Cuando regresé a Saint-Savin ya casi era de noche. El coche estaba aparcado delante de la casa donde habíamos alquilado la habitación.
—¿Dónde estuviste? —preguntó él cuando me vio.
—Caminando y rezando —respondí.
Él me dio un fuerte abrazo.
—Por momentos tuve miedo de que te hubieses ido. Tú eres la cosa más preciosa que tengo en esta tierra.
—Tú también —respondí.