15

Chang no salió de su apartamento hasta las nueve del viernes por la mañana. Y cuando lo hizo llevaba algo que inmediatamente puso a Bosch en máxima alerta: una maleta grande.

Bosch llamó a Chu para asegurarse de que estaba despierto. Se habían repartido la vigilancia nocturna en turnos de cuatro horas, de manera que cada hombre dormía un rato en su coche. A Chu le correspondía el turno de cuatro a ocho, pero Bosch aún no había recibido noticias suyas.

—¿Está despierto? Chang está en marcha.

Chu todavía tenía la voz somnolienta.

—Sí, pero ¿cómo que está en marcha? Tenía que llamarme a las ocho.

—Ha puesto una maleta en el coche. Se larga. Creo que le han avisado.

—¿De nosotros?

—No, de que compre acciones de Microsoft. No se haga el estúpido.

—Harry, ¿quién iba a avisarlo?

Chang se metió en el coche y salió marcha atrás de su plaza en el aparcamiento del complejo de apartamentos.

—Es una excelente pregunta —dijo Bosch—. Pero si alguien conoce la respuesta es usted.

—¿Está sugiriendo que avisé al sospechoso de una investigación de homicidio? —Chu sonó ultrajado por la acusación.

—No sé lo que hizo —dijo Bosch—, pero paseó nuestra investigación por todo Monterey Park, así que ahora no hay forma de saber quién avisó a ese tipo. Lo que sé ahora mismo es que parece que se va de la ciudad.

—¿Por todo Monterey Park? ¿Se puede saber qué coño está hablando?

Bosch siguió al Mustang hacia el norte desde el aparcamiento, manteniéndose a una manzana.

—La otra noche me dijo que al tercer tipo al que le mostró la foto de Chang lo identificó. Ya van tres, y todos tienen compañeros y reuniones de turno y todos hablan.

—Bueno, quizás esto no habría ocurrido si no le hubiéramos dicho a Tao y Herrera que se largaran como si no confiáramos en ellos.

Bosch miró por el espejo a Chu. Estaba tratando de no dejar que su rabia lo distrajera de la persecución. No podían perder a Chang en ese momento.

—Acelere. Nos dirigimos a la 10. Después de que entre, quiero que cambie conmigo y se ponga delante.

—Entendido.

La voz de Chu todavía contenía rabia, pero a Bosch no le importaba. Si habían avisado a Chang de la investigación, Harry encontraría al que había hecho la llamada y lo quemaría vivo, aunque fuera Chu.

Chang se metió en la autovía 10 en dirección oeste; Chu pasó a Bosch enseguida y se colocó delante. Harry miró y vio que le hacía un gesto obsceno con el dedo. Cambió de carril, se quedó atrás y llamó al teniente Gandle.

—Harry, ¿qué pasa?

—Tenemos problemas.

—Cuéntame.

—El primero es que nuestro hombre ha metido una maleta en el coche esta mañana y se está dirigiendo por la 10 hacia el aeropuerto.

—Mierda, ¿qué más?

—Me parece que lo han avisado, quizá le han dicho que se marche de la ciudad.

—Quizá ya le habían dicho que se marchara después de matar a Li. No te precipites con esto, Harry. A menos que sepas algo seguro.

A Bosch le molestó que su propio teniente no lo respaldara, pero podía soportarlo. Si habían avisado a Chang y en algún lugar de la investigación estaba el cáncer de la corrupción, él lo encontraría. No le cabía ninguna duda. Lo dejó estar por el momento y se concentró en las opciones que tenían con Chang.

—¿Detenemos a Chang? —preguntó.

—¿Estás seguro de que se marcha? Quizás esté haciendo una entrega o algo. ¿Cómo de grande es la maleta?

—Grande. De las que preparas cuando no vas a volver.

Gandle suspiró al darse cuenta de que Bosch ponía en el plato de la balanza otro dilema y otra decisión que tomar.

—Vale, déjame hablar con algunas personas y volveré a llamarte.

Bosch supuso que hablaría con el capitán Dodds y posiblemente con alguien de la oficina del fiscal del distrito.

—Hay una buena noticia, teniente —dijo.

—Menos mal —exclamó Gandle—. ¿Cuál es?

—Ayer por la noche seguimos a Chang a la otra tienda, la que el hijo de la víctima tiene en el valle de San Fernando. Lo extorsionó, le dijo al chico que tenía que empezar a pagar ahora que faltaba el padre.

—Vaya, ¡eso es genial! ¿Por qué no me lo habías dicho?

—Acabo de hacerlo.

—Eso nos da causa probable para detenerlo.

