CUATRO

Cuando el reptador se detuvo junto a la Ciudad, Chait Rai montó en cólera.

—¿Quién ha ordenado que se prepare el transbordador para partir?

El transbordador del Imperio tenía las compuertas de carga abiertas. Ayudados por los nativos, los infantes de marina subían pesados bultos por la rampa de acceso.

—El gramani…

—¿Dónde está ese bastardo?

—En la cocina, mi capitán.

—Ustedes —dijo a los infantes de marina—, síganme.

Chait Rai se dirigió hacia la Ciudad, avanzando a grandes zancadas. Jonás y Lilith también le siguieron. Una vez en el interior de la sucia sala, el ksatrya buscó con la vista a Jai. Lo localizó cerca del hogar, donde una gran cacerola de bronce se calentaba al fuego. Konarak estaba junto a él.

—Cabo —dijo Chait controlando su furia—, infórmeme sobre lo que está sucediendo aquí.

Konarak se cuadró.

—Estamos preparando las provisiones para el viaje de regreso a Akasa-puspa.

—¿Quién ha dado la orden? —preguntó Chait muy lentamente.

—Su propio Comandante —dijo el eunuco con una sonrisa cínica.

—La Vajra está aquí, capitán…

—Lo sé. —Konarak le miró sorprendido—. Continúe.

—Bueno, el Comandante Isvaradeva dijo que fuéramos preparando las cosas para partir en cuanto regresaran…

—Olvídenlo. De momento nadie va a salir de este planeta.

Todos los infantes se volvieron hacia el mercenario buscando una explicación. Jonás comprendió que, en pocos minutos, allí iba a suceder algo muy grave.

—¡Usted está loco! —gritó Jai Shing—. Nadie le seguirá si intenta desobedecer a su superior.

—Me temo que la situación es muy compleja, capitán. Debemos regresar a la Utsarpini para informar. La Hermandad nos ha traicionado…

—Lo sé. Todo eso ya lo sabemos. Pero no podemos dar la espalda a la inmensa riqueza que guarda este planeta.

—¿Inmensa riqueza? —Konarak parecía cada vez más confundido.

—¡Sedición! —dijo Jai acusadoramente—. Aquellos de vosotros que obedezcan a ese hombre serán culpables de sedición, y de alta traición contra sus naciones.

—Ya basta, eunuco —dijo Chait con una mortífera sonrisa—. Empiezas a ser un engorro demasiado molesto.

—Por favor, capitán —dijo Konarak suplicante—. No sé qué información ha obtenido en su viaje, pero le ruego que llame a la Vajra y coteje sus datos con el Comandante.

—Ya no es tiempo de eso. He recibido demasiadas órdenes a lo largo de mi vida. Demasiadas. He cumplido de sobra mi Juramento de Lealtad… —Chait se volvió para que todos pudieran contemplar su rostro desfigurado en el combate—. A partir de ahora empezaré a actuar por cuenta propia.

—Yo mismo avisaré a Isvaradeva.

Jai Shing se dirigió resueltamente hacia la salida. El mercenario hizo una muda señal a sus dos infantes de confianza.

Al ver a los dos hombres armados avanzar hacia él, el eunuco retrocedió tembloroso. A duras penas consiguió modular su voz infantil para que el miedo no la hiciera ininteligible.

—¿Qué es esto, señores? —murmuró aterrorizado mientras retrocedía un paso—. ¿Sabéis que estáis desobedeciendo al representante del Emperador…? No podéis… Por favor, no… ¡No…!

Su vocecilla se transformó en un aullido de dolor. El primero de los infantes le golpeó con su pesada bayoneta, y la hoja atravesó la blanca piel del gramani, y se clavó entre sus costillas por el lado derecho. El infante retiró su arma con un tirón seco, y a través de los amplios labios de la herida surgió un amarillento jirón de grasa, seguido casi al instante por la roja sangre manando a borbotones.

El eunuco contempló durante un momento la herida, con la incredulidad pintada en su rostro de luna; alguna fibra en su cerebro se negaba tercamente a reconocer que estaba a punto de morir. Intentó retroceder otro paso, mientras murmuraba algo con la boca llena de sangre, pero tropezó contra el caldero donde se cocía la comida de los nativos, y cayó hacia atrás, entre una lluvia de chispas y troncos ardientes. El contenido del caldero se volcó contra su cuerpo salpicándolo con el líquido hirviente.

El eunuco se retorció agonizante en el barro formado por la mezcla de su sangre, la sopa derramada, y el polvo que cubría el piso de la cocina. Allí recibió varias cuchilladas más, que pusieron fin a su sufrimiento.

—Bien, ya está hecho —dijo Chait dirigiéndose al asombrado grupo.

