Manu se agarra a Karla para no caerse.
—Joder, cuando bebes demasiado, de pronto te das cuenta de que te has pasado. Y es demasiado tarde, ya no puedes hablar. Entonces hay que empezar a estar atento porque puede ocurrir cualquier cosa. En fin, que no controlas nada…
—Joder, estoy harta de perder el tiempo en el Tony’s. Cuando lo pienso, veo que siempre estoy metida ahí y es un coñazo. No hay ni un colega, es un palo y un auténtico coñazo. Sólo tú, que te conocí allí, pero el resto me importa un carajo.
—Vas bien, porque les traes sin cuidado. Hacen ademanes, se toquetean, están vacíos. Todos reventados por el miedo. El problema no está en Tony’s, es igual en todas partes y habrá follón.
A Manu le gustaría darle algunos detalles, pero Karla la interrumpe:
—No quería decírtelo porque es un asco. ¿Sabes qué murmuran sobre ti ahora?
Manu niega con la cabeza y, al tiempo, afirma que le da lo mismo. Han llegado a orillas del Sena, muy cerca del agua. Manu aúlla:
—Joder, ¡qué lugar más guapo! Te dan ganas de ir a vivir al campo. ¡Qué chulos los ríos, a mí me chiflan! ¡Me entran ganas de estar junto al mar! A la mierda el Tony’s, que digan lo que quieran. Un lugar fantástico. Un pack de cerveza en plena humedad, ¿por qué romperse los cascos? Serenidad, Karla, sigamos por el buen camino. Aprovechemos que no están y que se fastidien.
Para Karla las cosas no son precisamente así. Insiste:
—Son rumores que van corriendo. No sé qué hijo de puta empezó el bulo. Pero no hay que fiarse de nadie. Por lo visto te han visto en películas guarras. Incluso dan unos detalles asquerosos. Estaba tan asqueada que no quería decírtelo. Tú siempre ayudándoles a todos, buenaza como nadie, y todo lo que se les ocurre decir es…
—Vale, si no querías decirlo podías callarte, ¿qué quieres que te diga?
—Prefiero decírtelo. Es un asco. Prefiero que lo sepas.
—Vale, ya estoy al corriente. ¿Y a mí qué? Tráemelos uno a uno, que los pongo en fila y les cago encima. Tranquila, Karla, eres demasiado sensible.
Mientras habla, Manu se revuelca en el suelo, cruza los brazos, se desgañita mirando el cielo. Sinceramente convencida de su capacidad para inundar el barrio entero de una sola cagada, y eso le encanta. Todavía hay sol, es un lugar fantástico. De hecho, aún estaría mejor si Karla no estuviera. Una chica que no está mal, pero finalmente tiene ideas muy estrechas, encogidas. Sus ojos empequeñecen, ojos que no permiten la entrada a gran cosa. Y todo lo que desborda la enfurece.
A Manu le gusta todo lo que desborda, todo lo que resbala le encanta. Tiene ansias profundas y desplazadas.
Y la jodienda es lo único que conoce que merezca una parada y algún esfuerzo. Karla es como las demás, miedosa y agresiva.
Para un coche, cerca de donde están. Golpean las puertas, Manu no le presta atención. Chilla:
—Te digo, Karla, que dilatemos el ano y el cerebro lo seguirá. Abre tu mollera, mira a lo lejos, Karla, en serio… Dilatar las ideas…
—Pues a nosotros, chicas, no son precisamente las ideas lo que nos gustaría abriros.
Karla está de pie. A Manu le cuesta levantarse. Pocas ganas de que la incordien. Pocas ganas de tratar con ese vozarrón de imbécil. Ni con sus zapatos de punta. Ni con los mocasines del vecino, ni con las zapatillas de deporte del de atrás. Se quedan calladas, miran el agua. Los tres tipos se acercan:
—Vamos, no pongáis esa cara, dice eso para hacer ambiente.
