Con la ayuda del departamento del sheriff del condado de Riverside, que les facilitó un coche y un ayudante para conducirlo, Sharp y Peake estaban de regreso de Palm Springs a las cuatro y media de la tarde del martes. Cogieron dos habitaciones en un motel de Palm Canyon Drive.
Sharp llamó a Nelson Gosser, el agente que se había quedado vigilando la casa de Eric Leben en Palm Springs. Este compró un par de albornoces para Peake y para Sharp, llevó su ropa a una tintorería y lavandería rápida, y les trajo dos raciones de pollo de Kentucky Fried Chicken, con ensalada de col, patatas fritas y galletas.
Mientras Sharp y Peake estaban en el lago Arrowhead, el Mercedes rojo 560 SL de Rachael Leben había sido hallado, con una rueda reventada, detrás de una casa desocupada, a pocas manzanas de Palm Canyon Drive.
Averiguaron también que el Ford azul que Shadway conducía en Arrowhead pertenecía a una agencia de alquiler del aeropuerto. Evidentemente, ninguno de los coches les ofrecía pista alguna.
Sharp llamó al aeropuerto para hablar con el piloto del Bell jet Ranger. El helicóptero estaba ya casi completamente reparado. Estaría cargado de combustible y a disposición del subdirector al cabo de una hora.
Sin probar las patatas porque creía que causaban problemas cardíacos, dejando la ensalada de col porque hacía meses que estaba agria y separando meticulosamente la piel y la grasa del pollo, comió sólo la carne, mientras hacía una serie de llamadas telefónicas a sus subordinados en los laboratorios de Geneplan en Riverside y en otro lugares del condado de Orange. Más de sesenta agentes participaban en el caso. No pudo contactarlos a todos, pero hablando con seis de ellos se formó una idea detallada del progreso de la investigación.
Era nulo.
Muchas preguntas sin respuesta. ¿Dónde estaba Eric Leben? ¿Dónde estaba Ben Shadway? ¿Por qué no estaba Rachael Leben con Shadway en la cabaña sobre el lago Arrowhead? ¿Adónde había ido? ¿Dónde estaba ahora? ¿Lograrían Shadway y la señora Leben hacerse con las pruebas necesarias para divulgar la información relacionada con el proyecto Wildcard?
Considerando la urgencia de tantas preguntas sin respuesta y el fracaso humillante de la expedición de Arrowhead, la mayoría de la gente habría tenido poco apetito, pero Anson Sharp acabó de devorar gustoso el pollo y las galletas.
Además, considerando que había puesto todo su futuro en riesgo, subordinando en este caso los objetivos de la agencia a su venganza personal contra Ben Shadway, parecía improbable que pudiera acostarse y disfrutar tranquilamente del sueño profundo propio de un niño inocente. Pero al meterse en la enorme cama del motel, no tuvo dificultad alguna en hacerlo. Era siempre capaz de dormirse en el momento de apoyar la cabeza sobre la almohada, independientemente de las circunstancias.
Era, después de todo, un hombre cuya única pasión la constituía él mismo, cuyo único compromiso era hacia sí mismo y cuyo único interés se centraba en las cosas que le afectaban directamente. Por consiguiente, el hecho de cuidarse, de comer bien, dormir, mantenerse en forma y cuidar de su apariencia eran de una importancia primordial.
Además, plenamente convencido de que era superior a los demás hombres y favorecido por el destino, no se dejaba abatir por ningún contratiempo, ya que estaba convencido de que la mala suerte y la decepción eran condiciones transitorias, anomalías insignificantes en un camino que, en líneas generales, era suave y permanentemente ascendente hacia la grandeza y la fama.
Antes de meterse en la cama, Sharp mandó a Nelson Gosser con instrucciones para Peake. A continuación dio órdenes en la recepción para que no le pasaran ninguna llamada, corrió las cortinas, se quitó el albornoz, arregló la almohada y se tumbó sobre el colchón.
Mirando al techo oscuro, pensó en Shadway y se rio.
El pobre Shadway se preguntaría cómo diablos se las había arreglado un individuo que había sido sometido a un consejo de guerra y expulsado deshonrosamente de los marines, para convertirse en agente de la ADS. Ese era el problema fundamental del puritano de Ben. Creía equivocadamente que ciertas formas de conducta eran morales y otras inmorales, que las buenas acciones eran premiadas y que, tarde o temprano, el autor de las malas acababa pagando por las mismas.
