Al llegar Manu, Nadine se da cuenta de que está completamente trompa, no consigue sentarse, la cabeza le da vueltas a tope, apenas se mueve. La otra chilla: «No te molestes por mí», y va hacia la cama. Se va quitando los trapos y pregunta:
—¿Consiguió hacer de ti una mujer feliz?
Todo porque habían hablado del recepcionista antes de que saliera. Nadine contesta:
—Ha ido exactamente como tenía que ir.
—Es lo que suele ocurrir con el sexo.
—Te encuentro muy viva, muy mujer feliz, precisamente.
—Exacto. ¿Te has zampado la botella de Jack?
—Nunca te haría eso.
Antes de que la pequeña pudiera llegar a la otra punta de la pieza, Nadine ya dormía sueños de peonza. Manu enciende la tele. Desgarra un paquete de fresas Tagada y los mezcla con M&M’s. Saca puñados del montón y se pone a ver videoclips. Ha traído botellines de cerveza que hace rodar bajo la cama después de vaciarlas. No se piensa acostar antes de quedar tiesa. Piensa en los alquileres atrasados que no ha pagado, le da vueltas el estómago siempre que lo recuerda, es una angustia reflejo. Le cuesta un rato caer en la cuenta de que ya no le importa. Un simple detalle, ni eso. Se hunde a fondo en el sillón. Nadine duerme hecha una bola sobre la cama, tiene a veces gestos de bebito llorón cuando se relaja. En los codos, la piel rugosa y gris. Manu apaga el pitillo en el brazo del sillón. Está alucinando, los clips de la tele son la hostia. Descuelga el teléfono, pide el número de la casera al recepcionista. Se lo sabe de memoria de tanto llamar para disculparse del nuevo retraso en el pago, recibir insultos en plena jeta porque la otra es una zorra de mucho cuidado. El recepcionista pregunta si puede «tomarse la libertad de hablar con Nadine». Manu contesta: «En cualquier caso, yo en tu lugar no me la tomaría, capullo», y reclama su llamada. La vieja tarda en descolgar, Manu aúlla literalmente:
—Vieja zorra, mis mensualidades atrasadas te las metes donde te quepan, nunca te las pagaré, ¿me oyes?
Cuelga con una sonrisa estúpida. Nadine refunfuña algo, se da la vuelta y sigue durmiendo. Manu abre otra cerveza y se pasea a lo largo de la habitación golpeando el aire con el puño, excitada y eufórica, repite:
—¿Qué te has creído, vieja puta de mierda?
Se muere de risa.
Nadine se despierta en plena noche, hay un grifo abierto en la habitación de al lado. Las sábanas no están empapadas. Ni siquiera tiene pesadillas. Ningún peso en el estómago.
Le ocurre a menudo despertarse bruscamente con algo encima que la ahoga tierna e inexorablemente. Esta noche dispone de todo el aire deseado para respirar hasta la saciedad. En cambio, no tiene más sueño, conecta los walkman, intenta recordar: «La semana anterior, a esta hora, ¿qué coño estaría haciendo?». No importa, enciende un pitillo. We will pretend we were dead.[15] Se acabó la cinta. Remueve su bolso, busca algo que quizá le apetezca escuchar. Finalmente, lo más sensato es colocar la otra cara de la misma cinta. Manu emerge de las sábanas, está estirada en la cama con los brazos en cruz.
Nadine se sienta en el borde de la ventana, en la calle no pasa nada.
Her clit was so big, she didn’t need no ball.
Manu refunfuña en sueños y finalmente se despierta. Abre una lata de cerveza, se levanta y se ducha. Deciden ir a Burdeos. Cambiar de coche. Van a dar las seis. No hay bares abiertos. Caminan silenciosas y no ven a nadie. Luz anaranjada en las aceras, ni un solo ruido.
Luego empiezan las discusiones porque Nadine quiere tomar el tren, y Manu no.
Más lejos, un tipo trajeado saca dinero del cajero. Tiene un Range Rover gris estacionado delante y las llaves puestas. El ronquido del motor se amplifica conforme se acercan. Ven la silueta de alguien esperando en el coche. Será la puta que acaba de levantar del pub y él estará sacando dinero para pagar la habitación.
Manu hurga febrilmente en su bolso, saca la pipa, la toquetea para quitarle el seguro, extiende el brazo y dispara sin dejar de andar. Es un ruido aterrador por la mañana, contradice el bello y ralentizado movimiento de los billetes que se esparcen lentamente en la acera. Nadine ha llegado al coche en el momento justo para pillar a la chica, que sale precipitada y en silencio, porque sabe que quizá no la han visto y a lo mejor puede esfumarse discretamente. Nadine la aplasta boca abajo en el suelo y la pequeña le mete en el cuerpo tres balas al azar. Se le pliega graciosamente el brazo a cada detonación.
Se suben al coche, arrancan. En las ventanas con luz, algunas cabezas tímidamente salidas intentan ver de qué va. Nadine contempla en silencio el desfile de las buhardillas iluminadas y dice:
—Nos acechan los testigos, al menor ruido se ponen como locos.
—Un ruido cojonudo, en serio. Además, empiezo a tomarle gusto, seguro que tengo un aspecto estupendo. No cojas la autopista, gorda, me hace flipar. Si hay follón, no tenemos salida.
—De todas formas, no cuentes demasiado conmigo para las carreras de persecución, no es lo mío.
—Estás como un cencerro, ¿te crees que estamos en Indianápolis? Con lo que tenemos que perder, supongo que pondrás la presión a tope hasta el final… Si no, mejor dejarlo…
Nadine pone una cinta: When I wake up in the morning, no one tells me what to do[17], y sube el volumen. Baja la ventanilla y chilla para tapar el jaleo:
—Joder, como si estuviéramos: no red light, no speed limit.[18]
—Joder, si ya estamos. ¿Has visto cómo hemos dejado tieso a ese pedazo de imbécil? Señorito-trajeado-completo, muy buenos días.
Imita la detonación con la boca, se echa a reír y añade: —Hay que ocuparse de la munición hoy mismo, cadencia infernal obliga.
—De todas formas, tenemos que trabajarnos una armería, yo también necesito pistola.
Manu la observa boquiabierta, después se toma su tiempo para bostezar y comenta:
—Naturalmente que necesitas una, joder, ni se me había ocurrido. ¡Qué buena idea! ¡Qué coreografías de sueños podremos inventarnos las dos! ¿Sabes por dónde ir para llegar a Burdeos?
—No, no veo los carteles, estoy demasiado miope. Intenta decírmelo sobre la marcha.
—Total, da lo mismo, circula y aire.
I want it now, she said I WANT IT NOW.[19]