—Sólo hemos venido para relajarnos un poco. Vemos a dos chicas y pensamos que quizás podríamos relajarnos juntos… No queremos incomodaros, chicas, sólo queríamos presentarnos…
Manu se levanta. No quiere mirar a los tipos. Inútil observarlos de cerca para comprobar sus fachas. Pequeños, tiñosos y borrachos. Les ha caído la lotería. Karla estira su falda, la boba perfecta. Manu la coge del brazo, y con una señal, les dice:
—Nosotras nos íbamos, tenemos cosas que hacer. Lástima, que lo paséis bien…
El de los mocasines se le planta delante:
—¿Seguro que no tienes tiempo para una partidita de polvos?
Le pone la mano en los pechos. Ve a Karla con la cara pegada contra el suelo y el tipo encima —el de las zapatillas de deporte—, que le mete una hostia fenomenal y la trata de imbécil.
Oye a Karla gritar y llamarle. Siente entre sus muslos la mano del otro tipo, cómo le destroza la concha. Se lo pasa en grande diciendo: «Esta no es demasiado arisca», y la tira al suelo. «Bájate las bragas y abre las piernas, ábrelas bien, así no te dañaré con mi magnífico aparato».
Ella obedece. Se da la vuelta cuando se lo pide. Karla lloriquea y no calla, suplica que no la toquen. Uno de los tipos la sujeta por el pelo. Le echa la cabeza para atrás llamándola putilla. Tiene la cara enrojecida, está congestionada y a punto de llorar. Le bajan mocos de la nariz y la sangre le llena la boca. Si intenta hablar, babea sangre. Unas rayas de color rojo separan sus dientes. Otro tipo la coge por el hombro mientras ella se protege la cara con los brazos antes de caer de rodillas. Una masa encogida y llorosa. Aterrorizada, suplicante. Manu dice: «Ya vale, dejarla en paz». El tipo de encima se lo pasa en grande y con la mano le golpea la nariz. Explosión detrás de los ojos, luego dolor sordo en toda la cabeza. Los otros levantan a Karla. La apoyan contra el capó del coche, le retuercen los brazos en la espalda. Le golpean la cabeza contra la carrocería. Varias veces. Un ruido importante, pero por aquí nunca pasa nadie. El tipo de encima le murmura:
—Dime, cariño, ¿qué te parece mi polla? No parece disgustarte, ¿eh?
Oye cómo a Karla le caen bofetadas entre dos protestas. Teme que la hostien demasiado, que la desmonten del todo. Teme que reviente. Le grita: «Pero ¡joder! ¡Déjales hacer para que no te peguen!». Ellos se regodean. «Estas puercas follan como conejas… Intenta darles por el culo, apuesto a que es más amplio que la vía legal…»
¿Qué harán luego?, ¿qué acabarán haciendo? Llevan un colocón de lo más violento. Y, francamente, el alcohol no los hace nada simpáticos. Contentos de estar juntos, intercambian unas buenas bromas, tienen una actividad común, un enemigo común. ¿Hasta dónde piensan llegar para probar su unión? ¿Les abrirán el vientre o les clavarán un cañón de escopeta bien hondo para hacerlas explotar desde dentro? ¿Cuánto tiempo más les divertirá seguir metiéndola y contando chorradas? ¿Qué tienen previsto para después? Manu reflexiona. Si se han puesto de acuerdo, si han decidido joderlas hasta que dejen de respirar, lo tienen claro, no se echarán para atrás. Pero tal vez sólo querían violarlas. Sobre todo no hay que asustarles, sobre todo que no les entre el pánico. Sobre todo no provocarles para que no pasen de los golpes en la jeta y las violentas embestidas de cadera. Le gustaría que Karla se calmara, sobre todo que no la hostien, no estaba previsto. Sobre todo mantenerse viva. Cualquier cosa para mantenerse viva.
—Es increíble, cómo se deja esta tipa.
—No me extraña. Con esa pinta de deficiente que tiene no la deben empalar a menudo, ¿eh?
—No te fíes, debe confundir su coño con el cubo de la basura.
