23. EN LA OSCURIDAD DEL BOSQUE

Riiii, riii, riii, riii… Al principio a Rachael le resultaba agradable el canto de las cigarras, que le recordaban las salidas y excursiones de la escuela, así como los paseos por el monte en su época universitaria. Sin embargo, el ruido penetrante pronto comenzó a irritarla. Ni los matorrales ni las copas de los enormes árboles mitigaban el escándalo de los insectos. Cada una de las moléculas del aire seco y fresco parecía vibrar con aquel sonido rasposo, que no tardó en penetrar también hasta sus dientes y sus huesos.

Su reacción se debía también en parte al hecho de que Benny, de pronto, estaba convencido de haber oído algún ruido en los matorrales, que no formaba parte del sonido natural del bosque. Maldijo a los insectos en silencio, deseando que se callaran, para poder oír algún ruido fuera de lo normal, tal como el crujido de ramas o el movimiento de los matorrales, provocado por el paso de algo más sólido que el viento.

El Combat Magnum estaba en su bolso y en la mano llevaba sólo la pistola del 32. Había descubierto que necesitaba una mano para abrirse camino entre los matorrales y agarrarse a alguna rama para avanzar por el terreno difícil y empinado. Pensó en sacar el 357 de su bolso, pero el ruido de la cremallera habría delatado su posición si había alguien al acecho.

Alguien. Qué forma tan cobarde de evadir la realidad. Con toda seguridad, sólo podía haber una persona al acecho:

Eric.

Ella y Benny se habían desplazado en dirección sur por la ladera de la montaña, vislumbrando de vez en cuando la cabaña a unos doscientos metros, procurando interponer árboles, matorrales y rocas entre ellos y las enormes ventanas de la casa, que le recordaban a unos gigantescos ojos rectangulares. Treinta metros más allá de la cabaña, habían girado hacia el este, montaña arriba, por un camino tan empinado que se vieron obligados a desplazarse con mucha mayor lentitud que antes. La intención de Benny era rodear la cabaña y acercarse por detrás. Después de ascender sólo cien metros y encontrarse todavía treinta metros al sur de la cabaña, Benny oyó un ruido, se detuvo, se colocó al abrigo del tronco de un abeto de casi un metro de diámetro, ladeó la cabeza y levantó la escopeta.

Riiii, riiii, riiii

Además del canto incesante de las cigarras, que había continuado a pesar de ellos y evidentemente no cesaría por la presencia de otra persona, se oía el molesto ruido del viento. La brisa que se había levantado cuando salían de la tienda junto al lago, hacía menos de tres cuartos de hora, ahora era evidentemente más fuerte. Sin embargo, era apenas perceptible a ras de suelo en el bosque. Pero las altas copas de los árboles se movían inquietas y se oía una especie de aullido quejumbroso, producido por el viento que se filtraba entre las ramas más altas.

Rachael se quedó muy cerca de Benny, pegada al tronco del abeto. Su corteza áspera le lastimaba la piel, incluso a través de la blusa.

Tenía la impresión de que habían quedado paralizados, escuchando atentamente y escudriñando el bosque, durante por lo menos un cuarto de hora, aunque sabía que no podía haber transcurrido más de un minuto. Entonces, cautelosamente, Benny siguió escalando, desviándose ligeramente hacia la derecha, para seguir un camino prácticamente desprovisto de hojarasca. Rachael le seguía muy de cerca. Unos hierbajos secos como el papel les acariciaban de vez en cuando las piernas. Tenían que andar con cuidado para no pisar las piedras sueltas, que habían caído al fundirse las últimas nieves, pero avanzaban con mayor rapidez que antes.

El único problema con el nuevo camino era la maleza a ambos lados del mismo. La vegetación, parte seca y parte verde, era espesa y apiñada a ambos lados del camino, con muy pocas brechas por las que Benny y Rachael pudieran observar el bosque. Temía que Eric saltara entre los matorrales y los atacase. La tranquilizaban la abundancia de zarzas y los enormes espinos de algunos de los matorrales, que obligarían a cualquiera a pensárselo dos veces antes de cruzarlos.

Por otra parte, habiendo regresado ya de la muerte, ¿le preocuparía a Eric un obstáculo tan insignificante como los espinos?

