SEIS

Lilith sollozaba. Toda su frialdad se había esfumado. Ahora era sólo una mujer asustada, con el pelo sucio y revuelto, y la ropa hecha jirones mostrando las magulladuras y erosiones que salpicaban su cuerpo.

La llegada de Jonás y el mercenario le alivió algo. Ella también temía que Jonás hubiera muerto.

Durante el camino habían sufrido varios terremotos, ninguno demasiado fuerte, pero en el transcurso de uno de ellos la montaña había acabado por derrumbarse sepultando los restos del reptador.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —dijo Lilith.

—Iremos hacia la Ciudad. Los salvajes son los únicos que pueden ayudarnos —afirmó Chait.

—¿Quieres decir que todos nuestros compañeros han muerto? —preguntó Lilith casi con un susurro.

—Sí.

—No —dijo nerviosa—, no es posible… Estás equivocado… Eso es imposible…

Chait la tomó de los hombros, y la sacudió enérgicamente.

—Nosotros estamos vivos. No podemos rendirnos ahora.

Jonás sacudió la cabeza como si se negara a creer lo evidente.

—Pero la Vijaya no ha podido…

—Jonás, lo que viste estrellarse contra la babel era la Vijaya. Nuestro campamento estaba en la base de la babel… Somos los únicos supervivientes. Cuanto antes te hagas a la idea de esto mejor para todos.

—Un momento —intervino Lilith—: ¿Y Hari, Yusuf, y los demás del transbordador…?

El ksatrya se encogió de hombros.

—Quién sabe. Lo mismo que atacó a la Vijaya pudo muy bien acabar con ellos…

—¿Atacó? ¿Quién…?

—¿Qué más da? Ya lo averiguaremos. Hay cosas más urgentes. A partir de ahora deberemos proceder sin esperar ninguna ayuda del exterior. Vamos.

Se pusieron en marcha. Chait había mirado al cielo intentando orientarse, pero el sol amarillo era imposible de distinguir entre la espesa capa de nubes que lo cubría. De no ser por la luz extra proveniente de la Esfera, la oscuridad habría sido total. Pero Chait había decidido una dirección, y los tres se habían puesto a caminar hacía allí. Jonás tenía serias dudas sobre que aquél fuera el camino adecuado, pero sabía que el ksatrya, como buen militar que era, no iba a reconsiderar su primera decisión.

Lilith sangraba por un oído. Al parecer la explosión le había reventado aquel tímpano. Sí algún día regresaba al imperio podrían curarla sin problemas, pero Jonás apenas oía nada por ninguno de los dos, y ya había olvidado los tiempos en los que no escuchaba aquel constante zumbido.

—No te preocupes —le había dicho Chait—; si oyes algo, es que a ti no te ha saltado el tímpano. En un par de días estarás completamente recuperado.

Jonás se sintió irritado por la indiferencia de Chait Rai.

—Ahora que pienso… ¿tú oyes bien?

—Abrí la boca. Es lo que hay que hacer si va a explotarte un obús cerca. Ahora, no malgastes aliento y camina.

Caminaron, rodeados por un apocalíptico paisaje. Estaban cansados, muy cansados, incluso antes de emprender la marcha. Jonás se sentía como si las prótesis de sus piernas se hubieran convertido en plomo, tenía los huesos molidos, y los músculos al borde del agotamiento. Durante dos veces en los últimos minutos, había tropezado y caído cuando no existía una razón aparente para ello. Pese a todo siguieron adentrándose en la creciente oscuridad que cubría rápidamente el planeta, mientras crecía la preocupación de que cada paso pudiera ser el último. Apenas distinguían el terreno que pisaban, en cualquier momento podían desaparecer los tres por una grieta recién abierta por los terremotos.

Después de media hora, tal vez un poco más, se detuvieron al pie de la empinada pared de roca.

—¿Qué distancia crees que hemos recorrido, Chait? —preguntó Lilith.

—Unos cinco kilómetros; nos hallamos bastante cerca. —Tanteó la pared rocosa que se elevaba frente a él.

—¿Y ahora, qué? —preguntó Jonás mirando desanimado la pronunciada pendiente.

—¿Ahora qué? —dijo el mercenario—. Debemos de subir hasta arriba, por supuesto. La Ciudad está en la cumbre. Descansaremos cinco minutos, e iniciaremos la ascensión.

