?

—Sí, sí, sin duda. Esto ha de ser Kowloon. El reflejo recorre el puerto hasta Central y luego está el pico de la montaña detrás. Este edificio con los postes de fútbol es el Banco de China, muy reconocible en el skyline. Y esto de atrás es Victoria Peak. Esa estructura que ves encima a través de la portería es como un puesto de observación al lado de la torre. Para reflejar todo esto, estoy casi seguro que han de estar al otro lado del puerto, en Kowloon.

—Nunca he estado allí, así que nada tiene sentido para mí.

—Central Hong Kong es en realidad una isla, pero también hay otras islas que lo rodean, y al otro lado del puerto está Kowloon y una zona llamada Nuevos Territorios.

—Suena demasiado complicado para mí, pero si te ayuda…

—Ayuda mucho. ¿Puedes imprimirme esto? —Señaló la segunda pantalla con la vista aislada de la ventana.

—Claro. Aunque hay una cosa que es muy rara.

—¿Qué?

—¿Ves en el fondo este reflejo parcial del cartel?

Usó el cursor para marcar una caja en torno a las dos letras N y O que formaban parte de una cartel más grande y una palabra en inglés.

—Sí ¿qué pasa?

—Has de recordar que es un reflejo en la ventana. Es como un espejo, así que todo está al revés.

—Sí.

—Los carteles deberían estar al revés, pero las letras no lo están. Por supuesto, con la O no lo sabes, es igual en cualquier caso. Pero esta N no está al revés, Harry, y teniendo en cuenta que es un reflejo invertido, significa que…

—¿Que el cartel está al revés?

—Sí. Ha de estarlo para mostrarse correctamente en el reflejo.

Bosch asintió. Starkey tenía razón. Era extraño, pero no tenía tiempo para entretenerse con eso en ese momento. Sabía que era hora de moverse. Quería llamar a Eleanor y decirle que estaban reteniendo a su hija en Kowloon. Quizás eso se relacionara con algo en su lado. Al menos era un punto de partida.

—¿Puedes hacerme esa copia?

—Ya lo estoy imprimiendo. Tarda un par de minutos porque es una impresora de alta resolución.

—Entendido.

Bosch miró la imagen de la pantalla, buscando otros detalles. Lo más notable era un reflejo parcial del edificio en el que retenían a su hija. Una fila de unidades de aire acondicionado sobresalía de las ventanas. Eso significaba que se trataba de un edificio viejo y podría ayudarle a identificar el lugar.

—Kowloon —dijo Starkey—. Suena siniestro.

—Mi hija me dijo que significa Nueve Dragones.

—Justo. ¿Quién iba a ponerle a su barrio Nueve Dragones a menos que quiera asustar a todo el mundo?

—Viene de una leyenda. En una de las antiguas dinastías, el emperador era sólo un niño al que persiguieron los mongoles en una zona de lo que ahora es Hong Kong. Vio los ocho picos de las montañas que lo rodeaban y quiso llamar al sitio Ocho Dragones. Pero uno de los hombres que lo custodiaban le recordó que el emperador también era un dragón, así que lo llamaron Nueve Dragones: Kowloon.

—¿Tu hija te contó esto?

—Sí, lo aprendió en la escuela.

Se produjo un silencio. Bosch oyó el ruido de la impresora detrás de él. Starkey se levantó, pasó por detrás de una pila de cajas y cogió la hoja con la impresión en alta resolución del reflejo de la ventana.

Se la pasó a Bosch. Era una buena impresión en papel fotográfico, tan nítida como la imagen de la pantalla del ordenador.

—Gracias, Barbara.

—No he terminado, Harry. Como te he dicho, voy a mirar todos los fotogramas de ese vídeo, treinta por segundo, y si hay algo más que ayude lo encontraré. También separaré la pista de audio. —Bosch se limitó a mirar la impresión que tenía en la mano—. La encontrarás, Harry. Sé que lo harás.

—Sí, yo también.