QUINCE

Cuando entra en la habitación, Manu está de cuclillas en un rincón. Sólo lleva puestos sus tacones altos que se clavan en la moqueta. Observa atenta los chorros de sangre caer de su entrepierna y mueve el culo para dibujar trazos. Las manchas rojo oscuro quedan un rato a la superficie, burbujas escarlatas y brillantes, antes de impregnar las fibras, de difundirse en la moqueta clara.

Nadine se acuclilla delante, considera sentenciosamente el fino hilo rojo de la meada espesa que le sale en sacudidas más o menos abundantes. Hay dentro pequeños colgajos más oscuros, como la nata que, en la leche, se recoge con cuchara. Manu juega con sus manos entre las piernas. Se ha embadurnado con sangre hasta el pecho. La pequeña dice: «Huele bien dentro, tiene que gustar, claro». Después chilla señalando los diarios amontonados:

—Una mierda de raza, esos periodistas. Puro cuento. ¿Has traído bebida? Es cojonudo. Te has tomado tu tiempo, gorda… En cuanto tardas un poco empiezo a darle vueltas.

¿No te importa que lo llene todo de sangre? Sangro como una perra el primer día. Pero sólo me dura un día. De pequeña lo ensuciaba todo adrede para fastidiar a mi madre. Es de la vieja escuela, son cosas que no la apasionan. Si pudiera, votaría en contra. Se ponía totalmente enferma. Luego, me siguió gustando. Es todo un espectáculo, hostia, un placer para la vista.

—A tus amiguitos debe chiflarlos.

—Me retraía un poco, lo hacía en el water. Me di cuenta que sólo me divertía a mí. Tú eres una viciosa y ancha de mollera, aprovecho. Y finalmente, tampoco hay muchos tipos que se quedaron conmigo.

—Normal.

Nadine se levanta sin quitar la vista de las manchas en la moqueta, Manu se tumba de espaldas. Estirada en el suelo, juega con sus piernas. Tiene los pelos del pubis más bien claros, ponen la sangre en evidencia.

En las revistas que compró Nadine muestran con fotos cómo se desmontan las pipas para limpiarlas. Nombran cada pieza. Colocadas de frente en ambos lados de la cama, pasan gran parte del día toqueteando las armas por todos los costados. Manu no se ha vestido, deja huellas ensangrentadas por donde se sienta. Cuenta escenas de disparos que vio en el cine, y mientras habla apunta por la habitación en todas direcciones.

Es como si su mano estuviera hecha para sostener una pistola. El metal contra su palma. Claro. El complemento del brazo.