Manu entra en el bar y piensa: «Camel no está». Su ausencia la sorprende, resulta especialmente chocante en este lugar. Más de lo que esperaba. Sensiblería de niño, el vacío le muerde las tripas y hasta la garganta. Borrado de una vez por todas y restado del decorado.
Le sorprende ser tan vulnerable, seguir siendo capaz de sufrir. Al principio, crees que te mueres por una herida. Te enorgulleces de sufrir hasta hartarte. Y luego te acostumbras a soportarlo todo. Te crees acorazado, sucio de arriba abajo. Con un alma de acero templado.
Observa la sala y la emoción encuentra dentro de ella un lugar intacto donde lloverá barro.
Expulsa la pena a un rincón del cerebro, se sienta a la barra. Pocos conocidos. Unos echan las cartas del tarot encima de un tapete verde desgastado, intercambian insultos más o menos contundentes.
Al teléfono, una chica pega broncas, gesticula enfadada de cara a la pared. Lleva gafas oscuras, otros días se pone un pañuelo para disimular el cuello. Manu no sabe si es del barrio o si viene por aquí a comprar mercancía. No habla con nadie. Sólo se arrastra cuando la casca su amiguito, por la noche y en secreto. Para todos los demás es majestuosa.
Manu vacía la copa de un trago, con la esperanza de que su vecino de barra comprenda lo que significa.
Lakim camina por la acera de enfrente. Le hace señas para que salga. Hace meses que están juntos. No recuerda haberle manifestado el menor deseo de estar con él, pero la recupera regularmente y se la lleva a casa, como adoptada de oficio. Con el cuelgue que suele llevar le es difícil tomar decisiones. Se adapta a las circunstancias, a él entre otras.
Ella le tiene afecto. Salvo que no la soporta tal como es.
Y se equivoca si piensa que cambiará lo más mínimo por él. Su historia parece una carrera directa contra el muro. Sus ideas sobre la vida no son moco de pavo. Ella tiene sólidos motivos para ser quien es. Para Manu, mientras haya más polvos que porrazos, no hay razón para dejarlo.
Decididamente, a ella le encanta cómo se la mete, como si la odiara por mover tanto el culo y gritar tan alto. Como si la odiara por hacer guarradas que lo enloquecen y no poder dejar de hundirse y tomarla de lleno, abrirle el culo, salpicar su garganta. Como si ella despertara la parte mala de su alma, la que avergüenza, y que la despertara con puta eficacia. Pero todo se paga y él tiene tendencia a cobrarle un poco caro por eso.
—¿Sigues viniendo a este bar de yonquis? ¿No tienes nada mejor que hacer con tu vida?
—¡Que te den por culo!
Él le suelta una buena hostia. Ella se tambalea por el golpe. Un tipo en coche disminuye la marcha, de esos que se meten si le pegan a una mujer. Le pregunta a Manu si está bien, ella escupe a un lado.
—Sigo de pie y entera. ¿O no lo ves?
Lakim le hace señales al tipo para que se largue. Luego se vuelve hacia ella, enloquecido:
—Joder, nunca he tocado a una mujer, ¿estás satisfecha?
—Precisamente hace un rato había una mujer en el bar que recibe sus buenas hostias del marido. Tenemos el día. No es que me supere, pero te recomiendo que no insistas. Además, no creo que tengas la ocasión de volver a hacerlo.
—Me buscas demasiado las pulgas, Manu, no quería hacerlo, pero me las buscas demasiado, en serio.
—¿Querías algo en particular?
—Quería saludarte. Eres mi amiga, te veo, quiero saludarte… Contigo siempre acabamos igual.
—A partir de ahora, deja de verme como tu amiga y ni me saludes, tengamos la fiesta en paz. A propósito, ¿sabes algo de Radouan? Hoy lo buscan todos, ¿no has oído nada?
—Nada que ver con este mocoso. Y tú tampoco deberías verle tanto…
—Lo que sé, es que a ti no quiero verte nunca más. Adiós, gilipollas, voy a ponerme ciega.
Lo repasa con la mirada antes de salir. Hoy le ha llenado tanto la cabeza que ni quiere esforzarse por dejarlo. Le encantaría darle la lista de los amigos de él a quienes se tiró cuando estaban juntos. Con lujo de detalles de las veces en que ocurrió cuando estaba cerca. Sus mejores amigos. Se quedaría frito al enterarse. Buena ocasión para soltar bofetadas a conciencia. Se encoge de hombros. Demasiadas historias y poca diversión. Finalmente, tampoco le tiene rencor, no quiere verlo más y basta.
Intenta un movimiento para retenerla. Manu vuelve al bar. Karla la espera cerca de la puerta. Una chiquilla boba y sonriente, que bebe demasiado y al rato pierde todo el control de su dignidad. Ha visto la escena por la ventana, chilla indignada:
—¿A que te dieron?
—Sí, no te pierdes ni una. Quizás me la busqué, pensaba que no te llegaba el sonido.
—Joder, si te lo tenías que cargar ahí mismo. No dejarte. Yo no soportaría que ningún tío me pusiera la mano encima. A mí, si me toca mi chico, me las piro al momento. Joder, no lo soportaría.
—Yo, mira, mientras no me echen esperma sifilítico ahí dentro, me lo trago prácticamente todo. ¿Llevas para invitarme a un trago?
—Puedo invitarte toda la noche, acaban de pagarme el paro.