Bosch vigilaba a Chang desde detrás del volante de su propio coche, mientras este se ocupaba de tareas menores en Tsing Motors. El concesionario de Monterey Park había sido una gasolinera estilo años cincuenta con dos espacios para el garaje y una oficina adjunta. Bosch había aparcado a media manzana, en la concurrida Garvey Avenue, y no corría ningún riesgo de que lo detectaran. Chu estaba en su coche particular, a media manzana del aparcamiento en dirección opuesta. Usar sus automóviles particulares para la vigilancia constituía una infracción de la política departamental, pero Bosch había llamado al garaje de la policía y no había vehículos sin identificar disponibles. La elección era utilizar sus coches de detectives —lo cual les habría proporcionado el mismo camuflaje que un coche pintado de blanco y negro— o romper las normas. A Bosch no le importaba hacer esto porque tenía un cargador de seis cedés en su coche. Ese día llevaba música de su último hallazgo: Tomasz Stan’ko era un trompetista polaco que sonaba como el fantasma de Miles Davis. Su instrumento era intenso y emotivo. Era una buena música de vigilancia, que mantenía a Bosch alerta.
Durante las casi tres horas que llevaban observando al sospechoso, este se había ocupado de sus quehaceres cotidianos en el concesionario. Había lavado coches, abrillantado llantas para que parecieran nuevas e incluso había llevado al único cliente potencial a probar un Mustang de 1989. Y durante la última media hora había movido sistemáticamente cada una de las tres docenas de coches del aparcamiento a nuevas posiciones a fin de que pareciera que iban cambiando los vehículos disponibles, que había actividad comercial y que el negocio funcionaba.
A las cuatro de la tarde sonó Soul of Things en el reproductor de cedés y Bosch no pudo evitar pensar que incluso Miles daría su reconocimiento a Stan’ko, aunque fuera a regañadientes. Harry estaba siguiendo el ritmo con los dedos en el volante cuando vio que Chang se dirigía a una pequeña oficina y se cambiaba la camisa. Cuando salió había terminado la jornada. Entró en el Mustang y se marchó solo.
El teléfono de Bosch sonó inmediatamente con una llamada de Chu. Harry detuvo la música.
—¿Lo tiene? —preguntó Chu—. Se está moviendo.
—Sí, ya lo veo.
—Va hacia la 10. ¿Cree que ha terminado la jornada?
—Se ha cambiado de camisa; creo que ha terminado. Yo iré delante, prepárese.
Bosch lo siguió a cinco coches de distancia y se acercó cuando Chang tomó la 10 en dirección oeste, hacia el centro. No iba a casa. Bosch y Chu lo habían seguido la noche anterior a un apartamento en Monterey Park —también propiedad de Vincent Tsing— y lo habían vigilado durante una hora después de que se apagaran las luces y se convencieran de que no iba a volver a salir esa noche.
En ese momento se estaba dirigiendo a Los Ángeles y el instinto de Bosch le decía que iba a llevar a cabo negocios de la tríada. Aceleró y adelantó al Mustang, sosteniendo el móvil junto a la oreja para que Chang no pudiera verle la cara. Llamó a Chu y le dijo que iba delante.
Bosch y Chu continuaron intercambiando posiciones mientras Chang tomaba la autovía 101 en sentido norte y atravesaba Hollywood para dirigirse al valle. El atasco de la hora punta facilitaba el seguimiento del sospechoso. Chang tardó casi una hora en llegar a Sherman Oaks, donde finalmente salió en la rampa de Sepulveda Boulevard. Bosch llamó a Chu.
—Creo que se dirige a la otra tienda —le dijo a su compañero de vigilancia.
—Me parece que tiene razón. ¿Deberíamos llamar a Robert Li y avisarlo?
Bosch se lo pensó. Era una buena pregunta: tenía que decidir si Robert Li corría peligro. En ese caso, debería avisarlo; en cambio, si no estaba en peligro, una advertencia podía estropear toda la operación.
