22. LA ESPERA DE LA ROCA

Jerry Peake, que no había dormido en toda la noche, debía estar agotado, pero el hecho de ver a Anson Sharp humillado, le había revitalizado más que ocho horas entre las sábanas. Se sentía maravillosamente.

Estaba de pie con su jefe, en el pasillo del hospital, junto a la habitación de Sarah Kiel, a la espera de que Felsen Kiel saliera y les facilitara la información que necesitaban. Peake tenía que hacer un esfuerzo considerable para no reírse de los rencorosos comentarios de su jefe, con relación al granjero de Kansas.

—Si no fuera un campesino ignorante, le aplicaría tanta presión que en Navidad no habrían dejado de temblarle los dientes —decía Sharp—. Pero ¿de qué serviría? No es más que un simple paleto de Kansas, que no sabe lo que se pesca.

Sería como dar cabezazos contra un muro. De nada sirve enojarse con las paredes.

—Así es —dijo Peake.

—Esas familias de campesinos, Peake —dijo Sharp paseándose por el pasillo, frente a la puerta cerrada de la habitación de Sarah, mientras miraba fijamente a las enfermeras que pasaban—, allá en las llanuras, se vuelven extrañas porque se casan entre ellos, primo con prima, lo que los convierte en más estúpidos de generación en generación. Pero no sólo estúpidos, Peake; debido a ese sistema de reproducción son tercos como mulas.

—No cabe duda de que el señor Kiel es muy obstinado —dijo Peake.

—¿Qué sentido tendría romperle la cara a ese paleto ignorante? Seguiría sin enterarse de nada.

Peake no se atrevió a responderle. Necesitaba una voluntad sobrehumana, para evitar que se le dibujara una sonrisa en el rostro.

—Además —repitió Sharp siete u ocho veces durante el transcurso de la próxima media hora—, es más rápido dejar que se ocupe él de obtener la información de la chica. No es más que una putita drogadicta con la mentalidad de una pulga, que probablemente ha tenido sífilis y purgaciones tantas veces, que su cerebro es como una papilla. Me parece que tardaríamos muchas horas en sacarle algo. Pero cuando ese paleto ha entrado en la habitación y he oído esa vocecita temblorosa con que le llamaba «papá», he comprendido que le sonsacaría la información con mucha más rapidez que nosotros. He pensado que es mejor dejarle que nos facilite la labor.

Jerry Peake estaba maravillado de la audacia del subdirector para tergiversar lo que realmente había ocurrido en la habitación de Sarah. También era posible que Sharp se estuviera convenciendo a sí mismo de que no se había retractado y de que había manipulado con astucia a La Roca, para utilizarle en beneficio propio. Estaba lo suficientemente loco como para creer en sus propias mentiras.

En una ocasión, Sharp puso la mano sobre el hombro de Peake, no en plan de compañerismo, sino para asegurarse la atención de su subordinado.

—Escúcheme, Peake, no vaya a confundirse por mi modo de tratar a esa putita. El lenguaje soez que he utilizado, las amenazas, el pequeño dolor que le he causado al estrujarle la mano… mi forma de manosearla… no significan absolutamente nada. Es sólo una técnica, ¿comprende? Un buen método para obtener respuestas rápidas. Si no se tratara de una crisis de la seguridad nacional, no lo habría hecho. Pero en algunas ocasiones, en situaciones como esta, tenemos que hacer cosas por nuestro país que no merecen nuestra aprobación, ni la de la patria. ¿Nos comprendemos?

—Sí, señor, por supuesto —respondió Peake, sorprendido de su propia capacidad para simular convincentemente ingenuidad y admiración—. Me asombra que tema que no lo hubiera comprendido. Personalmente, jamás se me habría ocurrido enfocarlo de ese modo. Pero en el momento en que ha comenzado a trabajarla… he comprendido lo que estaba haciendo y he sentido admiración por su pericia interrogatoria. Para mí ha sido una gran oportunidad, señor.

Me refiero a la de trabajar con usted, que tal como suponía me ha permitido aprender muchísimo, más allá de mis expectativas.

Durante unos instantes Sharp le miró fijamente con sus verdes ojos de consistencia pétrea, con evidente suspicacia.

A continuación se relajó y decidió seguirle la corriente.

—Bien, me alegro de que así sea, Peake. A veces este trabajo puede ser desagradable. De vez en cuando, lo que uno se ve obligado a hacer puede hacerle sentirse sucio, pero jamás debemos olvidar que lo hacemos por nuestra patria.

—Sí, señor, jamás lo olvido.

Sharp asintió y volvió a pasear, murmurando.

