Lentamente, da una primera vuelta por el aparcamiento. Ha dejado de llorar. Siente calambres en las manos porque aprieta el volante demasiado. Apaga el cigarrillo en el cenicero situado cerca de la palanca de cambios. Lo vuelve a encender. Pasa revista al gentío que deambula por el aparcamiento. Se ha puesto las gafas de sol de Manu. Le cuesta concentrarse y recordar que está buscando a Fátima. Piensa caóticamente, a tropezones. Todo la distrae. Le gusta que la música le llegue a la cabeza y la invada entera. Elle peut tous nous choisir pas besoin de courage.[33] La canción se mezcla perfectamente con su propia angustia, una realidad sonora ideal. Como una manifestación exterior de la propia ruina interior. La peur est la, on ne la voit pas, on ne la sent pas, on peut la sentir sur les routes la nuit. C’est la dame blanche.[34]
La araña teje su tela entre ella y el exterior, le devuelve la calma. Se encierra en un círculo privado.
Da una segunda vuelta, habían quedado cerca de la gasolinera. Se le paraliza el cerebro y le manda imágenes disparatadas de Manu.
Fátima está apoyada en el letrero que numera la calle, calle 6. Tarek está sentado a su lado, con una botella de Coca-cola entre las piernas. Nadine no sabe si los quiere ver.
Avanzan hacia ella. Por la cara que ponen cuando se acercan, Nadine piensa que la suya debe ser más que especial. Se queda de pie, inmóvil, espera a que lleguen.
Tarek le dedica una gran sonrisa:
—No te había reconocido.
Está algo incómodo, no sabe qué decir. La observa con creciente inquietud. A ella le gusta su voz, pero no se le ocurre nada que decir. Fátima la observa y sus ojos son más oscuros que nunca. La abraza sin más, la aprieta contra ella para consolarla y, cuando Nadine rompe a llorar de nuevo, la aprieta contra su pecho.
Luego, Nadine se aparta y dice:
—La han liquidado, hace una hora. Por una chorrada.
Las palabras salen mal pronunciadas. El tono de su voz es totalmente extraño, irreal. No quiere hablar más. Ellos no tienen nada que ver con esto, inexorablemente, por mucho que Fátima esté cálida y viva. La araña ha hecho un buen trabajo, la tela es más densa y opaca que un muro. Una parte de su cerebro se ha ido desprendiendo poco a poco y la está observando. Mantenerse bien recta sin pronunciar palabra, seguir a Tarek hasta el coche.
Ha dejado de llorar. Está embrutecida y agotada. Se deja llevar. Tarek se sienta atrás a su lado, le habla suavemente. Le explica que van a un hotel Formule 1, que todo irá bien, que ellos se ocupan de todo. Le pregunta si quiere tomar algo.
Sólo quiere que la dejen en paz, pero se calla. Mira por la ventanilla. Se siente lejos de este mundo, incapaz de encontrar la menor señal conocida que esa otra gente pueda entender.
Afuera, las casas son grises incluso con el sol que las ilumina, ningún color que te haga explotar. En la carretera, un grupo redacta un parte, han chocado. Un mocoso persigue a otro aún más pequeño sin que se sepa si están jugando o si pelean en serio. Un grupo de chicas espera el autobús, llevan falda corta. Todas tienen el pelo castaño y lacio. Un grupo de árabes conversa en un banco, miran pasar a la gente mientras fuman.
Tarek sigue con su rollo.
De golpe y porrazo, Nadine pregunta:
—¿Y Noëlle? ¿La habéis encontrado?
Fátima contesta que no se presentó a la cita. Lo que le cuenta a continuación no le interesa a Nadine lo más mínimo. Por la ventanilla pasan un hotel ruinoso, luego un restaurante con terraza florida y gente vestida de verano, más allá una de esas escuelas que construían por los años setenta, contrachapado gris y rosa. Han bajado las rejas de las tiendas, ya han dado las siete.
Se le mueven las manos, ni se da cuenta. Le arreglan el peinado, desabrochan un botón de la blusa y lo vuelven a abrochar, se posan sobre las rodillas, le masajean la nuca, le colocan las gafas, le frotan los ojos. Tarek le coge las manos, las encierra en las suyas. Un gesto implorante. Las aprieta más fuerte. Se estrecha contra él, se estruja, hunde la cara en su cuello. Primero le alivia el contacto de su cuerpo y procura abismarse en él. Luego decae bruscamente. Observa sus propios gestos y comprende que no sirven para nada. Se aposenta, bien recta en el asiento. Quisiera decirle algo que lo tranquilizara. No tiene ganas de hablar.
Saca los walkman.
Ouverte sur le noir, la nuit, tu peux y voir brûler ses yeux, l’éclat du feu, la peur est une bête qui adore que tu saches pleurer.[35]
Una vez en el aparcamiento, ella dice: «Aquí me despido». Tarek la coge del brazo, ella desea que no la toque más. Casi con maldad, él dice:
—No te aguantas de pie, te quedas aquí. Duerme un poco, luego ya verás.
Ella los sigue. Fátima está callada. Mira fijamente al suelo con la mandíbula crispada. Entran en una habitación, una de esas habitaciones con tres camas y tele.
Se instalan los tres en la cama grande, encienden la tele. Los ojos de Nadine abrasan. Fuma tabaco y los porros que le pasan. El filme se llama Y a-t-il un Français dans la salle. Un poli vicioso le ofrece una maquinilla de afeitar a una viejita porque quiere que se afeite el chichi y que uno de sus colegas los fotografíe mientras lo hacen.
Se encuentra con una botella de whisky en la mano y entiende que uno de los dos hermanos ha salido a comprársela. No ha visto salir a ninguno.
