16.-
Misión malentendida

—¿Crees de verdad que lo hará? —preguntó Flint a Perian. El enano paseaba por el reducido Salón del «Torno», horas después de sostener la batalla mágica con el hechicero derro durante la fiesta de «croronación»—. ¿Será capaz de destruir toda una población de inocentes Enanos de las Colinas por el mero hecho de vengarse?

Flint y Perian habían ayudado a los enanos gullys a poner en orden el Salón Cielo Grande; dieron sepultura a los muertos en tumbas improvisadas, abiertas en la pared de un túnel de mina abandonado. Por fortuna, habían sucumbido sólo nueve aghar en el asalto. Los valientes gullys que habían sido paralizados por los tentáculos del carroñero gigante, se recobraban poco a poco en la improvisada enfermería, bajo los cuidados del chamán Nomscul.

La siguiente orden de Flint fue que se cerrara de nuevo el agujero abierto en el muro, a fin de disuadir a Pitrick de intentar otro ataque. Para ello, apilaron rocas de todos los tamaños y clausuraron la grieta. A otro equipo se le asignó la desagradable tarea de desmembrar a la bestia, ya que era demasiado voluminosa para sacarla entera por los angostos accesos y vericuetos de Lodazal.

Una vez iniciadas las tareas, Flint regresó exhausto al Salón del «Torno», donde Perian le puso ungüento y un vendaje en una quemadura del brazo, infligida por una descarga mágica. A pesar del agotamiento, estaban demasiado afectados por los acontecimientos para abandonarse a un sueño reparador.

Perian estaba sentada en el borde del camastro y se inclinaba sobre una pequeña mesa, con una pluma en la mano; como respuesta a la pregunta de Flint, asintió con un brusco cabeceo que agitó sus rizos cobrizos.

—Pitrick es el enano más poderoso, cruel y vesánico que conozco. En una ocasión lo vi… ¡Bah, olvídalo! —rectificó, interrumpiendo la frase al advertir la expresión preocupada de Flint.

El enano golpeó con el puño en la palma de la otra mano.

—¡Maldita sea! ¿Por qué no sabré contener este condenado genio? Nunca debí decirle que en Casacolina sabían lo de las armas y lo ocurrido con Aylmar. ¡Para colmo, era mentira! —Propinó una patada a la pared.

—¡No te culpes por la villanía de Pitrick! Siempre odió a los de tu clan; era inevitable que algún día descargara ese rencor en contra de Casacolina.

Flint resopló y alzó las manos en un gesto desesperado.

—Pero ahora, por mi culpa, no tienen la menor oportunidad. ¡Sólo espero estar de regreso antes de que sea demasiado tarde!

La joven apartó la vista de las anotaciones que hacía en un trozo de pergamino ajado y sacudió la cabeza.

—De no ser por ti, no tendrían esa oportunidad, porque nadie les advertiría del ataque inminente. Si enfocas el asunto de ese modo, verás que les hacer un favor. —Apoyó la barbilla en la palma de la mano.

—Gracias por tus palabras de ánimo, pero no puedo evitar sentirme culpable —contestó él, con gesto severo.

Perian se apartó los mechones que le caían sobre la frente y frunció los labios.

—De igual modo ha influido el obsesivo interés de Pitrick por mí. —La joven sacudió la cabeza con violencia—. Creo que nada de esto habría ocurrido si le hubiese hecho frente antes, o incluso si le hubiese dicho al thane que su consejero estaba loco. ¡Tal vez debería haberle dado lo que quería! —concluyó, con un escalofrío.

También se estremeció Flint. No era difícil imaginar lo que el hechicero deseaba de Perian. El enano contempló los cálidos ojos castaños de la joven, sus tersas mejillas arreboladas. Rememoró el momento, horas atrás, en que Pitrick la había atrapado entre sus garras, y la sangre le hirvió.

—¡No podías entregarte a él! ¡Habría sido peor que la muerte!

Perian miró al frente sin pestañear.

—No, no habría sido capaz de hacerlo.

El rostro de Flint se iluminó. Después, bajó la vista al papel que ella tenía sobre la destartalada mesa.

—¿Qué haces? —se interesó.