Sólo habían avanzado otros diez o quince metros cuando Benny quedó de nuevo inmóvil, parcialmente agachado para presentar un blanco más reducido y levantó lentamente la escopeta.

En esta ocasión Rachael también oyó un movimiento de piedrecitas.

Riiii, riiii

Un suave paso de un zapato de cuero caminando sobre piedra.

Miró de un lado para otro, hacia arriba y hacia abajo, pero no vio movimiento alguno relacionado con el ruido.

La insinuación de algo que se movía entre los matorrales, con mayor decisión que el viento.

Eso era todo.

Transcurrieron diez segundos sin que ocurriera absolutamente nada.

Veinte.

Escudriñando la vegetación del bosque, Benny ya no conservaba vestigio alguno de la imagen que solía proyectar, como simple vendedor de propiedades inmobiliarias. Sus agradables y excepcionales facciones eran ahora dignas de contemplación. La intensidad de la concentración parecía agudizarle el ceño, las mejillas y la mandíbula; el sentido instintivo del peligro y la determinación animal de supervivencia eran evidentes en su mirada con los ojos entornados, en la apertura de las ventanas de su nariz y en la posición de los labios, dibujando una sonrisa carente de humor, salvaje. Estaba perfectamente concentrado, consciente de todas y cada una de las sutilezas del bosque, y sólo de mirarle, Rachael comprendió que sus reflejos eran instantáneos. Este era el trabajo para el que había sido formado: cazar y no ser cazado. El hecho de que pretendiera centrarse en el pasado, parecía una fantasía o un engaño, ya que no cabía la menor duda de que estaba perfectamente capacitado para concentrarse plena y poderosamente en el presente, como lo hacía ahora.

Las cigarras.

El viento en la parte alta del bosque.

El canto ocasional de algún pájaro en la lejanía.

Nada más.

Treinta segundos.

Se suponían que ellos debían ser los cazadores en el bosque, pero de pronto parecían haberse convertido en presa y dicha inversión frustraba y aterrorizaba a Rachael. La necesidad de guardar silencio le resultaba inaguantable, deseaba chillar, insultar a Eric, desafiarle. Quería gritar.

Cuarenta segundos.

Con suma cautela, Benny y Rachael siguieron caminando montaña arriba.

Rodearon la enorme cabaña, hasta el borde del bosque en la parte posterior de la misma, sin dejar de ser, o creer ser, acechados a cada paso. Se detuvieron otra media docena de veces, incluso después de haberse alejado del camino para seguir andando por el bosque, reaccionando ante algún ruido anormal. Algunas veces era la fractura de alguna ramita, o alguna fricción inidentificable, tan cerca, lo que le hacía pensar que su perseguidor debía estar a pocos pasos y ser fácilmente visible, pero no distinguieron nada.

Por fin, doce metros detrás de la cabaña, cerca del borde de la arboleda donde aún los protegía la penumbra del bosque, se agacharon tras un bloque de granito incrustado en la tierra que recordaba una dentadura desgastada y corroída por la caries.

—Debe de haber muchos animales en estos bosques —susurró Benny—. Eso es probablemente lo que hemos oído.

—¿Qué clase de animales? —preguntó Rachael, en un susurro.

—Ardillas, zorros —respondió Benny, con una voz tan suave que apenas era audible—. A estas alturas… puede que haya incluso algún lobo. No puede haber sido Eric. De ningún modo. No ha recibido la preparación ni el entrenamiento necesarios para permanecer silencioso y oculto con tanta eficacia y durante tanto rato. De haber sido él, le habríamos visto. Además, si está tan enloquecido como crees, habría intentado atacarnos por el camino.

—Animales —dijo poco convencida.

—Animales.

Con la espalda contra la dentadura de granito, Rachael escudriñó el bosque que acababa de cruzar, fijándose en cada sombra y forma extraña.

Animales. Nadie al acecho. Sólo el ruido de diversos animales con cuyos caminos se habían cruzado. Animales.

En ese caso, ¿por qué tenía aún la sensación de que desde aquel bosque algo la observaba y la reclamaba?

—Animales —repitió Benny.

Satisfecho con su propia explicación, dejó de observar el bosque, se incorporó ligeramente y asomó la cabeza por encima de la formación granítica cubierta de líquenes, para observar la parte posterior de la guarida secreta de Eric.

