Sólo alguno que otro rayo de sol se filtraba de vez en cuando a través del espeso dosel del bosque de abetos. Con todo, el suelo de la floresta resultaba un lugar luminoso poco agradable para los enanos del ejército theiwar. Acamparon con las primeras luces del alba, al tener la fortuna de encontrar un pasaje de bosque frondoso en el que los derros de piel pálida, moradores de cuevas subterráneas, se resguardaron de los rayos directos del sol.
Una espesa capa de nieve cubría el suelo y los resinosos y rectos troncos de los árboles se encumbraban al cielo envueltos en un sólido manto de agujas y ramas tapizadas de nieve. Los inconvenientes de la humedad y el frío reinante en el campamento se compensaban con una ventaja primordial: el tupido enramaje que proporcionaba la bendita barrera que aislaba de la luz solar.
Muchos veteranos theiwar trataban de descansar en el duro lecho del suelo tras haber limpiado la nieve; aun así, el frío y húmedo ambiente les penetraba hasta los huesos.
Uno de los enanos no hizo el menor intento de dormir; Pitrick caminaba impaciente entre algunos troncos caídos, siguiendo el camino marcado por sus pasos una y otra vez hasta dejarlo limpio de nieve. Llevaba las manos enlazadas a la espalda y el palpitante dolor que torturaba su pierna tullida lo irritaba y acrecentaba su mal carácter. Su obcecación no le permitía sentarse y dar descanso a aquel maldito pie, a pesar de que la marcha se reanudaría en cuanto se hiciese de noche.
—¿Dónde están? ¿Dónde se han metido Grikk y su grupo? —inquirió, volviéndose hacia uno de los derros más próximos, si bien no aguardaba respuesta—. ¡A estas horas tendrían que estar de regreso con noticias!
El jorobado escudriñó impaciente el umbrío paisaje.
—Han desertado. ¡Eso es lo que ocurre! —Esbozó una sonrisa malévola ante la supuesta traición—. ¡Los envío en busca de los Espadas Plateadas y, en lugar de obedecer mis órdenes, esos miserables cobardes han dado media vuelta hacia Thorbardin! ¡Lo pagarán caro! ¡Juro por lo más sagrado que haré despellejar vivo a Grikk y lo asaré a fuego lento! ¡Haré que…!
—Excelencia…
—¿Eh? ¿Qué ocurre?
—Grikk se acerca, señor. Regresa de la misión.
—¿Cómo? —Pitrick parpadeó, aturdido por su acceso de cólera—. Muy bien… que se presente de inmediato ante mí.
Grikk, un canoso explorador veterano con un parche sobre un ojo y una mejilla rasurada de manera permanente allí donde una espada hylar le había infligido una profunda herida, se acercó a Zancadas al consejero.
—Hemos registrado el valle a lo largo de toda esta orilla del lago, excelencia. No hay señales de los Espadas; al menos, nada que hayamos visto.
—¡Entonces regresad y buscad otra vez!
—Lo siento, señor, pero no podemos. —Grikk se irguió y su único ojo miró con fijeza el rostro del consejero—. Ahí fuera estamos ciegos. ¡Perdí a uno de mis hombres en el lago por el mero hecho de no ver un terraplén que se abría a sus pies!
Pitrick se fijó en que el ojo de Grikk estaba hinchado e inyectado en sangre. Sabía que la luz solar reflejada en la nieve proyectaba un resplandor cegador. La frustración le corroía las entrañas; no hizo el menor esfuerzo por controlarse y la tensión le sacudió el cuerpo con violentos temblores.
—Excelencia —dijo Grikk—, quizá podríamos regresar esta noche y buscarlos. Ello sólo implicaría retrasar un día el ataque a Casacolina.
De inmediato, los pensamientos de Pitrick volvieron a aquel nido de víboras habitado por insolentes Enanos de las Colinas, a menos de dos kilómetros de distancia. No dudó ni un instante en tomar su decisión.
—¡No! —aulló—. ¡Esta noche atacaremos Casacolina! ¡Nada ni nadie retrasará nuestra venganza!
