Llueve en Bilbao, y llueve en el mundo. Quien ama necesita saber perderse y encontrarse. Él logra equilibrar bien las dos partes. Está alegre, y canta mientras volvemos hacia el hotel.
Son los locos que inventaron el amor
Todavía con la sensación del vino,
y de los colores intensos,
me voy equilibrando poco a poco.
Necesito mantener el control de la situación,
porque quiero viajar estos días.
Será fácil mantener ese control,
ya que no estoy enamorada.
Quien puede dominar su corazón,
puede conquistar el mundo.
Con un poema y un trombón
a develarte el corazón,
dice la letra.
«Me gustaría no controlar mi corazón, pienso. Si lograra entregarlo, aunque sólo fuera por un fin de semana, esta lluvia que me cae en el rostro tendría otro sabor. Si amar fuese fácil, yo estaría abrazada a él y la letra de la canción contaría una historia que es nuestra historia. Si no existiera Zaragoza después de los días de fiesta, yo desearía que el efecto de la bebida no pasase nunca, y sería libre para besarlo, acariciarlo, decir y escuchar las cosas que se dicen los enamorados.
Pero no. No puedo.
No quiero.
Salgamos a volar, querida mía, dice la letra. Sí, salgamos a volar. Dentro de mis condiciones.
Él todavía no sabe que mi respuesta a su invitación es «sí.» ¿Por qué quiero correr este riesgo? Porque en este momento estoy borracha, y cansada de mis días iguales.
Pero este cansancio pasará. Después tendré deseos de volver a Zaragoza, la ciudad que escogí para vivir. Me esperan los estudios, me espera un concurso público. Me espera un marido que necesito encontrar, y que no será difícil.
Me espera una vida sosegada, con hijos y nietos, con un presupuesto equilibrado y vacaciones anuales. No conozco los terrores de él, pero conozco los míos. No necesito miedos nuevos, basta con los que ya tengo.
No podría, nunca, enamorarme de alguien como él. Lo conozco demasiado bien, vivimos juntos mucho tiempo, sé de sus flaquezas y de sus temores. No logro admirarlo como las demás personas.
Sé que el amor es como las presas: si se deja una brecha por donde pueda meterse un hilo de agua, en seguida empieza a destruir las paredes. Llega un momento en que ya nadie puede controlar la fuerza de la corriente.
Si las paredes se desmoronan, el amor se encarga de todo; ya no importa qué es posible y qué imposible, ya no importa si podemos o no mantener a la persona amada a nuestro lado: amar es perder el control.
No, no puedo dejar una brecha. Por pequeña que sea.
—¡Un momento!
Él dejó inmediatamente de cantar. Los pasos rápidos reverberaban en el suelo mojado.
—Vamos —dijo, cogiéndome del brazo.
—¡Espere! —gritó un hombre—. ¡Necesito hablar con usted!
Pero él andaba cada vez más rápido.
—No se dirige a nosotros —dijo—. Vamos al hotel.
Se dirigía a nosotros: no había nadie más en aquella calle. Mi corazón se disparó, y el efecto de la bebida desapareció de inmediato. Recordé que Bilbao quedaba en el País Vasco, y que los atentados terroristas eran frecuentes. Los pasos se fueron acercando.
—Vamos —dijo él, acelerando todavía más el paso.
Pero era tarde. La figura del hombre, mojado de la cabeza a los pies, se interpuso en nuestro camino.
—¡Paren, por favor! —dijo el hombre—. Por el amor de Dios.
Yo estaba aterrorizada, buscando la manera de huir, un coche policial que apareciese milagrosamente. De un modo instintivo, agarré su brazo, pero él me apartó las manos.
—Por favor —dijo el hombre—. Supe que usted estaba en la ciudad. Necesito su ayuda. ¡Es mi hijo!
El hombre comenzó a llorar, y se arrodilló en el suelo.
—Por favor —decía—. ¡Por favor!
Él respiró hondo, bajó la cabeza y cerró los ojos. Durante unos instantes permaneció en silencio, y todo lo que se oía era el ruido de la lluvia mezclado con los sollozos del hombre arrodillado en la calle.
—Vete al hotel, Pilar —dijo finalmente—. Y duerme. No regresaré hasta el amanecer.