—Ahí va el primer grupo —comentó Isvaradeva.
Se encontraba junto al capitán Chait Rai, al otro lado de la puerta que conducía a la cámara de descompresión, observando la salida de los infantes a través de un monitor.
Los hombres habían formado grupos de cinco miembros. En cada grupo, cuatro hombres eran arrastrados por el quinto que se servía de un pequeño impulsor a base de hidrato de hidracina y agua oxigenada.
El capitán Chait Rai se volvió hacia sus hombres y les ordenó que ocuparan sus puestos en la cámara de descompresión.
—Sabemos que los laboratorios se encuentran en la zona ecuatorial del casco vacío del juggernaut —dijo Chait Rai mientras repasaba mentalmente el plan—. El sargento Bana irá primero. Avanzará con sus hombres por la cara exterior hasta pasar el punto medio. Yo iré en la segunda expedición seis horas después. Intentaremos sorprender a los romakas entre dos fuegos. Contaremos para todo esto con el apoyo de nuestros infantes del interior. Si nos ajustamos al plan prefijado, pocas cosas pueden salir mal.
—Las cartas ya están repartidas —dijo Isvaradeva mientras pensaba que, en algo tan imprevisible como un grupo de hombres armados, muchas cosas podían salir mal—; a partir de ahora poco podremos hacer para cambiar la situación.
—Si le sirve de algo, le diré que creo que ha hecho lo adecuado, Comandante.
En ese momento el último de los infantes ya había entrado en la cámara. Chait Rai se colocó el casco de su armadura, y saludó militarmente a Isvaradeva.
—Intentaré comunicar con usted en cuanto me sea posible, Comandante —dijo, a modo de despedida. Y siguió a sus hombres en la cámara de descompresión.
Tras él, uno de los cabos cerró y aseguró la escotilla de acceso.