Cuando creó el mundo, Reorx el Forjador, uno de los dioses de la Neutralidad que mantienen el equilibrio entre el Bien y el Mal, precisó de la ayuda de los hombres para dar forma a esta nueva tierra. Durante muchos años, los humanos trabajaron alegremente bajo la amorosa guía de Reorx, el señor de la creación y la invención. Pero con el tiempo, los hombres, como es propio en ellos, se sintieron orgullosos de sus habilidades, se volvieron arrogantes y utilizaron los conocimientos adquiridos para sus propios fines. Al comienzo de la Era de la Luz, cuatro mil años antes de que el Cataclismo alterara para siempre la faz de Krynn, Reorx montó en cólera por esta actitud altanera y transformó a algunos hombres en una nueva raza.
Los desposeyó del saber que él, en el yunque de su forja inmortal, les había inculcado y dejó en ellos sólo un deseo ardiente de manipular, montar, inventar y construir. Hizo que la estatura de esta nueva raza, a cuyos miembros se les conoció a partir de entonces como gnomos, fuera acorde en tamaño con sus mezquinos propósitos.
Al malvado dios Hiddukel, patrono de los hombres avariciosos, le complació sobremanera lo ocurrido, pues sabía que el dios forjador había trabajado con ahínco a fin de crear un orden a partir del caos, y ello alteraba el equilibrio existente entre el Bien y el Mal. Hiddukel visitó a otro de los dioses neutrales, Chislev, y, con el propósito de sembrar la intriga, lo convenció de que la Neutralidad no se mantendría, puesto que el Mal estaba perdiendo posiciones. La única esperanza, afirmó, era que la Neutralidad se hiciese con el control. A tal fin, Hiddukel persuadió a Chislev para que tomara cartas en el asunto; Chislev, a su vez, convenció a su compañero, Reorx, para que forjase una joya que consolidara la Neutralidad en el mundo de Krynn. De este modo, se diseñó una gema grande, de color gris claro, facetada, que contendría e irradiaría la esencia de Lunitari, la luna roja de la magia neutral. La joya quedó depositada en dicha luna.
Reorx, aunque aún estaba enojado con los gnomos, los amaba, y discurrió el modo de hacerlos útiles a su causa. Les presentó un plan para el Gran Invento cuya fuerza motriz se alimentaría con una joya mágica: la Gema Gris. Como sólo cabía esperarse de ellos, los gnomos construyeron una estrambótica escala mecánica que se proyectó al cielo de manera mecánica y llegó hasta la mismísima luna roja. Con una red mágica, proporcionada por el propio Reorx, un gnomo designado por el dios neutral trepó hasta lo alto de la escalera y se apoderó de la Gema Gris, que pondría en funcionamiento el Gran Invento. Mas, cuando regresó a Krynn y abrió la red, la alhaja escapó y voló rauda hacia el oeste. Fascinados, la mayoría de los gnomos empaquetaron sus pertenencias y la siguieron hasta las playas occidentales y más allá. El paso de la gema originó que surgieran nuevas especies de animales y plantas y los ya conocidos sufrieran mutaciones de la noche a la mañana. En lugar de afianzar la Neutralidad en Krynn, la joya hizo que el péndulo entre el Bien y el Mal oscilara con más rapidez que antes. Entonces fue cuando Reorx comprendió que él y Chislev habían sido engañados.
Durante los muchos años que emplearon en ir tras la gema, los gnomos se dividieron en dos ejércitos. Las pesquisas de ambos grupos los condujeron hasta un príncipe bárbaro llamado Gargath, quien, al tomar al artilugio por un regalo de los dioses, había atrapado la maravillosa alhaja y la había situado en lo alto de una torre a fin de salvaguardarla. Gargath rechazó las demandas de los gnomos, que reclamaban su propiedad, por lo que ambos grupos se declararon la guerra.