Nadine observa a Fátima, ella también está triste, verdaderamente triste porque Manu ya no está aquí y no la volverá a ver nunca más.
Se irá con su hermano, con el dinero de las piedras. No está contenta. Sabe que los pescarán. No forzosamente la ley, sino su propia lógica. Reventará como una perra, puede zarandearse como una condenada, reventará como una perra. Porque lo lleva en la sangre, ha nacido para la miseria. Los morros en la propia sangre y cualquier historia acabará fatal.
Le pregunta a Nadine: «Y tú, ¿qué harás?». Pero no espera la respuesta. Como si conociera el desenlace. Se vuelve contra la pared y pasará toda la noche con los ojos abiertos de par en par, esperando el día para irse a casa.
Tarek se quita el jersey y los vaqueros, se hunde en las sábanas. Nadine se pregunta por qué duermen en la misma cama. Se duermen pegados de espalda.
Se despierta por la noche. El dolor en suave pendiente, peso leve. Gatea buscando la botella, los pitillos y un mechero. Se pone los walkman: Caresse la peur.
Tarek se inclina sobre ella para coger el paquete de tabaco. Le fastidia que se despierte. Sabe que van a hacer el amor y que no debieran ni intentarlo. No tiene más remedio que sacarse los walkman:
—Dicen que cuando te cortan un brazo, al principio, lo notas igual. Me pasa lo mismo. Ella está aquí. Es por ello, aún me queda un poco de su valor y debo partir mañana.
La besa, la envuelve toda entera. No le toca el pecho ni el vientre ni el sexo, la estruja arriba en los muslos y en la cadera, ella enrolla las piernas en su cintura. Lo siente en el vientre; de tanto frotarse, él ha acabado corriéndose. Siente que él quiere darle parte de su fuerza, quitarle peso. Transpiran hondo, lamen las heridas del uno y del otro. Nadine se abandona en él, apaciguada un momento. Es amor lo que quiere meterle en el cuerpo y ella se abre entera para recibirlo.
Al mismo tiempo, se siente desconsolada. Su propio cuerpo la molesta, es la verdadera tumba donde sepultarse en vida. Náusea. Se retira suavemente para huir de la opresión. Tarek le acaricia la cadera y la abraza con ternura. Ella reprime espontáneamente el gesto de doblez que le pide el cuerpo. La piel es cálida y viscosa. Es violentamente repugnante la inocente confianza con que se le acerca.
Se retira lentamente, finge la inconsciencia del medio sueño. Luego, del sueño profundo cuando le pregunta gravemente si piensa quedarse con ellos.
Espera paciente que respire con regularidad, recoge sus trastos a gatas y se viste con prisas en el pasillo oscuro. Le recuerda sus tiempos adolescentes, cuando se fugaba. Febril aprensión a que te sorprendan, indescriptible alivio del umbral traspasado. Afuera, el aire se hace más llevadero.
Como de costumbre, el ruido de los Walkman le pone la versión original adecuada, camina a lo largo de la carretera, topa con inmensas vallas publicitarias de mujeres con las tetas al aire.
Se examina cuidadosamente el alma, hurga hasta en los más escondidos recovecos. En busca de una señal de dolor, de pena por abandonarlos sin haberse despedido. Sólo encuentra un infinito placer en caminar en la noche. Liberación casi carnal, es la tibieza que abandona.
Le importa un bledo ser cobarde y evitar las discusiones. Camina recto hacia adelante y espera reconocer el sitio.
La está poseyendo una fuerza inconmensurable, la invade un sentimiento de certidumbre y plenitud.
El día amanece, ya sube el calor. Camina frente al sol en ascenso. Entra en la ciudad.
Hay imágenes que vuelven, briznas de conversación. La memoria es algo extraño, redistribuye los datos sin tener en cuenta jerarquías o cronologías.
El cadáver abrasado en el bosque deviene una imagen de fiesta, cambió la iluminación, es un día de felicidad.
Encontrar a tu semejante. Todas esas elucubraciones sobre el alma gemela le parecían tan sospechosas. Ellas siempre han ido a lo suyo.
Se cruza con la gente que va al trabajo. Cualquiera puede reconocerla y señalarla a gritos. No está nerviosa, sí muy alerta, dispuesta a saltarse la tapa de los sesos a la menor sospecha.
Avanza con los dedos cerrados en la culata, como cogida de la mano de un amante delicioso.
No la van a pillar.
No vacila, camina erguida hacia delante.
Ha llegado al centro —considerando la cantidad de piezas que han desfilado por los Walkman tiene que haber caminado un montón—, compra una botella de whisky y chocolate. El sol brilla allí en lo alto y quema de lo lindo.
Se instala en el banco de una plaza rebosante de verde y de juegos para niños. Burn it clean. Con los ojos entornados, bebe el alcohol tibio a pequeños tragos golosos. Se deja aplastar pór el calor, un sol generoso para la última de las zorras.
Con la yema de los dedos, acaricia la culata y menea el cañón, acaricia el metal, a ver si se endurece y crece, que descargue en su boca una leche de plomo.
Está preparada, qué paz tan extraña. Saca la pipa del bolsillo, está detonante de sol. Pensará en Manu cuando dispare, permanecerán juntas.
Está bocabajo en el suelo. Con los brazos sólidamente sujetos en la espalda por un hombre de rodillas encima de ella. Desarmada, rodeada. Han aparecido sin darle tiempo a reaccionar. Algunos de paisano y otros de uniforme. A unos pasos se eleva el clamor de los transeúntes en masa que la señalan encantados de que la hayan cogido. Siente su sangre en la boca. Se ha mordido el labio al caer.
Cosas que debían suceder. Estaba cantado.