CINCO

—Los constructores de la Esfera son seres humanos, pero con una tecnología muy por delante de todo lo conocido incluso por el Imperio —dijo la imagen de Sudara desde la pantalla del puente de la Vijaya.

—Muy bien, doctor, le felicito —dijo el Comandante Prhuna revolviéndose nervioso en su sillón de mando—. Veo que no han perdido el tiempo, pero, ¿dónde están ahora el doctor Chandragupta y el capitán de los mercenarios?

—Jonás y Chait Rai han tomado uno de los ascensores-babel, y en estos momentos descienden hacia el planeta.

—Pero… —Prhuna intentó calmarse—. Ustedes tenían órdenes de no separarse.

—Ya lo sé, Comandante, pero se tardan dos días en descender por una babel. Y todos estuvimos de acuerdo en que no era conveniente arriesgar al grupo entero. Pensamos que ésta es la actitud más prudente por nuestra parte.

—Podrían haber empleado el tiempo explorando ese anillo. Por lo que he entendido, sólo han visitado una mínima parte de él.

—Incluso con toda la tripulación de la Vijaya ayudándonos tardaríamos años en recorrerlo todo. Este lugar es mayor que toda la superficie del planeta. Nosotros ya no podemos hacer gran cosa aquí.

—Entiendo. De todas formas manténgame informado, ¿lo hará, doctor?

Sudara asintió, y Prhuna cortó la comunicación. Durante un par de minutos permaneció en silencio, rodeado por el bullicio del puente, sin apenas prestarle atención. Los esferitas eran humanos, después de todo. Esto ya era una respuesta. Pero, a su vez, dejaba abiertos un sinfín de interrogantes.

¿Seremos nosotros sus descendientes…? —se preguntó. A cada momento que pasaba, Prhuna se iba dando cada vez más cuenta de que lo que había empezado como una misión de rutina estaba escapándosele de las manos. Y las consecuencias que derivarían de aquel viaje eran imprevisibles.