CATORCE

En el cuarto de baño, se corta mechones de pelo, se pregunta cómo hacerlo para parecer normal. En la habitación de al lado, Manu entra en trance, de cuclillas en medio de los periódicos tirados en el suelo:

—¡Coño! ¡Primera página en todos! ¡El gran terror en la ciudad!

—¿Te parece que habrá mucha gente asesinada a balazos todos los días?

—¡Y yo qué sé! Algunos habrá. Voy a leerme los artículos, tal vez luego pueda informarte.

—¿Está la foto?

—No, joder, tienen pocas luces, los retratos robot son una mierda, pareces un boxeador y yo tengo pinta de quinceañera acabada de fugar. Francamente, nadie puede reconocernos con esas pintas. Nada que ver. Salvo que somos dos chicas y una es más alta que la otra.

Nadine se inclina sobre los dos retratos. Tienen bastante parecido. Dice:

—Mal asunto.

Manu se levanta y escupe en la taza del water.

—Poca broma —dice—. Tu cara de puta en los periódicos está al caer. Y con el número que hemos armado hoy en la tienda del tipo, se me ocurre que los retratos mejorarán. Es la primera vez que dejamos esa pila de supervivientes…

Se sienta de nuevo y hojea los periódicos sin leerlos. Añade al rato:

—Cierto que las cosas se complican, seguro. De hecho, a partir de ahora ya tenemos el hotel prohibido. Y dentro de poco, tendremos prohibida la calle.

Nadine sigue cortándose el pelo donde le parece oportuno, mientras que detrás de ella la pequeña lee el horóscopo en voz alta.

Después se sienta en la cama, comprueba que la botella está vacía y declara:

—De todas formas, hay que aguantar hasta el 13. Mucha astucia, ya nos espabilaremos. Las mujeres hacen tales extravagancias con su cuerpo… podemos disfrazarnos sin sorprender a nadie. Total, no hay razón para que la gente se pregunte si somos nosotras, la ciudad es enorme. Me he hecho un corte extraño, ¿no?

Manu la mira, boquiabierta, se le ven las coronas de los dientes:

—Estás cambiada. Antes esos pelos te tapaban media cara. Ahora sólo se te ven las ojeras. Tienes pinta de depre. Será una prueba. Si en los próximos retratos robot publicados logran esas dos grandes manchas negras en medio de un pedazo de cara, resultará que tienen una buena técnica.

—O que dejamos demasiados testigos vivos. ¿Cómo crees que llevan la investigación?

—No he trabajado nunca con la pasma. Pero creo que visitarán a los vecinos. Que cuentan chorradas… No sé cómo investigan. Es paradójica, esa gente; mongólicos como nadie. Y, a la vez, puro cerebro. Ahí reside su fuerza, nunca sabes con quién te la juegas. La única manera, para mí, es tomarlos por unos capullos, si no pierdes el norte.

—Hoy tenemos que hacer camino.

—Hay que enseñar el culo. Que la gente que nos vea se fije en el culo y nada más.

—Hay que llevar gafas. Sombreros.

—Sí, todos los accesorios. Hay que hacer lo necesario para que dure el placer. Es la última vez que vamos al hotel. A partir de ahora, iremos a casas particulares.

—¿Se te ocurre alguien?

—No. Se me ocurre la primera casa que encontremos. Entramos, disparamos y nos instalamos.

—Brillante.

Manu come chocolate almendrado, muerde en plena pastilla. Nadine ha puesto las pipas en la cama. Coge un revólver al más puro estilo Oeste, con cargador Taurus. Lo mira por todos lados.

—Me explotará en la cara.

No sabe cómo abrir el revólver, juguetea ante el espejo.

Coge los walkman, baja a comprar revistas sobre armas. Is she pretty on the inside, is she pretty from the back, is she ugly on the inside, is she ugly from the back?[20]

Haber visto sus retratos en la prensa la pone bastante más nerviosa que antes.

Está incómoda en el quiosco. Hojea Action Guns y Cahiers du pistolier et du carabinier. Nunca le interesaron las armas. Algo se aproxima, algo divertido. Sólo necesita tiempo. La señora de la caja le ofrece una bolsa para llevárselas, como cuando compra cosas de porno duro.

Para en una licorería. Las botellas están presentadas como alianzas en una joyería. La vendedora es regordeta, muy sonriente y distinguida. Oro en casi todos los dedos y las cejas depiladas muy finas, tetas enormes y sólidamente contenidas. Lo tendrá fácil para hacerles una manóla a los chicos entre las tetas. Nadine compra whisky y vino carísimo en cajas de lujo. Más le vale ventilarse la pasta, sería de tontos que la cogieran con los bolsillos llenos. Se muestra amable con la vendedora, ella le corresponde. Mientras envuelve las botellas y se enrolla con los viñedos de Provenza, Nadine se la imagina follando. ¿Dirá guarradas? ¿Tendrá siempre ganas? Es del estilo burguesa viciosa. Lo contrario sería una lástima.

Se despiden cortésmente.

When I was a teenage whore, I gave you plenty, baby, you wanted more?[21]

La cinta se para a media canción, saca los Walkman del bolsillo para dar la vuelta. Un niño silba: «¡Eso sí que son unos Walkman!». Levanta la cabeza, tiene su buena pinta de granuja. Con una sonrisa insolente, un chico que debe dejar mareadas a las chicas. No está nada mal. Se acerca a ella y pregunta:

—¿Te importaría decirme qué escuchas, preciosa?

Le habla como un profesional de la coquetería a quien de hecho nunca se la hubieran mamado. Saca la cinta, farfolla:

—No escucho nada en particular, ¿los quieres?

Le deja los Walkman en las manos y se larga. El la alcanza:

—Gracias, son súper… Aunque lo que me gustaría de verdad, sabes, es invitarte a un café.

Rehúsa la invitación. Parece divertirle. Le dice:

—De hecho, es perfecto que no aceptes, porque no tengo pasta ni para un café… Soy demasiado pobre para ir con mujeres, ese es el problema.

Llega al hotel. Allí tiene otros Walkman. Manu envió los tres restantes (envueltos en billetes para que no se rompan) a un niño conocido que tiene la cara arreglada con vitriolo. Es su lado girl scout que emerge a ratos y contamina a Nadine.