SEIS

Ozman se había puesto uno de los trajes de espuma desechable del Imperio, y había caminado lentamente, contando sus pasos sobre la amplia curva que era la cara interior del cascarón del juggernaut muerto.

Le rodeaba una oscuridad espesa que los focos de su casco apenas podían taladrar.

Siguió la vía del monorraíl que utilizaban los imperiales para moverse rápidamente de un extremo a otro de la estación. Era el único sistema de orientación de que disponía, y lo utilizó a pesar del peligro que entrañaba. Cuando los imperiales descubrieran al guardia muerto, saldrían a buscarle utilizando precisamente aquel mismo monorraíl.

Finalmente calculó que había llegado a su punto de destino, se acuclilló, y colocó la masa explosiva que llevaba consigo pegada a la superficie córnea. Se alejó unos metros, hasta que consideró que se hallaba a una distancia segura, y dirigió hacia ella el arma que le había arrebatado al guardián unos minutos antes. Un fino rayo de luz coherente roja se movió sobre la masa explosiva.

En uno de los extremos del visor del casco que llevaba puesto, apareció una ventana que le mostraba una ampliación de la escena que tenía ante él teñida en tonos rojos. Accionó un interruptor del rifle de partículas, y la imagen monocroma sufrió un violento zoom, hasta que la masa explosiva pareció acercarse a menos de medio metro de él.

Ozman maldijo furioso. Con armas como aquéllas, hasta el más torpe y miope soldado imperial podía competir en puntería con el mejor tirador de la Utsarpini.

Desechando aquella idea comprobó la hora que marcaba su reloj, y se sentó tranquilamente a esperar hasta que se cumpliera el plazo previsto.