Delante de la estación, una chica apoyada en la pared mira fijamente al suelo. En la acera de enfrente, Manu escucha la música que sale de sus Walkman.
Tal vez su novio la dejó plantada y no sabe dónde dormir. O quizá quería hacer una visita nocturna a los suburbios. En cualquier caso, seguro que no teme por sus orejas.
Manu cruza la calle y se le planta delante. Como mínimo la chica mide seis palmos más que ella y pesa el doble. Tarda en darse cuenta de que alguien quiere hablarle. Apaga sus Walkman a tientas. Dice, en tono de disculpa:
—No hay trenes a esta hora.
—No. Aquí te tiras toda la noche.
—Ya, no hay trenes hasta mañana por la mañana.
—Vaya, tú por lo menos tienes conversación. ¿Adónde vas?
—Más bien hacia París.
Parece que la chica no sabe adonde va. A Manu le duele la cabeza, pregunta:
—¿Sabes conducir?
La otra contesta que sí.
—Pues si puedes conducir, yo tengo coche y quiero ir a París.
—Me viene al pelo, perfecto.
Lo dice sin convicción. Pero sigue a Manu hasta su casa, sin abrir boca en todo el trayecto. Parece poco espabilada. Veremos si es cierto que sabe conducir…
Manu le dice que espere en la cocina, le propone hacerse un café. Mientras tanto, recoge sus cosas.
Cuando chilla: «¡Vámonos!», la otra no contesta. Se ha enchufado otra vez los Walkman y Manu debe sacudirla por el hombro para devolverla a la realidad.
Saca el coche del garaje sin dificultades; la pequeña se tranquiliza en cuanto a sus aptitudes de conductora.
Viajan calladas. La mayor tiene unas ojeras que parecen marcadas con rotulador. Una facha extraña. No del todo desagradable, pero muy sorprendente.
Ojalá tenga los nervios de acero. La pequeña mira el lado de la carretera, los árboles desfilan a toda pastilla y se despliegan como casas alargadas. Pregunta:
—¿Te esperan en París?
—No exactamente.
—Mejor, porque esta noche no llegas.
Manu saca la pipa, solo para que la otra la vea pero sin apuntarla. Explica:
—Estoy metida en líos y es una pena que te haya tocado a ti, pero necesito que me lleves a Bretaña. Allí puedes quedarte con la máquina para regresar, nadie ha dado parte del robo. Incluso puedo llenarte el depósito.
La gorda no se inmuta. Solo pone cara de sorpresa. O es una veterana aventurera, o no entiende nada de lo que ocurre. Se informa:
—¿A qué parte de la Bretaña vas?
Educada y sosegadamente. Como si se hubieran conocido en una fiesta y la llevara a casa, mientras pregunta en qué barrio vive. Manu refunfuña:
—Ni idea, quiero ver el mar.
Le viene al pelo que la gorda se lo tome así porque Manu no tiene ningunas ganas de viajar con una emotiva. Le duele demasiado el coco. Añade:
—Ya veremos qué camino tomamos. Lo único que debes comprender es que si me creas problemas, no serás la primera a quien le salto hoy la tapa de los sesos.
Lo ha dicho para dejar las cosas bien claras y para probar a la gorda. Esta se sonríe. Manu mira la carretera. No se lo puede creer.