Rachael, no demasiado convencida de que el único peligro podía proceder de la cabaña, se incorporó, apoyando una cadera y un hombro contra la roca, y adoptó una posición que le permitía concentrarse alternativamente en el edificio rústico que tenían delante y en el bosque que quedaba a su espalda.

Detrás de la casa, construida en una amplia terraza entre pendientes, había una zona de doce metros de anchura diseñada como jardín, iluminada en su mayor parte por el sol estival. El césped sólo había crecido en algunas áreas, porque el terreno era rocoso. Además, al parecer Eric no había instalado ningún sistema de riego, por lo que el escaso césped sólo crecería después de que se fundieran las nieves y antes del árido verano. Después de un par de semanas de muerto, lo habían segado dejándolo corto, seco y de color castaño. Sin embargo, los parterres, evidentemente irrigados por un sistema de gota a gota, llenaban el porche de madera barnizada, que se extendía a lo largo de la fachada posterior de la casa, con un enjambre de flores amarillas, naranjas, rojas como el fuego, color vino tinto, rosas, blancas y azules, que se mecían y estremecían en la racheada brisa, además de rascamoños, geranios, margaritas, crisantemos y muchas flores más.

La cabaña estaba construida con troncos entrelazados y hormigón, pero no era una estructura barata, sino muy sofisticada. El acabado parecía perfecto, como si Eric hubiera gastado una fortuna en su construcción. Se elevaba sobre cimientos invisibles de piedra y hormigón, con unos enormes ventanales en la fachada, dos de los cuales estaban abiertos para facilitar la ventilación. El techo de pizarra negra mantenía alejadas a las polillas y a las ardillas, atraídas por las tejas, y había incluso una antena parabólica para garantizar una buena recepción televisiva.

La puerta trasera, abierta de par en par y rodeada de hermosas flores, debía haberle dado a la casa un aspecto auténticamente acogedor. Sin embargo, a Rachael le parecía más bien una invitación a una trampa, tendida para desarmar a la víctima que se dejara llevar por las apariencias.

Por supuesto entrarían de todos modos. Esa era la razón de su viaje: entrar y hallar a Eric. Pero no tenía por qué gustarle.

—Es imposible acercarse cautelosamente, no hay dónde ocultarse —susurró Benny, después de examinar la cabaña.

—Lo mejor, dadas las circunstancias, es acercarse corriendo y agacharse junto a la baranda del porche.

—De acuerdo.

—Probablemente lo más inteligente será que tú te quedes aquí, mientras yo me acerco a la casa y comprobemos si tiene un arma y comienza a dispararme. Si no hay disparos, me sigues.

—¿Quedarme sola?

—No me alejaré demasiado.

—Hasta un metro es demasiado.

—Sólo nos separaremos un minuto.

—Eso es exactamente sesenta veces lo que soy capaz de soportar sola aquí —dijo Rachael examinando el bosque, repleto de sombras y formas no identificables, que parecían haberse acercado mientras estaba distraída—. De ningún modo, vamos juntos.

—Me lo imaginaba.

Una racha de viento tempestuoso barrió el patio, levantando el polvo, azotando las flores y Rachael sintió su presión en el rostro y en el perímetro del bosque.

Benny se acercó al borde de la formación granítica, con la escopeta en ambas manos, mirando por la esquina, echándole una última ojeada a las ventanas de la casa para asegurarse de que no había nadie tras ellas.

Las cigarras habían dejado de cantar. ¿Qué significaba su inesperado silencio?

Antes de podérselo comentar a Benny, este salió disparado, alejándose de la proporción del bosque. Cruzó el escaso y seco césped del patio con la rapidez de una centella.

Impulsada por la sensación electrificante de que en el bosque a su espalda le acechaba una fuerza asesina, a punto de agarrarla del cabello y arrastrarla hacia la maleza, Rachael se lanzó tras su compañero, abandonando las rocas y los árboles, para salir a campo abierto. Alcanzó la baranda del porche en el momento en que él se agachaba junto a los escalones.

Sin respiración, se inclinó junto a él, para mirar el bosque. Le costó creerlo, pero nadie la seguía.

Con rapidez y agilidad, Benny subió los escalones, se colocó junto a la puerta, de espaldas contra los troncos de la pared, y escuchó por si oía algún ruido en el interior del edificio. Evidentemente no oyó nada, porque abrió la puerta mosquitera y entró agachado, apuntando siempre con la escopeta.