Pero Anson Sharp sabía que la justicia en abstracto no existía, que sólo se debía temer la retribución de los demás si uno les permitía que contraatacaran y que el altruismo y la honradez no eran automáticamente recompensados. Sabía que los conceptos de moralidad e inmoralidad no tenían sentido alguno, y que en la vida uno no elegía entre el bien y el mal, sino entre lo que aportaba beneficio y lo que no lo aportaba. Sólo un imbécil haría algo que no le aportara beneficio, o que beneficiara a otro más que a él. Ocuparse de sí mismo era lo único que importaba y toda decisión que le beneficiara a uno era buena, independientemente del efecto que causara en los demás.
Con sus actos limitados sólo por esa filosofía extremadamente flexible, le había resultado relativamente fácil eliminar lo de la expulsión deshonrosa de su ficha. Su respeto por la informática y el conocimiento de sus capacidades habían sido también de un valor incalculable.
En Vietnam, Sharp había logrado robar con mucho éxito grandes cantidades de suministros destinados a las tropas, gracias a la colaboración de un cabo llamado Eugene Dalmet, operador de ordenador en el departamento de intendencia. Gracias a la informática, sabían exactamente dónde se encontraban los suministros en cualquier momento dado y podían elegir el lugar y momento ideal para interceptarlos. A continuación, Dalmet casi siempre lograba eliminar la información relacionada con dichos suministros del ordenador y mandar una orden a través del mismo, para que algún funcionario inocente destruyera la documentación escrita, de modo que nadie podría demostrar que había habido un robo, porque no quedaba constancia de que hubiera nada para robar. En este nuevo mundo feliz de burócratas y alta tecnología, parecía que nada era efectivamente real sino había una documentación y gran cantidad de datos en un ordenador que demostraran su existencia. Todo funcionaba a pedir de boca, hasta que Ben Shadway comenzó a meter las narices en sus asuntos.
Repatriado a los Estados Unidos deshonrosamente, Sharp no estaba desesperado porque conservaba el alentador conocimiento del talento maravilloso de los ordenadores para modificar la información y cambiar la historia. Estaba seguro de que podría utilizarlo para rehacer su reputación.
Durante seis meses, trabajando día y noche y con una dedicación exclusiva, hizo cursos de informática hasta convertirse no sólo en un operador de primer rango, sino en un hacker de singular pericia y astucia. Eso ocurría en una época en que la palabra hacker no había sido aún inventada.
Logró que le aceptaran en Oxelbine Placement, una agencia de empleo para ejecutivos lo suficientemente grande para necesitar un programador de ordenadores, pero bastante pequeña y discreta como para no preocuparse por el historial de uno de sus empleados. Lo único que a Oxelbine le interesaba era que no tuviera antecedentes penales en la vida civil y que estuviera bien preparado en su campo, en una época en que no se había desencadenado todavía la fiebre de la informática, con mucha demanda en el mundo comercial de personas que tuvieran conocimientos avanzados en el procesamiento de datos.
Oxelbine tenía línea directa con el ordenador principal de la TRW, la empresa más importante dedicada a la investigación de crédito y solvencia. Los ficheros de la TRW constituían la fuente de información más importante, tanto a nivel local como nacional, para las agencias dedicadas a determinar la solvencia de los individuos. Oxelbine compraba a la TRW la información relacionada con ejecutivos que solicitaban empleo a través de ellos y, de vez en cuando, reducía los costos vendiéndoles información que no poseían. Además de realizar su trabajo en Oxelbine, Sharp hurgó secretamente en el ordenador de la TRW, intentando descubrir su sistema de codificación de datos. Se dedicó laboriosamente a tantear, como lo harían tantos aficionados una década más tarde, si bien en aquella época el sistema era más lento, porque también lo eran los ordenadores. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, logró tener acceso a todas las fichas de la TRW y, todavía más importante, descubrió cómo agregar y eliminar datos. El proceso era más simple de lo que sería en una época posterior, ya que entonces aún no se había reconocido la necesidad de proteger la información informatizada. Cuando logró acceder a su propia ficha, cambió lo de expulsado deshonrosamente de los marines por honrosamente licenciado, se otorgó incluso algunas condecoraciones, se ascendió de sargento a teniente y eliminó un par de manchas de menor importancia. Entonces introdujo la orden en el ordenador de la TRW de que se destruyera la documentación existente y se sustituyera por otra ficha que coincidiera con la información del ordenador.