Sin embargo, Peake sabía que Sharp había disfrutado intimidando y lastimando a Sarah Kiel, y que se había regocijado inmensamente manoseándola. Sabía que Sharp era un sádico y un depravado, porque había visto claramente sus sombríos impulsos en la habitación del hospital. Por muchas mentiras que le contara, Jerry Peake jamás olvidaría lo que había visto. Lo aprendido sobre el subdirector colocaría a Peake en una situación muy ventajosa, a pesar de que aún no tenía ni la más ligera idea de cómo utilizarlo.

También había descubierto que Sharp, en el fondo, era un cobarde. A pesar de su agresiva actitud y de lo imponente de su aspecto físico, en un momento crucial el subdirector se acobardaba, incluso ante alguien menos corpulento que él, como La Roca, si el adversario se le enfrentaba con convicción. Sharp no tenía reparos en recurrir a la violencia siempre que estuviera claramente protegido por su posición oficial, o cuando su adversario era lo suficientemente débil y sumiso, pero se retractaba ante la más mínima posibilidad de salir personalmente perjudicado. Esa información le otorgaba a Peake otra gran ventaja, pero tampoco sabía aún cómo utilizarla.

No obstante, estaba seguro de que llegaría el día en que le sería útil. La utilización reflexionada, ecuánime y eficaz, de tales conocimientos era precisamente lo más propio de un ser legendario.

Inconsciente de las dos armas que acababa de entregarle a Peake, Sharp se paseaba por el pasillo, con la impaciencia de un césar.

La Roca había exigido media hora a solas con su hija. Transcurridos los treinta minutos, Sharp comenzó a consultar el reloj con impaciencia.

—Maldita sea, concedámosle unos minutos más. No creo que sea fácil sacarle nada coherente a esa putita drogada.

Peake asintió en un susurro.

Las miradas que Sharp dirigía a la puerta eran cada vez más furibundas. Por fin, cuarenta minutos después de haber abandonado la habitación, a instancias de La Roca, Sharp intentó superar el miedo de una confrontación con el granjero, diciendo:

—Tengo que hacer unas llamadas importantes. Estaré en las cabinas del vestíbulo.

—Sí, señor.

—Cuando ese paleto salga de la habitación —dijo dándose la vuelta, después de alejarse unos pasos—, tendrá que esperarme tarde lo que tarde y no me importa que le moleste.

—Sí, señor.

—Le hará bien tranquilizarse —agregó Sharp, alejándose por el pasillo, con la cabeza erguida, moviendo los hombros con aire de superioridad y evidentemente convencido de que su dignidad permanecía intacta.

Jerry Peake se apoyó contra la pared del pasillo y se dedicó a observar a las atractivas enfermeras, sonriéndoles y charlando un poco con ellas cuando no tenían una prisa excesiva.

Sharp tardó veinte minutos en regresar, otorgándole a La Roca una hora entera con Sarah, pero cuando acabó con sus importantes llamadas, probablemente imaginarias, La Roca aún no había aparecido. Incluso un cobarde habría estallado en esas circunstancias y Sharp estaba furioso.

—Ese asqueroso removedor de estiércol. ¿Cómo se atreve a venir apestando a cuadra y entorpecer mi investigación?

Le dio la espalda a Peake y se dirigió hacia la puerta de la habitación de Sarah.

Había dado un par de pasos cuando salió La Roca.

Peake se había preguntado si Felsen Kiel tendría el aspecto tan impresionante al verle por segunda vez, como al entrar dramáticamente en la habitación de Sarah y sorprender a Anson Sharp en un acto de depravación. Le produjo una enorme satisfacción comprobar que el aspecto de La Roca era todavía más impresionante que antes. Tenía un rostro fuerte, surcado, curtido por los elementos, unas enormes manos con nudillos gigantescos, un aire sereno y de inquebrantable seguridad en sí mismo. Peake le observó con admiración, como si se tratara de un bloque de granito que había cobrado vida.

—Caballeros, siento haberles hecho esperar. Pero estoy seguro de que comprenderán que mi hija y yo teníamos mucho de que hablar.

—Confío en que usted también comprenda —le dijo Sharp, en un tono más sosegado que antes— que el asunto que nos ocupa es de urgencia para la seguridad nacional.

—Mi hija dice que lo que quieren saber —dijo impasible La Roca— es si tiene alguna idea de dónde se oculta ese individuo llamado Leben.

—Así es —afirmó escuetamente Sharp.

—Me ha dicho algo sobre un muerto andante, que no he acabado de comprender, pero supongo que se debe al efecto de las drogas. ¿No les parece?

—Son las drogas —asintió Sharp.

—El caso es que conoce un lugar donde es posible que se encuentre —prosiguió La Roca—. Dice que ese individuo tiene una cabaña sobre el lago Arrowhead. Una especie de lugar secreto donde se refugia de vez en cuando —agregó sacándose un papel del bolsillo de la camisa—. He escrito estas indicaciones —añadió entregándole el papel a Peake, en lugar de dárselo a Anson Sharp.

