SIETE

Una puerta se abrió frente a Oannes, y éste atravesó el umbral sumergiéndose en la oscuridad interior.

Chait montó su ametralladora y avanzó con precaución. Jonás y Lilith le siguieron al interior de la sala.

No se distinguían las paredes; podrían estar en el centro de una burbuja negra, o parados en el espacio. Pero lo más sorprendente eran los extraños cubos luminosos que flotaban por el aire.

Estaban en una galaxia de estrellas cúbicas. Los había de todos los tamaños y colores, y aunque todos emanaban luz abundante, no conseguían despejar la negrura que cubría la estancia.

Algunos de aquellos cubos contenían gráficos. Otros mostraban tablas de números. Otros parecían libros: mostraban texto en un alfabeto desconocido en una de sus caras mientras las restantes aparecían blancas. Otros estaban llenos de imágenes. Eran tridimensionales como el holotanque que Jonás había visto en la Vijaya, pero lo increíble era que aquí aparecían en profusión. Mostraban la Esfera, Jambudvida, la babel rota…

Uno de ellos, que originalmente mediría unos diez centímetros de arista, empezó a crecer ante sus ojos hasta alcanzar unos dos metros. Jonás observó las imágenes que se desarrollaban en su interior: Una docena de criaturas semejantes a Oannes saltaban y jugueteaban frente a la quilla de una embarcación, rodeados por un mar verdoso y encrespado.

Oannes se acercó a ellos surgiendo de la oscuridad.

—Soy un delfín —explicó—, un mamífero adaptado a la vida marina, cuya inteligencia y longevidad fueron considerablemente reforzadas por la ingeniería genética de los antiguos humanos. Los delfines éramos muy apreciados como pilotos de naves espaciales; nuestro cerebro está mejor diseñado para la orientación tridimensional que el de los humanos. Yo fui adiestrado para pilotar la Konrad Lorenz, esta nave interestelar colectora de hidrógeno. Ahora estáis en la sala de Ordenador. Entre él y yo intentaremos contestar a todas vuestras preguntas.

—Empieza por contestarme a mí —dijo bruscamente Chait Rai—: ¿Por qué has esperado tanto para entrar en contacto con nosotros? A nuestra llegada inundamos la Esfera de mensajes radiofónicos. Y nadie nos contestó.

El delfín se agitó nerviosamente en el aire.

—Por favor, por favor… Yo sólo intentaba pasar inadvertido, pero me habéis demostrado que sois demasiado peligrosos para teneros por enemigos; he decidido convertirme en vuestro aliado. Por favor, mirad a vuestro alrededor, esta sala ha sido preparada para vosotros. Os daré toda la información que me pidáis.

Jonás tocó suavemente uno de los cubos. El cubo se apartó, sin la menor resistencia. Retiró rápidamente la mano.

—Si te estorba —dijo Oannes— toca el vértice superior izquierdo y se cerrará. O apártalo con la mano.

—Ventanas —susurró Lilith—. Esto es un ordenador con un monitor holográfico, que proyecta ventanas tridimensionales. ¡Lo que ocurre es que estamos dentro! ¿Qué vendrá después de esto?

—¿La televisión védica? —ironizó Jonás. Tocó uno de aquellos cubos. Notó resistencia bajo sus dedos, una suave vibración—. Sorprendente. No sólo visión y sonido, sino tacto.

Llevado por un impulso, apretó un cubo entre sus manos. Se redujo instantáneamente de tamaño. Jonás dijo, sin poder ocultar su excitación:

—La última palabra en interfaces: la mano.

—O la aleta —dijo Lilith señalando a Oannes—. Supongamos que quiero escribir. ¿Qué hago?

—Este ordenador reconocerá el habla. ¿Estoy en lo cierto? —preguntó Jonás a Oannes.

—Sí, pero también puedes tener un teclado —fue la respuesta—. Ordenador, un teclado virtual para nuestro visitante.

Una caja rectangular flotante apareció ante el sorprendido mercenario. Su cara superior, de color azul, estaba cubierta de letras y números encerrados en cuadraditos blancos.

—No existe, pero puedes escribir con ella. Toca las teclas. Ah, Ordenador: Cambia las letras por los caracteres de la lengua del Imperio.

Jonás preguntó:

—¿Puede tu ordenador hacer gráficos en cuatro dimensiones? —cosa que sorprendió a sus compañeros.

—Dejemos que el ordenador mismo conteste. Ordenador, ayuda. Haz ahora tu pregunta.

Jonás se aclaró la garganta. Su voz temblaba ligeramente.

—Ordenador, ¿puedes crear ventanas de más de tres dimensiones?

