Los técnicos imperiales estaban preparados para la tarea de traducir un nuevo idioma, pero no resultó tan sencillo como habían calculado al principio.
Empezaron por interrogarles sobre el significado de algunas palabras sencillas. El ordenador almacenaba cada palabra y su traducción. Primero, objetos. Luego, una vez se hubo acumulado bastante vocabulario, verbos. Esto era más difícil, porque se trataba de conceptos abstractos.
Se produjeron algunos divertidos lapsus, debido a malentendidos. La expresión «Padre de los Cielos» quedó traducida muchas veces por «Viejo que está en las Nubes». La palabra «interior» se confundió con «vacío» (se usaron recipientes vacíos para tratar de entender el concepto). Para indicar el concepto «alegría», Sudara señaló a unos perros que jugaban, de modo que las primeras solemnes palabras que pronunció Gwalior fueron «Movemos el rabo al estar entre vosotros», lo que provocó risas y algunas expresiones de extrañeza.
—Todos los idiomas humanos tienen una estructura igual. Sólo es cuestión de tiempo para que el ordenador logre captarla. El problema es que los ordenadores no saben mucho del mundo real. Si, por ejemplo, decimos: «Hay un hombre en la sala que lleva un sombrero verde», el ordenador podría concluir que es la sala la que lleva el sombrero.
—¿Cómo lo evitáis? —preguntó una vez Jonás.
—Bueno, cada diálogo se incorpora a un tipo de guión, en el que se proporcionan datos sobre las propiedades de cada objeto. De igual modo que nosotros sabemos que las salas no llevan sombrero. Contamos con un total de doscientos treinta y seis guiones sobre situaciones comunes…
—… y a veces aparecen situaciones no previstas —concluyó Jonás.
De modo que, cuando les preguntaron a los nativos «¿Cómo sabíais que íbamos a llegar?», Jonás se sintió escéptico al oír:
—Dios nos lo ha dicho.
Sudara aseguró que la traducción era exacta en el 98.67 por ciento. Una sorpresa mayor fue el oír: «Dios nos dijo que veníais en una nave celestial impulsada por el fuego solar, pero que la dejaríais en lo alto.»