OCHO

Nadie las espera en el hotel. Es otro conserje. El nuevo les habla cuando están esperando el ascensor. Antes de que suban, les dice:

—Si os aburrís por la noche, podéis bajar y tomar un trago, hay cervezas en la nevera.

Nadine se da la vuelta y sonríe. Tiene unos ojazos castaños, cuando ha salido de detrás del escritorio, ha visto sus tobillos desnudos en las zapatillas de deporte. Piel morena y sonrisa inmaculada. Ella añade: «Hasta luego» antes de que se cierre la puerta.

Van tomando whisky. Nadine lo anega en Coca-Cola, Manu desaprueba:

—Es una práctica de bárbaros, me sabe fatal verte hacerlo.

Nadine no encuentra ninguna respuesta. Pregunta:

—¿No te parece raro que no ocurra nada?

—Déjate de chorradas… eso de que no pasa nada…

—No, quiero decir que estamos aquí en el hotel, después de todo eso. Tanto permiso, todo tan fácil.

—Tácticamente, no es bueno pensar en ello. Porque hace pensar irremediablemente en cuándo te pescarán.

Y eso es mentalmente nocivo, una putada que te quita el sueño.

Para Nadine es un sabio consejo y reflexiona en silencio. Le sirve otro trago a Nadine y reemprende su rollo contra la mezcla de whisky y Coca-Cola.