—Sí —la voz tenía un agradable tono. Jonás siguió.

—¿Cómo Kamsa podríamos verla?

—Ponme un ejemplo de número de dimensiones.

—Te lo pongo fácil. Cuatro dimensiones.

—Un tesseract tiene ocho hipercaras cúbicas. Girándolo en la cuarta dimensión, podrás verlas de una en una.

—Ingenioso… ¿Y en cinco dimensiones?

—Un hipertesseract tiene dieciséis hiperhipercaras tesserácticas. Girand…

—Ya basta, ya basta. Me marea pensarlo. ¿Hay un límite a las dimensiones que puedas representar?

—Sí.

—Menos mal. ¿Cuántas?

—1.048.576 dimensiones. ¿Quieres que te muestre un ejemplo? —Jonás creyó advertir un leve tono de ironía en la voz del ordenador.

Chait Rai resopló furioso junto a él.

—¿A qué viene perder el tiempo con todo esto? ¿Acaso estamos en una excursión de fin de semana? —Se volvió hacia Oannes—. Escucha, pez, dijiste que nos ayudarías. ¿Lo harás también contra aquellos que destruyeron la Vijaya? ¿Qué sabes al respecto?

—Sé que habéis traído hasta aquí vuestros conflictos. Y que habéis destruido una babel.

—¿Nuestros conflictos? ¿De dónde vienes tú, entonces?

—De la Galaxia. De vuestro pasado.

El delfín debía saber interpretar las expresiones faciales humanas, porque ante la mirada de asombro de Jonás añadió:

—Nuestras naves exploradoras fueron lanzadas por toda la Galaxia. Miles de naves semejantes a ésta. Normalmente los pilotos eran delfines como yo, conectados mentalmente con un poderoso ordenador. Los pasajeros eran humanos. La totalidad de los humanos de la Tierra…

—¿Por qué…? —preguntó Lilith—. ¿Por qué decidisteis emigrar a Akasa-puspa?

—No emigraron a Akasa-puspa —dijo entonces Jonás— Akasa-puspa se les vino encima.

Lilith y Chait Rai se volvieron asombrados hacia el biólogo.

—¿De dónde has sacado…?

—¿Cómo puedes…?

Jonás levantó las manos pidiendo silencio a sus compañeros.

—Cuando usé aquel psicoproyector… ¿recuerdas, Chait?, vi a Akasa-puspa en el cielo, demasiado lejos, demasiado pequeño… Bueno, fue entonces cuando de alguna forma supe la verdad… No lo sé, pero es posible que aquella máquina me la insertara en alguna remota zona de mi cerebro…

—Pero, ¿de qué estás hablando? —preguntó Lilith.

Jonás se volvió hacia el delfín.

—¿Estoy en lo cierto?

—Estás en lo cierto —confirmó Oannes.

—Escuchad —Jonás se dirigía ahora hacia sus dos compañeros—, sabíamos que el sol amarillo de la Esfera no podía pertenecer a Akasa-puspa, pero no comprendíamos cómo pudo la Esfera haber cruzado el vacío que separa nuestro cúmulo estelar de la Galaxia. ¿Recordáis aquello de Mahoma y la montaña? La Esfera no se movió, fue Akasa-puspa quien viajó hasta el lugar de la Galaxia donde se encontraba la Esfera, y la atrapó.

—¿Eso te parece menos increíble que lo contrario? —protestó el mercenario.

—No, espera, Chait —dijo Lilith—; lo que está diciendo Jonás tiene sentido. Sabemos que los cúmulos globulares orbitan el núcleo galáctico, de la misma forma que un satélite órbita a un planeta, pero…

—Los brazos espirales son prácticamente vacíos —completó el delfín—. El cúmulo globular que vosotros llamáis Akasa-puspa atraviesa un sector de uno de los brazos espirales cada mil millones de años aproximadamente. Al hacerlo pierde estrellas por evaporación, pero también gana algunas otras atrapadas por la gravedad de alguno de sus soles…

Lilith se volvió hacia Jonás, furiosa.

—¿Sabías eso todo el tiempo, y no nos habías dicho nada?

—No, no lo sabía… Quiero decir, no estaba seguro, sólo era una idea absurda insertada en mi mente… Pero ahora…

El delfín revoloteó frente a ellos.

—Permitidme que os muestre algo…

Otro cubo se deslizó hacia ellos. En su interior brillaba la imagen de un planeta azul y blanco, visto desde alguna luna. Formaba un creciente con los cuernos hacia abajo, y un cegador sol amarillo comenzó a emerger tras su curva. Jonás oyó el boqueo de asombro de Chait Rai. Lilith permaneció impasible; estaba acostumbrada a los sofisticados aparatos del Imperio.

