Un poco más tarde, Manu ha bajado a dar una vuelta. En un barucho, pide un carajillo. Pintaron las paredes con un amarillo apagado y colocaron falsa madera oscura en los techos y la barra. Un tugurio de barriada. Taza marrón, platillo verde, ceniceros de plástico amarillo. Se siente como en casa.
Se ha sentado al fondo, el espejo a su derecha está mugriento, cubierto de capas de grasa, manchado con huellas de dedos y cadáveres de moscas aplastados encima. De rubia, parece una puta cutre, además no ha escatimado el pintalabios. Se gusta, ya le va ir así.
Hace mohines con la boca, se mira en el espejo y pone morritos, luego sonríe con expresión bobalicona y juega con la punta de la lengua. Catadora de pichas, un papel a su medida. Si fuera un chico le gustaría empujar la polla hasta el fondo de la garganta, menear el glande contra el gaznate. Lástima que Nadine no esté, podrían conversar sobre pitos, con o sin pintalabios, nada que ver.
El pelo se derrama en bucles suaves sobre sus hombros. Ha dejado huellas de carmín en la colilla y el borde del vaso. Lakim le dijo una vez: «Eres el tipo de chica que deja huellas en todo lo que toca», cuando ella le pasaba un petardo con el filtro manchado de rojo. Se había burlado de él, por el lado romántico mal inspirado. No dejaba de ser amable. Es una putada haberse largado con toda su pasta, con lo que le había costado ahorrarla. Lo encuentra súper divertido. En efecto, es una auténtica putada. Se imagina qué cara pondría si supiera cómo se ha pulido sus pobres ahorros. ¿No quería huellas? Se las dejó bien puestas. Tanto más cuanto que la Radom VIS 35 que le tomó prestada le habrá valido una visita de la bofia. El tipo se portó bien con ella, le tenía afecto. Le tocó lo mismo, una casualidad. Lugar equivocado, momento equivocado, compañera equivocada. ¿Qué puedes esperar en circunstancias como esas?
Enciende un cigarrillo, en la barra un tipo con chubasquero la mira descaradamente. De haberla visto pegarle un tiro a alguien hoy, no la estaría mirando de ese modo; tal vez le gusten las bobas tope vulgares. Ella siente debilidad por los tíos con buen gusto. Baja la mano entre las piernas y lo mira, abre ligeramente los muslos, va subiendo hasta el vientre, inclina la cabeza y con la punta de la lengua se unta los labios. Dirige su otra mano al pecho, como para ajustarse el jersey.
Deja dinero sobre la mesa. Ella sale, él detrás. El día es hermoso. Ella piensa: «Ojalá no esté pirado, sería estúpido recibir ahora un navajazo»: Lleva la pipa por ahí en el bolso, pero antes de que la encuentre habría tiempo suficiente para que la dejen tiesa. Vaya lío. Menea el culo ostensiblemente. Le siguen los pasos. Reduce la marcha, para ante un escaparate de electrodomésticos. El se pone detrás, le acaricia el culo con toda la mano, sin vacilar, le palpa firmemente la entrepierna. Ella se hiergue un poco, frota sus nalgas contra la polla endurecida. Por detrás le agarra el pecho, los manosea y pellizca. En su vulva mojada penetran suaves chorros nerviosos y tibios. Sin soltarla, la arrastra hacia la esquina, donde se amontonan las basuras. Olor a inmundicias, muros de cemento gris. Se baja el panty hasta las rodillas, se saliva dos dedos y los pasa por la raja, que abre generosamente para recibirlo. Con la otra mano se apoya en la pared. Primero le mete la punta del sexo, la llama su zorra pequeña y le tira un poco del cabello. Luego la aplasta contra la pared al tiempo que le abre las nalgas. Chapoteos húmedos del mete-saca, armonioso compás de los vientres que se hablan. Se acostumbra a él, pilla el ritmo y se mueve en consecuencia. El da el golpe final y se corre con un gruñido. Ella sabe que aún puede mantenerse suspendida y se pajea sin girarse mientras él se viste. Tiende su cuerpo al correrse, se deja caer de rodillas, justo para recuperarse. Lo oye partir, no se levanta en seguida. Observa la calle y se pregunta qué práctica prefiere, rompeculo o escabechina. Mientras el tipo se la tiraba, recordaba la escena de la tarde, cómo Nadine incrustaba a la mujer contra el muro, cómo la aniquiló con la pistola. Francamente bestial. Tan bueno como una follada. A lo mejor es que le gusta la follada tanto como la escabechina. Se sube el panty y parte. El tiempo afuera es increíble, vuelve al hotel tranquilamente.