—Para detenerlo, pero probablemente no para acusarlo. El chico parece reacio a ser testigo. Tendría que declarar para que haya caso, y no sé si aguantará. Y además, no es una acusación de homicidio, que es lo que queremos.

—Bueno, al menos podemos impedir que ese tipo suba a un avión.

Bosch asintió al tiempo que empezaba a formarse la idea de un plan.

—Es viernes. Si nos lo tomamos con calma y presentamos cargos a última hora, no tendrá que comparecer ante el juez hasta el lunes por la mañana. Eso nos dará al menos setenta y dos horas para montar el caso.

—Con la extorsión como mal menor.

—Exacto.

Bosch estaba recibiendo el pitido de otra llamada en el oído y supuso que era Chu. Le pidió a Gandle que volviera a llamarlo en cuanto hubiera analizado el escenario con los que mandaban.

Bosch atendió la otra llamada sin mirar la pantalla.

—¿Sí?

—¿Harry?

Era una mujer. Reconoció la voz, pero no la situaba.

—Sí, ¿quién es?

—Teri Sopp.

—Ah, hola, pensaba que me llamaba mi compañero. ¿Qué pasa?

—Quería que supieras que los he convencido de que usen el casquillo que me diste ayer en el programa de potenciación electrostática. Ya veremos si conseguimos sacar una huella.

—Teri, ¡eres mi heroína! ¿Será hoy?

—No, hoy no. No volveremos a eso hasta la semana que viene. El martes probablemente.

Bosch odiaba pedir un favor cuando acababan de hacerle uno, pero sentía que no tenía elección.

—Teri, ¿hay alguna posibilidad de que pueda hacerse el lunes por la mañana?

—¿El lunes? No creo que tengamos la aplicación hasta…

—Podríamos tener al sospechoso entre rejas antes de que termine el día. Creemos que está tratando de dejar el país y podríamos necesitar detenerle, lo que nos da hasta el lunes para presentar pruebas. Vamos a necesitar todo lo que podamos conseguir.

Hubo vacilación antes de que respondiera.

—Veré qué podemos hacer. Entre tanto, si lo detienes, mándame una tarjeta con las huellas para que pueda hacer la comparación en cuanto tenga algo aquí. Si es que consigo algo.

—Concedido, Teri. Un millón de gracias.

Bosch cerró el teléfono y examinó la autovía que tenía delante de él. No vio ni el coche de Chu —un Mazda Miata rojo— ni el Mustang plateado de Chang. Se dio cuenta de que se había quedado atrás. Le dio a la tecla de marcación rápida del número de Chu.

—Chu, ¿dónde está?

—Al sur, en la 405. Va al aeropuerto.

Bosch todavía estaba en la autovía 10 y vio el acceso de la 405 más adelante.

—Vale, lo pillaré.

—¿Qué ocurre?

—Gandle está haciendo llamadas para ver si detenemos a Chang o no.

—No podemos dejarlo escapar.

—Es lo que le he dicho. Veremos qué dicen ellos.

—¿Quiere que implique a mi jefe?

Bosch casi respondió diciendo que no quería meter en el ajo a otro jefe con la posibilidad de que hubiera una fuga en algún punto del conducto.

—Esperemos antes a ver qué dice Gandle —dijo en cambio, diplomáticamente.

—Entendido.

Bosch colgó y se abrió paso entre el tráfico en un esfuerzo por darle alcance. Cuando estaba en el paso superior que lo llevaba de la 10 a la 405, logró localizar los vehículos de Chu y Chang a ochocientos metros, atrapados en la cola donde se juntaban los carriles.

Cambiando dos veces más la posición, Bosch y Chu siguieron a Chang hasta la salida al aeropuerto LAX en Century Boulevard. Ya estaba claro que Chang iba a marcharse de la ciudad, y ellos iban a impedirlo. Volvió a llamar a Gandle y le pusieron la llamada en espera.

Por fin, después de dos largos minutos, Gandle contestó.

—Harry, ¿qué tienes?

—Está en Century Boulevard, a cuatro manzanas del aeropuerto.

—Todavía no he podido hablar con nadie.

—Yo digo que lo detengamos. Lo acusamos de homicidio y en el peor de los casos el lunes presentamos cargos por extorsión. Conseguirá fianza, pero el juez le impedirá viajar, sobre todo después de que haya tratado de irse hoy.

—Tú decides, Harry. Yo te apoyaré.

Lo que significaba que sería culpa de Bosch si se equivocaba, el lunes todo se desmontaba y Chung salía en libertad con la posibilidad de irse de Los Ángeles para no volver.

—Gracias, teniente. Le tendré informado.

