—Lo siento. Pero sin una orden directa del propio Gramani Jai Shing no puedo permitirle acceder al compartimento de salida.
El infante de marina de la Utsarpini Ozman Nasser se encogió de hombros.
—Esto me parece ridículo. ¿Sabe cuánto tiempo tardaré en ponerme este traje? —dijo, exhibiendo la escafandra de vacío de lona y caucho que llevaba descuidadamente sobre su brazo derecho—. Estaré ahí dentro a su merced mientras me lo coloco. ¿Cómo iba a engañarle? Usted sólo tendría que abrir la compuerta al vacío y…
Pero mientras hablaba, sabía que el guardián no se iba a dejar convencer. A pesar del uniforme de la Marina que llevaba puesto, el otro hombre lo observaba como un guerrero que mide a su oponente. Su proyector de partículas estaba listo para entrar en acción.
—Usted es un militar como yo —dijo el guardián—. Por favor, comprenda que he recibido unas órdenes y que debo cumplirlas.
—Muy bien, llame… —Ozman señaló el interfono—. Compruebe que he recibido permiso del mismísimo Jal Shing. Vamos, ¿a qué espera?
El guardián pareció dudar un momento. Finalmente se dirigió al aparato de comunicación sin dejar de encañonarle.
Empezó a marcar el número de las habitaciones privadas del eunuco.
Ozman cambió el traje de vacío de brazo, con un movimiento natural.
Un dardo de acero se clavó en el pecho del guardián. Este observó la pequeña flecha con mudo asombro. ¡Se suponía que los hombres de la Utsarpini no estaban armados!
Reaccionó tarde. Alzó su arma hacia Ozman, pero éste giró rápidamente sobre sí mismo, y se la arrancó de las manos de una certera patada. Acto seguido, saltó hacia el guardia, y le hundió la tráquea con un golpe dado con el canto de su mano derecha.