—Al principio fue la Tierra —dijo la voz de Ordenador.

El espacio aparecía singularmente desnudo, pero no vacío, como el cielo de Martyaloka. Había estrellas, pero pocas y apagadas, apenas cabezas de alfiler de un frío color blanco sobre un fondo negro. Jonás lo halló casi desagradable, acostumbrado al cálido fondo multiestrellado de Akasa-puspa.

—La historia de la Tierra es larga y oscura. Pero sólo adquiere interés a partir de los primeros viajes espaciales. En esta ocasión prescindiré de la historia, pero puedo aseguraros una cosa: los que llamáis «bhutani» son, en efecto, nativos de este planeta.

El cubo mostraba ahora un vehículo espacial en forma de cilindro puntiagudo, despegando sobre una columna de llamas naranja.

—La ingenua idea primitiva era construir ciudades bajo cúpula en otros planetas. Esto era una estupidez, ya que la gravedad exige un alto precio en energía. De hecho, apenas se construyeron. La colonización del espacio, no de los planetas, fue factible incluso en las primeras etapas.

El planeta desapareció. En su lugar, una mandala colgaba ahora sobre las cabezas de los espectadores. Parecía muy similar a las que ellos conocían. De hecho hasta les pareció anticuada.

—Un momento… —era la voz de Chait Rai. El mercenario miró a los dos biólogos que parecían embelesados por el espectáculo, y luego se volvió hacia el delfín—. ¿Qué significa todo esto? Puede que para vosotros sea muy interesante, pero a mí me parece que el momento no es el más apropiado para una clase de historia.

—Por favor, Chait… —le susurró Jonás.

—¡Y una mierda! Tenemos problemas muy graves, amigo.

El delfín levitó junto a ellos.

—Os pido un poco de paciencia. Todas vuestras preguntas serán contestadas… Os lo prometo. Pero, si quiero tener alguna esperanza de que me entendáis, antes deberé explicaros los antecedentes. Estáis contemplando el pasado de vuestra raza, el inmenso poder que llegaron a alcanzar vuestros antepasados. Prestad atención y comprenderéis lo terrible de nuestro destino.

—Por favor, continúa —dijo Lilith.

Chait se calló a regañadientes, y se puso a pasear furioso por la sala.

—Una vez alcanzado un nivel inicial —siguió imperturbable Ordenador—, se produjo un rápido despegue. —La imagen en el interior del cubo suspendido sobre sus cabezas era ahora la de un asteroide. El cubo se agrandó aún más, dando la sensación de que el pequeño mundo caía sobre ellos. Jonás encogió la cabeza entre los hombros.

Un objeto destacaba: una serie de anillos plateados y alineados, reconocibles como un impulsor de masas. De nuevo algo conocido.

—La minería asteroidal fue el incentivo económico. La escasez de materias primas de todas clases se hacía sentir en la Tierra. La crisis del petróleo, la crisis del aluminio, del cobre, del fosfato, de una serie de materiales imprescindibles, habían creado una situación de tensiones permanentes entre los grupos nacionales de la Tierra. De modo que la nueva riqueza «llovida del cielo» fue bien acogida…

La imagen del asteroide desapareció. Su lugar fue ocupado por… ¿Una ciudad? Era una disposición regular de pequeños objetos en forma de cuadrados y rectángulos conectados por pistas de metal. Jonás estaba a punto de reconocerlo cuando se le anticipó Lilith.

—Circuitos integrados de ordenador. Como los del Imperio —dijo en voz baja a sus compañeros.

—Casi al mismo tiempo que los viajes espaciales —continuó Ordenador— nacieron dos ciencias que se desarrollarían mucho en los siglos que siguieron. Una fue la mecanización del pensamiento; la otra…

Una nueva imagen apareció. Era como dos serpientes enroscadas una en torno a otra, con peldaños uniéndolas. Esta vez fue Jonás quien la reconoció primero.

—La doble hélice del ADN.

—La otra fue la ingeniería genética. Ambas contribuyeron a la colonización del espacio, cada una a su manera. Los ordenadores fueron necesarios para ir al espacio. La ingeniería genética permitió poblarlo.

La nueva imagen era irreconocible. En el vacío poblado por las pocas estrellas se distinguía lo que parecía ser una bola de pelusa plateada. La imagen se fue acercando, mostrando que los «pelos» eran…

—Árboles. Como los de la cáscara —dijo Lilith.

