Caminábamos ahora por un bosque. Las ramas más altas, secas y cubiertas de nieve, recibían los primeros rayos del sol. La neblina estaba terminando de disiparse.

—Sé adónde quiere llegar, padre.

—Sí. El mundo vive un momento en el que mucha gente está recibiendo la misma orden.

—Siga sus sueños, transforme su vida en un camino que conduzca hasta Dios. Realice sus milagros. Cure. Realice profecías. Escuche a su ángel de la guarda. Transfórmese. Sea un guerrero, y sea feliz en el combate.

—Corra sus riesgos.

Ahora el sol lo inundaba todo. La nieve empezó a brillar, y la claridad excesiva me lastimaba los ojos. Pero —al mismo tiempo— parecía completar lo que decía el padre.

—¿Y esto qué tiene que ver con él?

—Le he contado el lado heroico de la historia. Pero usted no sabe nada sobre el alma de esos héroes.

Hizo una larga pausa.

—El sufrimiento —prosiguió—. En los momentos de transformación, aparecen los mártires. Antes de que las personas puedan dedicarse a sus sueños, otros tienen que sacrificarse. Afrontan el ridículo, la persecución, el intento de desacreditar sus trabajos.

—La Iglesia quemó a las brujas, padre.

—Sí. Y Roma echó a los cristianos a los leones. Los que murieron en la hoguera o en la arena subieron rápidamente a la Gloria Eterna; fue mejor así.

»Pero hoy los guerreros de la Luz se enfrentan a algo peor que la muerte con honra de los mártires. Son consumidos poco a poco por la vergüenza y la humillación. Eso ocurrió con santa Teresa, que sufrió el resto de su vida. Eso ocurrió con María de Jesús. Eso ocurrió con los alegres niños de Fátima: Jacinta y Francisco murieron a los pocos meses; Lucía se internó en un convento, de donde no salió nunca más.

—Pero no ocurrió eso con Bernadette.

—Claro que sí. Tuvo que soportar la cárcel, la humillación, el descrédito. Él debe de habérselo contado. Debe de haberle contado las palabras de la Aparición.

—Algunas palabras —respondí.

—En las apariciones de Lourdes, las frases de Nuestra Señora no alcanzan para llenar media página de un cuaderno; pero aun así la Virgen se encargó de decirle a la pastora: «No te prometo felicidad en este mundo.» ¿Por qué una de las pocas frases fue para prevenir y consolar a Bernadette? Porque Ella sabía del dolor que le esperaba a partir de ese momento si aceptaba su misión.

Yo miraba el sol, la nieve y los árboles sin hojas.

—Él es un revolucionario —siguió diciendo el padre, y el tono de su voz era humilde—. Tiene poder, conversa con Nuestra Señora. Si consigue concentrar bien su energía, puede estar en la vanguardia, ser uno de los líderes de la transformación espiritual de la raza humana. El mundo vive un momento muy importante.

»Si es ésa su elección, va a sufrir mucho. Sus revelaciones llegan antes de tiempo. Conozco lo suficiente el alma humana para saber lo que le espera.

El padre se volvió hacia mí y me puso las manos en los hombros.

—Por favor —dijo—. Apártelo del sufrimiento y de la tragedia que le esperan. Él no lo resistirá.

—Entiendo su amor por él, padre.

El sacerdote meneó la cabeza.

—No, usted no entiende nada. Usted es todavía demasiado joven para conocer las maldades del mundo. Usted, en este momento, también se ve como revolucionaria. Quiere cambiar el mundo con él, abrir caminos, hacer que la historia de amor de ustedes se convierta en algo legendario, que sea contado de generación en generación. Usted todavía cree que el amor puede vencer.

—¿Y acaso no puede?

—Sí, puede. Pero vencerá cuando llegue su hora. Cuando hayan terminado las batallas celestiales.

—Le amo. Y no necesito esperar las batallas celestiales para dejar que mi amor venza.

Su mirada se volvió distante.

—A orillas de los ríos de Babilonia estábamos sentados y llorábamos —dijo, como si hablara consigo mismo—. En los álamos de la orilla teníamos colgadas nuestras cítaras.

—Qué triste respondí.

—Son las primeras líneas de un salmo. Habla del exilio de aquellos que quieren volver a la tierra prometida y no pueden. Y ese exilio todavía va a durar algún tiempo. ¿Qué puedo hacer para intentar impedir el sufrimiento de alguien que quiere regresar al Paraíso antes de tiempo?

—Nada, padre. Absolutamente nada.