Rachael le siguió hasta la cocina, mayor y mejor equipada de lo que suponía. Sobre la mesa había un plato con restos de salchichas y galletas. Tiradas por el suelo había varias latas vacías y un tarro, también vacío, de manteca de cacahuete.

La puerta del sótano estaba abierta. Benny la cerró cautelosamente, ocultando los escalones que descendían hacia un tenebroso más allá.

Sin que nadie se lo dijera, Rachael cogió una silla de la cocina con una mano, la acercó a la puerta, inclinó el respaldo contra la manecilla y la encajó, creando una eficaz barricada. No podían ir al sótano antes de examinar debidamente la cabaña, ya que si Eric se encontraba en alguna de las salas de la planta baja, podría entrar en la cocina en el momento en que bajaran, cerrar la puerta y encerrarles en el oscuro sótano. Por el contrario, si era él quien se encontraba allí, podría subir mientras le buscaban por otras partes del edificio y acercárseles por la espalda, posibilidad que acababan de excluir cerrando la puerta.

Se dio cuenta de que Benny se alegraba de la percepción que había mostrado al atrancar la puerta. Formaban un buen equipo.

Con la ayuda de otra silla, atrancó otra puerta que conducía probablemente al garaje. Si Eric estaba ahí, evidentemente podría escapar por la puerta levadiza, pero le oirían desde cualquier lugar de la cabaña y sabrían dónde se encontraba.

Se quedaron un momento en la cocina, escuchando. Lo único que Rachael podía oír era el susurro del viento que se filtraba por la mosquitera de la ventana abierta de la cocina, acariciando con un suspiro los aleros del profundo tejado de pizarra.

Agachado y con rapidez, Benny cruzó la puerta que daba a la sala de estar, sin dejar de mirar a su alrededor. Le hizo una seña a Rachael de que el campo estaba libre y ella le siguió.

En la sala ultramoderna, la puerta principal de la cabaña estaba abierta, aunque no de par en par como la posterior.

Unas doscientas hojas de papel, una par de cuadernos con su cubierta negra de plástico y diversas carpetas estaban esparcidas por el suelo, algunas arrugadas y rasgadas.

También en el suelo, junto a un sillón frente a una enorme ventana, había un cuchillo dentado de tamaño medio, muy puntiagudo. Un par de rayos que se filtraban por los árboles del bosque entraban por la ventana y uno de ellos rozaba la hoja de acero del cuchillo, con un brillo ondulado a lo largo de su filo.

Benny lo contempló preocupado, antes de dirigirse hacia una de las tres puertas que había en la sala, además de la de la cocina.

Rachael iba a coger unas hojas para examinarlas, pero cuando Benny se movió, le siguió.

Dos de las puertas estaban cerradas, pero la que Benny eligió se encontraba entreabierta. La empujó con el cañón de la escopeta y entró con su precaución habitual.

Protegiendo la retaguardia, Rachael se quedó junto a la puerta, desde donde podía vigilar la puerta final abierta, las dos puertas cerradas, la puerta abovedada que daba a la cocina y también el interior de la habitación donde Benny había entrado. Se trataba de un dormitorio, destrozado como el de la mansión de Villa Park y la cocina de Palm Springs, lo que demostraba que Eric había estado allí y que había sufrido otro ataque frenético de ira.

En el dormitorio, Benny hizo girar cuidadosamente una de las enormes lunas del armario, miró con precaución en su interior, pero aparentemente no vio nada de interés. Al dirigirse hacia el baño, salió del campo de visión de Rachael.

Ella miró nerviosamente hacia la puerta principal, el porche de la entrada, el arco de la cocina y cada una de las puertas cerradas.

En el interior de la cabaña, el profundo silencio era todavía más sobrecogedor. Curiosamente, aquella quietud le producía a Rachael el mismo efecto que el crescendo de una sinfonía, aumentando su tensión, convencida de que con su crecimiento se acercaba el momento cumbre de la obra.

«Maldita sea, Eric, ¿dónde estás? ¿Dónde estás, Eric?».

Parecía que hacía siglos que Benny había desaparecido. Imbuída por el pánico, estaba a punto de llamarle, cuando finalmente reapareció, sano y salvo, moviendo la cabeza para indicar que no había hallado a Eric ni nada de interés.