—Una lista de las cosas que necesitaremos en nuestra marcha hacia Casacolina —respondió, mientras se daba unos golpecitos en la barbilla con la punta de la pluma. Añadió una nota más—. ¿A qué distancia calculas que se encuentra esa pequeña ciudad tuya?

Cogido por sorpresa, el enano apenas pudo disimular una sonrisa.

—¿Quieres decir que me ayu…? ¡Ejem! ¿Que ayudarás a Casacolina?

—¡Trata de impedirlo si te atreves! —respondió la joven, cuadrando los hombros en una actitud desafiante.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué arriesgarías tu vida por unos desconocidos?

—Difícilmente podría considerarte como tal —repuso la joven entre risas—. Me has salvado la vida en dos ocasiones en los últimos… ¿Cuántos, cinco días?

Flint puso los ojos en blanco con un gesto exasperado.

—Para empezar, tu vida no habría corrido peligro de no haberme interpuesto en tu camino con mis problemas y mal genio.

Perian encogió la nariz para mostrar su desacuerdo.

—Ya estaba en peligro. Me encontraba entre la espada y la pared, de todos modos. Era una situación insostenible. —Vaciló, pero enseguida agregó, atenta a la expresión de su interlocutor—: Y entonces, por fortuna, apareciste tú.

Desasosegado por el rumbo que tomaba la conversación, el Enano de las Colinas cambió de tema.

—No supondrás que el rey de los gullys iba a abandonar a sus súbditos y a su reina, ¿verdad?

Flint se mesó la barba y manoseó el anillo teleportador que Pitrick había dejado atrás, junto con sus dedos. Dedicó a Perian una dubitativa mirada mientras se mordisqueaba el bigote.

—Por favor, no te rías de mí —dijo por último—. Pero, a decir verdad, estaba pensando en llevarlos conmigo. Después de todo, di mi palabra de no abandonarlos. No son los mejores guerreros del mundo; de hecho, son los peores. Pero nunca he visto personas más valientes que ellos. El modo en que se enfrentaron al carroñero… bien, fue un acto sencillamente admirable. No creo que se intimiden lo más mínimo ante un batallón de Enanos de las Montañas bien entrenados en la lucha.

Perian arqueó las cejas y soltó la plumilla con brusquedad.

—¡Qué gran idea! ¿De cuánto tiempo disponemos antes de…?

De repente se produjo un gran escándalo en el pasillo. Temiéndose lo peor, Flint y Perian intercambiaron una rápida mirada antes de abalanzarse hacia la puerta.

—¡Cainker regresar! ¡Garf regresar! —anunció a gritos Nomscul, mientras se acercaba a la carrera por el túnel que conducía al Salón del Trono. Se frenó en seco, justo a un palmo de Flint—. Cainker y Garf, ¡ellos traer padre de rey! —explicó entre jadeos, poniendo de manifiesto que los enanos gullys no tenían muy claras las diversas ramificaciones del árbol genealógico de la familia real. Flint parpadeó.

—¿Mi sobrino? No acabo de creer que esos dos cabezas huecas hayan sido capaces de encontrar el camino a Casacolina, y mucho menos de localizar a mi sobrino. Pero ¿dijiste que lo han traído aquí? ¿Por qué?

—¡Tú poder apostar a que ellos traer, oh majestuoso colega! —proclamó el chamán, que había hecho suyas palabras nuevas escuchadas a sus reyes, aunque las usaba de una manera poco afortunada—. ¡Venir y ver! Padre de rey no muy contento —agregó, con el entrecejo fruncido.

—¡Desde luego que no lo estará! ¡Se suponía que sólo tenían que entregarle mi nota, no raptarlo! —bramó Flint. Luego, suspiró hondo—. ¿Dónde está?

—En gruta. Meterlo a través de gran grieta. Yo hechizarlo, pero él no mover —afirmó Nomscul, señalando el saquillo rojo que pendía de su cinturón.

El Enano de las Colinas suspiró de nuevo, se refrescó la cara con el agua de una palangana y se secó con las mangas de la camisola.

—Mejor será que me lleves con él ahora mismo. —Miró atrás e hizo un guiño a Perian—. ¿Vienes, oh majestuosa colega?

