—Es más bien desagradable: ni sabemos si nos están buscando.
—No te olvides de que los polis son gente básicamente estúpida.
—Tampoco olvides que son trabajadores y que muy precavidas no es que hayamos sido.
—De todas formas, hay que cambiar de coche. Mi madre está a punto de regresar y dará parte del robo. Sería estúpido que nos cogieran por un robo de poca monta. Y después, a buscar pasta. Mi bolso está casi vacío. Joder, no me puedo creer lo rápido que nos liquidamos su pobre guita. Es la hostia: no nos hemos privado de casi nada. Algo nuevo, un cambio radical.
Esta mañana han salido camino de Quimper, han alquilado una inmensa habitación con ventanas hasta el techo. Manu extirpa a puñados los billetes de su bolso y paga al contado. Nadine ha pedido papel de carta al recepcionista, se ha sentado con las piernas cruzadas sobre la cama para reflexionar. Sobre lo que la gente en su situación debe y no debe hacer. Finalmente, dibuja círculos y triángulos de todas las medidas, repasa las líneas varias veces.
Sentada en la ventana, los pies en el vacío, Manu tiene la botella de Jack Da a su alcance. Come Bountys y vigila la calle. Braguitas de satén rojo con puntilla negra, estilo Oeste. No pierde la ocasión de meterse con los transeúntes:
—Eh, imbécil, quédate quieto, te tengo echado el ojo. Sí, tú, no te hagas el listillo.
Se ríe sola. Nadine se levanta para llenarse el vaso. En la habitación de al lado, un tipo se embronca con su novia. Nadine pregunta:
—¿Cómo conseguiremos la pasta?
—A lo bestia. Haremos correr la sangre a raudales. Será el gran espectáculo, habrá un motín en todas las aldeas. Desvalijaremos las tiendas, a las viejitas…
—¿Y por dónde te parece que empecemos?
—Ni idea. ¿Cómo voy a saber mejor que tú la manera de conseguir francos? Demos una vuelta y ya veremos. Te comes demasiado el coco, es inútil empezar a cavilar; de todas formas, nunca ocurre lo previsto. Control cero. Sigamos el instinto y a contar con la suerte. Yo, por lo menos, así lo veo.
Nadine levanta los hombros:
—Necesito comprar pilas para los walkman.
—Y yo, maquinillas para afeitarme las piernas. Ves, ya tenemos proyectos para el futuro inmediato. ¿Me pones el decolorante?
Manu está sentada en una silla, frente a la pared. Come un Mars, mastica con la boca abierta, traga ruidosamente.
De pie detrás de ella, Nadine aplica la decoloración. La pequeña tiene cabellos extremadamente finos, se le transparenta el cráneo por zonas. Le acaricia la cabeza mientras distribuye la blanca espuma, le gusta tocarla. Procura ser suave, la masajea con cuidado. Cómo le gustaría hacerlo bien. Manu chilla:
—Oye, ¿hay algo especial que te apetezca hacer? ¿Algo que quisieras absolutamente ver antes de diñarla?
Nadine reflexiona un buen rato, contesta:
—Sexo con un travestí, me gustaría. Aunque tampoco me enloquece la idea.
—En la silla eléctrica seguro que apreciarán la extrema delicadeza de tus últimas voluntades. Yo me ligaría a un chico como el de ayer. Sonriente, con la polla bien limpia, comprensivo y sosegado.
Abre una caja de Smarties:
—¡Puta decoloración, qué peste, es increíble! ¡Qué salsa! Además, en plan rubiales, seguro que me toman por una cajera.
Más tarde, Manu se afeita las piernas con una Bic amarilla que ha encontrado entre sus trastos. Nadine, estirada en la cama, achicharra las sábanas con el pitillo. Dice:
—Sí que tiene gracia: un pequeño farmacéutico se carga a un tipo con el pretexto de que es un drogata. Y como ese tipo es sospechoso de asesinato, todos tranquis. No tienen lógica.
—Total, mala organización, quieres decir. Basta con apartarse un poco, con cargarse a un solo hijo de puta, para que todos se te echen encima. Francamente, mejor lo dejamos, deberías abrir una botella. Es evidente que necesitas mejor cuelgue, no va más.
Nadine chafa el pitillo en la moqueta frambuesa, extraño color para el suelo, es como vivir en dibujos animados. Se levanta y se mira en el espejo. Le devuelve una facha absurda, el pelo rojizo. Vieja hippy abotargada. Revienta las espinillas que tiene en las alas de la nariz, brotan por parejas, como pequeños muelles blancos. En el espejo, mira cómo Manu se afeita por encima del sexo. Para dejar una banda única encima de los labios. La barra superior está ligeramente torcida. Dice:
—Así queda ridículo.
—No te enteras. Está súper, además, da estilo de mujer moderna.
Nadine fija la vista en la bañera un momento. Dice:
—De todas formas, la bala se la estaba buscando.
—Mierda de maquinilla, cortes por todas partes, alucino. Joder…
—Una pena, es una pena. Además, seguro que de haberlo conocido te hubiera gustado.
—Por lo visto, no tendré ese placer. No nos pasaremos aquí todo el día, no tenemos bebida. Salgamos a ver mundo.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Atracamos a la buena de dios y dejamos que el dark side of our soul[13] se manifieste como se le antoje… Ni idea de lo que vamos a hacer. Pero en lo que te concierne, puedes empezar a dejar de darme el coñazo y preguntar qué hacemos cada diez minutos. No estamos de colonias, métetelo en la cabeza.