—Después de todo —siguió narrando Ordenador—, el vacío es un medio. Las plantas no deben soportar su peso, lo que les permitía emplear sus recursos en escudarse contra el vacío y las radiaciones. Pero ya habían tenido ocasión de adaptarse a un medio hostil, cuando pasaron del mar a la tierra seca.

Unas figuras humanas flotaban junto a un tallo. A juzgar por la escala, dicho tallo debía medir cuarenta centímetros de diámetro por algunas decenas de kilómetros de largo. Los enormes tallos flotaban lánguidos en el espacio.

—La energía solar es más intensa y continua en el espacio. El principal problema era la falta de materia orgánica. Los asteroides eran de roca o metal, y apenas algunos poseían hidrocarburos. El agua había que buscarla en planetas masivos, como la Tierra… o en el frío espacio.

El cubo mostraba ahora al sol de la Tierra como una pequeña luz de arco. Una gigantesca mandala flotaba en primer término.

—El halo de cometas del sol poseía ingentes cantidades de agua, metano, amoníaco y granos de minerales que las plantas podían aprovechar. En suma, a la Humanidad le aguardaba un futuro prometedor. Pero aquí se sembraron las semillas de discordia.

El cubo se cerró, y otro ocupó rápidamente su lugar. Contenía una escena de la Tierra. Un grupo de hombres ataviados con ropajes extraños estaban reunidos en un hemiciclo. Escuchaban el discurso de un individuo con túnica y sandalias, y algunos de los oyentes discutían entre ellos con acritud. Al menos eso podía deducirse de sus gestos.

—Uno de los grupos de presión de la época era el de los ecologistas. Los cuasidesastres ecológicos del siglo anterior les habían dado la razón en parte, pero ahora muchos de ellos se indignaban por lo que llamaban «contaminación del medio ambiente cósmico». Afirmaban que contaminar de vida, los planetas naturales era un crimen ecológico de naturaleza similar a la destrucción de los bosques. No querían ver a «esos radiantes kilómetros cúbicos de luz pura y celestial» ocupados por receptores de energía solar, pese a que ellos abogaron elocuentemente por su uso en la Tierra.

»De todos modos, no era la opinión mayoritaria de tales grupos. Otros sostenían que la colonización espacial por medio de seres vivos era el triunfo definitivo de sus ideas. Hablaban de una «Ecogalaxia» en el que las civilizaciones se comunicasen, no por medio del rugido de los cohetes, sino saltando de oasis espacial en oasis espacial.

Inconscientemente, Jonás evocó una imagen absurda: enormes camellos saltando sobre asteroides, como niños sobre las piedras en el cauce de un río…

El primer cubo volvió a abrirse. En su interior seguía flotando la mandala. Pero ahora ya no era una sola.

—En lo que respecta a la vida diaria, sencillamente no se podía prescindir de la tecnología mecánico-electrónica. Los robots y ordenadores seguían siendo auxiliares valiosos, mientras el proyecto biótico seguía desarrollándose. Eran dos enfoques distintos, pero no opuestos.

Semejante a un cangrejo metálico, una máquina con patas se arrastraba por un paisaje rocoso y caótico bajo un sol ardiente. Jonás conjeturó que estaban en algún planeta cerca del sol.

—Las máquinas necesitan principalmente metal, silicio y energía. Estas cosas estaban disponibles en la parte más interior del Sistema Solar. Las plantas necesitan principalmente carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno… y energía. Estaban disponibles en los cometas. Los colonos humanos del sistema solar interior necesitaban materia orgánica. Los del exterior, energía. Durante varios milenios no hubo problemas. Pero, para solucionar sus necesidades comunes, emprendieron un proyecto colosal…

La imagen que flotaba ahora en el centro del cubo, mostraba el típico aspecto de un planeta gigante gaseoso: bandas coloreadas representaban las zonas de alta y baja presión del titánico mundo alargadas y comprimidas por el rápido giro de éste. Una curiosa mancha roja cerca de su ecuador, sin duda una milenaria tormenta.

—En nuestro primitivo sistema había un planeta gigante gaseoso al que llamábamos Júpiter —siguió narrando Ordenador.

»Enormes reactores de fusión, de aspecto no muy distinto a la Konrad Lorenz, fueron colocados en sub-órbitas dentro de la atmósfera de Júpiter. Absorbían el hidrógeno gaseoso gracias a sus estatorreactores, y lo convertían mediante fusión en elementos más pesados, como el hierro. Unos poderosos campos magnéticos, activados por satélites sincrónicos, extraían los elementos de Júpiter y lo propulsaban a través del espacio interplanetario hasta las proximidades del sol.

Jonás contemplaba boquiabierto la espectacular obra de ingeniería.