Tras innumerables intentos fallidos para asaltar la fortaleza de Gargath, por fin los gnomos lograron penetrar en ella. Ambos bandos se quedaron boquiabiertos al contemplar la luz gris acerada irradiada por la joya que bañaba el entorno con un resplandor cegador. Cuando recobraron la visión, las dos facciones gnomas se enzarzaron en una lucha. Uno de los bandos lo conformaban aquellos que ambicionaban la gema; el otro, los que sentían una curiosidad insaciable.
Bajo el poder de la gema, los gnomos cambiaron. Los que codiciaban riquezas se convirtieron en enanos. De los curiosos surgieron los primeros kenders. Estas nuevas razas se propagaron con prontitud por todo Ansalon.
Tal y como sus parientes lejanos, los Enanos de las Montañas y los Enanos de las Colinas, ponían de manifiesto a la menor oportunidad que se les presentaba, los enanos gullys eran el resultado de matrimonios mixtos entre enanos y gnomos. Por desgracia, los miembros de esta nueva raza carecían de todas las buenas cualidades de sus antepasados.
En vista de los resultados, las sociedades gnoma y enana prohibieron esta clase de matrimonios y los miembros de la nueva casta fueron expulsados de ambos clanes; tal moción fue apoyada con mas vehemencia por los enanos. Forzados a una dura subsistencia en los restos ruinosos de ciudades abandonadas tras el Cataclismo, los enanos gullys desarrollaron con libertad su propia cultura (o contracultura). Denominados en principio aghar, o «angustiados», los humanos los apodaron posteriormente «enanos gullys» al advertir las paupérrimas condiciones en que vivían y la repugnancia que despertaban en casi todas las otras razas de Krynn.
Así eran los aproximadamente trescientos aghar que habitaban en Lodazal. Antes del Cataclismo, Lodazal había sido una mina rica y productiva que suministraba hierro de excelente calidad a las forjas de Thorbardin. Pero, como consecuencia de la hecatombe, se desplomaron estratos rocosos sobre los pozos y cegaron todos los conductos, a excepción de un túnel largo que conducía a Thorbardin. Incluso este único acceso presentaba una inclinación casi vertical, que lo convertía en inaccesible; éste era el túnel al que los derros llamaban el Foso de la Bestia.
Sin embargo, el Cataclismo tuvo una parte positiva para los aghar de Lodazal. La mayor parte de los túneles excavados por enanos permanecían intactos y, de hecho, en algunas zonas se conectaban con cavernas de una belleza sobrecogedora, moldeadas en el transcurso de los siglos por el agua que discurría a través de las montañas de Thorliardin.
Los trescientos enanos gullys que habitaban en Lodazal se dividían en unidades familiares; moraban en los finales de los pozos cegados que no tenían salida, pero compartían las cuatro grutas naturales para uso común. «Decoraban» sus hogares con objetos heredados de familia, tales como animales petrificados y otros pequeños tesoros rescatados de los montones de desechos y basuras de Thorbardin. De esta suerte, Lodazal era a la vez una maravilla natural y una pocilga espantosa.
—No esperarán que durmamos ahí, ¿verdad? —gimió Perian, sin detener su inquieto ir y venir por la habitación.
Nomscul, el enano gully que los había rescatado del Foso de la Bestia, los había conducido a este lugar y se había marchado con la promesa de regresar enseguida con comida y algunos amigos. Perian rozó con las puntas de los dedos el borde andrajoso de la mugrienta manta que cubría la cama, carente de patas, y dio un puntapié a un hueso rancio que estaba tirado en el sucio suelo. Temblorosa, la enana se encogió sobre sí misma y miró con desaliento en derredor, en busca de algún sitio en donde tomar asiento.
La habitación, de poco menos de dos metros cuadrados, tenía dos puertas y, a juzgar por las marcas dejadas por los picos en las frías paredes grisverdosas, se había excavado en el sólido granito. Unas vigas gruesas cubiertas de moho se entrecruzaban en el techo de forma desordenada, sin seguir un diseño, o tal vez la falta de simetría se debía a que los gullys habían desmontado algunas a fin de utilizarlas en otro lugar. De hecho, algunas sillas y mesitas parecían estar hechas con la misma clase de vigas. Alfombras pequeñas, pellejos de animales, algún trozo de seda fina y encajes bellos pero mugrientos, cubrían la casi totalidad del suelo.