Descubrieron que las otras puertas daban a dos habitaciones, con un baño compartido entre ambas, aunque Eric no había instalado camas en ninguna de ellas. Benny las examinó, miró en los armarios y en el baño compartido, mientras Rachael vigilaba primero desde una puerta y después desde la otra. Comprobó que en la primera había unas estanterías llenas de libros, un escritorio y un ordenador, mientras que la segunda estaba completamente vacía.

Cuando comprendió que Benny no iba a encontrar a Eric en esta parte de la cabaña, Rachael se agachó para coger unas hojas del suelo, que vio que eran fotocopias y les echó una rápida ojeada. Cuando Benny regresó, sabía lo que había hallado y tenía el pulso muy acelerado.

—Es la documentación de Wildcard —le dijo en voz baja—. Debía de tener una copia guardada aquí.

Rachael comenzó a recoger papeles, pero Benny la interrumpió.

—Antes tenemos que encontrar a Eric —le susurró.

Asintió y volvió a dejarlos con cierta reticencia.

Benny se acercó a la puerta principal, abrió la crujiente mosquitera tan silenciosamente como pudo y examinó el porche de la entrada para asegurarse de que estaba desierto. Entonces Rachael le siguió de nuevo a la cocina.

Retiró la silla que había colocado contra la puerta, la abrió y se retiró mientras Benny apuntaba hacia el agujero con la escopeta.

Eric no apareció gruñendo de la oscuridad.

Con gotitas de sudor en la frente, Benny se acercó, buscó el interruptor, encendió las luces y se iluminó el sótano.

Rachael también sudaba. Al igual que Benny, su transpiración no tenía nada que ver con el calor veraniego.

Seguía sin ser recomendable que le acompañara al sótano, desprovisto de ventanas. Eric podía estar en el exterior, observando la casa, dispuesto a entrar en el momento oportuno, lo que le permitiría llegar a la cocina y atacarlos en el momento más vulnerable, en medio de las escaleras. Se quedó en el umbral, desde donde podía mirar hacia el sótano sin perder de vista la totalidad de la cocina, incluido el arco que daba a la sala de estar y la puerta posterior abierta.

Benny descendió por la escalera de madera, con menor ruido del que parecía humanamente posible, sin poder evitar, no obstante, algún que otro crujido. Al principio Rachael veía su sombra proyectada contra la pared, distorsionada y magnificada por el ángulo de la luz, pero al adentrarse le perdió de vista.

Miró hacia el arco y la parte de la sala que vislumbraba seguía desierta y silenciosa.

En dirección opuesta, junto a la puerta trasera, una enorme mariposa amarilla movía lentamente las alas, junto a la tela mosquitera.

Se oyó un ruido en el sótano, nada espectacular, como si Benny hubiera tropezado con algo.

Miró hacia abajo. No vio a Benny ni ninguna sombra.

Hacia el arco: nada.

En la puerta posterior, sólo la mariposa.

Más ruido en el sótano, ahora más suave.

—¿Benny? —dijo en un suspiro.

No respondió. Probablemente no la había oído. Había hablado en un tono apenas perceptible.

El arco, la puerta trasera…

La escalera. Benny seguía sin dar señales de vida.

—Benny —repitió un momento antes de ver una sombra.

Inicialmente el corazón le dio un vuelco, porque la sombra parecía extraña, pero Benny apareció, se le acercó y ella suspiró de alivio.

—Lo único que hay ahí abajo es una caja fuerte abierta, detrás del calentador de agua —explicó Benny al llegar a la cocina—. Está vacía, o sea, que seguramente era ahí donde guardaba la documentación desparramada por la sala.

Rachael quería bajar el arma, echarle los brazos al cuello, abrazarle y darle infinidad de besos, por el solo hecho de haber regresado vivo del sótano. Quería que supiera lo feliz que se sentía de verle, pero todavía tenían que explorar el garaje.

Una vez más, sin necesidad de hablarse, Rachael retiró la silla atrancada contra la puerta y la abrió, mientras Benny la cubría con la escopeta. Eric seguía brillando por su ausencia.

Benny se quedó en el umbral, palpó en busca del interruptor, lo halló, pero la iluminación del garaje era muy tenue.