Con una sonrisa de satisfacción, ella accedió.

—Este camino más rápido que por Cielo Grande —explicó el gully, mientras echaba a correr y se metía en un túnel oscuro y angosto.

El pasadizo se prolongaba, recto como una flecha, a lo largo de unos doscientos metros; Flint calculó su extensión contando los pasos, un viejo truco utilizado en sus antiguas andanzas por los sótanos y las mazmorras de fortalezas derruidas. Ni Perian ni él habían visitado todavía esta zona de Lodazal y quería estar seguro de encontrar el camino de regreso.

Llegaron a lo que parecía el final del túnel. Nomscul los condujo por una bifurcación y, tras recorrer otros ciento cincuenta metros, encontraron otro pasadizo que se abría a la derecha, pero el gully lo pasó por alto.

—Ese llevar a Gran Cielo. Nosotros estar ahora en área de Tubos Superiores.

Sesenta metros más adelante, el ancho del túnel se estrechaba a la mitad y otra bifurcación trazaba un brusco giro a la izquierda.

—¿Te has dado cuenta de que vamos en dirección a Casacolina? —preguntó Perian a Flint, que cerraba la marcha.

—Sí —jadeó el enano, agotado por la caminata—. Y me alegro de ello, pues es lo único que me impulsa a seguir adelante. ¿Falta mucho? —inquirió a gritos a Nomscul, que los precedía.

—¡Gruta justo aquí! —anunció de improviso el gully, mientras se frenaba tan de repente que Perian chocó contra él.

De igual modo, Flint tropezó con la enana y su rostro quedó enterrado en los rizos rojizos. De manera involuntaria, cerró los ojos e inhaló, mientras alzaba las manos y las apoyaba en los hombros de la joven. Se apartó con brusquedad, turbado por su reacción.

—Eh… Nomscul bajó por ahí —dijo Perian con voz suave, señalando a la derecha. Flint miró hacia donde le indicaba la joven.

—¡Peldaños! —exclamó con desagrado.

En efecto, había una escalera muy estrecha, tallada en el granito, que descendía en medio de vueltas y revueltas, de manera que resultaba imposible adivinar dónde terminaba. Flint siguió a Perian por los angostos escalones, a la vez que, por la fuerza de la costumbre, los contaba.

—¡Ochenta y ocho, ochenta y nueve! —dijo en voz alta, cuando puso el pie en el último peldaño.

Oyó que Perian respiraba hondo y contenía el aliento, y levantó la vista.

Se hallaban en el umbral de una bellísima gruta natural, alumbrada tenuemente por una fuente de luz que Flint no identificó de inmediato. Aunque esta cueva subterránea era mucho más pequeña que la del Gran Cielo, su techo era igual de alto. Una cascada se precipitaba a través de una grieta abierta en lo alto de la pared de la derecha y formaba un estanque transparente que, a su vez, alimentaba un arroyo, cuyo curso discurría por la gruta y luego se perdía bajo la pared izquierda. En las frías profundidades del estanque jugueteaban unos peces blancos, carentes de ojos, que, al acercarse los enanos, desaparecieron bajo una repisa rocosa que colgaba sobre las aguas. Había formaciones de estalactitas y estalagmitas revestidas de musgo; su conformación era tan compleja y elaborada que a Flint le recordó los tubos de un órgano gigantesco.

El piso que rodeaba el estanque estaba cubierto con una suave alfombra de musgo. De repente, Flint reparó en que era de estas plantas de donde procedía la fuente de iluminación de la gruta. Alimentado de algún modo por cierta clase de energía, el musgo emitía un tenue fulgor verde, amarillo y rosáceo. El efecto resultante proporcionaba una sensación de calma increíblemente apacible.

—Qué maravilla —musitó Perian, mientras caminaba en silencio sobre el esponjoso musgo y se dirigía hacia un banco de piedra natural, cercano al estanque.

—Sí que lo es —se mostró de acuerdo Flint, incapaz de discurrir otro calificativo más apropiado o poético. Se obligó a salir del estupor y el efecto sedante del entorno para ocuparse del propósito que los había llevado allí—. Nomscul, ¿dónde está mi sobrino?