Jonás observó a aquel hombre que estaba lleno de resentimiento. Resentimiento contra el cielo y la tierra. Contra Kharole y contra el Emperador. Contra el Jagad-Guru y contra Dios. Tal vez contra todos los seres humanos a los que otros podían contemplar sin sentir revolverse sus tripas.

Los otros no se daban cuenta de que algo fatídico y sombrío dominaba la voluntad del mercenario. Jonás sí, pero no sabía exactamente qué.

—¡No! —dijo Jonás, elevando su voz sobre la del resto de los presentes. Todos se volvieron, y Jonás pasó a ser el centro de atención.

—Amigo Jonás —dijo Chait dirigiéndole una mirada helada—, no te metas en esto.

—Escúchame, Chait: vas camino de cometer una locura…

—¡Basta! Lleváoslo de aquí. —Un par de infantes agarraron a Jonás de los brazos, y empezaron a arrastrarlo hacia la parte posterior del campamento.

—¡Chait! —gritó Jonás mientras forcejeaba con los dos hombres—. Espera, estoy contigo…, creo que debemos quedarnos… Hay grandes tesoros tecnológicos ocultos en algún lugar de la Esfera.

Chait levantó una mano, ordenando a sus esbirros que se detuvieran.

—Entonces, ¿apruebas que todos debemos quedarnos?

—No. Sería una locura. ¿No lo ves? la Vajra —dijo señalando al cielo— regresaría a la Utsarpini, y denunciaría nuestra sedición. En un año estarían aquí las tropas de Kharole…

—El Comandante Isvaradeva enviará a los infantes romakas contra nosotros. Podremos entonces forzar una batalla, y vencerlos. Ya lo hemos hecho en el pasado…

Lilith y los hombres del Imperio y la Utsarpini permanecían silenciosamente atentos a la confrontación entre el científico y el militar. Se había creado un círculo de atención para ellos, al que los demás asistían como espectadores a un torneo entre dos combatientes.

—¿Y qué conseguirás con eso? La Vajra seguirá sobre nuestras cabezas, inalcanzable para ti. Si los hombres que envía Isvaradeva son vencidos por tus fieles, simplemente irá a por refuerzos. Ni siquiera tú puedes enfrentarte a toda la Utsarpini.

—El Comandante no se marchará de la Esfera si piensa que abandona a algunos de sus hombres —dijo Chait.

—No necesitará hacerlo —rebatió rápidamente Jonás—; simplemente sacará la Vajra fuera de la «cáscara», y radiará un mensaje solicitando ayuda.

—Bien, eso me dará un año para prepararme…

—Si el mensaje es interceptado por los romakas no tendrás tiempo para nada. En sólo unas semanas, las tropas del Emperador y la Utsarpini caerán sobre ti aunque te escondas en la zona más remota del planeta… Y una vez hayan acabado contigo, se dedicarán a destruirse mutuamente. Sin duda lucharán por el control de estos mundos, que como ya te he dicho, yo también creo cargados de tesoros. El Imperio contra la Utsarpini… Precisamente lo que la Hermandad andaba esperando. Al final ellos serán los únicos beneficiados, llegarán a la Esfera, y tomarán las riendas de un poder tan inmenso que en unos años les conducirá a la conquista de todo Akasa-puspa.

»Puede que Akasa-puspa, bajo la dominación Imperial, no fuera un lugar perfecto para vivir. Sin duda no lo fue durante el Avasarpini, y quizás tampoco lo sería con la Utsarpini… Pero, ¿podéis imaginar en lo que se convertiría bajo las sandalias de los Hermanos? Ahora todos habéis tenido una prueba de hasta dónde alcanza su ambición, y su falta de escrúpulos. ¿Queréis ver la totalidad de los planetas de Akasa-puspa sometidos a una férrea dominación religiosa?

—¿Qué propones entonces? —preguntó Chait confuso. Sin duda las palabras de Jonás le habían impresionado.

—Deja que aquellos que así lo deseen regresen a la Vajra. Ninguno dirá nada sobre este lugar…

—¿Estás loco? ¿Por qué iban a actuar así?

—Porque no son estúpidos, y saben que tanto el Imperio como la Utsarpini están abocados al entendimiento mutuo. La tensión que existe entre ellos en estos momentos es una consecuencia de la ineptitud de sus dirigentes, y de las intrigas del hábil Srila. Pero algo así no puede durar para siempre. Ahora tienen una excusa para unirse: la Hermandad, al enviar esos veleros, ha traicionado tanto a unos como a otros.

»Una nave del Imperio ha sido destruida por los religiosos, romakas y yavanas han muerto juntos en ella.