Ollas de barro desportilladas, esqueletos de diversos roedores, armas oxidadas en diferentes fases de reparación chapucera, docenas de velas consumidas, utensilios deformados, la mitad de un fuelle de cocina, una canoa llena de agujeros, un laúd sin cuerdas, y un montón de más de un metro de altura de botas y zapatos desparejados, completaban la decoración de a estancia.
Reclinado en el enorme y blanco lecho de arpillera enmohecida, Flint mordisqueaba un trocito de madera con gesto ausente. Al ver el malestar y el nerviosismo de Perian, soltó una risita divertida.
—He dormido en sitios peores.
Observó cómo la joven iba y venía por el aposento con evidente aprensión y mordiéndose las uñas.
—¿Por qué no te relajas, aunque sea sólo un momento? —le preguntó—. Admito que el hospedaje deja mucho que desear, pero es temporal. No hace ni diez minutos, te llevaba a cuestas y corría renqueante para salvar nuestras vidas de… bueno, ya sabes de qué. Al menos, ahora estamos a salvo. Ya me encargaré de buscar a alguien que nos indique el camino para salir de aquí, no te preocupes.
Una vez logrado tal propósito, lo primero que Flint tenía intención de hacer era advertir a su sobrino, al que había dejado esperando en el exterior de Thorbardin, de que se encontraba bien. Basalt debía de estar muy preocupado a estas alturas.
Perian se volvió hacia él y le dedicó una mirada glacial. La transpiración le rizaba las puntas del hermoso cabello cobrizo.
—¿A qué viene eso? —La muchacha se mordió otra uña hasta arrancarla al borde de la piel; sus ojos, aguzados como dagas, se clavaron en los de él—. ¿Crees que porque he sufrido una leve parálisis momentánea no soy capaz de cuidar de mí misma?
—¿Una leve parálisis? ¡Eras como un saco de harina!
Flint captó la turbación que le causaba su comentario y alzó las manos en un gesto apaciguador, a la par que se echaba a reír.
—Mil perdones por haber tomado las riendas. Olvidé que hablaba con un soldado. Estoy acostumbrado a dar órdenes a los jóvenes y a las camareras —explicó, pensando en sus amigos de Solace. Al ver la expresión perpleja pintada en el rostro de la enana, carraspeó con nerviosismo—. ¡No era mi intención decir lo que daban a entender mis palabras! Tengo unos amigos que… ¡oh, no importa! —exclamó, poco acostumbrado a dar explicaciones.
Se frotó la mejilla y, dándose media vuelta, se tumbó en el mohoso lecho y cerró los párpados.
—No te dormirás, ¿verdad?
Flint abrió un ojo.
—Sí, creo que es lo que voy a hacer hasta que ese aghar traiga algo de comida. —Cerró de nuevo el párpado.
—¿Pero cómo puedes dormir después de lo que nos acaba de pasar? —chilló ella, con los puños apretados.
Flint dejó escapar un suspiro hondo, se sentó y la contempló a través de los ojos entornados.
—Precisamente por ello necesito echar un sueñecito. ¡Estoy agotado! En los últimos días, me han perseguido, empujado, abofeteado, pateado y arrojado por un foso. Me duele cada músculo y cada hueso del cuerpo. ¡Si no me he desmoronado en pedazos es porque la piel los mantiene unidos! ¿Acaso crees que éste es el aspecto habitual de mi rostro? —inquirió, apuntando con una mano magullada los labios hinchados, la nariz tumefacta y el ojo amoratado—. Las aventuras acaban siempre con mis fuerzas —concluyó, mientras contenía a duras penas un bostezo.
Perian no salía de su asombro.
—¿Ya te ha ocurrido antes algo parecido?
El parpadeó.
—Desde luego. Aunque la presente situación se ha puesto bastante más complicada que cualquiera de tus marchas rutinarias. ¡No me digas que a ti te coge por sorpresa!