Peake le echó una ojeada al papel, comprobó que la escritura de La Roca era muy meticulosa y se lo entregó a Sharp.

—Sepan que mi hija —dijo La Roca— era muy buena chica hasta hace tres años, una hija excelente en todos los sentidos. Pero cayó bajo el influjo de algún enfermo que comenzó a suministrarle drogas y a llenarle la cabeza de tonterías. Entonces, con sólo treces años, era fácilmente impresionable, vulnerable, accesible.

—Señor Kiel, no tenemos tiempo de…

—Mi esposa y yo procuramos descubrir al responsable de su embrujo —prosiguió La Roca, haciendo caso omiso a Sharp, a pesar de que le miraba fijamente—, pensando que debía de tratarse de algún alumno de la escuela mayor que ella, pero no lográbamos identificarle. Un buen día, después de un año infernal, Sarah huyó de casa para irse a California, a «vivir la buena vida». Eso fue lo que nos escribió en un papel; dijo que quería vivir la buena vida y que nosotros éramos campesinos anticuados, que no sabíamos nada sobre el mundo, con la cabeza llena de ideas extrañas.

Supongo que se refería a la honradez, la sobriedad y al respeto. Hoy en día hay mucha gente que cree que eso son ideas extrañas.

—Señor Kiel…

—En todo caso —continuó La Roca—, al poco tiempo acabé por enterarme de quién la había corrompido. Era un profesor. ¿No es increíble? Un profesor, que se supone debe ser una figura de respeto. Un nuevo profesor de historia, joven. Les pedí a las autoridades que le investigaran. La mayoría de los demás profesores salieron en su defensa, oponiéndose a la investigación, porque en la actualidad al parecer mucha gente cree que no tenemos derecho a protestar y que debemos limitarnos a pagarles el sueldo, mientras llenan de basura la cabeza de nuestros hijos. Dos terceras partes de los profesores…

—Señor Kiel —interrumpió Sharp, levantando un poco la voz—, lo que nos cuenta no tiene ningún interés para nosotros y…

—Lo tendrá cuando hayan oído la historia completa —dijo La Roca—, se lo aseguro.

Peake sabía que La Roca no divagaba, que hablaba con algún propósito y estaba ansioso por descubrirlo.

—Como le iba diciendo —prosiguió La Roca—, dos terceras partes de los profesores y la mitad de la población se pusieron contra mí, como si fuera culpa mía. Pero acabaron descubriendo cosas mucho peores sobre el profesor de historia, más graves que la distribución y venta de drogas entre los estudiantes, y a fin de cuentas se alegraron de librarse de él. Entonces, después de que le echaran, vino a verme a la granja, para tratar el asunto de hombre a hombre. Era un tipo corpulento, pero incluso en aquella ocasión estaba intoxicado, con marihuana o quizás algo peor, y no me resultó difícil darle su merecido. Lamento confesar que le rompí ambos brazos, que no era lo que me proponía.

«¡Santo cielo!» pensó Peake.

—Pero aquí no acabó todavía la historia, porque resultó que su tío era el presidente del mayor banco de nuestro condado, el mismo que nos concede los créditos en la granja. Todo hombre que permita que su rencor personal entorpezca su criterio comercial, es un imbécil, pero ese banquero evidentemente lo era, porque intentó hacerme una mala jugada para darme una lección, reinterpretando una de las cláusulas del mayor de mis créditos, con la esperanza de anularlo y poner en riesgo mis tierras. A lo largo de un año mi esposa y yo nos defendimos, llegando hasta los tribunales, y sólo hace una semana que el banco se vio obligado a claudicar, aceptando un trato que me ha permitido pagar la mitad de mis créditos.

La Roca había terminado y Peake comprendía su mensaje.

—¿Y bien? Todavía no comprendo qué tiene que ver todo esto conmigo —dijo impacientemente Sharp.

—Creo que lo comprende perfectamente —le dijo La Roca sin levantar la voz, mirándole con tanta intensidad, que obligó al subdirector a dar un paso atrás.

Sharp bajó la mirada, contempló el papel y se aclaró la garganta.

—Eso es todo lo que necesitamos —dijo—. No creo que tengamos necesidad de volver a hablar con usted o con su hija.

—No sabe cuánto me alegro de oírselo decir. Mañana regresaré a Kansas y no me gustaría que esto tuviera secuelas en nuestro condado.

Entonces La Roca miró a Peake, no a Sharp, y le sonrió.

El subdirector se dio rápidamente la vuelta y se dirigió a toda prisa hacia el vestíbulo. Peake le devolvió la sonrisa y siguió a su jefe.