CINCO

Sentadas al mostrador iluminado de un azul verdoso, repasan a los chicos que entran, acorralan al macho descaradamente.

Al rato, Manu se restriega contra un jovencito que lleva pantalones de talle bajo, una camiseta sin mangas que deja ver los hombros. Sus músculos redondos animan a acariciarlos con la mano y sentirlos con la lengua. Sonríe ante su rollo disparatado, parece gentilmente despistado y amable, permite el acercamiento, se deja tocar y mantiene la sonrisa. No molesta.

El chico la sujeta por la cintura, le cuenta su viaje a Tailandia y Nadine lo escucha. Ha vuelto a Francia para ganar algo de dinero y luego se marchará. Satisfecho de sí mismo, se considera un guaperas, cultiva el desenfado y derrocha los guiños. Es un seductor. Ella se mira las manos y, al tiempo que lo escucha, piensa: «Esos dedos no tardarán en tocarme debajo del vientre, abrirán mi vulva y hurgarán hasta el fondo». A lo largo de su antebrazo sobresalen venas enormes. La besa en el cuello, con la ternura de los reclutas. Lo desea de verdad, sólo le molesta que hable tanto. Ella estira a Manu de la manga, dice que quiere irse a casa. Salen los cuatro.

Por el camino, Nadine recuerda las fotos de las revistas que compraron en la gasolinera. Cómo la chica se mantiene a horcajadas en el taburete y se hace llenar por el culo y la boca por dos tipos trajeados. Se pregunta qué pasará cuando lleguen a la habitación. Vigila a Manu de reojo. La pequeña no cambiará nunca: a grito pelado y despechugada. A su lado el chico castaño la escucha atentamente, como si tuviera que escuchar cosas cruciales y justas.

El que camina con Nadine le murmura al oído, alegre y cómplice: «¡Vaya una, tu amiga!». Si este chico dejara de hablar, el antepolvo sería más llevadero.

Le acaricia el cuello bajo la camiseta, le recorre con la punta de la uña toda la columna vertebral.

En el hotel, parejas encamadas en fila.

Como todo buen iniciado, el chico que se agita encima de Nadine pregunta:

—¿Os enrolláis a menudo de cuatro en cuatro?

Ella contesta:

—Sí, pero si estás atento, verás que esta noche no tiene nada que ver con un plan a cuatro.

Lo besa en plena boca, saca su polla, él se la introduce hasta el fondo, ni siquiera precisa ayudarse con la mano. Buen trabajo. La trabaja lentamente, cavando y respirando densamente, ella se coge de los muslos para abrirse mejor, para recibirlo más y bien a fondo, lo envuelve con sus piernas cuando acelera el movimiento. Palpitaciones al fondo de su vientre, ha eyaculado. No se retira al momento, ella se mueve suavemente de arriba abajo, busca la onda inmensa. Golpe de cadera y siente bascular su interior, el vientre desatado y calmado desde los tobillos hasta los hombros. Bien follada. Se aparta de él, se da la vuelta.

Nadine gira la cabeza hacia la cama vecina. Manu cabalga a su pequeño compañero, ondula y casi canturrea, se zarandea amable y graciosa, se empala a conciencia. Parece otra. Al verla, Nadine piensa: «Ahuyenta el mal», parece una ceremonia de exorcismo. El chico acaricia su pecho y la deja actuar. Manu le sujeta las manos en la nuca y retuerce la boca con muecas de sollozo, las manos del chico la atraen bruscamente hacia él. La escena es de un curioso blanco y negro, colores nocturnos.

El chico se libera del abrazo y la gira de espaldas. Ella guía su cabeza entre sus muslos. Su mirada encuentra la de Nadine. Dos grandes ojos serenos y atentos.

Más tarde, el chico con quien lo ha hecho se levanta, se sirve una copa, se estira y, con aire cómplice y liberado, propone:

—Lo que sería divertido, chicas, es jugar una partida de 69.

Sentado en la cama, el otro chico enciende un pitillo como si no hubiera oído y pretende no ver la sonrisa de connivencia que el otro le dirige.

Manu contesta:

—No me apetece divertirte. En realidad, quiero que te largues. Ahora mismo, cuestión de olor. Hueles a mierda, imbécil, no lo aguanto.

Mientras habla se gira hacia Nadine, como pidiéndole permiso para echarlo. También él mira a Nadine, espera su intervención. Con todo lo que le ha metido y el entusiasmo demostrado, espera que lo defienda. Nadine se encoge de hombros. Preferiría no despertarse a su lado, pero tampoco se va a romper los cascos. Ya se lo montarán; en cuanto a ella, recibió conforme a su categoría y sólo quiere dormir.

El vacila un momento. Manu comenta:

—Por lo menos, pedazo de imbécil, te habrán desconcertado una vez esta noche, no habrás venido en vano.

Está sarcástica y divertida. El, todo un señor, se viste sin más y se larga sin abrir boca.

Nadine coge la botella y declara:

—Un golpe de riñones convincente, en serio.

Manu sacude la cabeza y aprueba:

—Se lo monta bastante bien. Pero no es motivo para volverse pesado.

El chico que queda no dice nada, como si todo fuera perfectamente normal. Cuando Manu vuelve para arrodillarse entre sus piernas y tomarlo en la boca, él juega con su pelo, parece regodearse pensando en otra cosa. Luego levanta la cabeza y sonríe a Nadine, ella se duerme mirándolos.

Avanzada la noche, la despierta dibujando en su espalda con la punta de los dedos. Escalofríos le penetran los tobillos, no tiene tiempo para recapacitar, la lengua empequeñece en su boca. Deliciosa y ágil. Su cuerpo gracioso como el de un niño, su sexo caliente y apaciguador cuando llega al vientre. Ella le agradece infinitamente que sea como es, él la coge más fuerte entre sus brazos cuando ella murmura: «Me haces tanto bien, de verdad». Quisiera llorar sobre su pecho.

Cuando despierta por la mañana, ya no está. Se siente enferma, bebió demasiado por la noche. Traga del grifo toda el agua que puede engullir. Manu hace un ruido increíble durmiendo cruzada en la cama, boquiabierta. Nadine coge sus Walkman y baja a dar una vuelta. Touch me, I’m sick.[12] Da varias vueltas a la manzana, bebe zumo de naranja, sentada en un banco. Un tiempo hermoso, un sol resplandeciente. If I think, I'll think of you. If I dream, I'll dream of you. I open my eyes but they cannot see. Ve a Francis proyectado hacia atrás, se le pone un nudo en la garganta. Vuelve al hotel y despierta a Manu.