—¡Soy capitán de la guardia del thane, por Reorx bendito! —dijo la joven con desaliento—. Adiestro tropas para maniobras, desfiles y batallas teóricas. ¡Vivo en el barracón más lujoso del nivel más rico de Thorbardin! ¡Claro que no estoy acostumbrada a esto! —agregó, mientras señalaba con un gesto de la mano la habitación desordenada.
—Así que de eso se trata —comentó Flint. Luego mulló la enmohecida almohada y reclinó la cabeza en ella—. ¡Acuéstate y da una tregua a tus pies! Fíjate bien en lo que voy a decirte: este lugar no te parecerá tan malo después de que hayas descansado.
Perian interrumpió sus idas y venidas el tiempo justo de pasarse los dedos entre el empapado cabello.
—¡Ahí está el problema! ¡No puedo descansar aquí! —Frunció el entrecejo y apartó la mirada. Sus siguientes palabras fueron apenas un murmullo—. ¿Sabes una cosa? ¡Me muero de ganas por fumar un cigarro de hojas de musgo!
—Estoy seguro de que los gullys tienen alguna clase de hojas para fumar, si es que tanto lo deseas —respondió exasperado el Enano de las Colinas. El tono de su voz ponía de manifiesto lo que pensaba sobre el hábito de fumar hojas secas de musgo. Sin más, se tumbó de nuevo y se dio media vuelta, pero, aun así, la escuchaba rezongar a sus espaldas.
—Sé que es un mal hábito, pero es el único que… Bueno, uno de los pocos que tengo. —Se mordisqueó nerviosa un mechón de pelo—. Así que, cualquier clase de hojas, ¿eh? Estoy acostumbrada a la mejor mezcla enana procedente de las granjas de los Suburbios Norte de Thorbardin y tú esperas que me fume cualquier porquería reseca y pasada.
Flint bostezó.
—Lo único que espero que hagas ahora es que guardes silencio.
Perian se disponía a barbotar una réplica desabrida, pero, de repente, de la puerta delantera llegó el tintineo de cristal y metal, así como algunos otros ruidos indescifrables.
La joven enana giró sobre si misma sorprendida y el Enano de las Colinas se incorporó iracundo.
—¿Qué demonios…?
—¡Nomscul de vuelta con comidas! —El aghar se plantó de un salto frente a Flint; su rostro, con la piel embadurnada de barro y las mejillas sin afeitar, exhibía su habitual sonrisa anhelante.
Nomscul, según habían entendido los dos enanos, era el chamán de Lodazal, el guardián de las reliquias y tradiciones del clan. Hacía las veces de curandero y filósofo y se lo consideraba el mejor cocinero del clan. Era algo así como su bienamado líder, quizá más por sus habilidades culinarias que por su sabiduría.
El hombrecillo vestía una túnica corta que le llegaba a las rodillas, maloliente y raída, llena de bolsillos de distintos tejidos y variedad de tamaños. Del cinto colgaba un saquillo de tela roja atado con un pedazo de bramante.
Traía en las manos un cuenco que contenía algo humeante, grisáceo y fibroso, que puso justo bajo la bulbosa nariz del Enano de las Colinas.
Flint no tardó en olvidar su malhumor ante el apetitoso aroma. Olisqueó una vez más con deleite y aceptó la cuchara doblada que le ofrecía Nomscul.
—¡Maravilloso! —Suspiró satisfecho, sin apenas hacer una pausa para hablar entre cucharada y cucharada—. ¿Qué es?
—Gorgojos de gruta con masa de champiñones —respondió el gully, hinchado de orgullo.
El ritmo acelerado de la cuchara de Flint vaciló un breve instante. Alzó la mirada y vio a Perian, sentada a la mesa, a punto de llevarse a la boca la primera cucharada. Sus ojos se abrieron de par en par, llenos de incredulidad; soltó la cuchara y miró con fijeza el cuenco de comida.
—¿A ti gustar? —preguntó el anhelante gully a Flint.