Escudriñó a través de los árboles en dirección a la ciudad repleta de aquellos despreciables enemigos, los Enanos de las Colinas.
—Cuando el sol salga mañana, alumbrará las ruinas desoladas de Casacolina.
Cuando por fin remontaron la cima de una loma y divisaron Casacolina, Flint y Perian buscaron con ansiedad alguna señal de humo o destrucción. Con gran alivio por su parte, no percibieron lo uno ni lo otro. En lugar de ello, vieron que se había removido la tierra un amplio trecho y se había levantado una trinchera a lo largo del linde sur de la ciudad; justo a través de la calzada del Paso, advirtió Flint con satisfacción.
—Así que, eso es Casacolina —dijo Perian en un susurro, mientras imaginaba a un joven Flint en aquel entorno. Apretó su mano para infundirle ánimo—. Al parecer, esperan el ataque de un ejército.
El enano le pasó el brazo por los hombros; sus ojos brillaban con una mirada de orgullo.
—Es obra del muchacho. Basalt lo consiguió; nosotros lo conseguimos… ¡Paso rápido, hatajo nauseabundo de aghar, devoradores de chinches! —gritó Flint, recurriendo a sus apodos preferidos, y la muchedumbre gully emprendió velozmente el descenso de la ladera.
Al pie de la loma, los aghar, percibiendo la importancia del momento, marcharon en la precisa formación militar que Flint titulaba «la horda del caos». Podía afirmarse que la maniobra había salido bien cuando la mayoría de los gullys avanzaba con rapidez en la misma dirección… más o menos.
A decir verdad, era algo fácil de llevar a cabo dado que todos los aghar estaban fascinados por la pequeña comunidad que tenían ante sí. En su afán por entrar en Casacolina, se empujaron y atropellaron los unos a los otros.
Para todos ellos, éste era el primer contacto con una comunidad de Enanos de las Colinas o, para ser exactos, con cualquier comunidad del exterior de Thorbardin. Conforme se acercaban a la población, echaron ojeadas a derecha e izquierda, pasmados ante las maravillas arquitectónicas que contemplaban.
—En nombre de todos los dioses, ¿qué significa esto? —exclamó el alcalde Holden al presenciar la estampida de enanos gullys desde las afueras de la ciudad—. Ah, eres tú, Fireforge —añadió, al reconocer a Flint a la cabeza de la marcha. Echó una mirada despectiva a los escandalosos gullys—. ¿Qué demonios hacen aquí estos zánganos en un momento crucial como el que vivimos?
Flint agarró por la pechera al alcalde, quien, a decir verdad, jamás le había caído bien.
—¡Nadie llama zánganos a mis tropas, excepto yo! ¡Trata con más respeto a los aghar que están dispuestos a dar su vida por proteger tu ciudad!
—¡Tío Flint!
Basalt, que se encontraba cerca, arrojó a un lado la pala que manejaba y corrió hacia su tío. Flint soltó al alcalde, que farfulló alguna frase de disculpa mientras se escabullía del malhumorado enano y reanudaba su tarea de cavar.
—Sobreviviste al anillo teleportador. Estoy orgulloso de ti, mocoso —dijo Flint, señalando la amplia trinchera y a los afanosos enanos diseminados a ambos lados de la barricada.
—También hemos conseguido algunas armas —informó Basalt, con un ribete de orgullo en la voz—. Doscientas. En cualquier caso, suficientes para equipar a media ciudad.
—¿Quieres decir que hay cuatrocientos Enanos de las Colinas dispuestos a luchar por este viejo pueblo? —inquirió Flint, sinceramente sorprendido.
—¡Ajá! —Era obvio que Basalt se sentía orgulloso de sus convecinos y a Flint le gustaron los cambios operados en su sobrino—. Incluso aquellos incapacitados para la lucha se ocupan de coser cuero. Preparan petos para equiparnos a cuantos puedan.
—Excelente. ¿Pero qué harán cuando se inicie la batalla?