—No, todavía no. Veamos qué ocurre. Si Chang va a la tienda, entramos con él e intervenimos si las cosas se tuercen.
—¿Está seguro, Harry?
—No, pero es lo que haremos. No se quede en el semáforo.
Mantuvieron la conexión. El semáforo acababa de ponerse verde al final de la rampa. Bosch iba cuatro coches detrás de Chang, pero Chu estaba a al menos ocho.
El tráfico se movía despacio y Bosch continuó mirando el semáforo. Se puso ámbar justo cuando él llegaba al cruce. Logró pasar, pero Chu no.
—Vale, lo tengo —dijo al teléfono—. No hay problema.
—Bueno. Llegaré en tres minutos.
Bosch cerró el aparato. En ese momento oyó una sirena justo detrás y vio unas luces azules que destellaban en el retrovisor.
—¡Mierda!
Miró adelante y vio que Chang avanzaba hacia el sur por Sepulveda. Estaba a cuatro manzanas de Fortune Fine Foods & Liquor. Bosch se detuvo rápidamente y echó el freno; abrió la puerta y salió. Llevaba la placa en la mano al acercarse al agente en motocicleta que lo había hecho parar.
—¡Estoy en vigilancia! ¡No puedo parar!
—Hablar por el móvil es ilegal.
—Entonces apúntelo y mándeselo al jefe. No voy a estropear una vigilancia por eso.
Se dio la vuelta y volvió a su coche. Se incorporó de nuevo al tráfico y miró adelante en busca del Mustang de Chang: no estaba. El siguiente semáforo se puso rojo y volvió a detenerse. Dio un manotazo al volante y empezó a preguntarse si debía llamar a Robert Li.
Sonó el teléfono: era Chu.
—Estoy girando. ¿Dónde está?
—Sólo una manzana por delante. Me ha parado un poli de tráfico por hablar por el móvil.
—¡Genial! ¿Dónde está Chang?
—Delante. Ahora me estoy moviendo.
El tráfico avanzaba con lentitud en el cruce. Bosch no tenía pánico, porque la calle estaba tan bloqueada de vehículos que sabía que Chang no podía estar mucho más adelante. Se quedó en su carril, sabiendo que podría atraer la atención de Chang en los retrovisores si empezaba a cambiar de carril.
Al cabo de otros dos minutos llegó al cruce de Sepulveda y Ventura Boulevard. Divisó las luces de Fortune Fine Foods & Liquor a una manzana, en el siguiente cruce de Sepulveda. No vio por ninguna parte el Mustang de Chang delante del establecimiento. Llamó a Chu.
—Estoy en el semáforo de Ventura y no lo veo. Puede que ya esté allí.
—Estoy a un semáforo de distancia. ¿Qué hacemos?
—Voy a aparcar y entrar. Quédese fuera y busque su coche; llámeme cuando lo vea.
—¿Va a ir directo a Li?
—Ya veremos.
En cuanto el semáforo se puso verde, Bosch pisó el acelerador y estuvo a punto de atropellar a un peatón que cruzaba en rojo. Circuló despacio en la siguiente travesía y giró a la derecha en el aparcamiento de la tienda. No vio el coche de Chang ni ningún sitio libre salvo el marcado claramente para minusválidos. Bosch cruzó el aparcamiento hasta el callejón y dejó el coche al lado de un cubo de basura que tenía un adhesivo de PROHIBIDO APARCAR. Salió y trotó por el aparcamiento hasta la puerta de la tienda.
Justo cuando Bosch estaba cruzando la puerta automática que decía ENTRADA vio que Chang atravesaba la de SALIDA. Bosch levantó la mano y se la pasó por el cabello, tapándose la cara con el brazo. Continuó caminando y sacó el teléfono del bolsillo.
Pasó entre las dos cajas, donde había dos mujeres, diferentes de las del día anterior, que esperaban clientes.
—¿Dónde está el señor Li? —preguntó Bosch sin detenerse.
—En la parte de atrás —dijo una.
—En su oficina —añadió la otra.