Incluso con una pequeña ventana que había en la pared, estaba bastante oscuro. Halló otro interruptor, que abría la puerta levadiza. Se levantó con mucho traqueteo y la luz brillante del sol inundó la estancia.

—Eso está mejor —dijo Benny, entrando en el garaje.

Rachael le siguió y vio su Mercedes negro 560 SEL, lo que constituía una prueba adicional de que Eric había estado allí.

Al abrirse la puerta se habían levantado partículas de polvo que flotaban en el aire. Entre las vigas del techo, las laboriosas arañas habían tejido infinidad de telas que parecían de seda.

Rachael y Benny dieron cautelosamente la vuelta al coche, mirando por las ventanas, vieron las llaves en el contacto, e incluso miraron debajo del vehículo. Pero Eric brillaba por su ausencia.

Un sofisticado banco de trabajo se extendía de un extremo al otro de la pared posterior del garaje. Sobre el mismo estaban colgadas las herramientas, cada una sobre su dibujo correspondiente. Rachael se dio cuenta de que el hacha no estaba en su lugar, pero no le dio importancia porque a quien buscaban era a Eric y no estaban allí para hacer un inventario.

En el garaje no había suficiente espacio para ocultarse.

—Estoy empezando a pensar —dijo Benny, sin preocuparse ya de hablar en voz baja— que ha estado aquí, pero ha vuelto a marcharse.

—Sin embargo, este es su Mercedes.

—En este garaje hay espacio para dos vehículos. Puede que siempre tenga aquí otro coche, como un jeep o una furgoneta con tracción en las cuatro ruedas, para circular por el bosque. Tal vez sepa que es posible que los federales le busquen y, puesto que conocen su coche, haya decidido utilizar el jeep o lo que sea.

Rachael observó el Mercedes negro, que estaba allí como un animal descansando. Observó las telarañas del techo.

Miró hacia el sendero que conducía al garaje. La quietud de las montañas que los rodeaban no era tan imponente como a su llegada. No tenían un aspecto sereno, tranquilo, ni por supuesto acogedor, pero no eran tan amenazadoras como antes.

—¿Hacia dónde se dirigiría? —pregunto Rachael.

—No lo sé —respondió Benny, encogiéndose de hombros—. Pero si registro meticulosamente la cabaña, puede que halle algo que me lo indique.

—¿Tenemos tiempo para un registro? Anoche, cuando dejé a Sarah Kiel en el hospital, no sabía que los federales seguirían esta misma pista. Le dije que no hablara con nadie de lo ocurrido y que no revelara el paradero de este lugar.

Pensé que en el peor de los casos, serían los socios de Eric quienes andarían husmeando, intentando sonsacarle algo e imaginé que sabría cómo tratarlos. Pero no logrará detener al gobierno. Y si cree que somos unos traidores, incluso pensará que hace lo más correcto al revelárselo. Por lo tanto, tarde o temprano llegarán.

—Estoy de acuerdo —dijo Benny, contemplando pensativo el Mercedes.

—Entonces no tenemos tiempo de preocuparnos del paradero de Eric. Además, lo que hay en el suelo de la sala es una copia de la documentación de Wildcard. Lo único que tenemos que hacer es recogerla, largarnos y tendremos la prueba que necesitamos.

—La documentación es importante —respondió Benny, moviendo la cabeza—, puede que incluso sea crucial, pero no estoy seguro de que nos baste.

Rachael se paseaba agitada, con su pistola del 32 apuntando hacia el techo, por si se le disparaba accidentalmente, para que no rebotara la bala contra el suelo de hormigón.

—Escúchame, ahí tenemos la historia completa en blanco y negro. Lo único que debemos hacer es mostrársela a la prensa…

—En primer lugar —objetó Benny—, sospecho que esta documentación está repleta de lenguaje técnico, resultados de laboratorio, fórmulas e información que un periodista será incapaz de comprender. Tendrá que recurrir a un buen genetista para que se la traduzca.

—¿Y bien?

—Puede que el genetista sea incompetente o simplemente demasiado conservador para dar crédito a sus ojos y, en ambos casos, le diga al periodista que se trata de un engaño.

—Eso podemos superarlo. Seguiremos buscando hasta encontrar un genetista que…

—Hay algo peor —interrumpió Benny—. Puede que el periodista acuda a un genetista que también investigue para el Pentágono. ¿No te parece lógico suponer que los agentes federales se habrán puesto en contacto con muchos científicos especializados en ingeniería genética, para advertirles de que es posible que alguien les muestre la documentación robada de un proyecto muy secreto, con el fin de que analicen su contenido?

