SIETE

Lentamente, Hari Pramantha fue volviendo a la vida. Abrió unos ojos enrojecidos, miró uno a uno a los hombres que le rodeaban, mientras un sudor frío perlaba su frente. Súbitamente se volvió a un lado para vomitar una espuma amarillenta.

—Lo siento, Comandante… —murmuró con voz débil.

Lo habían tendido en una de las literas, y el oficial médico, sentado en el borde de ésta, le apretó la muñeca.

—Es increíble, Comandante —dijo—; su pulso se ha normalizado de una forma milagrosa.

—No es ningún milagro, doctor —dijo Hari intentando incorporarse. Desistió—. Son los efectos del acondicionamiento chittas[140] de la Hermandad. Se supone que yo no era capaz de hacer… lo que he hecho. Matar a un Hermano.

—¿Qué sabes de todo esto, reverendo? —preguntó Isvaradeva.

Hari pasó una mano por su rostro.

—Yo había sido enviado a la Vajra como espía de la Hermandad… —Pero no debieron de poner a prueba de esa forma mi acondicionamiento, pensó para sí—. Habel Swami es el acaryas que está a cargo de esta expedición. Partió de Vaikunthaloka antes incluso que nosotros, pero tuvo que hacer escala en Martyaloka…

—¿Cuál era su misión?

—Apoderarse de la nave Imperial, averiguar qué tipo de arma estaba destruyendo a los rickshaws… ¿Qué más da? Lo cierto es que apenas avistaron la Esfera, se dieron cuenta de que tenían entre manos un pez mayor del que habían venido a pescar…

—Y tú lo sabías todo durante todo el tiempo —dijo Ajmer acusadoramente.

—Sí —admitió Hari—. Fue por eso por lo que no quise descender al planeta. Prefería mantenerme al margen… Estaba seguro de que si ponía a prueba mi acondicionamiento podría suceder algo así.

—Lo pasado, pasado está —dijo Isvaradeva—. Lo importante es que ahora estás con nosotros. ¿Crees que podrás seguir ayudándonos?

—Sí, Comandante. Ya estoy casi bien.

—Perfecto, porque no podremos salir de ésta sin tu ayuda. ¿Sabes dónde están encerrados el resto de mi tripulación y los guardias imperiales?

—No, lo siento, Comandante, pero Swami se mostraba ya muy suspicaz. No me atreví a preguntarle nada mas.

—No importa, sólo hay un sitio en la nave donde pueden haberlos encerrado a todos: el sollado.