—Hemos almacenado provisiones en algunas cuevas, arriba en las colinas. No bien atisbemos la menor señal del enemigo, los ancianos y los niños saldrán de la ciudad —explicó Basalt.
Tybalt, Ruberik y Bertina se reunieron con ellos, así como una atractiva jovencita a quien Flint reconoció como Hildy, la hija del cervecero de la ciudad. Le dieron una bienvenida cariñosa e incluso Ruberik abandonó su rigidez habitual (aunque solo por un instante) para saludar a su hermano con una respetuosa inclinación de cabeza.
Por su parte, el enano les presentó a Perian, que se encontraba a su lado. Bertina le dedicó una mirada escrutadora, pero el resultado de su examen la satisfizo lo suficiente para ofrecerle un alegre saludo.
—¿Qué hay de los Enanos de las Montañas? —preguntó Tybalt—. Basalt nos dijo que se habían puesto ya en marcha. ¿Hasta dónde han llegado?
Flint miró sorprendido a su sobrino, y el joven levantó la mano para mostrarle el anillo puesto en su dedo.
—Con esto, fue sencillo —explicó—. Me teleportó por la calzada hasta que los vi dirigiéndose hacia la orilla del lago Mazo de Piedra. Eso fue ayer, a primera hora de la noche. Temía que atacaran por la mañana, antes de que hubieses llegado.
—¡Eh, basta ya!
Al sonido de la voz irritada, Flint giró sobre sus talones y vio a un joven enano que perseguía a un par de aghar, quienes se habían apoderado de su pala mientras descansaba de la agotadora tarea.
—¡Devolvedme eso, retacos de alcantarilla, u os arrancaré las orejas!
A decir verdad, a Flint no le sorprendió que los gullys fueran la causa del alboroto. Si los aghar iban a colaborar en las tareas con los Enanos de las Colinas, habría que establecer algunas reglas del Juego.
—¡Renco! ¡Mocoso! ¡Deteneos ahora mismo! —bramó Flint.
La pareja de enanos se paro en seco y lo miró de soslayo para, de inmediato, iniciar una sarta de gestos injuriosos dedicados a su perseguidor. Flint emitió un gruñido exasperado y se volvió hacia sus compañeros.
—Eh, sí. Hablábamos de los Enanos de las Montañas. Los perdimos de vista antes del amanecer; es todo cuanto sé. Por consiguiente, pueden aparecer por el recodo del valle en cualquier momento.
—Lo dudo —se opuso Perian—. Estoy segura de que no se moverán mientras haya luz. Como mínimo, disponemos hasta el ocaso para prepararnos, aunque me sorprendería no verlos aparecer para entonces.
—Bien, no es mala noticia; al menos nos quedan unas cuantas horas —dijo Flint, complacido tanto por la previsión demostrada por los Enanos de las Colinas, como por el hecho de que sus aghar hubiesen marchado a un ritmo más rápido a través del arduo terreno que el ejército de Pitrick.
Basalt tomó por el brazo a Flint y a Perian.
—¿Por qué charlamos en mitad de esta calle polvorienta? Muy pronto no tendremos más remedio que estar aquí, así que vayamos a la taberna de Moldoon para discutir los detalles. Eh… Turq Hearthstone se ha hecho cargo del local.
Todos se mostraron de acuerdo con su sugerencia. Tras una severa advertencia a Nomscul para que se comportara bien y se ocupara de que sus compañeros aghar hiciesen otro tanto, Flint y los demás se internaron en el pueblo y pasaron frente a la fábrica de cerveza, en el límite norte de la ciudad, hasta llegar a la fachada de la taberna de Moldoon, que parecía recibirlos con los brazos abiertos. Por un instante, el enano creyó que su viejo amigo saldría por la puerta para darles la bienvenida. La verdad puso un nudo en su garganta y juró para sus adentros que vengaría su muerte con creces.
Corrían las primeras horas de la tarde, y Flint y Perian estaban hambrientos. Turq les trajo unos platos rebosantes de guisado y pan untado con mantequilla. Al nuevo tabernero no le pasó inadvertido que la pareja encogía la nariz en un gesto de desagrado.
