La segunda botella de vino ya casi está por la mitad cuando decido hablar.
—Esta mañana ya estaba convencida de que soy alcohólica. Bebo el día entero. En estos tres días he bebido más que todo el año pasado.
Él me pasa la mano por la cabeza sin decir nada. Siento la caricia, y no hago nada por apartarlo.
—Cuéntame un poco de tu vida —le pido.
—No tengo grandes misterios. Existe mi camino, y hago lo posible por recorrerlo con dignidad.
—¿Cuál es tu camino?
—El camino de quien busca el amor.
Se queda un momento jugueteando con la botella casi vacía.
—Y el amor es un camino complicado —concluye.
—Porque en ese camino las cosas nos llevan al cielo o nos tiran al infierno —digo, sin tener la certeza de que se está refiriendo a mí.
Él no dice nada. Quizá esté todavía sumergido en el océano del silencio, pero el vino me suelta de nuevo la lengua, y siento necesidad de hablar.
—Dices que algo aquí, en esta ciudad, cambió tu rumbo.
—Creo que me cambió. No estoy totalmente seguro, por eso quería traerte aquí.
—¿Es una prueba?
—No. Es una entrega. Para que ella me ayude a tomar la mejor decisión.
—¿Quién?
—La Virgen.
La Virgen. Tendría que haberme dado cuenta. Me quedo impresionada de ver cómo tantos años de viajes, de descubrimientos, de nuevos horizontes, no lo han liberado del catolicismo de la infancia. Al menos en eso, yo y nuestros amigos habíamos evolucionado mucho: ya no vivíamos con el peso de la culpa y de los pecados.
—Es impresionante que, después de todo lo que has pasado, sigas conservando la misma fe.
—No la he conservado. La perdí y la recuperé.
—Pero ¿en Vírgenes? ¿En cosas imposibles y fantasiosas? ¿No tuviste una vida sexual activa?
—Normal. Me enamoré de muchas mujeres.
Siento un poco de celos, y me sorprendo de mi propia reacción. Pero la lucha anterior parece haberse apaciguado, y no quiero volver a despertarla.
—¿Por qué ella es «la Virgen»? ¿Por qué no nos presentan a Nuestra Señora como una mujer normal, igual a las demás?
Él termina de beber lo poco que queda en la botella. Me pregunta si quiero que vaya a buscar una más, y digo que no.
—Quiero que me respondas ahora mismo. Cada vez que planteamos ciertos temas, tú empiezas a hablar de otra cosa.
—Ella fue normal. Tuvo otros hijos. La Biblia nos cuenta que Jesús tuvo otros dos hermanos.
»La virginidad en la concepción de Jesús se debe a otro hecho: María inicia una nueva era de gracia. Allí comienza otra etapa. Ella es la novia cósmica, la Tierra, que se abre al cielo y se deja fertilizar.
»En ese momento, gracias a su coraje para aceptar el propio destino, ella permite que Dios venga a la Tierra. Y se transforma en la Gran Madre.
No logro seguir sus palabras. Él lo percibe.
—Ella es el rostro femenino de Dios. Ella tiene su propia divinidad.
Sus palabras salen tensas, casi forzadas, como si estuviese cometiendo un pecado.
—¿Una Diosa? —pregunto.
Espero un poco, para que me lo explique mejor, pero no sigue adelante con la conversación. Hace pocos minutos, yo pensaba con ironía en su catolicismo. Ahora, sus palabras me parecen blasfemia.
—¿Quién es la Virgen? ¿Qué es la Diosa? —Soy yo quien retoma el tema.
—Es difícil de explicar —dice él, cada vez más incómodo—. Llevo conmigo alguna cosa escrita. Si quieres, puedes leerla.
—Ahora no voy a leer nada, quiero que me lo expliques —insisto.
Él levanta la botella de vino, pero está vacía. Ya no nos acordamos de qué fue lo que nos trajo hasta la fuente. Algo importante está presente; como si sus palabras estuviesen obrando un milagro.
—Sigue hablando —insisto.
—Su símbolo es el agua, la niebla alrededor. La Diosa usa el agua para manifestarse.
La bruma parece cobrar vida, y transformarse en algo sagrado, aunque yo siga sin entender lo que él dice.
—No quiero hablarte de historia. Si quieres informarte al respecto, puedes leer el texto que traje conmigo. Pero quiero que sepas que esta mujer, la Diosa, la Virgen María, la Shechinah judaica, la Gran Madre, Isis, Sofía, sierva y señora, está presente en todas las religiones de la Tierra. Fue despreciada, prohibida, disfrazada, pero su culto ha seguido de milenio en milenio, y ha llegado hasta el día de hoy.
«Uno de los rostros de Dios es un rostro de mujer.»
Lo miré a la cara. Sus ojos brillaban, y miraban fijos la niebla que teníamos delante. Vi que no necesitaba insistir para que continuase.
—Ella está presente en el primer capítulo de la Biblia, cuando el espíritu de Dios se mueve sobre las aguas y Él las coloca por debajo y por encima de las estrellas. Es el matrimonio místico de la Tierra con el Cielo.
»Ella está presente en el último capítulo de la Biblia, cuando El Espíritu y la Novia dicen:
«¡Ven!»
Y el que oiga, diga: «¡Ven!»
Y el que tenga sed, que se acerque,
y el que quiera, reciba gratis agua de vida.
—¿Por qué el símbolo del rostro femenino de Dios es el agua?
—No lo sé. Pero ella generalmente escoge este medio para manifestarse. Tal vez porque es la fuente de la vida; se nos genera por medio del agua, y permanecemos en ella durante nueve meses.
»El agua es el símbolo del Poder de la mujer, el poder al que ningún hombre, por iluminado o perfecto que sea, puede aspirar.
Hace una pausa, y luego retoma la conversación.
—En cada religión, y en cada tradición, Ella se manifiesta de una manera diferente, pero siempre se manifiesta. Como soy católico, logro vislumbrarla cuando estoy delante de la Virgen María.
Me coge de la mano y en menos de cinco minutos salimos de Saint-Savin. Pasamos por delante de una columna que hay en la carretera, con algo extraño encima: una cruz, y la imagen de la Virgen en el sitio donde debería estar Jesucristo. Me acuerdo de sus palabras, y me sorprende la coincidencia.