El Enano de las Colinas se levantó de la cama, se limpió los labios con la manga y dejó el cuenco sobre la mesa.
—Sí, Nomscul. Está… mmmm… muy sabrosa.
Complacido, el gully se palmeó el prominente vientre que se marcaba bajo la sucia y sencilla camisola.
—¡Yo traer más! —ofreció, encaminándose hacia la puerta.
—¡Aguarda! —gritó Flint, quien se acercó al enano gully que se había parado—. Verás, Nomscul —comenzó, buscando las palabras adecuadas—. Te agradezco que nos hayas salvado y todo eso, ya sabes; pero ahora quiero marcharme.
Perian se aproximó a Flint con premura.
—También yo —dijo, mirando con el entrecejo fruncido al Enano de las Colinas.
Las regordetas mejillas de Nomscul se iluminaron con una amplia sonrisa.
—¿Rey y reina querer dos hojas[1]? ¡No mover de aquí; yo volver enseguida! —El gully salió a toda carrera y desapareció en el oscuro túnel.
—Qué hombrecillo tan singular y complaciente —comentó Flint—. Sin duda ha ido a reunir una escolta que nos acompañe.
—¿Qué son todas esas zarandajas de «rey y reina»? —inquirió Perian, con la mirada fija en la puerta por donde había salido el gully.
—Lo ignoro. Probablemente se trata del título honorífico para los invitados —opinó, encogiéndose de hombros. Perian asintió en silencio, con expresión ausente.
Mientras aguardaban el regreso de Nomscul, Flint paseó por la estancia, a la vez que miraba los rincones y cogía y examinaba algunos de los objetos atesorados por los gullys. Tendió a Perian un peine de carey sucio, al que le faltaban algunos dientes.
La joven se sentó en el borde del lecho y pasó los seis dientes restantes del peine por la melena enmarañada.
—¡Aug! —se quejó, al tirarse de un mechón muy enredado—. Estoy deseando librarme de estas ropas mugrientas y embarradas. ¡Los pantalones están tan rígidos que apenas puedo doblar las rodillas!
Flint arqueó las cejas al ocurrírsele una idea de súbito.
—Por cierto, ¿hacia dónde piensas dirigirte cuando salgamos de aquí?
—A casa, por supuesto —no dudó en responder Perian, mientras se sacudía los pegotes de barro seco adheridos a los pantalones—. ¡Vaya pregunta! ¿A qué otro lugar…?
Enmudeció de repente, contuvo el aliento y se llevó una mano a la boca.
—¡Comprendo lo que quieres decir! No puedo regresar a Thorbardin. ¡Pitrick cree que he muerto! ¡No me dejará con vida después de lo ocurrido en el foso! —Se recostó en la cama con desaliento—. Thorbardin es mi hogar, los theiwar son mi clan… ¡Dudo que ningún otro grupo me acepte! ¡Y no sé vivir en ningún otro lugar que no sea bajo tierra!
La joven se arrancó otra uña de un mordisco. Flint la observó un momento; luego, propinó una palmada en el tablero de la mesa.
—¿Pero por qué quieres vivir entre semejantes degolladores, embusteros y asesinos?
—No todos los habitantes de la ciudad theiwar son como Pitrick, ¿sabes? —dijo, temblorosa por la ira—. Hay muchos buenos semiderros, como yo, e incluso muchas buenas personas entre los hylar de sangre pura.
—Oh, claro. ¡La Gran Traición es un monumento a la bondad de los hylar de sangre azul y de los Enanos de las Montañas en general! —se mofó Flint, a la vez que pateaba un fragmento de cerámica que salió volando por el aire.
Perian se incorporó y soltó una risita desganada.
—¿Acaso crees que los Enanos de las Montañas disfrutaban de una vida cómoda y agradable tras el Cataclismo? El hambre se cobró miles de victimas en Thorbardin, ¡entre ellas, mis abuelos! ¡Al menos, los Enanos de las Colinas, acostumbrados a la vida en la superficie, pudieron buscar alimentos! —Esbozó una sonrisa despectiva—. ¡Vosotros, los Enanos de las Colinas, sois unos fanáticos ignorantes y unos sectarios!
