VEINTIDÓS

Tarek les ha dejado el escúter para ir a la ciudad. Manu conduce mal, corre demasiado e insulta a cada coche que la esquiva por un pelo. Paran en la primera tienda que encuentran. Nadine baja a comprar bebida.

Sale con una botella de Four Roses en la mano, desenrosca el tapón, de pie al lado del escúter. Incluso el color es una gozada, dorado, bailotea detrás del cristal. La quemadura agradecida y conocida del primer sorbo. Pica bajo la lengua y abrasa la garganta, y luego por un leve instante inflama todo por dentro. Arruga la nariz e inclina la cabeza, pasa la botella a Manu y declara seriamente:

—Lo que necesita una mano es la pipa, la botella y la polla.

El alcohol lima las asperezas y da ganas de reír. Aturde benévolamente.

Pega un sol muy blanco, hay demasiada luz, quema los ojos.

Al llegar al centro, entran en un McDonald’s. Manu agrede al camarero con traje verde y chilla: «Quiero carne y no gato en mis hamburguesas». Se calma y empieza a magrearse las tetas para resaltarlas bajo la camiseta mientras esperan.

Hay dos niños plantados en la puerta del fast-food, y la pequeña les alarga un billete de 500 francos a cada uno «para que se diviertan». Después habla de un actor negro que hace algo parecido en un filme. Se va calentando ella sola porque nunca dará con un tipo semejante:

—Que te la clave un tipo de esos debe ser la hostia. En serio, a una chica como yo debería tocarle. A ti también, por cierto. Tendría que habernos tocado lo mejorcito en materia de pollas. En serio.

Se derrama la salsa en la camiseta, la extiende al limpiarla. Tira la hamburguesa en la acera y maldice a su madre.

Una señora cincuentona con gafas redondas de montura dorada y sandalias doradas se para para señalar con tono severo «que ya podría tirar su basura a los cubos previstos a tal efecto». La pequeña baja un poco sus gafas oscuras para verla mejor, pregunta:

—¿Eres tú quien limpia la acera, vejestorio?

La señora la llama ramera. Manu enmudece. En absoluto se lo esperaba. La señora se enfurece inmediatamente y la insulta en términos muy modernos. Nadine la escucha un rato y dice:

—Sorprendente, en serio.

Le mete un bofetón altamente sonoro. Luego coge el brazo de Manu. La pequeña se resiste, le gustaría quedarse.

—Estoy flipando. A mí, me parece que no se lo merecía. ¡Vaya estruendo!

Hace mucho calor, un sudor caliente les empapa la ropa.

Se paran en una tienda para comprar cerveza recién salida de la nevera y que beben muy rápido porque sienta bien.

Nueva fase del colocón, las risas se intensifican.

Pasan por una plaza vacía, Manu insiste en hacer una pausa:

—Francamente, es la plaza más guapa del mundo, acabemos aquí las cervezas.

—Ojo, si nos quedamos aquí pueden pedir que nos identifiquemos.

—No. Si pasa algo, haremos que tenemos la conciencia tranquila y todo irá bien. Deja que te crezcan las pelotas, gorda, no te abandones. Nos sentamos aquí y esperamos tranquilamente a que pase un rato y todo irá bien.

Se sientan en un banco a la sombra de los árboles. El tiempo es agradable y la cerveza aún no está demasiado caliente. Manu se despereza:

—Fantástico. Joder, qué guapo el chico del primer día. Sería estupendo cruzarse con uno parecido. Sería estupendo cruzarse con chicos.

—Yo me tiraría a un jovencito. Como ese al que regalé los Walkman.

—Es divertido que digas eso, lo estaba pensando. Un chico joven y sin experiencia.