—Los federales no pueden saber cuál es mi intención.

—Si te tienen fichada, y no te quepa duda de que así es, te conocen lo suficiente para suponer cuáles pueden ser tus planes.

—De acuerdo —reconoció a regañadientes.

—Por consiguiente, cualquier científico que reciba dinero del Pentágono, estará ansioso por complacer al gobierno, con el fin de que no interrumpan su subvención y con toda seguridad se lo comunicará en el momento en que la documentación llegue a sus manos. Qué duda cabe de que no se arriesgará a perder su dinero, o a que le demanden ante los tribunales por violar secretos de estado, por lo que en el mejor de los casos mandará al periodista a freír espárragos, con la documentación, y mantendrá la boca cerrada. Eso es lo mejor que puede ocurrir. Lo más probable es que entregue al periodista a los federales y que el periodista nos entregue a nosotros. La documentación será destruida y nosotros probablemente también.

Rachael no quería dar crédito a sus oídos, pero sabía que había parte de verdad en ello.

En el bosque, las cigarras habían empezando nuevamente a cantar.

—Entonces, ¿qué haremos ahora? —preguntó.

Evidentemente Benny había estado pensando en lo mismo, mientras iba de una habitación a la otra de la cabaña sin encontrar a Eric, ya que le respondió inmediatamente:

—Con Eric y la documentación en nuestras manos, nuestra posición será mucho más sólida. No tendremos sólo un puñado de papeles con información críptica, que apenas un puñado de personas son capaces de descifrar. Tendremos también a un muerto andante, con el cráneo magullado, lo que es lo suficientemente espectacular como para garantizar el interés de cualquier periódico o cadena de televisión, que se ocuparán de la historia antes de que los expertos expresen su opinión sobre la documentación. Entonces ya no habrá ninguna razón para que el gobierno intente hacernos callar. Cuando Eric haya aparecido en las pantallas de televisión, su fotografía haya sido publicada en la portada de Time y Newsweek, el National Enquirer tenga material para una década y David Letterman se dedique a hacer chistes sobre zombis todas las noches, ya no tendrá sentido silenciarnos a nosotros.

Benny respiró hondo y Rachael tuvo el presentimiento de que iba a proponerle algo que no le gustaría en absoluto.

Cuando este prosiguió, se confirmó su corazonada.

—Como ya te he dicho, necesito registrar meticulosamente la cabaña, en busca de alguna pista que nos indique dónde se ha metido Eric. Pero las autoridades pueden aparecer de un momento a otro. Ahora que tenemos una copia de la documentación de Wildcard, no podemos arriesgarnos a perderla, por consiguiente tú debes marcharte con los papeles mientras yo…

—¿Estás sugiriendo que nos separemos? —preguntó Rachael—. De ningún modo.

—Es nuestra única salida, Rachael. Debemos…

—No.

La idea de dejarle solo la aterrorizaba.

Sólo de pensar que ella también estaría sola, le resultaba insoportable y se dio cuenta de lo estrechos que habían llegado a ser los lazos que los unían en las últimas veinticuatro horas.

Le quería. Sólo Dios sabía cuánto le quería.

La miró tierna y confiadamente con sus ojos castaños, y le habló en un tono que, sin ser paternalista ni agresivo, rebosaba autoridad y razón, no daba pie al debate, probablemente aprendido en Vietnam, en momentos de crisis, para hablar con soldados.

—Llévate la documentación de Wildcard, haz varias copias, manda unas cuantas a amigos dispersos por diversos lugares y esconde otras donde puedas hacerte con ellas rápidamente. Entonces ya no tendremos que preocuparnos de perder la única copia o de que alguien nos la quite. Estaremos bien asegurados. Entretanto, registraré meticulosamente la cabaña, para ver lo que descubro. Si encuentro algo que indique el paradero de Eric, me reuniré contigo en un lugar convenido e iremos juntos a por él. Si no descubro ninguna pista, me reuniré de todos modos contigo y nos esconderemos juntos, hasta que decidamos cuál será nuestro próximo paso.