Libre de la mancha negra en su historial, consiguió trabajo en una empresa que trabajaba para el departamento de defensa: la General Dynamics. Tratándose de un empleo administrativo que no requería el visto bueno de los servicios de seguridad, sus antecedentes no fueron investigados por el FBI ni por la GAO, cuyos ordenadores estaban conectados con los del departamento de defensa y habrían delatado su auténtico historial militar. Utilizando los terminales de su nueva empresa, conectados también con los de los sistemas del departamento de defensa, Sharp acabó por tener acceso a su ficha informática en la oficina de personal del cuerpo de marines y la modificó al igual que había hecho con la de la TRW. A partir de entonces, ya sólo fue cosa de que el computador de los marines diera la orden de que se destruyera la documentación escrita y se reemplazara por una «copia actualizada» de la ficha.
El FBI tenía su propio fichero de individuos que habían delinquido en el servicio militar. Los utilizaba para investigar civiles a quienes se sospechaba habían cometido crímenes y también a los candidatos a empleos federales, para los que se exigía el visto bueno de los servicios de seguridad. Rectificado el fichero del cuerpo de marines, Sharp le ordenó que mandara una copia de su ficha actualizada al FBI, acompañada de una nota en la que decía que su antigua ficha contenía «graves errores difamatorios y que debía ser destruida inmediatamente». En aquella época, antes de que nadie hubiera oído hablar de hackers, o se hubiera dado cuenta de la vulnerabilidad de los archivos electrónicos, la gente creía lo que les decían los ordenadores; incluso los agentes del FBI, entrenados para desconfiar, creían en ellos. Sharp estaba bastante convencido de que se saldría con la suya.
A los pocos meses solicitó ser admitido en un programa de formación de la Agencia de la Defensa de la Seguridad y quedó a la espera de comprobar si su campaña destinada a rehacer su reputación había tenido éxito. Lo había tenido.
Después de una investigación por parte del FBI con relación a su pasado y a su carácter, le aceptaron en la ADS. A partir de entonces, con la dedicación de alguien auténticamente sediento de poder y la astucia de un maquiavelo innato, comenzó a ascender como una centella por los rangos de la ADS. No le entorpeció el hecho de saber cómo utilizar el ordenador para mejorar su historial en la agencia, introduciendo recomendaciones y méritos especiales de agentes de rango superior, después de que estos hubieran fallecido en acción o por causas naturales y, por consiguiente, no pudieran contradecirle.
Sharp decidió que había sólo un puñado de individuos que podían delatarle, con los que había servido en Vietnam y que habían intervenido en su consejo de guerra. Desde la ADS, se dedicó a localizar a todos aquellos que podían suponer un peligro para él. Tres de ellos habían fallecido en Vietnam después de su regreso. Otro había fallecido unos años después de la época de Jimmy Carter, en el intento fallido de rescatar a unos rehenes en Irán. Otro lo hizo de muerte natural. Otro fue abatido de un tiro en Teanek, New jersey, donde al licenciarse en los marines había instalado una tienda que estaba abierta por la noche y tuvo la mala suerte de enfrentarse a un joven drogadicto que pretendía atracarle. Otros tres individuos, capaces de revelar su pasado y destruir su carrera, habían regresado a Washington después de la guerra y habían entrado en el departamento de estado, el FBI y el departamento de justicia. Con suma cautela, pero sin pérdida de tiempo antes de que descubrieran que estaba en la ADS, organizó su asesinato y lo ejecutó sin el menor contratiempo.
Otros cuatro que le conocían, incluido Shadway, seguían con vida, pero ninguno de ellos trabajaba para el gobierno o parecía probable que le descubrieran en la ADS. Evidentemente, si alcanzaba el puesto de director, su nombre aparecería con mayor frecuencia en las noticias y podría llegar a oídos de enemigos como Shadway, que intentarían derrocarle. Desde hacía algún tiempo sabía que esos cuatro debían morir tarde o temprano. Al descubrir que Shadway estaba vinculado en el caso Leben, a Sharp le pareció que era como un don del cielo, prueba adicional de que estaba destinado a llegar tan lejos como deseara.