Flint escuchó un gemido a sus espaldas. Se dio media vuelta y atisbó algo que se movía entre las sombras proyectadas por las formaciones pétreas. El Enano de las Colinas no esperaba encontrar a Basalt arrodillado, con una traílla alrededor del cuello y sujeta a una estalactita, los brazos atados a los costados con cuerdas, cinturones, bramante y muchos otros materiales de difícil identificación.

Su rostro estaba surcado de contusiones, manchado de sangre reseca y embardunado con el polvo «mágico» de Nomscul. Tenía la barba y el cabello tan desgreñados como los de un gully.

—¡Basalt! —exclamó Flint, mientras se apresuraba a cortar la correa que sujetaba al joven Fireforge a la estalactita como si se tratara de un perro.

Nomscul se agachó y empezó a mordisquear el bramante que rodeaba las muñecas del joven enano.

—¡Así no! ¡Oh, qué más da! —Flint cortó las ataduras.

El delirante Basalt se cayó de bruces al suelo. Perian corrió hacia el estanque, cogió un poco de agua con las manos y mojó las tumefactas mejillas del joven enano; el fresco líquido arrastró reguerillos de polvo y suciedad.

Poco a poco, Basalt recobró el conocimiento y sacudió la cabeza. Se frotó los brazos al recuperar la sensibilidad, conforme se reanudaba el riego sanguíneo. Buscando apoyo en la estalactita, el joven enano se incorporó tambaleante y parpadeó repetidas veces. Sus ojos enfocaron en primer lugar el preocupado semblante del Enano de las Colinas.

—¿Tío Flint? —preguntó, estrechando los ojos—. Pero… ¡si estás muerto!

Flint asumió una actitud de fingido enojo.

—¡Primero Garth y ahora tú! ¡Quisiera que la gente dejara de decir que estoy muerto! —Riendo trató de abrazar a su sobrino, aunque el hecho de estar empaquetado como un fardo lo hacía difícil—. Por tu aspecto diría que te han arrastrado tras un caballo salvaje, hijo, aunque tu presencia es un regalo para mis ojos cansados. Garf y Cainker no te causaron las heridas del rostro, ¿verdad? —No esperó la respuesta de Basalt—. ¡Nomscul! —gritó, mientras se volvía hacia el chamán que aguardaba detrás de él—. ¿Dónde están esos dos réprobos que secuestraron a mi sobrino, lo trajeron hasta aquí arrastrándolo por los suelos y lo ataron a una estaca? ¡Soy vuestro rey y exijo respuestas claras!

Con los ojos muy abiertos en una actitud de inocencia, el chamán gully se limitó a encoger los estrechos hombros y alzar las manos con las palmas hacia arriba en un gesto de resignación.

—Ahora sé que estás vivo —intervino Basalt, con un ribete de felicidad en su voz débil—. Nadie más vocifera de ese modo. No seas muy duro con estos devoradores de basura; aunque, los dioses bien lo saben, los he insultado y maldecido por arrastrarme a través de arroyos helados y por senderos montañosos durante cuarenta y ocho horas muy entretenidas. —El joven estalló en carcajadas, pero su alborozo se cortó con un golpe de tos y el dolor de las heridas infligidas en el rostro magullado. De repente asumió una expresión de desconcierto—. Oye, ¿te has referido a ti mismo como «rey», o te he entendido mal? ¿Dónde nos encontramos? —Su mirada se posó en Perian, que estaba de pie detrás de Flint—. ¿Quiénes son? ¿Qué demonios ocurre?

Los ojos de Flint se estrecharon encolerizados.

—Sabía que era mucho esperar de esos dos cabezas huecas que te entregaran mi nota. Verás, no tenían que traerte aquí, sólo informarte que me encontraba bien. —El rostro del enano se congestionó por la cólera—. ¡Los mataré a mordiscos! —bramó, en un arrebato de rabia, mientras miraba a su alrededor.

Pero los enanos gullys habían desaparecido. Incluso Nomscul había salido a hurtadillas de la gruta.

