14. COMO PÁJARO NOCTURNO

Después de dejar dos guardias en la casa de Placentia de Rachael Leben, de cuya pared del dormitorio había retirado finalmente el cuerpo crucificado de Rebecca Klienstad, de dejar también unos guardias en la casa de Leben en Villa Park y otros en las oficinas de Geneplan, Anson Sharp, de la Agencia de la Defensa de la Seguridad, volaba por la oscuridad del desierto acompañado de otros dos agentes, a poca altura y a gran velocidad, hacia la elegante y sin embargo escuálida guarida amorosa de Eric Leben en Palm Springs. El piloto del helicóptero aterrizó en el aparcamiento de un banco, a menos de una manzana de Palm Canyon Drive, donde los esperaba un coche gubernamental sin distintivo alguno. Las palas del aparato cortaban el aire cálido y seco del desierto, lanzando ráfagas contra el rostro de Sharp cuando este se dirigía hacia el coche.

A los cinco minutos, llegaron a la casa donde el doctor Leben había ocultado multitud de jovencitas. A Sharp no le sorprendió hallar la puerta entreabierta. Llamó varias veces, pero no obtuvo respuesta alguna. Desenfundó su revólver Smith Wesson especial y fue el primero en entrar en la casa, en busca de Sarah Kiel, que según su información, era la amante actual de Leben.

La Agencia de Seguridad conocía los amoríos de Leben, porque sabía todo lo relacionado con la gente que tenía contratos secretos con el Pentágono. Eso era algo que los civiles como Leben jamás acababan de comprender: cuando alguien acepta dinero del Pentágono y se compromete a realizar investigación secreta para ellos, desaparece por completo su intimidad. Sharp conocía perfectamente la fascinación de Leben por el arte moderno, el diseño y la arquitectura. Conocía con todo detalle los problemas matrimoniales de Eric Leben. Sabía la comida que prefería, la música que le gustaba, la marca de la ropa interior que utilizaba y, por consiguiente, también conocía todo lo referente a las jovencitas con las que alternaba, debido a que el potencial de chantaje que suponían estaba relacionado con la seguridad nacional.

Cuando Sharp entró en la cocina y vio la destrucción, en especial los cuchillos clavados en la pared, imaginó que no encontraría a Sarah Kiel viva. Estaría clavada contra alguna pared, o quizás enroscada en el techo, o tal vez descuartizada y los fragmentos colgados por separado, o algo peor. Era imposible imaginar lo próximo con lo que se encontrarían en aquel caso. Todo era posible.

Espantoso.

Gosser y Peake, los dos jóvenes agentes que acompañaban a Sharp, estaban trastornados y perturbados por lo que descubrieron en la cocina y por la locura sicopática que aquello significaba. Su rango en el sistema de seguridad y su derecho a la información eran los mimos que los de Sharp y por consiguiente sabían que estaban buscando a un muerto andante. Sabían que Eric Leben se había levantado de una mesa del depósito de cadáveres, había escapado con un uniforme robado y sabían que Eric Leben medio muerto y enloquecido había asesinado a Hernández y a Klienstad para robarles el coche, por lo que Gosser y Peake llevaban sus revólveres tan firme y cuidadosamente como Sharp portaba el suyo.

Evidentemente, la Agencia de Seguridad conocía perfectamente la naturaleza del trabajo que Geneplan realizaba para el gobierno: investigación sobre un virus mortal para la guerra biológica. Pero la agencia conocía también los detalles de otros proyectos de la empresa, incluido el proyecto Wildcard, a pesar de que Leben y sus socios imaginaban que sólo ellos conocían el secreto. No eran conscientes de la presencia de los agentes federales e informadores con los que se relacionaban. Tampoco eran conscientes de la rapidez con la que los ordenadores gubernamentales habían deducido sus intenciones, simplemente analizando la investigación que habían contratado con otras empresas y extrapolando el motivo global de la misma.

Esos civiles eran incapaces de comprender que cuando se trataba con el Tío Sam, aceptando alegremente su dinero, no se podía vender sólo un fragmento del alma, había que entregarla en su totalidad.