Rachael no quería marcharse y dejarle solo. Eric podía merodear todavía por los alrededores. O podían aparecer los federales. En cualquier caso Benny podía perder la vida. Sin embargo su razón para separarse era convincente.

Maldita sea, tenía razón.

—Si me marcho sola y cojo el coche, ¿cómo te las arreglarás para salir de aquí? —le preguntó de todos modos.

Benny consultó el reloj, no porque quisiera saber la hora, sino para recordarle que el tiempo transcurría.

—Deja el Ford para mí —le dijo—. Hay que deshacerse pronto de él, porque es posible que la policía lo haya identificado. Tú cogerás el Mercedes y yo utilizaré el coche alquilado, sólo para llegar a algún lugar donde pueda cambiar de vehículo.

—El Mercedes también lo estarán buscando.

—Por supuesto. Pero en la orden de busca se especifica un 560 SEL negro, con un número de matrícula determinado, conducido por un hombre cuya descripción se ajuste a la de Eric. La conductora serás tú, no él y cambiaremos la matrícula por una de los coches aparcados en el sendero de gravilla, en la ladera de la montaña, solucionando así el problema.

—No estoy segura.

—Yo sí lo estoy.

Acurrucándose como si en lugar de junio fuera noviembre, Rachael dijo:

—¿Y dónde nos encontraremos?

—En Las Vegas —respondió Benny.

—¿Por qué allí? —preguntó sorprendida.

—El sur de California está que arde para nosotros. No me sentiría seguro si nos escondiéramos por aquí. Pero si vamos a Las Vegas, allí dispongo de un lugar.

—¿Qué lugar?

—Soy propietario de un motel, en el bulevar Tropicana, al oeste de la avenida.

—¿Tú operas en Las Vegas? ¿El anticuado y observador Benny Shadway operador de Las Vegas?

—Mi empresa inmobiliaria ha realizado varias transacciones en Las Vegas, pero no creo que se me pueda definir como un operador. Mis operaciones son una insignificancia. En esta ocasión se trata de un viejo motel, con sólo veintiocho habitaciones y una piscina. Además no está en muy buenas condiciones. En realidad, actualmente está cerrado. Hace sólo un par de semanas que se cerró el trato y vamos a derribarlo el mes próximo para construir un nuevo edificio de sesenta unidades, con un restaurante. Todavía tiene electricidad. Las dependencias del director están bastante deterioradas, pero tienen cuarto de baño en funcionamiento, algunos muebles, teléfono… por tanto, si es necesario, podemos escondernos allí mientras hacemos nuestros planes. O simplemente a la espera de que Eric aparezca en algún lugar muy público y provoque algún escándalo que los federales no sean capaces de acallar. De todos modos, si no hallamos ninguna pista, lo único que podemos hacer es escondernos.

—¿Y debo conducir hasta Las Vegas? —preguntó Rachael.

—Será lo mejor. Según las ganas que los federales tengan de echarnos la mano encima, que deben ser muchas a juzgar por lo que está en juego, probablemente estarán controlando todos los principales aeropuertos. Puedes ir por la carretera estatal hasta el lago Silverwood y a continuación por la interestatal 15, para llegar a Las Vegas esta noche.

Yo te seguiré en un par de horas.

—¿Y si la policía aparece…?

—Estando solo, sin tener que preocuparme de ti, puedo escabullirme fácilmente.

—¿Crees que son unos incompetentes? —preguntó Rachael, a regañadientes.

—No. Sólo sé que soy más competente que ellos.

—Por el hecho de haberte entrenado para ello. Pero de eso hace más de una década y media.

—Tengo la misma sensación que si hubiera regresado ayer de la guerra —sonrió.

Y le constaba que se había mantenido en forma. ¿Qué era eso que había dicho de que en Vietnam había aprendido a estar preparado, porque el mundo podía convertirse en oscuro y mezquino en el momento más inesperado?

—¡Rachael! —exclamó mirando nuevamente el reloj.

Ella comprendió que su mejor oportunidad de supervivencia, de poder compartir el futuro, consistía en hacer lo que Ben deseaba.

—De acuerdo —dijo—. De acuerdo, nos separaremos. Pero me da mucho miedo, Benny. Supongo que me faltan agallas para estas cosas. Lo siento, pero estoy muy asustada.

—Tener miedo no es nada vergonzoso —dijo acercándose y dándole un beso—. Sólo los locos no tienen miedo.