Hari Pramantha caminó lentamente por el curvado corredor que conducía al sollado. Dos monjes Sikhs montaban guardia frente a la puerta de la mayor sala de la nave.
Hari se detuvo junto a ellos.
—Santam, siram, adwaitam, hermanos —dijo solemnemente—. He sido enviado por nuestro común hermano, el acarya Swami, para procurarles un poco de paz espiritual a estos desgraciados.
El más veterano de los dos monjes le dirigió una mirada suspicaz.
—Nuestro común hermano no nos ha advertido al respecto.
—En ese caso, nuestro común hermano ha cometido un descuido imperdonable. Es vikarma[141] negarle el consuelo espiritual a unos condenados.
Los dos guardias se miraron un instante.
—De acuerdo. Pasa, hermano.
Hari atravesó el umbral, y tuvo que enfrentarse una vez mas con las miradas de asombro de sus antiguos compañeros. Allí estaban todos los demás: Yusuf, el sargento Bana, y los marinos de la Vajra, acompañados por el capitán Ulm Idlis y los guardias del Imperio.
Bana se adelantó furioso.
—¡Qué asuras…! —empezó a decir apretando los puños.
Pero Hari actuó rápidamente. No había tiempo para explicaciones. Sacó la ametralladora arrebatada al Sikh muerto, y que había mantenido oculta bajo los pliegues de su hábito, y se la entregó a Bana.
El sargento de infantes se quedó mirándole estúpidamente. Hari se apartó, y señaló la puerta.
Bana no necesitó nada más. Abrió fuego. Una ráfaga de ametralladora se esparció regularmente de derecha a izquierda, a la altura del pecho. Los proyectiles con camisa de acero atravesaron la delgada puerta del sollado como si fuera una cortina de seda. Hari se quedó aturdido por la súbita violencia y las narices atascadas por el acre olor de pólvora quemada. Hubo dos períodos de momentáneo silencio, ambos seguidos por la larga tos de la ametralladora. Después, silencio otra vez.
Un instante después la destrozada puerta se abrió. Lo primero que vieron fueron los cuerpos de los dos guardias Sikhs tendidos en el suelo.
El Comandante Isvaradeva pasó junto a los dos cadáveres, y se dirigió a sus hombres.
—Debemos darnos prisa si queremos que esta nave vuelva a ser nuestra —dijo—. El factor sorpresa era nuestra única ayuda… pero me temo que después de esto ya no podemos contar con ello.