—El pan está muy bueno, Turq, pero ¿no tienes otra cosa que no sea guisado? —Ante la expresión desconcertada del enano, Flint alzó la mano y meneó la cabeza con desaliento—. No preguntes; es demasiado complicado y no merece la pena tomarse la molestia de contarlo. Sin embargo, un buen trozo de carne a la brasa sería bien recibido, si es que lo tienes.
Unos minutos más tarde, Turq les servía un par de bistecs. Flint y Perian los devoraron, más que comerlos, en tanto que los miembros de la familiar Fireforge los miraban y aguardaban a que terminaran. La pareja saboreó cada bocado, relamiéndose y chupándose los dedos. El bistec, juró Flint, era el plato más exquisito que había comido en toda su vida. Por fin, al cabo de un rato, Perian retiró la silla de la mesa.
—Estoy llena —admitió—. Más vale que uno de nosotros vigile a los aghar —dijo, mientras se incorporaba.
Flint accedió con un gruñido ininteligible, ya que tenía la boca ocupada con un buen trozo de carne tierna.
Sólo después de que el enano hubo engullido el último bocado, se paró a observar el local. Había algo en la taberna distinto de la última vez que había estado en ella.
—¡Ya sé qué ha cambiado! —gritó, propinando un puñetazo al mostrador—. ¡No hay derros! —constató, con un cabeceo aprobatorio.
En ese mismo instante, reparó en lo mucho que echaba de menos a Moldoon y se hundió de nuevo en el estado taciturno de horas antes.
—Los que apresamos siguen encarcelados —explicó Basalt—. Quizá los dejemos libres cuando haya concluido la batalla.
—Sí —se mostró de acuerdo Flint, asumiendo una actitud seria. Las pocas horas de tranquilidad que le restaban a Casacolina se podían contar en el estrecho ángulo que el sol formaba con el horizonte—. Bueno, será mejor que vaya a ver qué hace Perian.
Los otros salieron con él de la taberna y se encaminaron hacia la barricada que defendía Casacolina. Desde la distancia, se escuchaba la voz de Perian fustigando a sus hombres, y Plint aceleró el paso de manera inconsciente.
—¡No! ¡Más alto! ¡Levantad más esa barrera! —gritaba la enana, con un tono que asemejaba más un graznido que una orden.
—¡Pero, fijar, reina Perillana! ¡Nosotros hacer bonito paso justo aquí! —protestó Pústula, señalando ufana la amplia brecha que los enanos gullys habían abierto en la trinchera. La enana estaba rebozada de tierra—. ¡Muy pronto camino atravesar barrera, no haber problema!
—¡Sí haber problema! ¡Gran problema! ¡Camino ir…! ¡Maldita sea, ya hablo como vosotros! Mira, si abrís un camino a través de la barrera, los Enanos de las Montañas podrán pasar por él. ¿Lo entiendes?
—¡Claro! —sonrió Pústula—. ¡No haber problema!
—Pero es que no queremos que los Enanos de las Montañas pasen. ¡Lo que queremos es detenerlos aquí, pararlos con la barrera que cortaba la calzada!
Perian notó que perdía los nervios y se sintió frustrada por la lamentable ronquera que le impedía desahogar toda su irritación.
Pústula se mostró decepcionada. Observó un momento la tierra apilada que habían retirado de la trinchera y después se volvió hacia Perian.
—¿Por qué?
La enana, que había intentado instruir a sus súbditos en el aprendizaje de fortificación y defensa militar, a los pocos minutos de estar allí había llegado a la conclusión de que era una ilusa por pedir peras al olmo.
La llegada de Flint, Hildy y Basalt le ahorró los sinsabores de proseguir con su labor de enseñanza. Flint le dedicó una sonrisa comprensiva y la tomó de la mano.
El Enano de las Colinas estudió el creciente proyecto defensivo y dio su pláceme.
—Tiene un aspecto formidable.
En efecto, la trinchera era ya una pared grande y curvada en forma de herradura que protegía el lado occidental de Casacolina. Alcanzaba una altura aproximada de dos metros, aunque, como era de esperar en un trabajo en el que habían participado los aghar, carecía de precisión.