Anson Sharp solía divertirse comunicándoles esa desagradable noticia a individuos como Eric Leben. Se creían peces muy gordos, pero olvidaban que incluso a los peces gordos se les comen otros todavía más gordos que ellos y el pez más gordo de todos los mares era el denominado Washington. A Sharp le encantaba verlos digerir la noticia.

Disfrutaba contemplando a esos engreídos personajes sudar y temblar. Solían intentar sobornarle o razonar con él y en algunos casos le suplicaban, pero evidentemente no podía soltarlos del anzuelo. Y aunque hubiera podido, tampoco lo habría hecho, porque lo que más le gustaba ver era cómo se rebajaban ante él.

Al doctor Eric Leben y a sus seis colegas les habían permitido que siguieran con su revolucionaria investigación sobre la longevidad, sin ponerles problemas. Pero si hubieran resuelto todas sus dificultades y realizado un auténtico descubrimiento útil, el gobierno se les habría echado encima, absorbiendo de un modo u otro el proyecto, con una declaración de urgencia de la defensa nacional.

Ahora Eric Leben lo había echado todo a perder. Se había administrado a sí mismo un tratamiento deficiente y lo había puesto accidentalmente a prueba, cruzándose con un camión de basura. Nadie podía haberlo anticipado, porque aquel individuo parecía demasiado inteligente para arriesgar su propia integridad genética.

—Ese individuo está completamente loco —dijo Gosser frunciendo su rostro angelical, mientras contemplaba la vajilla por el suelo de la cocina.

—Parece obra de un animal —dijo Peake, frunciendo también el ceño.

Salieron de la cocina siguiendo a Sharp, para explorar el resto de la casa, acabando en el dormitorio principal y en el cuarto de baño, donde descubrieron más destrucción y un poco de sangre, incluida la huella de una mano en la pared.

Probablemente era de Leben, lo que demostraba que el muerto, de algún modo extraño, vivía.

No hallaron ningún cadáver en la casa, ni el de Sarah Kiel ni el de ninguna otra persona y Sharp estaba decepcionado. El hallazgo de la rubia desnuda y crucificada en Placentia había sido inesperado y pervertido, una sorpresa agradable comparándola con los cadáveres que estaba acostumbrado a ver. Víctimas de disparos, navajazos, explosivos y estrangulados con cable, eran lo habitual para Sharp. Había visto tantos cadáveres a lo largo de los años que ya no le impresionaban. Pero aquella chica clavada en la pared le había causado cierta emoción y sentía cierta curiosidad por ver lo que la mente trastornada y corrompida de Leben sería capaz de ingeniar.

Sharp examinó la caja fuerte empotrada en el armario del dormitorio y la halló vacía.

Dejando a Gosser para vigilar la casa en caso de que Leben regresara, Sharp y Peake fueron en busca del garaje, esperando encontrar allí el cadáver de Sarah Kiel, pero no lo hallaron. Entonces mandó a Peake con una linterna para que examinara el césped y los parterres, por si descubría una tumba recién cavada, a pesar de que parecía improbable de que Leben, en su actual condición, tuviera el deseo o estuviera en condición de enterrar sus víctimas y cubrir sus huellas.

—Si no encuentra nada —le dijo Sharp a Peake—, empiece a verificar los hospitales. Puede que a pesar de la sangre, esa chica no esté muerta. Quizás haya logrado huir e ir en busca de atención médica.

—¿Y si la encuentro en algún hospital?

—Comuníquemelo inmediatamente —dijo Sharp, ya que tendría que evitar que Sarah Kiel le contara a alguien que Eric Leben había regresado.

Procuraría servirse de la razón, intimidación y amenazas abiertas para asegurarse de su silencio. Si eso no funcionaba, desaparecería discretamente.

Rachael Leben y Ben Shadway también tenían que ser hallados rápidamente y silenciados.

Mientras Peake obedecía sus órdenes y Gosser se quedaba vigilando la casa, Sharp volvió a subirse al coche que estaba aparcado junto a la acera y le ordenó al conductor que le llevara al aparcamiento de Palm Canyon Drive, donde el helicóptero seguía esperándole.

De nuevo por los aires, en dirección a los laboratorios de Geneplan en Riverside, Anson Sharp contemplaba el paisaje nocturno que se desplazaba debajo del helicóptero, con los ojos entornados como un pájaro nocturno en busca de su presa.