Flint reparó en la expresión expectante de Basalt. Se pasó la mano por la frente y los cabellos, mientras cavilaba la forma más sencilla de explicarle este galimatías. Miró los ojos de su sobrino, tan semejantes a los de Aylmar.

—Me has entendido bien. Soy el rey de esta ciudad gully, conocida como Lodazal.

—¿Perdiste una apuesta o tuviste que luchar por la corona? —Basalt arqueó una ceja—. Porque tienes una corona, ¿verdad?

Sin más, el joven enano echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas, sin importarle el dolor de las heridas. El ataque de risa era tan fuerte que tuvo que sujetarse las costillas. Flint puso los ojos en blanco y aguardó con paciencia a que remitieran las carcajadas histéricas de su sobrino. Pero Basalt, entre resuellos, hacía una corta pausa, miraba a su tío como si fuese a decir algo y después rompía de nuevo a reír. Flint se cruzó de brazos y esperó; luego entrelazó las manos e hizo girar los pulgares. Por último, incapaz de contenerse por más tiempo, prorrumpió también en carcajadas.

De improviso, ambos se sobresaltaron por un sonoro carraspeo.

La Enana de las Montañas se interpuso entre los dos y tendió la mano al enano más joven.

—Tú debes de ser Basalt. Yo soy Perian Cyprium.

—Mi reina —agregó Flint, con voz ronca. Basalt contempló con admiración a la atractiva joven.

—Será mejor que lo sepas cuanto antes, Basalt, si es que no te lo has imaginado ya —dijo Perian, mientras metía los pulgares en los bolsillos de los pantalones, casi en una actitud desafiante—. Soy una Enana de las Montañas. —Observó con atención la reacción de él.

Como era de esperar, Basalt estrechó los ojos en un gesto de desconfianza.

—Ahora que estoy realmente desconcertado.

—Espero remediarlo enseguida —intervino Flint—. En este relato, Perian tarda un poco en aparecer. Sera una historia larga, así que más vale que nos acomodemos. —Tomó a su sobrino por el brazo y lo condujo hasta el banco de piedra, junto al estanque.

Perian había encontrado una pequeña jarra de loza y cogió un poco de agua del arroyo. Se la ofreció a Basalt, que la aceptó agradecido y casi se la bebió toda de un trago; el resto se lo echó por la cara, a fin de limpiar la sangre reseca. La Enana de las Montañas se sentó en el musgo, cerca de los dos Enanos de las Colinas, con los brazos enlazados en torno a las piernas dobladas, observando a Flint mientras éste se preparaba para dar comienzo a su relato.

—Casi no sé por dónde empezar —dijo, y un músculo de la mejilla se le contrajo con un espasmo nervioso.

»Sabes por qué entré en Thorbardin —comenzó—. Para encontrar al enano que asesinó a tu padre. —Los ojos grisazulados de Flint sostuvieron la mirada de Basalt—. A continuación te contaré lo ocurrido después de penetrar en el túnel secreto de los theiwar y quedar atrapado en una jaula que cayó del techo…

Flint regresó junto a Basalt y al banco del que se había levantado, pues, a medida que relataba los acontecimientos de la última semana, su agitación había crecido hasta el punto de obligarlo a levantarse y pasear de arriba abajo.

—¿Cuántos días tardará Pitrick en organizar las tropas que conducirá a Casacolina? —le preguntó a Perian.

La Enana de las Montañas, excitada también por los recuerdos, había estado lanzando piedras al estanque durante la narración de Flint. Ahora lo dejó y reflexionó la respuesta mientras se mordía el labio.

—Pitrick utilizará a mis hombres, la guardia personal del thane; unos quinientos soldados —comenzó—. Querrá mantener la operación en secreto y ellos son las únicas fuerzas leales al trono de theiwar. Además de ser unos guerreros excelentes, todos son derros y, entre ellos, unos cuantos son hechiceros, al igual que Pitrick. Se pondrán en marcha al anochecer, ya que están prácticamente ciegos durante las horas diurnas.

—¿Cuánto crees que les llevará organizarse? —insistió Flint con cierta impaciencia.

