CINCO

El transbordador humeaba listo para partir. Aparte de las abundantes provisiones, transportaba a los infantes de marina comandados por Konarak, y a algunos científicos del Imperio.

Sólo diez infantes y Jonás Chandragupta habían elegido quedarse con el ksatrya.

Lilith se detuvo a mitad de la pasarela y se volvió hacia Jonás.

—¿Seguro que prefieres quedarte?

Al pie del transbordador, Jonás tenía un aspecto insignificante y desvalido. Se encogió de hombros.

—Ya lo hemos hablado. Quedan demasiadas cosas aquí que todavía no hemos averiguado.

—Volveremos en menos de un año —se apresuró a decir Lilith—. Convenientemente preparados.

—Quizás sí, o quizás no. Un año puede ser mucho tiempo, y la Hermandad no dejará que todos sus privilegios le sean arrebatados sin pelear. Puede que estéis demasiado ocupados como para dedicaros a la exploración.

—Vamos, la Hermandad no es enemigo contra el Imperio.

—Peleando frente a frente, quizás no. Pero no creo que Srila sea tan estúpido como para daros esa oportunidad.

—¿Y qué ganarás quedándote? ¿También buscas la inmortalidad?

—¿Por qué no? No soy un héroe… pero mi curiosidad no ha sido totalmente satisfecha. Y, ¿quién sabe? Quizás encontremos algo que arrojarles a los Hermanos.

—En este planeta se van a poner las cosas muy feas en poco tiempo —dijo Lilith, señalando hacia la impenetrable capa de nubes—. Se prepara una larga edad del hielo. ¿Cómo esperáis sobrevivir?

—Nos las arreglaremos. Recuerda que sabemos cómo entrar en la zona habitable de las Ciudades. Viviremos rodeados de unas comodidades dignas del Emperador. No debes preocuparte por eso.

Lilith suspiró, y levantó la vista hacia la Ciudad en cuyo interior aguardaba Chait Rai.

—Ese hombre está loco. Os llevará a la muerte a todos.

—Te repito que no soy un héroe. No me gusta Chait más que a ti, pero el mercenario es de los que sobreviven…

—¿No puedo decir nada que te convenza?

Jonás negó con la cabeza. Lilith descendió un tramo, y se aproximo a él. Le besó.

—En ese caso, te deseo suerte, yavana. —Se volvió, y subió rápidamente hasta la portezuela del transbordador. Allí se dirigió a Jonás por última vez.

—¿Sabes lo que pienso? Que Hari y tú habéis cambiado los papeles. Por lo que he oído decir, él está ahora amargado y pensativo, fraguando su venganza contra la Hermandad. Creo que piensa escribir un libro denunciando todas sus mentiras.

»En cambio tú… De alguna forma has empezado a tener fe por algo, aunque no sean dioses sino sólo seres supertecnológicos. Pero lo que te impulsa a quedarte es algo muy parecido a la devoción religiosa. Esperas que unas criaturas con poderes divinos te den la inmortalidad, y te ayuden a aclarar todas tus dudas sobre este Universo. ¿Cómo le llamarías tú a eso? —Sonrió después de esta última frase, y sin decir nada más, desapareció en el interior del transbordador.

Jonás también sonrió pensativo. Lentamente, desplazándose inseguro sobre sus atormentadas extremidades, se encaminó hacia la Ciudad.

A su espalda, el transbordador del Imperio se elevó con un prolongado estruendo.