Como si el destino quisiera mostrarme que la historia del Otro era verdadera —y el universo siempre conspira a favor de los soñadores—, encontramos una casa para pernoctar, en la que había una habitación con dos camas separadas. Mi Primera Providencia fue tomar un baño, lavarme la ropa y ponerme la camiseta que había comprado. Me sentí nueva, y eso me dio más seguridad.

«A lo mejor a la Otra no le gusta esta camiseta», pensé, riéndome para mis adentros.

Después de cenar con los dueños de la casa —los restaurantes también estaban cerrados durante el otoño y el invierno—, él pidió una botella de vino, prometiendo comprar otra al día siguiente.

Nos pusimos la chaqueta, Pedimos dos vasos prestados y salimos.

—Vamos a sentarnos en el borde de la fuente —dije.

Nos quedamos allí, bebiendo para alejar el frío y la tensión.

—Parece que el Otro ha vuelto a encarnarse en ti —bromeé—. Tu humor ha empeorado.

Él se rió.

—Dije que conseguiríamos una habitación y la conseguimos. El universo siempre nos ayuda a luchar por nuestros sueños, por locos que parezcan. Porque son nuestros sueños, y sólo nosotros sabemos cuánto nos cuesta soñarlos.

La niebla, que el farol teñía de amarillo, no nos dejaba ver bien el otro lado de la plaza.

Respiré hondo. No se podía postergar más el tema.

—Quedamos en hablar del amor —dije—. No podemos seguir eludiendo el asunto. Tú sabes cómo he pasado estos días.

»Por mí, este tema no habría surgido. Pero ya que se presentó, no puedo dejar de pensar en él.

—Amar es peligroso.

—Sé de eso —respondí—. Ya conocí el amor. Amar es como una droga. Al principio hay una sensación de euforia, de entrega total. Después, al día siguiente, quieres más. Todavía no te has enviciado, pero te ha gustado la sensación, y te parece que puedes mantenerla bajo control. Piensas en la persona amada durante dos minutos y la olvidas durante tres horas.

»Pero al poco tiempo te acostumbras a esa persona, y pasas a depender totalmente de ella. Entonces piensas en ella durante tres horas y la olvidas durante dos minutos. Si no está cerca, experimentas las mismas sensaciones que los viciosos cuando no consiguen droga. En ese momento, así como los viciosos roban y se humillan para conseguir lo que necesitan, tú estás dispuesto a hacer cualquier cosa por el amor.

—Qué ejemplo tan horrible —dijo él.

Era realmente un ejemplo horrible, que no combinaba con el vino ni con la fuente ni con las casas medievales que rodeaban la pequeña plaza. Pero era verdad. Si él había dado tantos pasos por culpa del amor, necesitaba conocer los riesgos.

—Por eso, sólo debemos amar a quien podemos tener cerca —concluí.

Él se quedó un largo rato mirando la niebla. Parecía que ya no volvería a pedir que navegásemos por las peligrosas aguas de una conversación sobre el amor. Yo estaba actuando con dureza, pero no había alternativa.

«Cerramos el asunto», pensé. La convivencia de tres días —y encima viéndome usar la misma ropa todo el tiempo— fue suficiente para hacerle cambiar de idea. Mi orgullo de mujer se sintió herido, pero mi corazón latió más aliviado.

«¿Será esto lo que quiero?»

Porque ya empezaba a sentir las tempestades que traen consigo los vientos del amor. Ya empezaba a notar una grieta en la pared de la presa.

Nos quedamos un largo rato bebiendo, sin conversar de cosas serias. Hablamos de los dueños de la casa y del santo que había fundado aquel pueblo. Me contó algunas leyendas sobre la iglesia del otro lado de la plaza, que yo apenas podía distinguir a causa de la niebla.

—Estás distraída —dijo en cierto momento.

Sí mi mente estaba volando. Me gustaría estar allí con alguien que me dejase el corazón en paz, alguien con quien pudiese vivir aquel momento sin miedo de perderlo al día siguiente. Así el tiempo pasaría más despacio; podríamos quedarnos en silencio, ya que tendríamos el resto de la vida para conversar. Yo no tendría que estar preocupándome de temas serios, decisiones difíciles, palabras duras.