—En ese caso, nuestros pueblos tienen algo en común —replicó él, con una voz fría, sin inflexiones.
Un silencio incómodo se cernió sobre la estancia. Al cabo de un momento, Perian se levantó de la cama.
—De cualquier modo, todo eso carece de importancia, puesto que me es imposible regresar con los míos —dijo con desaliento.
—No te preocupes, Perian —la animó Flint, mientras le palmeaba la espalda. Luego, se sintió como un estúpido y carraspeó—. Probablemente, encajarás en el mundo exterior mejor de lo que piensas. Eres distinta de los otros theiwar que conozco.
—Tú no sabes nada sobre los theiwar —lo acusó la joven, cuyas pupilas centelleaban rebosantes de ira una vez más.
—Sé una cosa: que eres semiderro. Por tu físico, no te pareces a ellos; ni siquiera a los otros theiwar —replicó con sequedad, mientras se cruzaba de brazos con arrogancia—. Como sé también que nadie con la mentalidad de un theiwar habría defendido a un Enano de las Colinas en el Foso de la Bestia. —Sus ojos se estrecharon—. De todos modos, ¿por qué lo hiciste?
La joven se agitó bajo la mirada escrutadora del enano.
—Lo ignoro. Durante años, me he limitado a ser testigo de los abusos cometidos por Pitrick sobre todo y sobre todos, desde los aghar, hasta…, hasta mí misma, a sabiendas de que tantos atropellos los llevaba a cabo para satisfacer su retorcido sentido del humor, por divertirse. Supongo que algo se rompió hoy dentro de mí, cuando oí lo que le hizo a tu hermano, cuando vi a aquel aterrado aghar precipitarse por el pozo… Me fue imposible quedarme allí, sin hacer nada para impedir que cometiera otra atrocidad.
La joven resopló e hizo una mueca antes de proseguir.
—Para serte sincera, jamás imaginé que se atrevería a empujarme a mí. Pitrick es merecedor de una muerte lenta, prolongada, dolorosa —concluyó, con los puños apretados.
—La tendrá; ese bastardo sin entrañas… —Flint, congestionado por la ira, buscó los ojos de Perian—. Pagará por lo que nos ha hecho a todos, pero en especial por lo que hizo con Aylmar.
El enano quebró un pedazo de arcilla entre el dedo índice y el pulgar.
—¿Quien es Aylmar?
Flint relató con amargura la muerte de su hermano. Conforme hablaba, su furia crecía, alimentada por la frustración y la forzosa inactividad a que estaba sometido.
—¿Dónde se ha metido ese gully cabeza hueca? —rezongó con impaciencia.
—Nomscul —lo corrigió Perian.
—¡Tanto da!
Flint fue hacia la puerta y asomó la cabeza.
De pronto, el hombrecillo salió como una exhalación de un corredor lateral; corría a trompicones a causa del peso de una enorme caja de madera que acarreaba. Pasó junto a Flint y dejó caer su pesada carga en el suelo, sin ninguna ceremonia. El Enano de las Colinas miró con desagrado la caja.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó a voces, con lo que el hombrecillo estuvo a punto de caer de bruces por el sobresalto.
—¡Ser dos hojas que rey y reina pedir! —respondió Nomscul, señalando la caja con una mano pringada de porquería.
Flint y Perian miraron desconcertados dentro de la arqueta y comprobaron que, en efecto, contenía un revuelto montón de hojas de papel sucias, mohosas y descompuestas.
—Rey encontrar ahí dentro buenas larvas para que reina comer. —Nomscul dedicó un guiño cómplice al Enano de las Colinas.
A Flint no le pasó inadvertido que Perian tragaba saliva para contener la náusea. Sólo con un esfuerzo denodado, el enano logró hacer acopio de la escasa paciencia que tenía a fin de dominarse y hablar con voz calma.