Bosch llamó a Chu mientras caminaba rápidamente por el pasillo central hasta la trastienda.
—Acaba de salir. Quédese con él, yo hablaré con Li.
—Entendido.
Bosch colgó y se guardó el teléfono en el bolsillo. Siguió la misma ruta que el día anterior hasta la oficina de Li. Cuando llegó allí, la puerta de la oficina estaba cerrada. Sintió que le quemaba la adrenalina al poner la mano en el pomo.
Bosch abrió la puerta sin llamar y encontró a Li y otro hombre asiático sentados ante dos escritorios, manteniendo una conversación que se detuvo abruptamente. Li se levantó de un salto y Bosch vio de inmediato que estaba ileso.
—¡Detective! —exclamó Li—. ¡Ahora mismo iba a llamarle! ¡Ha estado aquí! ¡El hombre que me mostró ha estado aquí!
—Lo sé, estaba siguiéndolo. ¿Está bien?
—Asustado, pero nada más.
—¿Qué ha ocurrido?
Li vaciló un momento para buscar las palabras.
—Siéntese y cálmese —dijo Bosch—. Ahora me lo cuenta. ¿Quién es usted? —Bosch señaló al hombre sentado detrás del otro escritorio.
—Es Eugene, mi ayudante.
El hombre se levantó y le ofreció su mano a Bosch.
—Eugene Lam, detective.
Bosch le estrechó la mano.
—¿Estaba aquí cuando entró Chang? —preguntó.
—¿Chang? —repitió Li.
—Así se llama el hombre de la fotografía.
—Sí, estábamos los dos aquí. Acaba de entrar en la oficina.
—¿Qué quería?
—Ha dicho que ahora tenía que pagar yo a la tríada; que mi padre ya no estaba y que ahora me tocaba a mí. Que volvería en una semana y que tendría que pagar.
—¿Ha mencionado algo sobre el asesinato de su padre?
—Que ahora ya no estaba y que yo tenía que pagar.
—¿Ha dicho que ocurriría si no pagaba?
—No tenía que hacerlo.
Bosch asintió; Li tenía razón. La amenaza era implícita, sobre todo después de lo que le había ocurrido a su padre. Bosch se entusiasmó. El hecho de que Chang acudiera a Robert Li ampliaba las posibilidades. Estaba intentando extorsionarle y eso facilitaría una detención, que en última instancia podía conducir a una acusación de asesinato.
Harry se volvió hacia Lam.
—¿Usted ha sido testigo de todo lo que se ha dicho?
Lam titubeó, pero asintió al fin. Bosch pensó que quizás era reticente a implicarse.
—¿Lo ha oído o no, Eugene? Acaba de decirme que se encontraba usted aquí.
Lam asintió otra vez antes de responder.
—Sí, he visto al hombre, pero… no hablo chino. Lo entiendo un poco, aunque no mucho.
Bosch se volvió a Li.
—¿Le ha hablado en chino?
Li asintió.
—Sí.
—Pero lo ha entendido y ha quedado claro que le ha dicho que tenía que empezar a pagar ahora que su padre no estaba.
—Sí, eso ha quedado claro, pero…
—Pero ¿qué?
—¿Van a detener a ese hombre? ¿Tendré que presentarme en el juicio?
Estaba claramente asustado por la posibilidad.
—Mire, es demasiado pronto para decir si esto saldrá alguna vez de esta sala. No queremos acusar a Chang de extorsión, sino de matar a su padre, si es que fue él. Y estoy seguro de que usted hará lo que sea necesario para ayudarnos a encerrar al asesino.
Li asintió, pero Bosch aún podía ver su vacilación. Considerando lo que le había ocurrido a su padre, estaba claro que Robert no quería enfrentarse a Chang o a la tríada.
—He de hacer una llamada rápida a mi compañero —dijo Bosch—. Voy a salir un momento y enseguida vuelvo. —Salió de la oficina y cerró la puerta. Llamó a Chu—. ¿Lo tiene?