—Contamos con unos cuatrocientos Enanos de las Colinas y unos trescientos enanos gullys. Al menos, las tropas del thane no nos exceden mucho en número.
La actitud animosa de Flint parecía forzada. Las disciplinadas fuerzas de elite de la guardia de Realgar, con sus armaduras metálicas, sus mortíferas ballestas y su veteranía en formaciones de combate, representaban un enemigo formidable para una muchedumbre armada —pero sin armaduras ni experiencia— de indisciplinados Enanos de las Colinas y enanos gullys.
—¿Cuál es el plan?
La pregunta la hizo Holden, que llegaba del centro de la ciudad. El grupo se dio la vuelta y vieron a Turq y al alcalde dirigirse a la barrera y trepar por ella.
Holden se mostraba ansioso por inspeccionar la fortificación. Ahora que la evidencia del complot theiwar era innegable, reflexionó Flint con amargura, el alcalde se había convertido en un ferviente patriota. «Quizá soy injusto al juzgarlo», se reprochó. El alcalde era sólo la representación del consenso de la mayoría de los Enanos de las Colinas. Los habitantes de Casacolina habían medrado con la presencia de los derros y se habían dejado llevar por las ventajas de una vida cómoda. Cualquiera se mostraría reacio a renunciar a unas pingües ganancias por la supuesta amenaza de un enemigo invisible.
Además, se recordó Flint, cuando se descubrió la maquinación de los theiwar, los enanos de Casacolina habían salido en defensa de su ciudad sin dudarlo un momento. Los cuatrocientos hombres y mujeres que empuñaban las armas estaban comprendidos en un amplio abanico de edades que iba desde los adolescentes hasta venerables abuelos, y todos eran personas fuertes y decididas. Y aquellos incapacitados físicamente para la batalla, también habían colaborado en la medida de sus posibilidades.
—¡Espléndido, espléndido! —alabó innecesariamente el alcalde, mientras recorría con la mirada la grácil curva de la barrera—. Y bien, ¿cuál es nuestra estrategia?
Flint, Perian, Basalt, Hildy y Turq intercambiaron una mirada ante el modo superficial de plantear la pregunta; al oír al alcalde, daba la impresión de que se preparaban equipos para competir en un juego de pelota. Sin embargo, Holden había puesto de manifiesto, sin proponérselo, un hecho evidente: no habían designado de manera oficial a un comandante que dirigiera las tropas.
—Sugiero que se encomiende a Flint Fireforge la tarea de preparar un plan defensivo —propuso Turq con voz queda.
—Sí —corearon Basalt y Hildy.
—Apoyo la propuesta —secundó Perian.
Flint miró a sus compañeros e intentó sopesar de manera racional las alternativas. Basalt y Hildy eran demasiado jóvenes. El alcalde Holden no era un hombre de acción. Perian era forastera —una Enana de las Montañas, por añadidura—, aunque tal circunstancia lo tenía sin cuidado. La mujer lucharía con lealtad en favor de la ciudad, pero no era la elección más adecuada. Advirtió que sus hermanos, Tybalt y Ruberik, lo miraban en espera de sus órdenes, como cabeza de familia.
—Les haremos frente aquí —comenzó Flint, señalando la fortificación.
Observó con atención a los presentes, a fin de calibrar sus reacciones, pero, al ver que lo escuchaban sin la menor muestra de oposición, creció la confianza en si mismo y de igual modo cobró firmeza su voz.
—Situaré a los Petarderos con sus bombas justo en el centro —decidió—. Con ello confío en romper la cohesión de los ataques. Después procuraremos acorralarlos… ¿dónde? —Miró a su alrededor, sopesando el terreno hasta encontrar lo que deseaba—. Allí —apuntó al lado derecho de la herradura, donde la curva llegaba casi a la orilla del río.
»Basalt, tú te pondrás al frente de una pequeña compañía de Enanos de las Colinas en aquel punto; los hombres suficientes para impedir que trepen por la pared. Perian te respaldará con los Percheros.
