TRECE

Esta mañana, Nadine ha comprado un traje de chaqueta azul marino y una cartera de piel. Se ha teñido el pelo de negro y lo ha recogido en un moño. Sus tacones repiquetean de mil demonios. Manu anda detrás.

La más alta entra primero en la armería. Le ha pedido a Manu que espere un momento fuera.

El vendedor es un hombrecito canijo y casi calvo. Nervioso. Nadine y su historia del marido apasionado por las armas parece gustarle, le hace una demostración apasionada, le muestra cajas y catálogos. Ella escucha, frunce las cejas, intenta enterarse de algo. Se pasa en el tono de buena alumna concentrada, saborea el momento. Le mira los pelos que le sobresalen de la nariz, susurra más que habla. Rezuma afecto hacia este tipo adiposo, altivo y pagado de sí mismo. Se inclina sobre el mostrador y le muestra el escote. Se deleita con él porque lo encuentra insoportable y porque van a poner término a sus chorradas. Una perspectiva alentadora.

Le toca entrar a Manu. Impermeable de color rosa, pelo anaranjado porque el tinte no ha funcionado del todo, pintalabios rosa nacarado, capas espesas de maquillaje con tono naranja y rímel azul. El estilo puta cutre le sienta bien. El vendedor la repasa con descaro y no la saluda. Tener mujeres en su tienda, pasa, pero putas no. Hurga en su bolso. Le explica a Nadine: «Este año la 10 automática es la primera de la clasificación. Pero en su caso le recomiendo una Smith & Wesson del 40. Si su marido es aficionado al tiro de recreo…».

Manu interrumpe:

—¿Y si la mujer es aficionada a la caza de gilipollas?

Él levanta la cabeza, dilata un poco la nariz, pero se queda rígido. Manu dispara en el preciso momento en que él se da cuenta de que lleva pistola.

Se asustan más que las otras veces, se llevan varias pipas en la cartera de piel, cajas de cartuchos al azar.

Timbres en la puerta, se sobresaltan y se giran. Dos tipos rojizos entran en la tienda, se parecen un poco. Manu dispara a la barriga. Empiezan un baile tímido, se derrumban casi al mismo tiempo, sincrónicamente, poco convencidos y con idéntica expresión de estúpido desconcierto. La pequeña los pisa y dispara en sus cabezas para asegurarse.

Coge a Nadine de la manga y dice mostrando los cadáveres:

—Fíjate en eso, una pura caricatura, las veces que te has topado con esos mierdas y que te entraron ganas de disparar…

Nadine mira los dos cadáveres, caídos de cualquier manera, tirados en el suelo, parece que la raja del vientre esté a punto de abrirse bruscamente para dejar paso a un monstruo. Sale la sangre y la herida se estremece levemente. Arruga la nariz:

—La historia de siempre. En esos casos. Total, no somos nada.

—¡Qué dices! No son todos iguales, esos tienen una jeta de cerdos maderos o algo parecido. Estilo racista malhumorado, agresivo y peligroso. Es una matanza de utilidad pública.

Al dar la vuelta para irse, ven que hay gente agolpada delante del escaparate.

Manu hace su salida empuñando el arma. Dispersa a los curiosos aullando: «¡Fuera de aquí, banda de inútiles!». Nadine la sigue como puede, se quita los zapatos y corre descalza.

Pánico detrás de ella, perseguidores tenaces. Sigue un cúmulo de circunstancias favorables, coches que cruzan en el momento oportuno, esquinas sabias, y ese miedo infernal que pone alas a los pies y despista a los perseguidores.

Aminoran la marcha cuando creen haber dejado atrás a los perseguidores, Nadine tiene los pies ensangrentados y los panties totalmente desintegrados a la altura de los tobillos. Sin haber siquiera recuperado un mínimo de aliento, Manu vocifera:

—¡Cómo los hemos dejado tirados! ¡Ese montonazo de pedazos de gilipollas! ¡Un alucine total! ¡Como si nos fueran a pillar!