—No queremos hojas de papel. Lo que queremos es marcharnos, salir de aquí. Ten la amabilidad de guiarnos hasta la superficie y, si estás muy ocupado, que nos acompañe una escolta.
—¿Rey querer ahora falda[2] para reina?
Nomscul estaba perplejo por esta nueva petición. El aspecto de la reina era ya bastante sucio, pero se encogió de hombros y extendió las manos para medirle la cintura, resuelto a encontrar alguna falda con las que se diferenciaban las féminas aghar de sus compañeros.
—¡Por supuesto que no queremos una falda, pequeño mamarracho! —explotó el Enano de las Colinas. Perian le posó una mano sobre el hombro.
—No te ha entendido. —Se volvió hacia Nomscul y preguntó—: ¿Cuántas salidas hay en Lodazal?
El aghar se limpió la nariz con la manga.
—Una —dijo, alzando tres dedos—. Foso de la Bestia, corredor del basurero y gruta gran grieta.
—¿Corredor del basurero? —inquirió Perian, sin poder evitar una sensación de náusea.
—Arriba, en suburbios —explicó Nomscul—. Conseguir buena comida de enanos de ojos raros. —El aghar se tiró de los párpados de forma que los globos oculares pareciesen mayores, luego bizqueó y se echó a reír.
—Los gullys saquean a diario los almacenes y basureros de los Suburbios Norte —explicó Perian, al advertir el desconcierto de Flint.
—¿Qué es «gruta gran grieta» y adónde conduce, Nomscul? —preguntó el enano.
—Haber grieta grande en pared de gruta; conducir fuera —respondió el gully, mientras cogía una chinche pegada a su ropa, la examinaba con atención y acto seguido se la metía en la boca.
—¿Dónde esta esa gruta? —demandó Flint.
—Por ahí. —Nomscul señaló con el pulgar el corredor—. Más allá de aposentos de aghar… ¡Montones de aghar en Lodazal!
—Muy bien. Exploraremos los alrededores hasta dar con algo que se parezca a una gruta; Lodazal no puede ser muy extenso. Vamos, Perian —dijo el enano, tomando a la joven por el brazo y encaminándose hacia la puerta.
—¿Dónde ir nosotros? —se interesó Nomscul, mientras caminaba a saltitos junto a ellos. Flint ni siquiera le dedicó una mirada.
—No sé adónde irás tú, pero Perian y yo vamos a buscar la «gruta gran grieta».
El gully asumió una expresión defraudada. Luego rebuscó en uno de los bolsillos y sacó un silbato tallado en madera. Llevándoselo a los labios, sopló con tanta fuerza que se le congestionó la cara.
Perian y Flint dieron un respingo ante el inesperado y estridente pitido. Antes de que ninguno de los dos tuviera tiempo de volverse a preguntar qué ocurría, se les echó encima una oleada de ululantes aghar que entraron en estampida por las dos puertas de la estancia, hablando todos al mismo tiempo.
—Sí que él ser rey. ¡Tener gran nariz!
—¿Ser tu pelo de verdad, reina? ¡Pelo no salir de ese color!
—¡Dos burras para rey y reina! ¡Hip, hip, burra! ¡Hip, hip, burra!
La escandalosa masa de aghar que fluía incesante desde los corredores hacia el interior de la habitación apartó al desconcertado Flint de Perian. «¿De dónde provenían tantos?», se preguntaba asombrado el Enano de las Colinas mientras procuraba abrirse paso entre la multitud para llegar de nuevo a la puerta. En todos los rostros mugrientos se dibujaba una sonrisa fervorosa y todas las manos se tendían para tocarles el pelo, las ropas. ¿Qué demonios querían de ellos?
—¡Rey marchar! —gritó Nomscul.
De repente, todos los gullys que se encontraban en un radio de tres metros en torno a Flint se lanzaron por el aire y lo aferraron por la espalda y por la cabeza, estrujándolo y apretándole los brazos y las mejillas hasta que lo derribaron al suelo. Alguien le metió un dedo en el ojo amoratado, pero Flint tenía el lado derecho del rostro presionado contra el piso y n1 siquiera pudo proferir un juramento contra el autor de la infame acción.