Bosch colgó el teléfono y al cabo de un momento Chang giró a la derecha hacia el aparcamiento de larga duración, que proporcionaba servicios de lanzadera a las terminales del aeropuerto. Como era de esperar, Chu llamó.

—Ya está. ¿Qué hacemos?

—Lo detenemos. Esperamos hasta que aparque y saque la maleta del coche; luego echamos un vistazo a la maleta con una orden.

—¿Dónde?

—Uso este aparcamiento cuando voy a Hong Kong. Hay un montón de filas y estaciones de lanzaderas donde pueden recogerte. Vamos a aparcar allí. Nos hacemos pasar por viajeros y lo detenemos en la estación de la lanzadera.

—Entendido.

Colgaron. Bosch iba delante en ese momento, así que entró en el aparcamiento justo detrás de Chang. Cogió el tíquet de la máquina, se levantó la barrera y pasó. Siguió a Chang por el aparcamiento principal y cuando este giró a la derecha por un carril secundario, Bosch continuó, pensando que Chu lo seguiría y giraría a la derecha.

Bosch aparcó en el primer espacio que vio, bajó del coche y regresó a pie al lugar donde habían girado Chang y Chu. Vio a Chang a un carril, de pie detrás del Mustang, sacando la maleta. Chu estaba aparcando ocho coches más allá.

Dándose cuenta de que parecería sospechoso sin equipaje en un aparcamiento de larga duración, Chu empezó a caminar hacia una parada de lanzadera cercana, llevando un maletín y una gabardina como si estuviera en viaje de negocios.

Bosch no tenía nada con lo que disfrazarse, así que avanzó por los pasillos centrales del aparcamiento usando los vehículos como escudos.

Chang cerró el coche y cargó la pesada maleta, antigua, sin ruedas. Cuando llegó a la parada de la lanzadera, Chu ya estaba allí. Bosch atajó por detrás de un monovolumen y salió dos coches más allá. Eso le daría a Chang poco tiempo para caer en la cuenta de que el hombre que se acercaba debería llevar equipaje en un aparcamiento de larga duración.

Bo-jing Chang —dijo Bosch en voz alta al acercarse.

El sospechoso se volvió para mirar a Bosch. De cerca, Chang parecía fuerte y ancho, imponente. Bosch vio que los músculos se le tensaban.

—Está detenido. Ponga las manos a la espalda.

Chang no tuvo ocasión de dar una respuesta tipo «lucha o huye». Chu se le acercó por detrás y le colocó una esposa en la muñeca derecha mientras le agarraba la izquierda. Chang se debatió un momento, más como respuesta a la sorpresa que otra cosa, pero Chu le puso la esposa en la otra muñeca y completó la detención.

—¿Qué es esto? —protestó Chang—. ¿Qué he hecho? —Tenía un acento muy marcado.

—Vamos a hablar de todo eso, señor Chang, en cuanto lleguemos al Edificio de Administración de Policía.

—He de coger un avión.

—Hoy no.

Bosch le mostró la placa y luego presentó a Chu, asegurándose de mencionar que pertenecía a la Unidad de Bandas Asiáticas. Bosch quería que eso se fuera filtrando en la mente del detenido.

—¿Detenido por qué? —preguntó el sospechoso.

—Por el asesinato de John Li.

Bosch no vio sorpresa en la reacción de Chang. Notó que se ponía físicamente en modo hibernación.

—Quiero un abogado —dijo.

—Espere un momento, señor Chang —dijo Bosch—. Deje que le leamos antes sus derechos.

Bosch hizo una señal a Chu, quien sacó una tarjeta del bolsillo. Leyó a Chang sus derechos y le preguntó si los entendía. La única respuesta de Chang fue volver a solicitar un abogado. Sabía lo que se hacía.

El siguiente movimiento de Bosch fue llamar a una unidad de patrulla para trasladar a Chang al centro y una grúa para que se llevara su coche al aparcamiento del garaje de la policía del centro de la ciudad. Bosch no tenía prisa en ese momento; cuanto más tardara en transportar a Chang al centro, más cerca estarían de las dos de la tarde, la hora de cierre en el tribunal de delitos graves. Si retrasaban la comparecencia de Chang ante el tribunal, podría ser huésped del calabozo de la ciudad durante el fin de semana.

Al cabo de cinco minutos de quedarse allí en silencio, durante los cuales Chang se sentó en un banco de la parada de lanzadera, Bosch se volvió, hizo un gesto hacia la maleta y habló con él en plan de charla, como si las preguntas y respuestas no importaran.

—Parece que eso pesa una tonelada —dijo—. ¿Adónde va?