El grupo lo escuchaba con atención. Él y Perian ya habían explicado a los demás las formaciones de los enanos gullys y, de hecho, los aghar habían hecho exhibiciones de la «percha» de asalto y de la agharpulta. También habían estado a punto de demostrar a los Enanos de las Colinas la eficacia de las bombas cáusticas aunque, por fortuna, Perian llegó justo a tiempo de frenar a los entusiasmados Petarderos.
Flint se volvió hacia la izquierda, donde la otra ala de la herradura se prolongaba hasta un campo, más allá de la calzada del Paso. Había una brecha de unos treinta metros desde el final de la barrera hasta la primera línea de árboles, pero ya no quedaba tiempo para ampliar la fortificación un tramo tan largo.
—Tybalt y Hildy conducirán al resto de los Enanos de las Colinas y a los Agharpultores, y cubrirán aquel flanco.
Examinó el entorno con expresión satisfecha.
—Después, cuando la línea enemiga quede rota por las bombas y la mitad de sus fuerzas estén ocupadas en el flanco derecho, vosotros, Tybalt y Hildy, os lanzáis a la carga con vuestra compañía. Si tenemos suerte, y buena falta nos hace, tal vez logremos aplastar a la mitad de las fuerzas del thane antes de avanzar para atacar al resto por la retaguardia. Con esos árboles impidiéndoles un gran despliegue, existe la posibilidad de infligirles un fuerte castigo, con lo que se provocaría una gran confusión entre sus filas.
»Ruberik —dijo, volviéndose hacia su hermano—. ¿Sigues teniendo tan buena puntería con una ballesta?
—No he dejado de practicar —admitió el granjero.
—Bien. Tengo un trabajo para ti.
De manera sucinta, expuso a su hermano la idea que se le había ocurrido y Ruberik la aprobó entusiasmado. El granjero se encaminó al centro de la ciudad a fin de buscar los dos grandes jarros de arcilla que necesitaban para llevar a cabo su plan.
—Nos hace falta preparar unas hogueras al otro lado de la barrera, en campo abierto. Ello nos dará al menos una idea de su posición cuando avancen.
Flint se ensimismó en sus ideas en tanto que Tybalt y Hildy organizaban a una veintena de enanos que se ocuparon de recoger madera seca para apilarla luego en varios montones en el terreno despejado, al otro lado de la fortificación. Las hogueras se encenderían tan pronto como los derros aparecieran; el resplandor permitiría a los Enanos de las Colinas ver el avance de los enemigos.
Flint se volvió hacia el resto del grupo.
—Decidme, ¿qué reserva tenemos de paja? ¿Podemos disponer de unas cincuenta balas? Cien nos vendrían mejor.
Tybalt asintió en silencio.
—Estupendo. ¿Y aceite de lámparas? ¿Cuántas latas tienes en tu almacén? —preguntó al alcalde.
—Bueno, no hay; es decir… ¡es uno de los productos más caros! No puedo…
Consciente de las miradas de los otros Enanos de las Colinas, Holden enmudeció, abochornado.
—En fin, supongo que me quedan un par de latas. ¿Pero para qué demonios las necesitas?
Flint explicó sus planes y designó a varios enanos la tarea de reunir los ingredientes precisos y hacer los preparativos oportunos. Poco a poco, los diferentes elementos que componían el cuadro general de defensa se fueron ensamblando.
«La estrategia parece buena», se dijo con satisfacción Flint.
Mientras dirigía a unos y a otros, el enano advirtió que estaba oscureciendo. El sol se había metido tras las colinas occidentales y la luz del ocaso iluminaba la ciudad y el valle. «No tardarán mucho en venir», pensó.
—Si logran romper las defensas, que todo el mundo retroceda al interior de la población —añadió, desarrollando un plan de contingencia—. Nos haremos fuertes en las instalaciones de la cervecería, si llega el caso.
Hildy había ofrecido el edificio —el mayor de Casacolina— para tal propósito.
—¡Mirad! —gritó de pronto Perian, apuntando hacia el sur.