Dada su propia historia, a Sharp no le sorprendió enterarse de la autoexperimentación de Eric Leben. Otros parecían asombrados o atónitos ante la arrogancia de Leben, intentando violar la ley de Dios y de la Naturaleza, burlando la muerte. Sin embargo, hacía tiempo que Sharp había descubierto que absolutos tales como la verdad, lo bueno y lo malo, la justicia o incluso la muerte, habían dejado de ser valores absolutos en esta época de tecnología avanzada.
Sharp había reformado su reputación manipulando electrones y Eric Leben había intentado reconstituirse a partir de un cadáver, convirtiéndose nuevamente en un hombre vivo con la manipulación de sus propios genes. Para Sharp todo formaba parte del mismo proceso mágico de la ciencia del siglo XX.
Ahora, tumbado sobre la cama de su habitación, Anson Sharp disfrutaba del sueño del amoral, mucho más profundo y relajante que el del justo, el virtuoso y el inocente.
Jerry Peake tardó un buen rato en dormirse. Hacía veinticuatro horas que no se acostaba, había subido y bajado montañas, había obtenido un par de asombrosas introspecciones y estaba agotado cuando llegaron a Palm Springs, demasiado cansado para probar la comida que Nelson Gosser había llevado. Seguía estando agotado, pero no podía dormir.
Por una parte, Gosser le había entregado un mensaje de Sharp diciéndole que descansara durante un par de horas y estuviera listo para entrar de nuevo en acción a las siete y media, lo que le permitiría disponer de media hora para ducharse y afeitarse cuando despertara. ¡Dos horas! Necesitaba diez. Le parecía que no valía la pena acostarse si tenía que volver a levantarse tan pronto.
Además, seguía sin vislumbrar la solución del difícil dilema moral que le había atormentado todo el día: convertirse en cómplice de asesinato a las órdenes de Sharp y hacer méritos profesionales a costa de su alma, o encañonar a Sharp con un arma si era necesario, arruinando su carrera pero salvando su alma. Le parecía que su elección evidente debía ser la segunda, sólo que si encañonaba a Sharp con un arma puede que este le disparase y le matara. Sharp era más astuto y rápido que él, Peake lo sabía. Había pensado que por el hecho de no dispararle a Shadway, el subdirector se había molestado y le echaría del caso, expulsado con hastío, lo que no habría mejorado las perspectivas de su carrera, pero habría resuelto su dilema. Pero Sharp le tenía ahora fuertemente atrapado y Peake reconoció que no tenía ninguna salida fácil.
Lo que más le preocupaba era la certeza de que alguien más inteligente que él, a estas alturas habría hallado ya una solución para beneficiarse enormemente de la situación. No habiendo conocido a su madre, con poco afecto en su infancia por parte de su padre viudo y malhumorado, poco popular en la escuela por tímido e introvertido, hacía tiempo que Jerry Peake soñaba en dejar de ser un perdedor para convertirse en ganador, de un don nadie en un ser legendario, y ahora se le había presentado la oportunidad de comenzar a ascender, pero no sabía cómo utilizarla.
Se revolcó en la cama. Dio vueltas y más vueltas.
Maquinó, planificó y se devanó los sesos contra Sharp y pensando en su propio éxito, pero sus planes, proyectos y confabulaciones se desmoronaban uno tras otro, bajo el peso de la pobreza de su propia concepción e ingenuidad.
Sentía un profundo deseo de ser como George Smiley, Sherlock Holmes, o James Bond, pero se sentía como el gato silvestre, intentando con muy poca astucia capturar y devorar al ratón, mucho más inteligente que él.
Tuvo un montón de pesadillas en las que se caía de escaleras, de tejados y de árboles, persiguiendo a un macabro canario con el rostro de Anson Sharp.