—¿Qué os ocurre? —chilló Perian para hacerse oír sobre el tumulto. Aún cuando no la habían derribado, diez enanos gullys se colgaban de sus brazos y piernas.
El aghar tendido sobre el pecho de Flint rodó sobre un montón de miembros enredados y ondeantes cuando el enano, sacudiendo la cabeza, se debatió para incorporarse. Flint tenía el rostro congestionado por la ira; trazó un amplio viraje, con los puños levantados, listos para golpear.
—¡Rey y reina deber quedarse en Lodazal! —anunció Nomscul, que se había subido sobre una mesa para que todos lo vieran—. ¡La porquería decirlo así!
—¡Por-que-ría! ¡Por-que-ría! ¡Por-que-ría! —corearon los gullys mientras saltaban, brincaban, chillaban y farfullaban alrededor de sus perplejos invitados.
—¿De qué demonios habláis? —exigió saber Perian—. ¿Qué es eso de «porquería»?
Una vez más, la ya conocida expresión de desconcierto se plasmó en el rostro de Nomscul. De repente, sus ojos se estrecharon en un gesto de sospecha.
—¡Estar probando a chamán Nomscul para ver si él saberlo! —el enano gully bizqueó en un esfuerzo por concentrarse y puso los ojos en blanco como si buscara la respuesta en el interior de su cráneo. Al cabo, empezó a recitar con un soniquete irritante.
Rey y reina descender por barrizal,
en Foso de Bestia de golpe caer.
Aghar coronarlos, bailar y cantan
y ellos soberanos por siempre jamás.
Nomscul brincó de contento por haber superado con éxito la prueba.
—¡Eso ser lo que porquería anunciar!
La muchedumbre gully reanudó sus gritos, brincos y alboroto mientras giraba en torno a sus recién proclamados monarcas.
—¡Qué espanto! —gimió Perian—. ¡Ni siquiera rima! Y deben de querer decir profecía, no porquería.
Flint le dedicó una mirada fulminante.
—¡Nosotros tocar rey! ¡Nosotros tocar reina! —canturreaban los gullys, mientras formaban un círculo irregular y desordenado en torno a los dos enanos.
Flint apartó a manotazos los mugrientos dedos.
—¡Atrás! —gruñó—. ¡Apartad vuestras repugnantes zarpas de mí!
Hizo un nuevo intento de llegar a la puerta, pero la masa de los cuerpos apretujados formaba una barrera infranqueable y acabó, una vez más, tendido en el suelo.
—¡Atar rey! —ordenó Nomscul.
Docenas de manos alzaron en vilo a Flint y lo sentaron a la fuerza en una silla desvencijada. Ocho aghar se echaron sobre el forcejeante enano mientras Nomscul y una enana gully, a la que el chamán llamó Pústula, enrollaban dos gruesos cabos de cuerda.
—¡Desatadme de inmediato, asqueroso hatajo de devoradores de porquería!
Flint se zarandeó de un lado a otro y la silla a la que estaba atado se bamboleó, junto con los enanos gully que todavía se colgaban de él, lo que propició el regocijo de los hombrecillos.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, la silla no se rompió, ni los aghar soltaron su presa, ni las cuerdas se soltaron.
Con los brazos a la espalda, Nomscul se inclinó sobre Flint y su rostro sonriente se encaró con el enfurecido Enano de las Colinas.
—Reina no querer marchar —dijo.
Perian se hallaba en un rincón de la estancia, en cierto modo olvidada por los aghar, puesto que no ofrecía resistencia.
Tenía los brazos cruzados; sus ojos color avellana contemplaban a Flint con expectación y una leve sonrisa bailaba en sus labios.
—Prometer ser rey nosotros soltarte —ofreció Nomscul con voz afable.
Flint asomó la cabeza por encima del brazo del sillón y escupió en el suelo.
—¿Yo? ¿Re de unos enanos gullys? ¡Antes referiría ahogarme!