Los gigantescos fragmentos de hierro y rocas, algunos casi del tamaño de un planeta como la Tierra, fueron puestos en órbita, volviéndose más numerosos a cada momento.

La película había acelerado, y ahora mostraba la labor de décadas comprimida en unos pocos minutos. La Esfera estaba tomando forma.

—Sin embargo —continuó el ordenador—, la fusión nuclear no sólo convierte el hidrógeno en elementos cada vez más pesados, sino que también libera grandes cantidades de energía. Ciertas partes del planeta se calentaron hasta formar un horno nuclear que emitía una fuerte radiación en forma de peligrosas ondas cortas, que se dispersaban en todas direcciones, y que interceptarían la Tierra.

—Hubiera tenido poco sentido construir la Esfera —comentó irónicamente Oannes— si con ello la mitad de la población humana fuera a enfermar mortalmente de cáncer a causa de los desechos industriales de su construcción.

—¿Qué hicieron entonces? —Preguntó Jonás.

—Fíjate…

El cubo mostraba ahora un diminuto planeta calcinado, con una órbita muy cercana a la estrella amarilla.

—Este era Mercurio, que distaba sólo 58 millones de kilómetros del Sol, y que tenía una superficie intolerablemente caliente, de forma que nunca llegaron a establecerse estaciones permanentes en su superficie.

»Una serie de titánicas explosiones en puntos escogidos de su superficie lo sacaron de su órbita, y lo lanzaron describiendo una espiral hacia las proximidades de la órbita de Júpiter, donde fue rápidamente desmantelado con varias explosiones más, y con sus restos fue construida una especie de mini-esfera en torno al gigante gaseoso para proteger a la Tierra, y al resto de los planetas interiores, de las mortales explosiones de radiación nuclear. Mientras tanto, los nuevos materiales obtenidos en Júpiter eran lanzados a través de las brechas de la mini-esfera.

—Conforme avanzó la obra fue preciso ir reforzándola con los materiales extraídos de Io, Europa, Ganímedes y Calixto, las mayores lunas de Júpiter, que también fueron desmanteladas.

»Doce siglos después de haber iniciado la empresa, millones de objetos volantes rodeaban al Sol, formando una cáscara cada vez más espesa, que aprovecharía la energía solar hasta el último ergio. Finalmente fue necesario desmantelar también a Saturno, Urano y Neptuno, (el resto de los gigantes gaseosos con los que contaba el sistema solar) para ver completada la Esfera.

»La construcción de la Esfera de Dyson fue una empresa conjunta de los colonos del Halo y los colonos Interiores. Estos últimos blandían un argumento tradicional… la necesidad de disponer de más energía. Los del Halo decían que «no debía permitirse que el Sol desperdiciase el 99.999999999 por ciento de su energía en calentar e iluminar espacio vacío, derroche digno del bárbaro Siglo Veinte».

»Ambas tecnologías siguieron desarrollándose. Y los colonos del Halo incluso descubrieron algo que los favoreció aún más.

Una imagen familiar pareció materializarse sobre sus cabezas. Era un juggernaut.

—Eso ya lo conocemos —dijo en voz alta Jonás—. Mide más de un kilómetro.

—Este ejemplar mide cinco milímetros —fue la respuesta de Oannes.

—¿Eh? —dijo Jonás, no muy elocuentemente.

—Al parecer, existía vida natural en el espacio. Estas criaturas parecían adaptadas a él. Se ignora si evolucionaron en un cometa de órbita irregular que se acercaba a algún sol, o a partir de esporas microbianas de origen planetario; o eran artificiales.

—No creo que lo hiciesen en un cometa —dijo Lilith—. No tendrían bastante masa como para acumular gran variedad de compuestos de carbono. Y entonces… Bueno, escuchemos.

—Los colonos del Halo se encontraron con una criatura mucho mejor adaptada que cualquiera de las que habían creado.

Una imagen subrayó las palabras de Ordenador:

Un grupo de hombres con traje espacial trataban de poner un parche en el tronco de un árbol, del que escapaba un chorro de vapor blanco. El chorro hacía saltar al parche a varios metros antes de que lo recuperasen.

—De todos modos —dijo Oannes con una voz cargada de dramatismo—, el descubrimiento no tuvo la trascendencia que luego adquirió cuando quedó patente la terrible amenaza que pesaba sobre la recién concluida Esfera, y sobre toda la Humanidad…

Un nuevo cubo se dirigía hacia ellos, al tiempo que aumentaba el tamaño de sus aristas, mostrando las increíbles imágenes que danzaban en su interior.

La voz de Oannes enmudeció, en el mismo momento en que una siniestra nota de órgano subrayaba su punto y aparte.