»Todos hemos visto cómo las babeles, el poder eterno de la Hermandad, pueden ser destruidas. Quizás esto sea sólo un símbolo, pero creo que el oscurantismo religioso tiene sus días contados aquí en Akasa-puspa.

»Sólo una cosa podría desequilibrar la balanza, y obligar a estas dos naciones, destinadas como te he dicho a colaborar, a enfrentarse en una guerra de posesión: la Esfera…

—¿Piensas que el Comandante Isvaradeva guardará silencio de todo lo que aquí ha pasado? ¿Piensas que los romakas harán lo mismo, que ocultarán pruebas a sus superiores? En ese caso, amigo Jonás, es que durante todo el tiempo que llevas en la Marina, no has alcanzado a comprender la mentalidad militar.

—Quizás sí, o quizás no. En todo caso no radiarían el mensaje referente a la posición de la Esfera. Isvaradeva regresaría al Halo, y allí susurraría esta información al oído de Kharole, asegurándose de que ningún Hermano ande cerca. Los romakas harían otro tanto. Si tanto Kharole, como el Emperador se decidieran a actuar de la peor forma posible, eso sin duda te daría más tiempo que si retienes a los hombres de Isvaradeva, y le obligas, de acuerdo con esas normas militares a las que antes hacías referencia, a radiar un mensaje pidiendo refuerzos.

—¿El Emperador? —dijo Lilith cínicamente—. Cuando partimos de Cakravartinloka se rumoreaba que había sido asesinado por su madrastra. Si así fuera, Whoraide podría necesitar el apoyo de Kharole para legitimar su posición. Yo también pienso que el Imperio y la Utsarpini están destinados a entenderse. Whoraide podrá ser muchas cosas, pero no es estúpida.

Chait lo consideró un momento. Su rostro quedó inmóvil, como la máscara de una figura de cera medio fundida.

—No me importa lo que pueda hacer esa furcia de Whoraide —dijo al fin, entre dientes—. Ni tampoco las intrigas de esa momia senil de Srila. Ni siquiera ese loco de Kharole me importa lo más mínimo. Ya ha pasado mi hora de servidumbre. Sólo necesito tiempo. Tiempo para encontrar la inmortalidad, y las inmensas riquezas de la Esfera. Un año. Dadme un año, y Akasa-puspa, la Hermandad, el Imperio y la Utsarpini se pondrán a mis pies…

Dio la vuelta, y avanzó lentamente hasta situarse en el centro de la sala, a la vista de todos sus hombres.

—¡Escuchadme todos! —gritó, con su rostro diabólicamente contorsionado—. Podéis regresar a Akasa-puspa, y apurar el resto de vuestras absurdas vidas de esclavos, o podéis seguirme en mi camino de gloria, hacia la riqueza, el poder y la inmortalidad… Sé que no hay una unidad de opiniones entre vosotros. Unos, sin duda, queréis quedaros a explorar y poblar estos planetas, y haceros aquí un lugar donde vivir, aunque sea a punta de bayoneta. Otros queréis regresar a una rutina que, puesto que ya conocéis muy bien, tiene menos de temeraria. Se podría plantear la cuestión de otra manera; podría deciros que se trata de un problema de valientes o cobardes, o quizás, de hombres con esperanza o de desesperados, pero no lo haré. Quiero que la decisión sea enteramente vuestra. Decidid, pero decidiros pronto. Yo estaré esperando a aquellos valientes que quieran seguirme. El resto, deberán abandonar este planeta en el plazo de doce horas.

Sin decir nada más, se dirigió rápidamente hacia la salida de la cocina. Desapareció a través del umbral metálico.

Jonás le siguió con la vista, y luego permaneció un par de minutos inmovilizado por un torrente de pensamientos, observando el lugar por el que el mercenario había desaparecido. Lilith se aproximó a él.

—Has estado muy convincente, biólogo.

Jonás se volvió hacia ella, y la contempló como si la viera por primera vez.

Tal vez en otras circunstancias —pensó—, habría sido interesante profundizar más en el conocimiento de esta sorprendente mujer romaka.

Lilith captó su mirada, pero no supo cómo interpretarla. Se encogió mentalmente de hombros, y dijo:

—Será mejor que nos vayamos preparando para partir. Nos espera un largo e incómodo viaje de regreso hasta el Límite.

—Yo me quedo… —dijo Jonás casi en un susurro.

Al principio Lilith no supo a qué se refería, luego…

—¿Qué has dicho…?

—Me quedo, Lilith. Id preparándoos vosotros para ese viaje, pero yo no iré. Seré uno de los que se queden a acompañar a Chait Rai en su aventura.

—¿Te has vuelto loco…?

—Quizás.