Había sido como intentar subirse a un carrusel en marcha. El único punto accesible era el extremo del huso que era el cascarón del juggernaut muerto.
Bana había dirigido hacia allí a sus hombres, y después le había cedido el puesto de cabeza al cabo Jhangar, zapador especializado en accesos difíciles.
Jhangar abría el camino sobre la piel del animal. Técnicamente era como avanzar colgado del techo de alguna superficie rocosa. Para conseguir gravedad artificial los imperiales habían dotado al juggernaut de rotación. Los infantes de marina debían de moverse como moscas sobre el plato de un tocadiscos. La fuerza centrífuga parecía empeñada en arrojarles lejos.
Como siempre, antes de vérselas con el enemigo, tenían que cruzar el peligroso espacio intermedio.
El grupo avanzaba muy lentamente; Jhangar utilizaba una taladradora eléctrica para ir abriendo agujeros en la piel coriácea. Tras esto, introducía spits de montaña en los agujeros, y los aseguraba con un par de golpes con el mango de la taladradora. De cada spit colgaba un estribo del que se serviría el resto de la tropa. Tardaron cinco horas en alcanzar su punto de destino mediante este sistema. Las aparatosas armaduras de combate no les facilitaban en absoluto el trabajo.
Para entonces, el segundo grupo comandado por el capitán Chait Rai, tras cumplir con su período de descompresión, ya había partido de la Vajra, y cruzaban el vacío que los separaba del juggernaut.