La voz de Jai Shing era más chillona debido a la ira.
—¿Dónde estaban ustedes escondidos mientras la Vijaya era atacada?
Jonás se limitó a parpadear con lentitud.
—Investigando.
—¡Investigando! ¡Investigando! ¡Y mientras tanto, han destruido a la Vijaya! ¡Sí, destruida! Todos muertos, salvo los pocos que hemos podido escapar en el transbordador de salvamento.
Jonás miró el pequeño grupo. Apenas veinte personas entre científicos e infantes de marina. Reconoció a Dohin entre los científicos, y al cabo Konarak entre los infantes, y… a nadie más. Prhuna, Sudara, Ban Cha, Coroes… ¿Todos habían muerto? A Jonás no acababa de entrarle esto en la cabeza.
—¿Por quién? —Era Chait Rai.
—¡Kharole o la Hermandad, no importa quién!
—Importa mucho —dijo el mercenario—. Pues, si Kharole es quien la ha destruido, quizás debo considerarlo a usted como enemigo. ¿La nave atacante se identificó?
—No —dijo Chait tras meditar un segundo—. Nos haremos fuertes aquí. Fabricaremos algunas armas. Podemos entrenar a los nativos y…
—Un momento, un momento. ¿De qué Putana está hablando?
—Sea lo que sea lo que atacó a la Vijaya tendremos que hacerle frente tarde o temprano. Lo mejor es que empecemos a prepararnos desde ahora mismo.
—¿Me está tomando el pelo, mercenario? Lo único que quiero es salir de aquí y regresar al Imperio. No voy a permitir que empiece a disponer las cosas como si pensáramos quedarnos más tiempo.
—Es usted un estúpido, Shing. Así que «quiere regresar al imperio» —Chait imitó la vocecilla y los gestos del eunuco—. ¿Y qué mierda cree que queremos todos? Salir de aquí, nada más que eso. Pero, ¿cómo? ¿Tiene alguna genial idea de cómo vamos a regresar a Akasa-puspa, gramani? ¿Con ese transbordador?
—Tiene que haber un medio… Usted tiene que sacarme de aquí… —El eunuco se dejó caer sobre una silla, y se puso a sollozar amargamente.
Chait lo contempló durante un rato con una mueca de repugnancia pintada en su rostro.
—Vamos —dijo, dirigiéndose a los catorce infantes supervivientes—. Tenemos trabajo que hacer.