1. En mi primer año de permanencia en Israel empecé a viajar de pueblo en pueblo. Campesinos, pastores y artesanos fueron los primeros que se acercaron y me escucharon. Eran gentes sencillas, pero de corazón puro, como el mío. No obstante, debía estar en guardia: tal como enseñaba mi maestro, un conocimiento superior empuja al engaño incluso a un alma sincera, que queriendo perseguir el bien puede llegar a encontrarse caminando por la vía del mal.
2. Profeta no es el que prevé o revela los acontecimientos futuros del mundo; ese es un mistificador. Profeta es el que desvela el bien o el mal próximos, lo que podría influir en las elecciones del hombre para con el bien o el mal actuales. Profeta es el que indica dónde caerá la piedra; no que alguien la romperá en pedazos.
3. Con respecto a las acusaciones de impiedad: nunca me he planteado dar la espalda a la religión de los padres, ni era mi intención. En el transcurso de los siglos se había vuelto como una piedra, inmutable y dura. Había que aclararla para impedir que acabara convirtiéndose en objeto de burla, así como había que hacerla comprensible, para evitar su imposición por la fuerza.
4. No existe un dios que mate a los hijos primogénitos sin ninguna culpa, que imponga no darles de comer solo para celebrar el sábado, ni que incite a la guerra contra otros pueblos. Sin embargo, los padres nos han transmitido estas enseñanzas, sin explicarnos nunca el significado y sin negar nunca su contenido. Pero la palabra es del hombre, no de Dios.
5. Ningún dios, ni siquiera el de Abraham, ha instituido nunca una casta sacerdotal que fuera la única depositaria de su voluntad. Eso no está escrito en ningún sitio. Ningún dios ha pretendido nunca que solo a través de determinados ritos puedan los hombres entrar en contacto con él. Ningún dios ha pedido nunca el sacrificio de un hombre o de un animal. Ningún dios se ha mostrado nunca tan furioso con sus propios hijos que haya podido desear su destrucción.
6. Los mandamientos de cada divinidad, desde Oriente a Occidente, contienen los mismos principios y las mismas palabras de amor, de libertad, de igualdad y de justicia. Los poderosos y los tiranos, en cambio, han construido un dios a su imagen y semejanza, juez y exterminador, propenso a la venganza, dispuesto al homicidio y que otorga el perdón solo si consigue rebajar a quien ha cometido un error. Estos hombres han ensuciado su nombre, y que tiemblen si al final de su vida su alma es juzgada según los criterios impuestos por ellos mismos.
7. Si alguien se ha proclamado dios alguna vez, es que es tonto o enfermo de mente, o es que tiene mala fe. Quien afirme poseer la verdad es un estafador; quien anime a buscarla es un hombre honesto. Quien predica el bien pero persigue el mal es un hipócrita; quien cae y vuelve a levantarse es un hombre honesto. Quien no hace el mal a los demás es un egoísta; quien hace el bien a los demás es un hombre honesto.