—Sí, va otra vez hacia la autovía. ¿Qué ha pasado?
—Le ha dicho a Li que ha de empezar a hacer los pagos que hacía su padre a la tríada.
—¡Joder! ¡Tenemos el caso!
—No se entusiasme. Un caso de extorsión tal vez, y sólo si el chico coopera. Todavía estamos muy lejos de un cargo por homicidio.
Chu no respondió y Bosch de repente se sintió mal por aguarle la fiesta.
—Pero tiene razón —dijo—. Nos estamos acercando. ¿Hacia qué lado va?
—Está en el carril de la derecha en dirección sur por la 101. Me da la sensación de que tiene prisa. Está mordiéndole el culo al coche de delante, pero no parece que eso le ayude mucho.
Aparentemente, Chang estaba volviendo por donde había llegado.
—Vale, voy a hablar con esos tipos un poco más y luego estaré libre. Llámeme cuando Chang pare en algún sitio.
—¿Esos tipos? ¿Quién más hay aparte de Robert Li?
—Su ayudante, Eugene Lam. Estaba en la oficina cuando entró Chang, pero el problema es que este habló en chino y Lam sólo sabe inglés. No será un buen testigo salvo para situar a Chang en el despacho de la tienda.
—De acuerdo, Harry. Ahora estamos en la autovía.
—Quédese con él y llamaré en cuanto termine —dijo Bosch.
Bosch cerró el teléfono y volvió al despacho. Li y Lam seguían tras sus escritorios, esperándolo.
—¿Tiene videovigilancia en la tienda? —preguntó en primer lugar.
—Sí —dijo Li—. El mismo sistema que en la tienda del sur, aunque aquí hay más cámaras. Graba en múltiplex; ocho pantallas a la vez.
Bosch levantó la mirada al techo y a la parte superior de las paredes.
—No hay cámara aquí, ¿verdad?
—No, detective —contestó Li—. En el despacho no.
—Bueno, de todos modos necesitaré el disco para que podamos probar que Chang vino a verlo.
Li asintió de manera vacilante, como un chico arrastrado a la pista de baile por alguien con quien no quiere bailar.
—Eugene, ¿puedes ir a buscar el disco para el detective Bosch? —dijo.
—No —repuso Bosch con rapidez—. Necesito ser testigo de cómo saca el disco. Hay que respetar la cadena de pruebas y custodia. Iré con usted.
—Como quiera.
Bosch pasó otros quince minutos en la tienda. Primero observó el vídeo de vigilancia y confirmó que Chang había entrado, se había dirigido al despacho de Li y había vuelto a marcharse después de tres minutos fuera de cámara con Li y Lam. A continuación, Bosch se guardó la grabación y volvió al despacho para repasar una vez más el relato de Li de lo que había ocurrido con Chang. La reticencia de Li pareció crecer con el interrogatorio más detallado. Harry empezó a creer que el hijo de la víctima de homicidio podría negarse a cooperar en una acusación. Aun así, había otro aspecto positivo en el último acontecimiento. El intento de extorsión de Chang podía usarse de otras maneras: podía proporcionar causa probable. Y con eso, Bosch podía detener a Chang y registrar sus pertenencias en busca de pruebas del homicidio, tanto si Li finalmente cooperaba en una acusación como si no.
Al salir por la puerta automática de la tienda, Bosch se sentía animado. El caso cobraba nueva vida. Sacó el teléfono para conocer el paradero del sospechoso.
—Hemos vuelto a su apartamento —dijo Chu—. Sin paradas. Creo que no va a volver a salir.
—Es demasiado temprano. Aún no está oscuro.
—Bueno, lo único que puedo decirle es que ha llegado a casa. Y ha corrido las cortinas.
—Vale. Voy hacia allá.
—¿Le importa cogerme un perrito de tofu, Harry?
—Ni hablar, Chu.
Chu rio.
—Lo suponía —dijo.
Bosch cerró el teléfono. Chu obviamente también sentía la excitación del caso.