Ben había perdido tiempo en el lago Silverwood, desprendiéndose del Chevette robado y buscando otro coche que pudiera robar. Habría sido suicida quedarse con el mismo vehículo, sabiendo que Sharp tenía su descripción y la matrícula. Por fin localizó un Merkur negro y nuevo, aparcado junto a un largo camino que conducía al lago, fuera del campo visual de su propietario que estaba pescando. Estaba cerrado con llave, pero tenía las ventanas un poco abiertas para que se aireara. En el maletero del Chevette, entre un montón de porquería, había encontrado un colgador de alambre y lo había cogido por si se encontraba en semejante situación. Lo utilizó para sacar el seguro, hizo un puente y se dirigió hacia la interestatal 15.
No llegó a Barstow hasta las cuatro cuarenta y cinco. Había llegado ya a la triste conclusión de que no alcanzaría a Rachael por la carretera. Por culpa de Sharp había perdido demasiado tiempo. Cuando el cielo se oscureció y comenzaron a caer algunas gotas, comprendió que la tormenta disminuiría la velocidad del Merkur más que la del Mercedes con su extraordinaria maniobrabilidad, aumentando la distancia que le separaba de Rachael. Entonces decidió salirse de la poco transitada carretera, entrar en el centro de Barstow y llamar por teléfono a Whitney Gavis en Las Vegas.
Le avisaría a Whitney de que Eric Leben estaba escondido en el maletero del coche de Rachael. Con un poco de suerte, Rachael no se detendría por el camino y no le brindaría a Eric la oportunidad de atacarla, lo que obligaría al difunto a permanecer en su escondrijo hasta que llegaran a Las Vegas. Allí, previamente advertido, Whit Gavis podría propinarle seis disparos con una buena escopeta, en el momento en que Eric abriera el maletero y Rachael, sin haberse dado cuenta en ningún momento del peligro que corría, estaría a salvo.
Todo saldría a pedir de boca.
Whit se ocuparía de todo.
Ben acabó de marcar el número, sirviéndose de su tarjeta de la ATT, y al cabo de un momento comenzó a sonar el teléfono de Whit, a doscientos kilómetros de distancia.
La tormenta no había llegado aún. Sólo caían unas gotas, que se estrellaban contra las paredes del cristal de la cabina.
El teléfono sonó y sonó.
Las nubes anteriormente algodonadas se habían convertido en inmensos cúmulos de un gris oscuro, que seguían transformándose en masas todavía más negras y malignas, desplazándose a gran velocidad hacia el sudeste.
El teléfono seguía sonando y sonando.
«Contéstalo, maldita sea», pensó Ben.
Pero Whit no estaba en casa y su deseo no cambiaría la situación. Después de veinte llamadas, Ben colgó el teléfono.
Permaneció unos momentos en la cabina, desesperado, sin saber qué hacer.
En otra época había sido un hombre de acción, sin una sola duda en un momento de crisis. Pero como reacción ante ciertos descubrimientos intranquilizantes acerca del mundo en que vivía, había intentado convertirse en otro hombre, estudioso del pasado, aficionado a los trenes. Había fracasado en su intento, como lo habían demostrado sobradamente los acontecimientos recientes. No podía dejar de ser el mismo de antes. Ahora lo reconocía. También creía no haber perdido su pericia. Pero se daba cuenta de que todos esos años pretendiendo ser otro, le habían aplacado. El hecho de no haber verificado el maletero del Mercedes antes de dejar que Rachael se marchara, su actual desesperación, su confusión y su inesperada indecisión, demostraban que la pretensión excesiva tiene sus efectos perniciosos.
Apareció un relámpago en el cielo ennegrecido, sin que por ello estallara la tormenta.
Decidió que lo único que podía hacer era lanzarse a la carretera, en dirección hacia Las Vegas, confiando en que todo saldría bien, aunque dadas las circunstancias la confianza parecía ahora fútil. Podía detenerse en Baker, cien kilómetros más adelante, o intentar llamar nuevamente a Whit.
Tal vez su suerte cambiara.
Tenía que cambiar.
Abrió la puerta de la cabina y se dirigió a toda prisa hacia el Merkur robado.
Otro relámpago cruzó el firmamento.
Un enorme trueno retumbó entre las nubes y la tierra.
El aire apestaba a ozono.
Entró en el coche, cerró la puerta, puso en marcha el motor y por fin se desencadenó la tormenta, dejando caer un millón de toneladas de agua en el desierto, en forma de diluvio.