Chang no dijo nada. No existe la charla cuando estás detenido. Miró hacia delante y no hizo caso de Bosch. Chu tradujo la pregunta, pero tampoco obtuvo respuesta.

Bosch se encogió de hombros como si no le importara mucho si Chang contestaba o no.

—Harry —dijo Chu.

Bosch notó que su teléfono vibraba dos veces, la señal de que había recibido un mensaje. Hizo un gesto a Chu para que se apartara unos metros de la parada a fin de poder hablar sin que Chang los oyera.

—¿Qué opina? —preguntó Chu.

—Bueno, está claro que no va a hablar con nosotros y ha pedido un abogado. Así que en eso estamos.

—Bueno, ¿qué hacemos?

—Para empezar, vamos con calma. Nos tomamos nuestro tiempo para llevarlo al centro y luego para presentar cargos. No llamará a su abogado hasta que sea acusado, y con un poco de suerte no será hasta después de las dos. Entre tanto, conseguimos órdenes. El coche, la maleta y el móvil si lo lleva encima. Después de eso, vamos a su apartamento y su lugar de trabajo; adónde el juez nos deje. Y rezamos para encontrar algo como la pistola antes de mediodía del lunes. Porque si no lo hacemos, probablemente saldrá libre.

—¿Y la extorsión?

—Eso nos da causa probable, pero no iremos a ninguna parte si Robert Li no coopera.

Chu asintió.

Solo ante el peligro, Harry. Era una peli. Un western.

—No la he visto —le dijo a Chu.

Bosch miró por la larga fila de coches aparcados y vio un coche patrulla que giraba hacia ellos. Saludó.

Sacó el teléfono para comprobar el mensaje. Vio en la pantalla que había recibido un vídeo de su hija.

Lo miraría después. Era muy tarde en Hong Kong y sabía que su hija debía de estar en la cama; probablemente no podía dormir y esperaba que él respondiera. Pero tenía trabajo que hacer. Guardó el teléfono cuando el coche patrulla se detuvo delante de ellos.

—Voy a ir con él —le dijo a Chu—. Por si decide decir algo.

—¿Y su coche?

—Lo recogeré después.

—Quizá debería ir yo con él.

Bosch miró a Chu. Era uno de esos momentos: Harry sabía que era mejor que Chu viajara con Chang, porque conocía los dos idiomas y era chino. Pero eso significaría que cedería parte del control del caso. También significaría que estaba mostrando confianza en Chu, sólo una hora después de señalarlo con el dedo como culpable.

—Vale —dijo Bosch al fin—, usted va con él.

Chu asintió, comprendiendo al parecer el significado de la decisión de Bosch.

—Pero coja el camino largo —dijo Bosch—. Estos tipos probablemente trabajan desde Pacific. Pase primero por la comisaría, luego llámeme. Le diré que hay un cambio de planes y que vamos a acusarlo en el centro. Eso debería darnos una hora extra en el viaje.

—Entendido —dijo Chu—. Eso funcionará.

—¿Quiere que lleve su coche? —preguntó Bosch—. No me importa dejar el mío aquí.

—No, está bien, Harry. Dejaré el mío y vendré después. De todos modos no le gustaría oír lo que hay en el equipo de música.

—¿El equivalente musical de un perrito caliente de tofu?

—Para usted probablemente sí.

—Vale, entonces cogeré el mío.

Bosch dijo a los dos agentes de patrulla que pusieran a Chang en la parte de atrás del coche y que metieran la maleta en el portaequipajes. Entonces se puso serio con Chu.

—Voy a poner a Ferras a trabajar en las órdenes de registro de las propiedades de Chang. Cualquier reconocimiento por su parte ayudará con la causa probable. Que nos dijera que tenía un vuelo es un reconocimiento que nos ayuda a argumentar voluntad de huir. Trate de que cometa un error así cuando vaya con él en la parte de atrás.

—Pero ya ha pedido un abogado.

—Hágalo en plan de charla, no como un interrogatorio. Trate de averiguar adónde iba. Eso ayudaría a Ignacio. Y recuerde, estire lo máximo que pueda. Llévelo por la ruta turística.

—Entendido. Sé lo que he de hacer.

—Vale, voy a esperar aquí a la grúa. Si llega al EAP antes que yo, ponga a Chang en una sala y que se vaya macerando. No olvide poner el vídeo; Ignacio le explicará cómo hacerlo. Nunca se sabe, a veces estos tipos se quedan una hora solos en una sala y empiezan a confesar a las paredes.

—Entendido.

—Buena suerte.

Chu entró en la parte de atrás del coche patrulla y cerró la puerta. Bosch dio dos veces una palmada en el techo y observó cómo se alejaba el vehículo.