—¡No es tan sencillo! —gritó Perian—. ¡Son muchas las cosas a tener en cuenta! Las tropas se encuentran en excelente forma física y están entrenadas, pero nunca hemos… No han participado en ninguna batalla en la superficie; al menos, desde que entré a formar parte de la guardia del thane, hace más de treinta años.

»Calculo que, como mínimo, tendrían que transcurrir un par de semanas —decidió por último. Al percatarse de la expresión de alivio de Flint, se apresuró a agregar—: Sin embargo, Pitrick los presionará para que salgan en la mitad de tiempo, tal vez menos.

El enano bajó la mirada hasta la joven, sentada en el musgo a sus pies, y la miró con sorpresa.

—Está bien. Es posible que nosotros logremos llegar allí antes de tres días. —Flint se volvió hacia Basalt—. Verás, di…, dimos nuestra palabra de que no abandonaríamos a los enanos gullys, y no romperé una promesa. En consecuencia, los aghar van a tener que acompañarnos. Pero me llevará al menos dos días encontrar el modo de poner en marcha a más de trescientos gullys y conseguir que se muevan todos en la misma dirección a lo largo de casi treinta kilómetros. Sólo de pensarlo, se me ponen los pelos de punta.

Perian se incorporó y arrojó el puñado de piedras que le quedaba en las manos al estanque.

—Aun en el caso de que mis cálculos sean bastante aproximados, eso nos deja sólo un día, tal vez dos, para levantar las defensas de la ciudad.

—¡O para persuadir a sus habitantes de que son necesarias esas defensas! —intervino Basalt.

—¿Pero por qué no iban a creernos? —preguntó la joven, perpleja, mientras se sacudía el musgo pegado a los pantalones.

Tanto Flint como Basalt sabían en cuán poco valoraban su opinión los habitantes de Casacolina y lo mucho que contaban los ingresos generados por los derros. Mientras Flint se imaginaba a sí mismo intentando hablar con los Enanos de las Colinas, jugueteó de manera inconsciente con el anillo de Pitrick. Un extraño cosquilleo le recorrió la mano y la desagradable sensación se propagó con rapidez por el brazo, el pecho y todo el cuerpo. Vio a Perian borrosa, como si su imagen fluctuara, y después advirtió de manera distante que la joven le arrancaba el anillo de un tirón.

—¿Qué tramabas? —inquirió—. ¡Al mirarte, advertí que estabas activando el anillo teleportador!

Flint sacudió la cabeza para librarse de la extraña sensación de cosquilleo.

—¿Quieres decir que, además de Pitrick, cualquiera puede utilizarlo? —preguntó boquiabierto.

—Desde luego. —Perian se encogió de hombros—. Es igual que cualquier otro objeto mágico. Pitrick lo utilizaba de forma continua a causa de su pie tullido. Me lo explicó una vez, cuando trataba de intimidarme. Dijo que todo cuanto tenía que hacer, era coger el anillo e imaginar lo más claramente posible el lugar al que deseaba ir.

A cualquier lugar que deseara ir… Flint recordó lo que pensaba acerca de Casacolina unos momentos antes y se le ocurrió una idea. Se volvió hacia Basalt.

—No puedo marcharme y dejar solos a los enanos gullys. —Prendió la mirada en la de su sobrino—. Pero tú, sí. Puedes utilizar el anillo teleportador para regresar a Casacolina y de ese modo tendrán un par de días más para prepararse para el ataque de los derros, o al menos conseguir algunas armas. A ti te creerán, Basalt. —Flint cogió el anillo de la mano de Perian—. Sé que Moldoon lo hará, en cualquier caso; así que puedes empezar por contárselo a él y él convencerá al resto.

Basalt retrocedió como si lo hubiese golpeado.

—¡No lo entiendes! ¡No puedo decírselo a nadie, y menos a Moldoon! —gritó el joven enano, con el semblante desfigurado por una mueca de angustia. Se volvió de espaldas, avergonzado—. ¡Está muerto y ha sido por culpa mía!

Flint sacudió la cabeza, sin alcanzar a comprender sus palabras.

—¿Moldoon muerto? ¿Qué demonios dices? —Agarró a Basalt por los hombros y lo obligó a girarse—. ¡Acaba de una vez, muchacho!

