UNO

En el principio fue el hidrógeno. Fuera de él no existía nada, sólo la rta[2], el sunyata[3], y Dios.

La creación del Universo por Dios fue como el crecimiento de un gran árbol baniano[4] a partir de una diminuta semilla. Nadie puede ver el árbol que hay en la semilla, pero todos los ingredientes necesarios para formar el árbol están ahí, incluso la Inteligencia que se requiere para ello. Todos estos elementos materiales se encuentran presentes en nuestros cuerpos tal como también se encuentran en todo el Universo. Anor aniyan mahato mahiyan… (El Katha Upanisad 1.2.20.) Esto significa que aunque algo sea extremadamente grande o infinitesimalmente pequeño, aun así está constituido por los mismos elementos básicos.

Y el elemento más básico de todos, el más simple, aquel a partir del cual creció todo, la semilla del baniano, es el hidrógeno.

Cuando la nube gigante de hidrógeno, en el transcurso de incontables yugas[5], se contrajo en dirección a su centro de gravedad, fue adquiriendo gradualmente un movimiento de carrusel. Esta rotación actuó como una fuerza ordenadora de la nube que hasta entonces había tenido una forma esférica. La rotación hizo entrar en juego la fuerza centrífuga bajo cuya influencia la esfera comenzó a achatarse muy lentamente, adquiriendo poco a poco la forma de un enorme disco de diámetro superior a los cien mil años luz.

Cuando la nube primitiva estaba precisamente comenzando a girar sobre sí misma, dejó tras de sí, como los charcos que deja el océano tras la marea, acumulaciones de estrellas que marcarían, como balizas, las dimensiones originales de la masa de gas. Se formaron condensaciones casuales, núcleos locales de hidrógeno. Concretamente, estos enjambres de estrellas forman lo que se conoce con el nombre de «cúmulos globulares», agrupaciones de varios millones de estrellas, dispuestas en forma de esfera con un diámetro de apenas un centenar de años luz.

Los «cúmulos globulares» eran necesariamente pobres en metales y materiales pesados como consecuencia de la antigüedad de sus soles. La Gran Explosión con la que comenzó el Universo, sólo creó hidrógeno y helio. Los núcleos pesados se sintetizarían más tarde, en el interior de los hornos de fusión que son las estrellas, y fueron arrojados al espacio por las explosiones de novas para engendrar las estrellas de «segunda generación», ricas en átomos pesados. Pero los cúmulos se formaron al principio, pertenecen a la primera generación estelar, hidrógeno y helio. Algo así jamás podría sustentar la vida con toda la complicación química que requiere…

Por otro lado, la Galaxia tampoco es capaz de albergar vida. Su Núcleo contiene un enorme agujero negro central que lo inunda completamente de mortales radiaciones. En sus brazos espirales, aunque libres de tan perniciosas radiaciones, y poseyendo en abundancia los preciados elementos pesados que posibilitan la dorada complejidad orgánica, la vida inteligente tampoco es posible, pues, estando separadas las estrellas por años luz, esto haría imposible que el Sruti[6] de Dios se extendiera de un sistema al siguiente. Ni tan siquiera el Imperio, con todo el poder tecnológico que Dyaus Pitar tuvo a bien concederle, pudo llegar a construir naves capaces de saltar distancias tan tremendas en un tiempo razonable. Por lo tanto, ¿qué sentido tendría que Dios hubiera creado vida en planetas que se verían, por su propia naturaleza, y por la de su entorno, irremisiblemente condenados a la ignorancia de las Sastras[7]?

Nuestro cúmulo, al que todos los bhaktas llamamos Akasa-puspa[8], es la excepción, porque Dios así lo ha decretado: Soles con planetas habitados, soles ricos en los elementos pesados que hacen posibles los planetas sólidos.

Los científicos se enzarzan en interminables y absurdas discusiones sobre el origen de estos elementos pesados.

No quieren aceptar la respuesta más obvia, que simplemente nuestro Universo ha sido así configurado por Dios para favorecer la difusión de su Satyasya Satyam[9].

Como se dice en el Bhagavad-gita: «Sus esperanzas de liberación, sus actividades fruitivas, y su cultivo de conocimiento, están irremediablemente derrotados…»

Y fue precisamente para satisfacer nuestra ansia de llevar su Satyasya Satyam hasta los lugares más remotos de Akasa-puspa, por lo que Dios nos dio las babeles, y le confirió a la Gran Hermandad[10] la Sagrada Responsabilidad de su custodia.

(Discurso de Hari Pramantha para los graduados en la Universidad de Krishnaloka, [4.975])