—Hace un rato, usted se fijó en mis sandalias —dijo el padre.

—¿También lee el pensamiento? —pregunté.

El padre no me respondió.

—Le voy a contar parte de la historia de la fundación de nuestra Orden religiosa —dijo—. Somos carmelitas descalzos, según las reglas establecidas por santa Teresa de Ávila. Las sandalias son parte de nuestro atuendo; ser capaz de dominar el cuerpo es ser capaz de dominar el espíritu.

»Teresa era una bonita mujer, metida en el convento por el padre para que recibiese una educación más esmerada. Un bello día, mientras iba por un pasillo, empezó a conversar con Jesús. Sus éxtasis eran tan fuertes y profundos que se entregó totalmente a ellos, y en poco tiempo su vida cambió por completo. Viendo que los conventos carmelitas se habían transformado en agencias matrimoniales, resolvió crear una Orden que siguiese las enseñanzas originales de Cristo y del Carmelo.

»Santa Teresa tuvo que vencerse a sí misma, y tuvo que enfrentarse a los grandes poderes de su época: la Iglesia y el Estado. A pesar de eso, siguió adelante, convencida de que necesitaba cumplir su misión.

»Un día, cuando su alma flaqueaba, se le apareció una mujer cubierta de andrajos en la casa donde se hospedaba. Quería hablar a toda costa con la monja. El dueño de la casa le ofreció una limosna, pero ella la rechazó: sólo se iría de allí después de hablar con Teresa.

»Durante tres días esperó fuera, sin comer y sin beber. La monja, apiadada, pidió que entrase.

» No —dijo el dueño de la casa—. Está loca.

» Si les hiciese caso a todos, terminaría creyendo que la loca soy yo —respondió la monja—. Puede ser que esta mujer tenga el mismo tipo de locura que tengo yo: la de Cristo en la cruz.

—Santa Teresa hablaba con Cristo —dije.

—Sí —respondió el padre.

»Pero volvamos a la historia. Aquella mujer fue recibida por la monja. Dijo llamarse María de Jesús Yepes, de Granada. Era novicia carmelita cuando la Virgen se le apareció pidiéndole que fundase un convento de acuerdo con las reglas primitivas de la orden.

«Como santa Teresa», pensé.

—María de Jesús salió del convento el día que tuvo la visión, y se fue caminando descalza hasta Roma. Su peregrinación duró dos años, un período en el que durmió a la intemperie, sintió frío y calor, y sobrevivió a base de limosnas y de la caridad ajena. Fue un milagro llegar allí. Pero todavía fue un milagro más grande que la recibiera el papa Pío IV.

—Porque el papa, lo mismo que Teresa y muchas otras personas, estaba pensando en lo mismo —concluí.

Así como Bernadette no conocía la decisión del Vaticano, así como los monos de otras islas no podían saber del experimento que se estaba realizando, así como María Teresa de Jesús y Teresa no sabían lo que estaba pensando una y otra.

Algo empezaba a tener sentido.