Había llegado el turno a Basalt de dar explicaciones. En medio de sollozos e hipidos, relató lo acaecido justo antes de que los enanos gullys lo raptaran.

—… entonces Moldoon se interpuso entre los dos para detener la pelea ¡y el derro lo atravesó, así, sin más! —El joven hundió el rostro en las manos; los sollozos agitaron sus hombros.

La noticia de la muerte del anciano humano dejó a Flint estupefacto y entristecido. Vio el dolor reflejado en el semblante de su sobrino, y se imaginó el acto arbitrario y cruel del guardia derro. Su odio hacia los theiwar ardió en su interior con más intensidad que nunca; se había convertido en una hoguera que sólo se apagaría con sangre.

—Basalt —dijo Perian, mientras se mordía las uñas—, por lo que cuentas, el tal Moldoon hizo sólo lo que le dictaba su conciencia. No te culpes porque se interpuso entre el derro y tú.

—¿Es que no os dais cuenta? —Basalt levantó la vista; tenía los ojos anegados en lágrimas—. Todos tenían razón acerca de mí… ¡Sólo soy un borracho incapaz de defenderse por sí mismo! No os he contado lo de la patrulla derro que me apresó en las afueras de Thorbardin, después de que te marcharas, tío. Organizaron una cacería y me persiguieron como si fuese un conejo asustado; ¡ni siquiera se molestaron en matarme! ¡Dioses! ¡Ojalá lo hubiesen hecho! —gritó, mientras levantaba la cabeza al techo y apretaba los puños.

—¡Basta! —Flint lo abofeteó con fuerza. Advirtió que Perian se encogía ante lo que sin duda consideraba una crueldad innecesaria.

Aturdido, Basalt miró de hito en hito a su tío, en tanto se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano. Flint aguardó a que recobrara la compostura.

—Ya has descargado tu aflicción y has llorado por todos —dijo al cabo, con expresión determinada—. Por tu padre. Por Moldoon. Por ti mismo. Relégalo al pasado, porque ahora está en juego algo mucho más importante.

El gesto adusto de Flint se suavizó y agarró al joven por os hombros.

—Demuestra que todos estaban equivocados, Basalt. Empieza hoy. Haz acopio de todo el coraje y valor que posees y convéncelos para que crean algo de lo que ni siquiera quieren oír hablar. —Lo sacudió con fuerza—. Hazlo, Basalt. Tienes que hacerlo porque es la única oportunidad con que cuenta Casacolina.

—¿Crees de verdad que podré persuadirlos? —susurró.

—Estoy convencido —aseveró, mientras le sonreía para animarlo.

Basalt miró el anillo posado en la palma de la mano de Flint. Estaba realizado con dos aros incompletos de acero, entrelazados y abiertos en la parte superior de modo que las dos puntas de los extremos se curvaban hacia afuera.

Lo cogió y se lo puso en el dedo corazón de la mano izquierda. Una extraña sensación de fuerza se adueñó de su ser, aunque no se la proporcionaba el anillo, sino el destello de confianza y respeto que emanaba de los ojos de su tío. Asumió una postura más erguida, de seguridad en sí mismo.

—Reúnete primero con la familia —le aconsejó Flint—. Por encima de su egoísmo y sus declaraciones pomposas, son Fireforge; demuéstrales que has cambiado y te darán una oportunidad. Ya lo verás.

—Evoca mentalmente el lugar de tu destino, Basalt —añadió Perian, con el semblante oscurecido de preocupación por la difícil empresa que iba a acometer el ingenuo joven.

Basalt asintió en silencio y concentró su pensamiento en el salón de la casa familiar.

—Cuéntales todo cuanto te he revelado y diles que llegaremos dentro de tres días, cuatro a lo máximo. Contamos contigo para que se convenzan de la verdad.

Con la faz contraída por el esfuerzo, la imagen de Basalt fluctuó y empezó a desvanecerse.

—¡Ánimo, Basalt! ¡Puedes hacerlo! —gritó Flint, en tanto la figura de su sobrino desaparecía de su vista.

Flint y Perian se quedaron solos en la hermosa gruta, envueltos en el rítmico retumbar de la cascada.