—Esto es una locura —decía Isvaradeva por enésima vez.
—No hay más remedio que aceptar los hechos, mi Comandante —repitió fatigadamente Jonás.
—A nosotros también nos ha costado entenderlo —añadió Ban Cha—. Comandante, usted puede pensar que en el Imperio las maravillas tecnológicas son cosa usual. Bien, lo son, pero esto… ¡me hace sentir como un campesino llevado a una mandala!
Isvaradeva estaba acostumbrado a calibrar el estado de ánimo de las personas por su voz, sus gestos, su forma de moverse y hasta de estar sentados. Era una habilidad muy útil para el que mandaba a muchos hombres.
Y Ban Cha y Jonás estaban sinceramente asustados.
Se levantó y caminó unos pasos, meditando. Jonás había debido ponerse respetuosamente en pie, observó, pero no lo había hecho. Seguía sentado, mirando fijamente al frente. Isvaradeva cruzó las manos tras la espalda.
—Yo no soy un experto en procesos astrofísicos, pero una civilización con un potencial tecnológico suficiente para emprender la construcción de un artefacto así… Bueno, simplemente no nos podría haber pasado desapercibida.
—Ese artefacto puede tener millones de años, y nuestros textos históricos no reseñan nada más que lo sucedido en los últimos cinco mil años. Por otro lado, no existen telescopios de infrarrojos fuera del Imperio.
Isvaradeva seguía mirando las fotografías. Si sólo fuesen los romakas quienes sostuviesen eso… Pero Jonás lo apoyaba. Y no parecía estúpido ni crédulo.
Jonás había estado silencioso durante la exposición de Ban Cha, pero ahora habló. Parecía haber leído los pensamientos del Comandante.
—Mi Comandante —dijo con exagerada formalidad—, los imperiales tienen técnicas muy avanzadas. A veces no puedo comprender cómo funcionan sus aparatos. Pero, si bien no sé cómo lo hacen, sí sé lo que hacen. Nadie ha falsificado pruebas para mí. Créame, hubiera sido más difícil inventar pruebas falsas, y al mismo tiempo creíbles, que presentar los datos auténticos.
Isvaradeva miró a Ban Cha. No parecía irritado con sus dudas.
—Lo que dice Jonás es cierto. Conoce la teoría tan bien como nosotros, únicamente tenemos mejor material.
—Y no han tenido oportunidad de montar un fraude, aun de haberlo querido —añadió Jonás—. No me han negado acceso a ninguno de sus aparatos. Incluso me enseñaron a manejar algunos. Esas fotos que tiene en la mano son las que hice yo.
—Supongo —dijo lentamente el Comandante— que no tengo otro remedio que rendirme ante las evidencias. A partir de ahora tendré que vivir sabiendo que alguien era capaz de construir un artefacto de 450 millones de kilómetros de diámetro.
No era un pensamiento tranquilizador.
—Es necesario averiguar más sobre él —continuó Ban Cha— investigarlo de cerca, tal vez sobrevolarlo. La Vijaya podría cubrir la distancia que nos separa en sólo unas pocas semanas… Pero para ello tendremos que colaborar.
Isvaradeva alzó la mano.
—Esperen un momento. Comprendo su entusiasmo, Ban Cha, pero creo que esto excede los límites de nuestra misión…
—No es así, mi Comandante. —Ahora era Jonás el que hablaba. Isvaradeva pestañeó un poco; era la primera vez que un subordinado le contradecía tan abiertamente, pero no dijo nada—. Con todo esto, hemos perdido de vista un hecho: los juggernauts vienen de la Esfera. Vienen y van. Y el misterio de los juggernauts está relacionado con la destrucción de los rickshaws.
—¿Y qué relación puede haber?
Ban Cha sacudió la cabeza.
—Eso es lo que no sabemos. Pero una civilización tan avanzada… Ustedes nos acusaron de usar una superarma contra nuestros propios rickshaws, Comandante, y nosotros nos reímos. Quizás reímos demasiado pronto. ¿Quién sabe si los… llamémosles Esferitas… han desarrollado los cintamanis como arma?
Isvaradeva se sintió interesado. ¿O era que estaban todos volviéndose tan paranoicos como Jai Shing?
Sacudió la cabeza. ¡Si esto duraba mucho, estarían todos listos para un manicomio!
—¿Qué propone su Comandante?
—Acabemos con toda esta locura. Confíen en nosotros…
—Por supuesto. Permítanos comunicar con nuestro Alto Mando.
Ban Cha sacudió la cabeza.
—No es posible. No hasta que no sepamos de qué se trata. El Imperio debe defender sus intereses en este asunto.
—En ese caso…
—Vengan con nosotros. Cuando sepamos con lo que estamos tratando, entonces ambos lo comunicaremos a nuestras respectivas naciones.
—La Vajra no podrá igualar velocidades con ustedes. Y como podrán suponer, yo no estoy dispuesto a abandonar mi nave…
—Sí, sí. Ya contábamos con eso. El comandante Prhuna le propone otra cosa. Usted, junto con la Vajra y su tripulación esperarán aquí. Sus infantes de marina vendrán con nosotros.
—¿Como rehenes?
—No; para sustituir a nuestros soldados… que se quedarán con ustedes…
Isvaradeva lo entendió todo de pronto. Le estaban proponiendo que intercambiaran sus fuerzas de choque. Como rehenes, y para evitar que alguna de las dos partes intentara traicionar a la otra.
—No me gusta… Eso contraviene todas las ordenanzas…
—Estamos en una situación límite. El Reglamento jamás podría predecir una secuencia de acontecimientos como la presente. ¿Qué otro camino se le ocurre, Comandante? Yo sólo veo dos. Uno nos conduce a la violencia, y a la destrucción de una de las dos naves. El otro nos da una esperanza de entendimiento…
Isvaradeva dejó las fotos sobre su mesa y caminó indeciso por su camarote. ¿Qué debía hacer? Recordó los veleros que se dirigían hacia allí. ¿Era su obligación aguantar como pudiera, hacer tiempo hasta que aquellas naves les alcanzaran? Si Kharole lo había utilizado como un cebo sin consultárselo antes… ¿estaba él obligado moralmente a actuar como tal?
Su cabeza era un torbellino. Las preguntas sin respuesta se sucedían en torturadora procesión.
¡Cuánto se habría reído de él su padre! Traicionado por Kharole, que ahora era Su Majestad Imperial Khan Kharole, y aún se preguntaba sobre la mejor manera de servirle. Pero, ¿qué determinación tomar? ¿Y si aquellas naves no eran de Kharole? Simplemente carecía de datos suficientes. Ante esto, sólo podía decidirse por aquello que resultara menos peligroso para su nave.
Únicamente veía una solución. Se volvió hacía los dos hombres.
—De acuerdo —dijo—, lo haremos como proponen. ¡Y que Krishna, Jesús y Mahoma nos ayuden…! Hablaré con el Comandante Prhuna. Caballeros, pueden retirarse.
Había recuperado su tono de oficial en la última frase. Jonás se acordó de cuadrarse antes de salir.
En el corredor le asaltó un pensamiento paradójico. Se sentía más seguro yendo a enfrentarse a los misterios de la Esfera, que aguardando la llegada de la flota.