Los otros escudriñaron el horizonte. A nadie le pasó inadvertido el movimiento en la calzada del Paso, a pesar de la distancia y la mortecina luz del anochecer.
Una larga columna avanzaba culebreante sobre el terreno embarrado.
Era la legión de Enanos de las Montañas al mando de Pitrick.
—Tienen que haberse puesto en marcha nada más ocultarse el sol —conjeturó Basalt—. Y se mueven con rapidez.
—Estarán aquí dentro de una hora —calculó Flint—. Tal vez antes, si se apresuran. Ello no nos deja mucho tiempo. ¡Desplegaos todos! —ordenó—. Corred la voz por la ciudad de, que cada enano equipado con un arma se presente aquí cuanto antes. ¡Los incapacitados para la lucha que no se hayan refugiado ya en las colinas, que partan de inmediato!
»Basalt, Hildy, reunid a vuestros grupos y salid a encender las hogueras. Quiero que ardan con fuerza para cuando los theiwar lleguen a esa zona. Luego regresad a toda prisa. ¡Recordad que la contienda tendrá lugar aquí, no ahí afuera!
Basalt esbozó una mueca mientras salía a toda carrera acompañado por su brigada de incendio. De igual modo, los demás ocuparon sus posiciones para el inminente combate.
Perian giró sobre sus talones para dirigirse a su puesto, pero Flint la cogió por los hombros.
—Tú no —dijo con un susurro ronco—. Todavía, no.
La atrajo hacia sí y la joven escondió la cabeza en el hueco del cuello, bajo la barba.
El enano desprendía un olor mezcla de sudor y jabón, un aroma propio de persona buena y honrada. El olor de Flint. Ella lo abrazó por primera vez desde que habían salido de Lodazal, ciñendo su cuerpo al del enano.
—¡No me tortures, mozuela despiadada! —rezongó él, cerrando aún más el cerco de sus brazos. La apartó con brusquedad y tomó entre sus toscas manos encallecidas el suave rostro de la mujer—. Te has convertido en algo muy importante para mí. ¡Por Reorx bendito, ten cuidado! —exhortó con un ronco murmullo.
Perian echó hacia atrás la cabeza y le dio un beso entre dulce y amargo que se mezclaba con sus lágrimas.
—Lo tendré… pero sólo si tú prometes hacer otro tanto.
El asintió en silencio, con expresión austera, y la joven le dio otro beso, esta vez en la punta de la nariz, reacia a romper el protector cerco de sus brazos. Luego esbozó una sonrisa traviesa y le propinó un suave cachete.
—Que no se te olvide esa promesa —dijo, mientras se daba media vuelta y se dirigía al puesto asignado.
Flint la miró mientras se alejaba; después lo engulló el torbellino de frenética actividad que agitaba todo Casacolina. La oscuridad se cernía sobre la ciudad y el enano volvió la vista hacia el campo abierto, donde vio encenderse un fuego y luego otro, y otro más.
Las tropas theiwar marchaban de manera progresiva sobre Casacolina. El ocaso daba paso a la noche cuando Basalt, Hildy y su grupo prendieron fuego a las hogueras colocadas en la zona anterior a la barrera. Las maderas secas fueron pasto de las llamas que alcanzaron altura con gran rapidez y unas columnas de chispas ardientes se levantaron contra el oscuro cielo.
Los enanos encargados de las hogueras regresaron a la seguridad de la fortificación cuando las fuerzas de Pitrick se acercaban a la ciudad. Poco después, el brillante resplandor amarillo del fuego se reflejó en las mortíferas columnas de armaduras negras y filos de acero.
La oscuridad creció conforme la oleada de Enanos de las Montañas reanudaba su marcha inexorable hacia el enfrentamiento con sus parientes de las colinas, que aguardaban en el terraplén defensivo.
Un momento después, como si brotase de una sola garganta, la legión de Pitrick prorrumpió en un grito bronco, salvaje. Luego, en medio de un trapaleo producido por el entrechocar de sus armas contra los escudos, se lanzaron a la carga.