—Podíamos haber traído condones, nunca se sabe… Con tías que se dejan violar…
La broma les divierte un rato. Otro tipo se le tira encima; antes de echarse, le golpea el interior de los muslos con los pies para que abra más las piernas. Cuando la penetra le dice: «Muévete, mueve el culo para sentir lo bien que te follo». Karla está estirada en el suelo a su lado, convulsiones sacuden su cuerpo, alguien se mueve encima. Tiene las piernas muy blancas y mórbidas, tiradas a cada lado. La piel manchada de tierra y hierba. El culo del tipo sube y baja, blanco con granos rojos y unos cuantos pelos negros. A ratos, da sacudones más violentos y, cada vez, Karla grita mientras él parece alegrarse. Tiene el pelo grasiento y los dientes de adelante podridos.
El tercer tipo le pide a Manu que se dé la vuelta. Dice:
—Límpiate el culo, estás llena de tierra.
Ella mira al suelo, en la hierba hay un poco de sangre suya, de cuando el tipo le pegó en la nariz. Otro, de pie, los observa. El que le va dando por detrás se impacienta:
—Es como follarse un cadáver.
El que mira, añade:
—Fíjate en ésa, ni ha llorado. Joder, eso no es una mujer.
Ella mira al que acaba de hablar, se da la vuelta y echa un vistazo al otro por encima del hombro. Sonríe:
—¿Y tú qué crees que tienes entre las piernas, imbécil? El tipo se retira. Mejor hubiera cerrado el pico. ¿Cómo se le ha podido ocurrir darle al rollo? El más bajito de los dos, el de los mocasines, dice:
—Se me han pasado las ganas, estas cerdas son demasiado asquerosas. Pura basura.
Al tercero le piden que espabile y termine, quieren largarse en busca de chicas más follables, estas dos son para los vagabundos y los perros.
Manu está en el suelo bocabajo. Se acabó. Siente dolor en la espalda y las rodillas. ¿Seguro que habrá terminado? Sigue con vida. Ya se van. También le duele la cabeza. Con la lengua siente cómo se le mueve un diente.
El otro se pone los pantalones. Van hacia el coche. Manu se coloca boca arriba con precaución. El dolor es leve cuando se mueve, por lo menos no tendrá nada roto. Mira el cielo. Oye a Karla gemir a su lado, siente ganas de vomitar. Dolor en los pechos también… Joder, ¿por qué la hostiaron tanto si no se resistió? Oye a Karla sorber los mocos. Pocas ganas de tenerla ahí, ni de hablarle. Karla consigue articular: —¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cómo has podido dejarte de ese modo?
Manu no contesta en seguida. Percibe que le produce a Karla más asco que los mismos tipos. ¿Cómo ha podido hacerlo? Vaya chorradas…
Oye el ruido del motor. Se acabó. Contesta:
—Después de eso, es fantástico poder respirar. Estamos vivas, me encanta. No es nada comparado con lo que te pueden hacer, total es sólo un golpe de polla…
Karla sube el tono, anuncia el ataque de nervios: —¿Cómo puedes decir eso?
—Puedo decir eso porque me resbalan completamente sus pobres pichas de pajeros, porque ya he tenido otras en el vientre y porque me cago en ellos. Es como un coche que aparcas en el centro, no dejas chismes de valor dentro porque no puedes impedir que lo abran. Cariño, no puedo impedir a los gilipollas que lo abran y, además, no he dejado nada de valor adentro…
Karla la observa, tiene la cara hecha un cromo. No consigue hablar. Parece sofocada. A punto de explotar. Manu corrige rápidamente. Sobre todo tranquilizarla; sobre todo evitar el ataque de nervios:
—Perdóname, hemos tenido bastante. Son cosas que pasan… Somos chicas, ¿qué quieres? Ahora todo ha pasado, verás, todo irá bien.
Karla se ha incorporado doblada sobre sí, le sale sangre de la boca y de la nariz, de su ojo derecho, hinchado, caen lágrimas de rímel. Le tiemblan los labios:
—¿Cómo has podido hacerlo?
Se da la vuelta y avanza hacia el coche, que sigue allí. Alza el puño, los insulta mientras llora. Grita:
—¡Hijos de puta, no os creáis que soy así, me las vais a pagar, me las vais a pagar!
El coche golpea a Karla de lleno. Manu no entenderá nunca cómo ella pudo echarse a un lado tan rápido. Cómo pudo evitar el coche y correr hacia la calle.