—¿Cómo? Por Krishna, has visto mis piernas. No podré escalar esa pendiente.

Chait le echó un vistazo apreciativo.

—Sí podrás.

—Chait —intervino Lilith—, ¿no será peligroso? Si un terremoto nos sorprendiera mientras subimos…

—No habrá más terremotos.

—¿Cómo lo sabes? —gritó Jonás— ¿Eres experto en sismología?

—No habrá más terremotos, punto.

—Pero…

—Silencio. —El mercenario había tapado la boca de Jonás con su mano—. Agachaos, alguien viene.

Los dos biólogos obedecieron.

Chait, con su arma preparada, observó parapetándose prudentemente tras una amplia roca. Se puso en pie y alzó los brazos.

—Son los nativos —dijo.

El grupo de nativos llegó hasta ellos cabalgando unos curiosos animales semejantes a cabras, pero sólo un poco más pequeños que los phantes. El sacerdote iba en cabeza.

Chait Rai era el único que aún poseía un traductor en condiciones, por lo que tuvo que ir repitiendo las palabras del nativo.

—Dice que cuando la babel cayó, él salió despedido fuera de la cabina del… No sé cómo lo ha llamado, pero supongo que se refiere al reptador. A diferencia de nosotros no rodó ladera abajo, de modo que se puso en pie, y se dirigió hacia la Ciudad en busca de ayuda… Los terremotos y la tormenta les han retrasado un poco, pero… bueno, aquí están.

—¡Y qué a tiempo! —exclamó Lilith.

Les habían traído monturas, y Jonás observó con cuidado la suya. Tenía dos amplios cuernos echados hacia atrás, semejantes a los manillares de una bicicleta. Los cuernos surgían de una placa córnea que cubría la cabeza y se extendía hacia delante, formando una especie de pico. El labio inferior, largo y musculoso, se prolongaba para tener la misma longitud que el «pico» córneo. Tenía dos anchos cascos en cada pie, muy separados y un poco prensiles, dotados de una asombrosa capacidad de adherencia a las rocas.

Se dirigieron hacia la Ciudad. Aquellos animales trepaban por el barranco y saltaban las grietas como auténticas cabras.

Rodeado por un paisaje cada vez más sombrío, Jonás no dejaba de tener pensamientos igualmente negros.

¿Quién había destruido la Vijaya? ¿Era posible pensar que todo había sido un estúpido accidente? Pero no, la tecnología imperial estaba muy por encima de ese tipo de accidentes. Alguien había atacado a la nave de fusión; la pregunta era… ¿quién? ¿Algún sistema automático activado casualmente por alguno de los hombres que habían explorado Jambudvida? ¿Era posible que los nativos hubieran estado mintiéndoles desde el principio? Se hacían pasar por salvajes, y en cambio vivían en ciudades rodantes supertecnológicas. ¿Habían destruido ellos la Vijaya, y ahora conducían a los únicos supervivientes hacía algún tipo de sacrificio ritual…?

Se revolvió inquieto en su montura. No debía de seguir pensando así, o acabaría tan loco como el eunuco… a quien la rueda del samsara le hiciera reencarnarse como bacteria.

Al final, la Ciudad apareció en la llanura que se extendía por encima del cañón labrado por la babel.

No parecía haber sufrido demasiados daños, y seguía moviéndose, aunque Jonás hubiera jurado que mucho más lentamente. En cambio, las cuadrillas de pequeños robots auxiliares que la acompañaban habían desaparecido. Quizás los terremotos y la tormenta habían estropeado a muchos, y ahora estaban reparándolos.

Siguieron avanzando hasta guarecerse bajo la sombra de la Ciudad. Jonás levantó la cabeza observando la panza del gigantesco hábitat rodante. Una impresionante estructura de placas de acero y tuberías que se deslizaba a veinte metros sobre él. Dispuestas en una rejilla regular se levantaba a su alrededor un bosque de chirriantes orugas. Cada una de ellas mediría diez metros de altura por unos treinta de longitud, y había miles, rodando lentamente y soportando el monstruoso peso de la Ciudad.

Una amplia rampa metálica había descendido frente a ellos, sujeta por unas gruesas cadenas como el puente levadizo de un castillo. Se arrastraba por el suelo gracias a unas pequeñas ruedas metálicas. El grupo de cabras-montura ascendió tranquilamente por ella.